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V.
LOS VAQUEROS

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En vista del fracaso sufrido en nuestra intentona contra Zamora, se pensó en avanzar hasta Alba de Tormes. La expedición la hicimos con cuatro escuadrones y varias compañías de infantería. Iban de vanguardia los lanceros de don Julián Sánchez; tras ellos, los soldados de Farnesio, mandados por el capitán Lagunero; después, los nacionales de la orilla del Duero, que tenían por jefe a Hermógenes Martín, sobrino del Empecinado, y, por último, los infantes, acaudillados por don Dámaso y el coronel Maricuela.

El pelotón de lanceros de don Julián Sánchez estaba compuesto por capitanes, oficiales y sargentos de la guerra de la Independencia; la mayor parte, soldados viejos, aguerridos y prácticos en el manejo de la lanza.

Casi todos estos jinetes habían sido vaqueros antes que militares, y eran tan expertos y diestros caballistas como valientes soldados.

Mandaba el pelotón un capitán apellidado Porras, que era conocido por el mote del Capitán Mala Sombra.

El Capitán Mala Sombra estaba secundado por el teniente Gotor y por el sargento Juan de Dios, el amigo del Chiquet, tipo popular, atrevido, alegre y lleno de iniciativas.

El pelotón de Mala Sombra, con el teniente Gotor y el sargento Juan de Dios, había servido de vanguardia exploradora durante mucho tiempo al ejército inglés en la guerra de la Independencia. Era esta guerrilla de un valor inapreciable; en aquel pelotón todos se esforzaban no sólo en cumplir su deber, sino en superarse a sí mismos.

En la excursión que hicimos a Alba de Tormes tuve que verme varias veces con el Capitán Mala Sombra.

Era Mala Sombra un hombre alto, de unos treinta y cinco a cuarenta años, fuerte, serio, moreno, melancólico, con el rostro correcto y grave. Se decía que era persona de mala suerte en amores y en negocios; de aquí le venía el apodo; otros afirmaban que su mote procedía de que a cada paso solía decir:

—Tengo muy mala sombra.

En las empresas guerreras no advertí yo que fuera desgraciado.

Hicimos en Alba de Tormes y en sus alrededores una gran requisa de ganado y de grano, que cargamos en varias carretas.

Estábamos acampados en las eras de esta villa cuando uno de nuestros confidentes vino con la noticia de que el enemigo, en número considerable, avanzaba con la intención de cortarnos la retirada y apoderarse de nuestro botín. Dispusimos al momento el paso de todo el ganado vacuno, rebaños y acémilas, al otro lado del Tormes; se arrastraron los carros y se colocaron dentro de un soto que había a poca distancia del puente.

Se vaciló en defender la villa o en abandonarla. Alba de Tormes, a pesar de estar en un llano, tiene buenas condiciones para la defensa. El 28 de noviembre de 1809 el general don Gabriel de Mendizábal supo resistir allí a la terrible caballería de Kellerman, y, más tarde, don José Miranda Cabezón defendió el pueblo y el castillo durante largo tiempo.

Después de varias deliberaciones se decidió, en caso de ser atacados, fortificar el puente del Tormes, y se dejó en la villa al Capitán Mala Sombra con sus vaqueros y a Lagunero con los soldados de Farnesio, que quedarían vigilando los alrededores y patrullando por las avenidas.

Nos encontrábamos en esta situación, cuando el Empecinado cayó enfermo con un ataque que al principio nos pareció de parálisis. Había quedado don Juan Martín rígido, frío y sin habla; al moverle debía de sufrir grandes dolores, porque lanzaba quejidos inarticulados.

Como no teníamos médico, ni aun siquiera cirujano, decidimos trasladar al general a otro pueblo.

No podía sostenerse en el caballo, porque se caía a un lado y a otro. En vista de esto, buscamos una escalera ancha y corta, que colocamos entre dos mulas, a manera de litera, y sobre unos costales de paja pusimos al general y fuimos a paso de andadura camino de la villa de Tamames. Escoltando la litera íbamos el Chiquet y yo, con un piquete de quince soldados de a caballo.

Los Contrastes de la Vida

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