Читать книгу Pensamientos salvajes en busca de un pensador - Rafael E. López-Corvo - Страница 4

Introducción

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El hombre es la medida de todas las cosas,

de las cosas que son por lo que son,

y de las cosas que no son, por lo que no son.

Protágoras

Y esta araña lenta que se arrastra en una noche de luna, y esta luna, y yo y tú en el portal […] ¿deberíamos todos nosotros haber debido estar allí antes? ¿Y regresar… no deberíamos eternamente regresar?

Nietzsche, 1892,

Así hablaba Zaratustra

No te precipites, echa una ojeada al libro de Heráclito; “es un camino duro, por cuanto la niebla está allí y la oscuridad es difícil de penetrar, pero si tienes la verdad como referencia, entonces todo sería más claro que el sol”.

Heráclito

Diógenes Laertius, Vidas de Filósofos Eminentes:

Vol. IX, Parte XII

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En 1997, Bion dijo lo siguiente:

Si aparece un pensamiento sin un pensador, podría ser un “pensamiento extraviado” o un pensamiento con el nombre y dirección de su dueño estampados, o podría ser un pensamiento salvaje. El problema sería, en caso de que un pensamiento como tal aparezca, qué hacer con él. Claro, si es salvaje, se podría tratar de domesticarle […] Si tiene el nombre y la dirección de su dueño, podría devolvérselo, o decirle que usted lo tiene y que podría entregárselo en el momento en que él lo desee. También podría usted robarlo y esperar que el dueño lo olvide o que él no note el robo y que usted pudiese conservar la idea para sí. [p. 27]

Podríamos añadir, sobre lo que se conoce como los “descubrimientos múltiples”, también conocidos como “invenciones simultáneas”; un ejemplo notorio fue el de Charles Darwin y Alfred Russel en el siglo XIX, en su investigación simultánea sobre la teoría de la evolución de las especies; también aconteció con el descubrimiento al unísono del oxígeno, tanto por Scheele como por Priestley y Lavoisier en el siglo XVIII. En esta forma y por cuanto la verdad no necesita de un pensador, no podríamos saber, por ejemplo, si los llamados “mundos beta, alfa y sigma” fueron producto de un “descubrimiento simultáneo” o tomados por Bion del libro sobre Ética de Baruch Espinoza, cuando éste en 1677, escribió lo siguiente:

Las percepciones sensoriales llamadas “conocimiento de primera clase” son enteramente imprecisas, por cuanto reflejan cómo funciona nuestro cuerpo más que cómo son las cosas [mundo beta]. Podemos tener también un conocimiento más preciso que podemos llamar “conocimiento de segunda clase” o “razonamiento”. Éste encierra conocimiento de todas las características comunes a todas las cosas, e incluye principios de física y geometría [mundo alfa]. También podemos llamar “conocimiento de tercera clase” o “conocimiento intuitivo” [mundo sigma].

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Este libro no intenta una exposición de la obra de Bion, sino más bien la interpretación que he dado libremente a muchos de sus aportes, aunque usando además algunas de sus contribuciones con el propósito de evaluar mecanismos clásicos ya conocidos, como son, por ejemplo: el narcisismo, la contratransferencia y la interpretación; después de todo, la verdad siempre estará disponible para quien desee accesarla.

En la medida que he ido leyendo a Bion, he ido experimentando el desafío de encontrar una continuidad clínica entre el psicoanálisis clásico y las nuevas concepciones introducidas por él. Para ello también he revisado otros conceptos relacionados con el falso y verdadero self de Winnicott, además de evaluar algunos aportes ya discutidos anteriormente por Bion, como por ejemplo, lo “animado y lo inanimado”, el “terror sin nombre” o su bien conocida Tabla. He considerado otros aspectos que imagino importantes, y que no fueron referidos por Bion, como por ejemplo los aportes de Jean Piaget y ciertas construcciones argumentadas por la filosofía del budismo Zen. Por último, un tema que he discutido anteriormente, la “auto-envidia”, el cual ha sido también implícitamente señalado por Bion numerosas veces.

Nacemos incapacitados para entender el lenguaje complejo del inconsciente, como lo observamos por ejemplo en los sueños, requiriendo de un traductor, como lo es el psicoanalista, a fin de que sea revelado el críptico significado de la verdad que nos manifiesta el inconsciente, como lo vemos en los sueños. Particularmente, pienso que este analfabetismo revelado por el inconsciente representa una protección en contra de la violencia implícita en la verdad, la cual es continuamente revelada por el inconsciente y utilizada por la consciencia solamente cuando existe una preparación para lidiar con tal verdad. Por ejemplo, Bion sugiere que la insistencia de Edipo por saber la verdad a cualquier precio por boca de Tiresias, cuando aún no estaba preparado para ello, reveló la existencia, en su carácter, de una combinación de “arrogancia, curiosidad y estupidez”. El psicoanálisis como método entrena a la conciencia para contener la verdad liberada por el inconsciente, de manera tal que pueda inducir crecimiento en lugar de tragedia.

La “comunicación” como tal, en todo su amplio sentido, constituye un asunto central dentro de la psicología de Bion, como por ejemplo la comunicación entre dos personas, la cual se encuentra siempre amenazada por el riesgo de una “reversión de la perspectiva”, en una forma parecida a como lo resume la vieja expresión de “una cosa piensa el mulo y otra quien lo va arreando”. Bion sugiere que la verdadera separación no estaría representada por el espacio que nos separa de las galaxias, sino más bien por la distancia que separa la comprensión de la incomprensión.

