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QUÉ ES Y A DÓNDE NOS
LLEVA EL DOLOR

Cuando hablamos de dolor, tal vez, aglutinamos en una sola palabra o en un concepto un mundo amplio y complejo de sensaciones.

Para empezar a comprender esta observación basta con clasificarlo de la manera más elemental: agudo y crónico. Parece insuficiente pero con rapidez desterraremos un criterio tan simplista si tenemos en cuenta que un dolor es solamente una parte de la enfermedad o de cómo se manifiesta la misma y podemos llegar a considerarlo como un dolor amigo que nos avisa de circunstancias anómalas, es una alarma que se enciende para indicarnos que algo no funciona bien. Basta con tratar, en la mayoría de los casos, la enfermedad y se suspende o reduce el dolor. En este primer caso los tratamientos analgésicos pasan a ocupar un segundo lugar, es más, pueden estar contraindicados ya que el dolor como síntoma puede ayudar a diagnosticar la enfermedad.

Por el contrario, un dolor crónico mantenido durante mucho tiempo y del que conocemos la causa que lo produce cabe pensar que es un dolor inútil por cuanto no cumple ninguna función biológica y deteriora progresivamente la resistencia y la integridad del paciente.

En este segundo caso los tratamientos analgésicos y/o quirúrgicos pasan a ocupar un primer plano, aunque no solos, y es imprescindible asociarlos a otros grupos farmacológicos: antidepresivos, ansiolíticos, antipsicóticos, etc... porque un síntoma, como es el dolor, pasa a convertirse en una auténtica enfermedad y de ser una sensación se transforma en una percepción desencadenada por multitud de circunstancias, endógenas y/o exógenas, que modifican la intensidad del mismo; así pues, problemas económicos, sociales, familiares, religiosos y otros más modifican su umbral.

A estos pacientes la intensidad de su dolor puede llevarlos a la desesperación, a padecer trastornos depresivos y desear la muerte, pero con un tratamiento adecuado se invierte el proceso y pacientes que sin tratamiento no desean vivir recuperan el confort, el deseo de poder ser de nuevo útiles a su sociedad o la “sociedad en general”. El conocimiento de estas circunstancias unido a la sensibilidad de muchos profesionales ha sido la semilla de las Unidades de Dolor, dedicadas por entero al estudio, investigación, tratamiento y difusión de los medios para controlarlo.

Nos encontramos inmersos en una sociedad que muchos autores califican de hedonista, donde el culto al cuerpo, la anulación del sufrimiento y la búsqueda de la felicidad son los más altos imperativos y esto podría llevarnos a pensar, tal vez equivocadamente, que nos apartamos del fin principal y último del hombre que sería la búsqueda de Dios, incluso a través del sufrimiento; sin embargo, cabe preguntarse si el dolor es necesario y si el médico y las Instituciones Sanitarias tienen la obligación de aportar medios económicos y humanos para su remedio. Sabemos que en dolor crónico no es posible la curación en la mayoría de ocasiones pero no cuestiona poder o no poder sanar al enfermo, ni siquiera la posibilidad de evitar una muerte inminente sino el hecho de que el dolor, el sufrimiento físico y psíquico que experimentan algunas personas, son un daño a un bien jurídicamente protegido como es la vida y que ese daño puede evitarse. El dolor por tremendo que sea puede mitigarse y aún suprimirse atendiendo al actual grado de desarrollo de la ciencia médica.

Las Instituciones Sanitarias, gerencia y direcciones médica y de enfermería desde octubre de 2.000 han apoyado abierta y decididamente el desarrollo de la Unidad para Tratamiento y estudio del Dolor de este Hospital Universitario dotándolo de más medios humanos y económicos con lo que se ha logrado catapultarnos al nivel de otras clínicas del dolor de primer orden del resto de la nación.

Los objetivos que todos nos propusimos han sido ampliamente cubiertos teniendo siempre presente nuestros compromisos hipocráticos plasmados en el código ético del Colegio de Médicos que en su declaración de principios señala claramente: “Los principios éticos que gobiernan la conducta de los médicos, los obliga a defender al ser humano ante el dolor, el sufrimiento y la muerte sin discriminación de ninguna índole”.

Deseamos seguir avanzando en la línea emprendida y también marcarnos nuevos objetivos. Como fruto de esta opinión nace el imperativo de divulgar la existencia de este servicio que presta la sanidad pública ya que son muchos los pacientes y familiares de los mismos que desconocen, aún, nuestra existencia y de otros muchos que, desgraciadamente, siguen pensando que el dolor es algo necesario y su padecimiento, inevitable.

Deseamos firmemente que estos tratamientos puedan llegar a todos los ciudadanos dando con ello cumplida respuesta a la demanda actual del SAS de acercar la medicina al ciudadano y hacerla más humana.

Córdoba, abril 2.004.

Reflexiones de otoño

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