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Aspectos ontológicos del inconsciente

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Saber que el inconsciente se estructura como un lenguaje, conocer su lógica, sus diferentes formas de asociación y particular sintaxis, representa indudablemente una gran contribución a la comprensión epistemológica de su verdadera naturaleza. Existe, sin embargo, una perspectiva muy importante que quizás no ha recibido la misma dedicación e interés. Estoy pensando en los aspectos ontológicos y su validez como algo opuesto dentro del terreno del conocimiento. “El inconsciente lo inferimos por sus efectos, pero de éste [de su naturaleza], no sabemos nada” habría dicho Freud en 1932 (SE 9, p. 70). En una visión similar Benjamín (1992) ha cuestionado:

Lo que emerge del suspenso epistemológico –un suspenso que rehace en lugar de negar el conocimiento–, es la cuestión de la ontología del inconsciente. (Qué cosa, en otras palabras, es eso que es?) (¿Cuál, en otras palabras, es el verdadero propósito del inconsciente? ) (¿Por qué necesitamos un inconsciente?) (¿Es el inconsciente la consecuencia de algo, de la necesidad de la consciencia por el dormir, un reservorio de lo indeseable, o es un órgano primario con su propia fisiología, una intención armada de la verdad y comprometida siempre a denunciar las mentiras de la consciencia?) ¿Es todo esto al mismo tiempo?

El inconsciente podría funcionar como un agente regulador, que controla automáticamente la apreciación que hace la consciencia de las realidades internas y externas mediante el uso de los órganos de los sentidos, tal y como lo describió Freud. La consciencia, por otra parte, es capaz de engañar, lo cual sabiamente registraron los latinos al adjudicar la misma raíz lingüística tanto a mente como a mentir, algo que objetivamente palpamos en la semiología de las alucinaciones. El inconsciente sería un órgano de adaptación y de protección que incesantemente intenta denunciar las “mentiras” de la consciencia1 usando un lenguaje codificado, que se anuncia ante todo en las imágenes visuales de los sueños, en las parapraxis, y aunque más difícil de observar, oculto debajo de cada palabra pensada y hablada tal y como lo vemos en el flujo continuo de la libre asociación de ideas. La verdad fue ya pensada por el inconsciente, el analista es solo un exégeta que practica una hermenéutica del texto simbólico. El inconsciente siempre trabaja, aun durante el tiempo de la mayor dominación de la consciencia, como las estrellas en el firmamento que permanecen, aun borradas por la luz del día.2

Guiado por el principio del placer, el yo pre-consciente evita los estímulos dolorosos provenientes de ambas realidades tanto externa como interna, tal y como lo aprendimos de Freud (1911a, p. 215); sin embargo, aunque un motivo verdadero de tal evitación pudiese no existir, el yo lo experimentará como un peligro real y reaccionará frente a ello, generando así la necesidad de que el inconsciente denuncie la mentira, aunque no sea escuchado por la consciencia.

Lacan ha establecido que el inconsciente es el “discurso del Otro”3, donde el “Otro” representa a la madre (Lacan, 1966, p. 16). En este sentido, podría entenderse que la descripción del inconsciente por Lacan estaría relacionado con identificaciones del yo y superyó de la madre, excluyendo los aspectos intuitivos del inconsciente tal y como han sido bien expresados por Bion en su concepto de O, así como por el mismo Lacan, en su descripción del “orden imaginario”.

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