El paciente puede utilizar, para comunicarse consigo mismo y con su entorno, una lógica que se aproxima a un “sistema científico deductivo”, basado en la identificación proyectiva, el cual aun cuando siendo obvio, podría no ser verdad, similar a lo observado en la vieja teoría del geocentrismo, la que habiendo dominado al mundo hasta los tiempos de Copérnico, establecía que “el Sol giraba alrededor de la Tierra”. El analista, por otra parte, utiliza otro sistema científico deductivo basado en una lógica del funcionamiento mental, que aunque siendo verdad no es obvio, semejante a la teoría del “heliocentrismo”, la cual domina el pensamiento moderno y establece que es la Tierra la que gira y no el Sol. La consecuencia inmediata de este dilema es el peligro de un deslizamiento sucesivo que inexorablemente lleve a una reversión de la perspectiva, donde el paciente puede estar mirando el árbol y el analista al bosque, como un diálogo entre sordos. Una paciente cuestionaba, en algún momento, si el matiz del color de un objeto, descrito al mismo tiempo por una persona de ojos claros y otra de ojos oscuros, sería el mismo.

Unamuno aconsejaba “romper las palabras” para extraerle sus verdaderos secretos. Tomemos por ejemplo la palabra “sospecha”, si la fraccionamos sabremos que está compuesta por la partícula sub o sos que significa “debajo” y el vocablo specto el cual significa “mirar”, es decir “mirar debajo”. Esta ruptura nos permitiría averiguar en sus entrañas como un caleidoscopio e imaginar, por ejemplo, a un viajero que llega a una posada en los tiempos antiguos y que sintiéndose obligado a mirar continuamente “debajo” de la cama, impresiona al dueño de la hostería, como una persona su-spectante, es decir, un “debajo-mirador”, o sea, un “sospechoso”. Bion se refiere a la necesidad de extraer –mediante una especie de arqueología de la semántica– ese pedazo de historia atrapado en el interior de una palabra, para lo cual sugiere observarla como podríamos hacerlo con una escultura de Henry Moore, o sea, hacer caso omiso del material que rodea y encuadra al espacio interno vacío y concentrarnos en éste, concibiéndolo como una “trampa de luz”. Por ejemplo –nos aconseja Bion– al observar un triángulo recto, podemos olvidarnos de la representación matemática del teorema de Pitágoras y concentrarnos en lo que encierra –también expresado por los griegos– el que los lados o catetos podrían representar la unión carnal entre el padre (lado vertical) y la madre (lado horizontal) mientras la hipotenusa o lado restante, podría considerarse como el hijo/a. En otras palabras, “la representación matemática del material que forma un triángulo resulta una trampa, que atrapa la luz que ilumina al complejo de Edipo”.

Bion define la comunicación como la capacidad de pasar al grupo un conocimiento privado (1967, p. 92). Cuando una interpretación es compartida por el terapeuta y su paciente, por ejemplo, el primero busca hacer consciente lo inconsciente lo que podría ser interpretado –siguiendo a Bion (1965, p. 31)– como hacer que una concepción privada se haga pública. En el proceso de comunicación, puede darse una cadena de circunstancias que van desde “O” hasta la transformación última que Bion llama Tpβ. Por ejemplo, la relación que puede darse entre un pintor, el paisaje que ha pintado y el público que responde a la emoción trasmitida y que le permite admirar su obra. Podemos también considerar la relación que se da entre la “O” de una sesión psicoanalítica, la presentación de un trabajo científico y la reacción emocional del público que lo escucha. Esta última emoción estimulada por la obra significa, según Bion, una representación de la emoción originalmente estimulada por “O” .

Bion se refiere a la necesidad de todo analista de crear un lenguaje privado para fabricar sus interpretaciones, en tal forma que evite palabras ya gastadas por el uso, como sexo, miedo, hostilidad, transferencia, etcétera; así como el uso de términos técnicos que actúan como ruidos o tonterías aprendidas. Así dice:

pienso que todo analista debe someterse a la disciplina –la cual no es impartida en ningún entrenamiento, que yo sepa– de manufacturar su propio lenguaje y mantener las palabras que usa en un buen orden de trabajo [1994, p. 315].

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La conformación del mundo interno de acuerdo a la teoría clásica, o “psicología de los impulsos” –como Fairbairn en un momento la definió– sigue de cerca la influencia de Darwin, y no discrimina entre los animales y los seres racionales, mostrando que la mente humana se encuentra básicamente estructurada por instintos que continuamente buscan satisfacción, sin que exista una capacidad que los “contenga”, en el sentido de “contención” introducido posteriormente por Bion. Serían impulsos que como pseudópodos catectizan los objetos, aunque sin fundirse a ellos, conservando la autonomía y moviéndose entre “el afuera y el adentro”, para definir las disímiles formas del narcisismo freudiano –tanto primario como secundario–, y cuando en algún momento el objeto así catectizado llegue a perderse definitivamente, el duelo por la pérdida sería entonces resuelto “buscando un objeto nuevo”, el cual sería catectizado como un reemplazo del objeto perdido; en otras palabras, tal reemplazo impediría que hubiese un duelo por la pérdida. La concepción del “mundo interno” cambió con Klein, una vez que ella desarticuló la concepción gaseosa freudiana, e introdujo un mundo interno estructurado por cosas u objetos, tanto parciales como totales. Además, estableció que la fractura entre el impulso y el objeto original no es factible, sino que ambos estarían fundidos como la cosa y su sombra. Una permutación que indujo, además, un cambio en la concepción de la “defensa”, al dar un giro a la noción de “represión” y “sublimación” basadas en la física de la máquina de vapor en Freud, por una fenomenología basada –según Klein– en la “fragmentación” y la “reparación” de objetos internos dañados. Es un concepto que recuerda la filosofía de Parménides, cuando expresaba que “tanto los pensamientos como el lenguaje requieren de objetos fuera de ellos mismos” (Russell, 1945, p. 49).

Con Klein, el paso de lo inconsciente a la consciencia no fue ya un acontecimiento puramente cognitivo, basado en el cambio entre la “representación de la cosa” y la “representación de la palabra”, sino que adquirió una compleja metapsicología de los afectos, de acuerdo a la dinámica descrita en las “posiciones esquizo-paranoide y depresiva”. Además, la “proyección” dejó de ser un mecanismo simple para convertirse en una enmarañada interacción de “identificaciones” que denunciaban la intrincada naturaleza de la comunicación humana intra y extrapsíquica, así como las bases de la dinámica que alimenta la compulsión a la repetición.

Bion, por otra parte, ha intentado una visión más completa del mundo interno, al seguir muy de cerca los postulados del idealismo kantiano y diferenciar en la mente, entre el extremo del nóumeno1 por una parte, y el extremo del fenómeno por la otra. Cambia el punto de vista y mira no ya desde un vértice darwiniano del impulso puro, sino desde la conciencia, enfatizando la existencia de un aparato para pensar pensamientos y una función metabolizante o función alfa, la cual digiere lo crudo –o elementos beta– y los hace asimilables. No hay “instintos puros”, sino pre-conceptos inefables, o la cosa-en-sí-misma o el noúmeno, el cual busca una “realización” para transformarse en una concepción, y si existe una mente pensante (eje horizontal de la tabla), ser capaz de contenerle y transformarle en conceptos. Los instintos representarían la “cosa-en-sí-misma”, la realidad absoluta, de la que no tenemos conocimiento empírico o sensible, pero que podría ser conocida por simple intuición. Bion introduce un concepto novedoso y con frecuencia mal entendido, que corresponde al instrumento que permite trascender la verdad inefable presente en “O”, y al cual no hay que perder sino recogerle con un “acto de fe”. Digo que ha sido mal entendido, por cuanto para algunos este ejercicio representa más bien una manifestación de las inclinaciones “religiosas” de Bion, después de todo, él mismo afirma que tales inclinaciones, en un científico, se mantienen siempre ocultas.

Es muy posible que muchos de los aspectos que Bion recomienda tomar en cuenta durante la escucha analítica –como por ejemplo la ausencia de memoria, comprensión y deseo– hubiesen sido ya señalados por la filosofía del budismo Zen; cuyos maestros han recomendado, por ejemplo, que “al vaso debe vaciársele el agua antes de que pueda contener al vino”. San Juan de la Cruz, quien es mencionado frecuentemente por Bion, invita a liberar el espíritu de “todo temor, comprensión, memoria y voluntad” si se desea entrar en correspondencia con Dios. “Por cuanto todo el intento de obtener una unión con Dios consiste en purgar la voluntad de sus afectos y deseos; en tal forma que esto no constituya una plataforma de voluntad humana, sino que se convierta en una voluntad Divina que se haga una, con la voluntad de Dios” (Libro III, capítulo XVI). San Juan aconseja además distinguir entre las señales de Dios y aquellas espurias enviadas por Lucifer. Una vaguedad parecida a la enfrentada por el psicoanalista durante el momento de la escucha, cuando debe distinguir entre la epifanía de “O” por una parte, y las oscuras pretensiones contratransferenciales, por la otra. En forma similar a como los cristianos utilizan el acto de fe para alcanzar una unión con Dios, el psicoanalista debe utilizar también un acto de fe para recoger la “verdad” en las revelaciones de “O”, transformar esta intuición en K y desde allí fabricar la interpretación. En el capítulo sobre “los ignorados de Bion” hago referencia sobre “O” en relación a la filosofía del Zen.

El “fenómeno”, por el contrario, constituye lo visible, el hecho exterior existente en sí, el cual Bion articula de acuerdo a las coordenadas cartesianas, intentando así mensurar cómo la mente utiliza los cambios sofisticados del pensamiento, de acuerdo a una “tabla” que simula a la “Periódica” de Mendeleiev. Las percepciones que llegan a la mente a través de los órganos de los sentidos pueden ser inmanentes como los elementos beta, o trascendidas como los elementos alfa, los cuales son transformados mediante un mecanismo complejo al que Bion se refiere como el “aparato para pensar pensamientos” o “función alfa”. Un dispositivo que, calcado en estructura y funcionamiento sobre la fisiología del aparato digestivo, metaboliza los elementos beta hasta llevarlos a nociones tan sofisticadas como serían los cálculos matemáticos. El camino de esta complejidad progresiva del pensamiento constituye el brazo vertical de la tabla, mientras el horizontal representaría la forma como la mente “contiene” estas transformaciones y las utiliza según le sea posible. Existe un capítulo completo sobre la “Tabla” y sus usos.

Las percepciones recogidas por los sentidos y almacenadas en la memoria representan los gérmenes de ideas vírgenes o silvestres –verdaderas idées mère– no pensadas, las cuales pueden luego ser utilizadas para hilvanar un sueño o un pensamiento creativo, representando en última instancia verdaderas “memorias del futuro”. En este sentido, el “auténtico acto del pensamiento” de transformar lo sensorial en conocimiento es originalmente inconsciente y se encuentra guiado por la búsqueda de la verdad, es decir, de la verdad privada de cada cual. Esto llevó a Bion a referirse inicialmente a la función alfa como el “trabajo del sueño alfa” (“dream work alfa”), una designación que posteriormente cambió para así evitar confusiones con el postulado freudiano designado como “trabajo del sueño”. Existe un capítulo sobre el complejo fenómeno del soñar, el cual intenta distinguir entre la naturaleza de “O”, el Soñante-despierto, el Soñante-dormido y el Pensador-traductor de “O”.

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“Y ha sido el caso que tú, Galileo, hijo del fallecido Vicenzio Galilei, florentino, de 70 años de edad, fuiste denunciado en 1615 en esta Sagrada Oficina: Que tú has sostenido como verdad la falsa doctrina enseñada por muchos, de que el Sol sería el centro del universo e inamovible, y que la Tierra se movería y que posee movimientos diurnos: Que sobre esta misma materia tú has sostenido una correspondencia con cierto matemático alemán…” Así leía la sentencia del tribunal supremo de la Inquisición en contra de Galileo Galilei, la cual fue leída el 22 de junio de 1633.

Cerca de 2000 años antes, en el 399 a.C. para ser más exactos, el Estado también había reclamado la vida de Sócrates por razones parecidas, aun cuando en su acusación el Estado establecía que los motivos eran otros: “…que Sócrates hijo de Sophroniscus of Alopece, es culpable por rehusar reconocer la existencia de los Dioses establecidos por el Estado, y por intentar introducir dioses nuevos y diferentes. También culpable por querer corromper la juventud. La pena exigida es la muerte”; sin embargo, de acuerdo a Diógenes de Laerte (1925), los motivos eran diferentes:

Existían sus palabras y las acciones de su vida [de Sócrates], a las que los sacerdotes pitios se refirieron cuando dieron su famosa respuesta a Caerofonte: “de todos los hombres vivientes, Sócrates es el más sabio”. Esto fue la causa de la envidia por la cual fue detenido, sobre todo porque él podía desafiar a aquellos que pensaban demasiado de sí mismos, y hacerlos aparecer como tontos, tal como lo hizo con Anitus, quien no pudiendo lidiar con ser ridiculizado por Sócrates, convenció a Aristófanes y sus amigos para que se volvieran contra él. [p. 171]

En otras palabras, el propósito no era destruir a un “agnóstico perverso”, si no el de asesinar la mente de alguien que, incansablemente siempre se alimentó de la verdad a todo costo, e igual que una comadrona hizo que las persona interrogadas por él, mediante el uso de una técnica a la cual ser refirió como la mayéutica, fuesen capaces de “parirla”.

Tales documentos, como muchas otras acciones similares en la historia, representan un ataque sostenido en contra de las mentes creativas; el dominio caprichoso de la magia y la mentira sobre la cándida observación empírica de la verdad. El Renacimiento no constituyó en realidad un renacimiento de la autenticidad creativa, la cual permanecía dormida hasta ese momento particular de la historia; fue más bien lo opuesto, el resultado de la imperiosa necesidad de algunos hombres con coraje, que buscando descubrir la verdad a cualquier costo2 persistentemente erosionaron y finalmente rompieron la represa del poder impuesto por otros hombres, quienes atacaron y destruyeron el pensamiento de quienes buscaban alimentarse del “árbol de la verdad y del conocimiento”. La Inquisición ha sido quizás el mejor ejemplo de este mecanismo. Esta lucha incesante podría explicarnos la presencia de lo que ahora aparecería como una total incongruencia, que la ciencia y la religión se anduviesen de la mano en las mentes innovadoras de algunos hombres como Descartes. El primero en atacar el panteísmo fue Baruch Spinoza, un portugués que perseguido por la inquisición en su país se refugió en Holanda. Posteriormente, Frederick Nietzsche, al declarar que “Dios estaba muerto”, facilitó la posibilidad de un mayor cuestionamiento del pensamiento mágico religioso, induciendo una mayor libertad. El mismo Einstein, cuando fue cuestionado sobre su creencia en Dios expresó que sólo creía en el Dios de Spinoza, quien sugirió un dios cósmico y no antropomórfico.

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En algún momento, Jung recordó una conversación que había tenido con Freud:

Una vez me dijo: tenemos que hacer de la teoría del inconsciente un dogma, hacerla inamovible. ¿Por qué un dogma? Repliqué, si en algún momento la verdad será ganadora. Freud explicó: “Necesitamos crear una represa en contra de la marea negra de lodo y ocultismo” [McGuire & Hull, 1978].

Es muy posible que Freud estuviese refiriéndose implícitamente a la sexualidad infantil, el mayor desacuerdo que eventualmente separó el curso de estos dos grandes pensadores. Se requirió gran coraje por parte de Freud para luchar en contra de “la marea negra del ocultismo”, al declarar públicamente, en el medio de la era victoriana, que aquellos niños inocentes y angelicales eran también el lugar de un tipo de “perversión polimorfa”. A partir de entonces, el nombre de Freud, así como otras palabras como “perversión” y “libido”, se hicieron a los ojos del neófito, sinónimos de “disoluto” y “licencioso”. Era más fácil tergiversar el sentido de estos nuevos descubrimientos de la sexualidad infantil, que comprender la revolucionaria profundidad de su significado.

Para Melanie Klein, “la negra marea de lodo” provenía del psicoanálisis mismo, posiblemente por “la duda en olvidar sus fundadores” –para citar a Whitehead (Kuhn, 1962, p. 138)– y sus contribuciones, las cuales son aún ajenas para muchas escuelas de psicoanálisis. Aunque Bion es todavía muy fresco para ser considerado, existen ya importantes fuentes de incomprensión en el horizonte sobre sus contribuciones. Tomemos, por ejemplo, lo que él ha dicho sobre “O”, un concepto que tiene tal relevancia que pienso podría ser comparado con la noción de transferencia en Freud, o la metapsicología kleiniana sobre los afectos tal y como lo observamos en su descripción de las “posiciones”. No entraré en detalles ahora sobre el significado de “O”, pero referiré al lector al Capítulo V, el cual intenta una descripción detallada sobre su particular fenomenología. Me gustaría sin embargo expresar que existen ya fuentes pertinentes de confusión, cuando se dice por ejemplo que “O representaría un intento de Bion por expresar sus inclinaciones religiosas, en tal forma que O tendría entonces un significado metapsicológico y religioso […] Bion introdujo O, el cual es esencialmente un concepto religioso y metapsicológico”, dijeron Symington & Symington (1996). No cuestionar este argumento conlleva el peligro, de que más adelante una represa inamovible de incomprensión, induzca la posibilidad de “una negra marea de ocultismo”, que pudiese hacer de “O” un sinónimo de religión, justamente en la misma forma en que libidinoso se hizo sinónimo de lascivia. De hecho, “O” puede no ser fácilmente atrapada y categorizada, por cuanto es incognoscible, impensable e inefable, la verdad en sí misma, o una última realidad que sólo puede ser concebida intuitivamente, siempre cambiante, continuamente transformándose como el flujo universal de Heráclito.

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Bion describe la mente como constituida por la interacción de tres mundos: el mundo Beta, el cual representa lo que adquirido a través del sensorio se mantiene inconsciente, olvidado, reprimido y desconocido. Son elementos que permanecen a la espera de un pensador que los digiera y les dé un sentido, que sólo sirven para ser proyectados y así perennemente reproducir en el afuera un mundo pasado e invisible, que en esta forma continuamente se hace presente. El segundo sería el mundo Alpha, o de la función alfa, la cual es capaz de digerir a los elementos beta y transformarlos en elementos alfa, o sea, pensamientos útiles y creativos. Por último, estaría el mundo de Sigma, o de la intuición, representando una forma de comunicación más allá del pensamiento lógico. Es muy factible que el interés de Bion sobre la intuición hubiese sido consecuencia a una influencia budista, del prajna o iluminación, como le llaman ellos. En este sentido, Suzuki, 1981, ha expresado lo siguiente:

El prajna no es un estado de la mente, sino que produce actividad; es conciencia despierta pero no es la conciencia ordinaria de los psicólogos. Es la experiencia que surge de un estado tranquilizado de conciencia. [p. 132]

Por muchos años intenté encontrar un sentido lógico al Zen Budismo, y encontré una gran ayuda en el libro de Bion sobre transformaciones, así como demás, en su investigación sobre “O”. La civilización oriental, diferente de la occidental, tiende a aligerar el peso del razonamiento consciente, con el propósito de hacer que la intuición se haga presente. El Zen Budismo, ha establecido Watts (1957), no es una religión sino:

… Un camino y una vista de la vida que no pertenece a ninguna de las categorías formales del pensamiento moderno occidental. No es una religión o una filosofía; no es una psicología o un tipo de ciencia. Es […] “una forma de liberación” [p. 3]

Suzuki (1949) intenta explicar las diferencias entre el Oeste y el Este, utilizando dos poemas, uno de Tennyson y otro a forma de haiku escrito por Basho, un poeta japonés del siglo XVII. Basho escribió:

Cuando miro con cuidado

veo la nazuna floreciendo

hacia el borde!

Mientras que Tennyson dijo:

la flor en la grieta de la pared,

te arranco de la grieta:

te mantengo aquí, raíz y todo, en mi mano

pequeña flor –pero si pudiese entender

que tú eres, raíz y todo, y todo en todo,

sabría qué es Dios y qué es el hombre.

Suzuki explica:

… Tennyson arranca la flor y la sostiene en su mano, “raíz y todo” y la mira posiblemente intensamente. Es muy posible que él tuviese un sentimiento en alguna forma parecido al de Basho quien descubrió la flor de nazuna a la orilla del camino. Pero la diferencia entre estos dos poetas es el hecho de que Basho no arranca la flor. Él sólo la observa. Está absorto en sus pensamientos. Y deja que una exclamación [!] diga todo lo que él desea decir. Por cuanto no tiene palabras que expresar, su sentimiento está demasiado lleno, demasiado profundo, y no tiene deseo de conceptualizarlo. Mientras Tennyson es activo y analítico. Primero arranca la flor del lugar donde ella crece. La separa de la tierra a la cual ella pertenece, diferente del poeta oriental, él no dejar a la flor tranquila. Tiene que arrancarla de la grieta en la pared, “raíz y todo”, lo cual significa que la planta morirá […] Al igual que un médico científico, vivisecciona la flor. Basho ni siquiera toca la nazuna, sólo la mira, “cuidadosamente” la mira –es todo lo que hace. Es totalmente inactivo en contraste con el dinamismo de Tennyson. [pp. 11-12].

Pienso que Bion intenta establecer diferencias parecidas cuando se refiere al concepto de “transformaciones en O”, como una relación afectuosa con el Otro, con el inconsciente del analizando, lo cual permitiría una comunicación con el inconsciente del paciente, así como una concientización de la “fantasía inconsciente” como una especie de iluminación, similar a lo que San Juan de la Cruz experimentó en Subida al Monte Carmelo. Pienso que la noción de “O” surgió en Bion como una fórmula para lidiar con el abismo imperceptible de la incomunicación con el paciente, para saber si lo que el analista está pensando cuando escucha está en conjunción con lo que el paciente está diciendo.

“O” representa un signo que podría ser finalmente logrado mediante un “acto de fe”, una reverencia por lo inefable, o una exclamación, que al percibir la obscura iluminación de la intuición, nos lleva a decir “Oh”. “O”, dijo Grotstein (1996) con gran precisión:

es como la descripción de Samarkanda por Tamburlaine: siempre en el horizonte, por siempre distante, siempre replegándose. Bion nos introdujo a un dominio cósmico, que en forma espacial, temporal, filosófica y existencial, existe más allá de nuestra capacidad sensual para entender; aunque los psicóticos y los místicos, siempre han tenido conocimiento de su existencia. [p. 147]

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Es de todos conocido que Bion no es un autor fácil, y Eigen (1995) con gran precisión nos ha dicho que, “para intentar leer a Bion con fidelidad uno debe leerlo muy de cerca, y en parte, en sus propios términos. Representa uno de los más precisos, aunque esquivo, de todos los escritores psicoanalistas”. Podríamos bien recordar lo que alguien, en algún momento, dijo sobre Heráclito, cuando éste consignó un libro que había escrito al templo de Diana, por su difícil lectura:

No te apures cuando hojees el libro de Heráclito; es un camino difícil, porque allí está la bruma y tendrás que penetrar la oscuridad.

Sin embargo, lo que Bion nos aporta es como una semilla, ¡que una vez sembrada, florece en cualquier momento por sí sola!

Conclusiones diferentes podrían con frecuencia representar perspectivas disímiles, o el uso de múltiples vértices para alcanzar la misma verdad. Tomemos, por ejemplo, algunos aspectos presentes en todos los seres humanos, aparentemente no relacionados entre sí y a los cuales no se les ha adjudicado un gran interés, a pesar de la extraordinaria importancia que ellos parecen tener. Me estoy refiriendo, por ejemplo, a aspectos como la existencia del himen en las mujeres o la ignorancia universal que existe sobre el inconsciente.

La presencia del himen ha constituido por siglos una excusa utilizada por el hombre para ejercer control sobre la mujer. No tiene un sentido lógico pensar que el himen pueda representar una restricción al acto sexual en la mujer, cuando al mismo tiempo la naturaleza hace del orgasmo el mayor placer que el ser humano pueda experimentar. Por cuanto si así fuese, implicaría un “doble mensaje”, un verdadero dilema que obviamente no se corresponde con la lógica infinita siempre presente en la naturaleza, o en Dios, o como quisiéramos llamarle. He pensado más bien que la “cultura del dolor” asociada a la virginidad y a la penetración a la edad de 11 o 12 años, cuando el embarazo es ya factible, induce a una adolescente a posponer la relación sexual a una edad posterior, unos cuatro o cinco años más adelante, cuando entonces sería capaz de lidiar mejor con la “violencia” del coito, así como el embarazo y el parto, lo cual permitiría la posibilidad de proporcionar a su hijo “una madre más madura”.

Nacemos siendo incapaces de comprender el complejo lenguaje del inconsciente, tal y como lo observamos en los sueños, requiriendo por lo tanto la necesidad de un traductor, como lo es el psicoanalista, para así lograr desandar el contenido críptico de lo inconsciente. Pienso que tal analfabetismo representa una protección natural frente a la violencia implícita en la verdad, la cual es continuamente expresada por el inconsciente y solamente comprendida por la consciencia, una vez que exista una verdadera inclinación de lidiar propiamente con tales revelaciones; después de todo, la mente consciente miente, algo que los latinos intuyeron hace mucho tiempo, por cuanto mente y mentir tienen la misma raíz. Bion ha sugerido que la insistencia de Edipo en conocer la verdad a cualquier costo por parte del adivino Tiresias, cuando aún no estaba preparado para lidiar con ello, representaba la presencia en su carácter de una trilogía consistente en “curiosidad, arrogancia y estupidez”. El mito de Edipo es una narrativa que lidia con mentiras y ocultamiento de la verdad; la Esfinge, por ejemplo, presentaba a todo visitante un acertijo, y si fallaban en proveer la respuesta correcta eran asesinados por el monstruo. Edipo, sin embargo, después de matar al rey en el cruce de caminos ignorando que era su padre, dio la respuesta correcta a la Esfinge, la cual, no pudiendo lidiar con el poder de la verdad, se suicidó. Agradecida por este logro, la ciudad presentó a Edipo la verdadera substancia de la tragedia: “la corona vacante de Tebas perteneciente a su padre, y la recientemente viuda, la reina Yocasta, su madre.”

Ya he expresado anteriormente que “el psicoanálisis entrena la consciencia para poder recibir y contener la verdad que continuamente es producida por el inconsciente, en forma tal que este conocimiento pueda generar crecimiento mental y no tragedia”. “La verdad es a la mente lo que el alimento es al cuerpo”, ha expresado Bion, utilizando al aparato digestivo como modelo para comprender los mecanismos de la mente. El alimento, similar a los “hechos reales”, sigue tres caminos: i) es asimilado y transformado, tanto en energía como en crecimiento físico; ii) cuando la ingesta es excesiva, el alimento no utilizado se acumula como grasa, con el propósito de que pueda ser utilizada más tarde en caso de hambruna, como provisión en un momento de emergencia; iii) es expulsado como alimento no digerido a través de los emuntorios (orina, sudor, heces). Siguiendo a Bion, los “hechos reales”, al igual que los alimentos, pueden ser concebidos como materiales crudos o elementos beta, los cuales son percibidos mediante los órganos de los sentidos y que mentalmente también pueden seguir tres rutas: i) son digeridos por la función alfa y transformados en pensamientos creativos que facilitan el crecimiento mental; ii) al igual que las grasas, son acumulados en la memoria como pensamientos indigestos, elementos beta, o pensamientos salvajes a la espera por una mente que los digiera; iii) pueden ser expulsados a través de envoltorios mentales (órganos de los sentidos) mediante los sueños, mitos, alucinaciones o identificaciones proyectivas. Las alternativas (ii) y (iii) son resultado de una falla en la función alfa, la cual no es capaz de contener la siempre amenazante violencia de la verdad. En esta condición, la conciencia, o más precisamente la parte “psicótica de la personalidad” –como le llama Bion, o la “parte traumatizada”, como prefiero yo llamarle– bajo la influencia del principio del dolor-placer, experimenta la realidad como una amenaza. Tal amenaza induce la necesidad de usar mecanismos de defensa que actúen como mentiras para ocultar la consciencia de aquello que se presume sea una amenaza de la realidad. Hechos no digeridos son entonces almacenados en la memoria, algunos representando pensamientos silvestres que se repiten en forma continua y compulsiva hasta el momento en que una mente (función alfa), como la de un psicoanalista, sea capaz de darles un sentido.

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Similar a como una rueda asienta sobre un riel, la realidad toca solo un punto, el presente, mientras incesantemente fluye del pasado al futuro, al paso del río de Heráclito. Si la realidad representa un evento temporal circunscrito en un instante, podríamos entonces preguntarnos: ¿qué penumbra de circunstancias podrían haber implementado suficiente peso, como para cambiar aquello que pudo haber sido un instante pasajero en una persona, en algo permanente? Existen condiciones que por su propia naturaleza podrían romper el “escudo protector” de Freud y no ser contenidas por el rêverie materno, y que pudiesen inflamar para siempre al self, constituyendo una fuerza demoniaca a la cual Freud se refirió en 1915 como “la compulsión a la repetición”. Está compuesta de elementos beta utilizados como sustancias que estructuran sueños, fantasías, transferencias y contratransferencias o pensamientos silvestres eternamente a la espera de una mente que, al contenerles, les provea de una historia y de un significado verdadero que eventualmente impida que sean olvidados o reprimidos. En 1967, Bion sugirió:

La comparación hecha por Freud entre la investigación arqueológica y el psicoanálisis, hubiese sido de mucha ayuda si se hubiese considerado que exponemos evidencias no tanto de una civilización primitiva, si no de un primitivo desastre. El valor de la analogía es disminuido por cuanto en el análisis confrontamos, no tanto una situación estática que permita una investigación reposada, sino con una catástrofe que permanece vitalmente activa y al mismo tiempo, incapaz de una resolución hacia el reposo. [p. 101]

Siguiendo a Freud (1938) podríamos decir que la compulsión a la repetición repite con apremio lo que he llamado el “trauma pre-conceptual”, acontecido en los primeros años de la vida de todo ser humano, el cual es producto de la relación desigual que existe entre la indefensión del niño pequeño y el poder e ignorancia de sus padres. Sabemos que la repetición compulsiva reproduce estructuras emocionales características del pensamiento infantil, articuladas de acuerdo a la dinámica del trauma pre-conceptual, las cuales permanecen inconscientes, y que como dijo Freud, se repiten por no ser recordadas. He dicho con frecuencia, en otras publicaciones (López-Corvo, 2017, 2020) que el trauma pre-conceptual, el cual se repite continuamente en forma inconsciente, divide la mente en dos estados: el traumatizado y el no-traumatizado. El dominio del primero sobre el segundo, constituido según Bion por elementos beta, representa la continua actuación de la estructura psicopatológica o compulsión a la repetición. El estado no-traumatizado contiene a la función alfa, la cual digiere a los elementos beta y los transforma en elementos alfa, los cuales sirven para pensar, y no para actuar y fabricar identificaciones proyectivas, tal y como acontece con los elementos beta. La función alfa representa una apertura, una salida de la trampa edípica y del trauma pre-conceptual. Aunque la generalidad de los psicoanalistas está de acuerdo con estos planteamientos, la mayor discrepancia resulta en la dificultad de comprender cuál es el carburante que alimenta y mantiene la compulsión a la repetición.

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Durante el tratamiento de Emmy von N. (Baroness Fanny Moser), Freud comprendió que el uso de la hipnosis era inútil, por cuanto dejaba al paciente “fuera del tratamiento”, y por lo tanto representaba un proceso inadecuado. Freud observó que era contradictorio confrontar a Emmy con el material histórico que previamente había obtenido bajo hipnosis, por cuanto al cuestionarla insistentemente después de la hipnosis, “ella se iba enojando, se hacía muy hosca y le exigía que no insistiera” (Gay, 1988, p. 70).

Aun cuando el tomar la historia, diagnosticar y clasificar son importantes en psiquiatría y en la investigación psicológica, desde un punto de vista práctico estos parámetros tienen poco valor en la técnica psicoanalítica, por cuanto para el psicoanálisis lo más importante resulta ser la lectura del inconsciente. Bion por ejemplo aconsejaba que la escucha del psicoanalista sea realizada “sin memoria, sin deseo y sin comprensión”, para poder, de esta forma, asir intuitivamente con mayor precisión el contenido evasivo de lo inconsciente. Es importante mantener en mente que los psicoanalistas no analizamos personas sino mentes; en la misma forma que un neurocirujano opera cerebros. En ninguna forma estoy atacando la importancia de una clasificación diagnóstica, ni la historia clínica o las teorías sobre el desarrollo; mi interés es ante todo el enfatizar el peligro de ignorar que la mente del paciente resulta ser lo más importante durante el proceso psicoanalítico.

Otro aspecto a considerar es el proceso de integración como expresión del crecimiento mental (+Y). Nacemos con la mente totalmente fragmentada, pero en la medida en que crecemos se va integrando, tanto emocional como cognitivamente, para convertirnos en un in-dividuo (no-dividido). En otras palabras, el crecimiento mental constituye una consecuencia que resulta de la integración psíquica. Desde el punto de vista psicoanalítico, tenemos poco interés en la realidad externa, por cuanto en relación a ésta no podemos hacer nada, del fuera sólo nos interesan las identificaciones proyectivas e introyectivas; o utilizando la alegoría de la caverna de Platón, diríamos que nos interesa sólo el interior de la cueva y no la parte externa.

Siguiendo a Klein, el paso de la “posición esquizo-paranoide” a la “depresiva” requiere, entre otras cosas, de una transformación sucesiva desde la representación de “objetos parciales” a la representación de “objetos totales”. Cualquier condición que interfiera con este proceso natural de asimilaciones emocionales consecutivas –tales como el trauma pre-conceptual– resultará en la generación de reiteradas estructuras narcisistas poderosas, que perpetuarían la fragmentación intra-psíquica y obstaculizarían el proceso de integración mental. El psicoanálisis es, ante todo, un instrumento que cultiva el crecimiento y la integración positiva, en la medida que la verdad ontológica es sistemáticamente revelada. Sin embargo, lo opuesto de este proceso psicoanalítico puede también observarse en algunas situaciones, como por ejemplo cuando el terapeuta promueve la fragmentación, tal y como puede observarse en la obscura investigación de la “personalidad múltiple”, la cual pienso representa una actuación contratransferencial, a la que me he referido anteriormente como “fragmentación iatrogénica” (López-Corvo, 1995). En este desacuerdo, no estoy negando la existencia del síndrome de la personalidad múltiple, sólo intento presentar mi discrepancia en relación a su etiología. Pienso que este tipo de psicopatología con mucha frecuencia es inducido por el terapeuta, y podría ser similar a un paciente que llega a la emergencia de un hospital con una pierna fracturada, a quien, obviamente, el médico intentaría arreglar la fractura en forma tal que se pueda restaurar la funcionalidad previa. El médico jamás pretendería preservar la fractura indefinidamente, o más aún, no intentaría romper la pierna fracturada en más pedazos, ¡con el propósito de que el paciente se una a un circo para mostrar su recién adquirida flexibilidad! Anteriormente, sobre este aspecto, había expresado lo siguiente:

Desde la publicación de Las tres caras de Eva (Thigpen & Clekley, 1958) hemos observado con bastante frecuencia, a terapeutas presentando casos clínicos que muestran no sólo tres caras, sino hasta veinte y en algunos mucho más, como una forma de competencia por un mayor número de “personalidades” con diferentes nombres y posturas disímiles. He considerado que muchas de estas situaciones representan una actuación (acting-out) contratransferencial de los terapeutas hacia sus pacientes limítrofes, quienes mediante identificaciones proyectivas de tendencia exhibicionista, inducen en el terapeuta una necesidad en su contratransferencia, de actuar su contraparte voyerista, generando en esta forma el ciclo vicioso de una colusión perversa: “mientras mayor sea el interés del terapeuta sobre la disociación de estos pacientes, mayor será el número de personalidades que los pacientes, con mucho entusiasmo, estarían dispuestos de proveer al terapeuta, y mientras mayor sea el interés de éste, mayor será la fragmentación; y así indefinidamente. [López-Corvo, 1995, pp. 58-59]

Como recientemente lo he expresado, nacemos con la psiquis fragmentada en pedazos, a la espera de una mente capaz de integrarlos constructivamente, como una expresión de crecimiento mental; sería algo similar a lo que podemos observar en la narrativa de un sueño, donde todos los caracteres presentes representan los elementos internos desarticulados del soñante. Si tal estado de integración no es alcanzado, la fragmentación podría convertirse en una tendencia, o quizás aun, tornarse –junto a las identificaciones proyectivas e introspectivas– en la principal defensa del yo para manejar la ansiedad. Sin embargo, concebir a la mente estructurada como los pedazos de un rompecabezas, que se mantienen unidos debido a la capacidad gerencial del yo, podría experimentarse como algo amenazante, aun en personas dentro del campo del psicoanálisis. Una consecuencia podría ser el negar totalmente la naturaleza fragmentada de la mente e intentar lidiar con objetos totales en lugar de parciales. Por ejemplo, en relación al complejo de Edipo, los caracteres presentes podrían ser concebidos como individuos u objetos totales del mundo externo, en lugar de objetos parciales intrapsíquicos. Una vez que el complejo de Edipo represente una verdadera interacción entre personas totales, el conflicto propio del drama inconsciente estaría ya resuelto. Por el contrario, el complejo de Edipo, en su verdadera estructura inconsciente, se encuentra constituido por relaciones narcisistas entre objetos parciales intrapsíquicos que configuran el centro de la fantasía edípica inconsciente todavía no resuelta, diferente de la concepción de un Edipo estructurado por personas reales u objetos totales.

1. Nóumeno proviene del griego νοουµενον, participio pasivo de νοειν, derivado de νουσ = mente, y que significa “darse cuenta”. Fenómeno a su vez, deriva del griego φαινοµενον lo cual significa “lo que se ve o aparece”, o un hecho observable o conocido a través de los sentidos en lugar de la intuición.

2. Grotstein (2004) se ha referido a la posible existencia de un “instinto de la verdad” (comunicación personal).

Pensamientos salvajes en busca de un pensador

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