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ACEADE

El día 5 de junio de este año fui invitado a participar en la reunión anual que celebran los enfermos de espondilitis, convivir con ellos y tener la posibilidad de conocer más de cerca su asociación.

Entre los actos previstos figuraban sendas conferencias sobre el conocimiento del dolor y los aspectos psicológicos del mismo.

Al término del acto académico disfrutamos de un aperitivo seguido de almuerzo y una larga sobremesa durante la cual fue posible mantener un diálogo de manera larga y distendida con muchos de estos enfermos.

Debo decir que un acto de convivencia a donde había sido invitado para hablar de dolor y exponer mis criterios sobre el mismo, dicho de otra manera, como profesor, salí como alumno donde los profesores estaban sentados delante de mí y de los cuales aprendí muchas cosas, tantas que algunas de ellas debo expresarlas abiertamente porque considero que la sociedad en general debe conocer este tipo de grupos donde coexisten el dolor con la alegría, la deformación con la esperanza y todo ello con una gran generosidad.

¡Permítanme que les cuente alguna de estas experiencias!

En conversación con uno de estos paciente, deformado y dolorido, y no hablo de cualquier tipo de deformación y/o dolor, sino de muy deformado y muy dolorido, me confesaba que cuando el dolor era tan gran que le daban ganas de gritar se ponía a cantar y de esa manera aprovechaba el tiempo y también cambiaba una cosa desagradable como es el grito por otra más agradable como es el canto y así con su dolor podría ayudar a los demás. Me acordé de Schubert y de algo que leí hace tiempo de él: cuando pretendo cantar al amor, mi canto se transforma en pesar; pero cuando canto sobre mis penas, este canto se transforma en amor. No me cabe la más mínima duda, querido amigo, que tu canto es un canto de amor y aún estoy más seguro de ello cuando recuerdo la sonrisa con que me lo contabas.

Una chica, posiblemente no más de treinta años, me hizo una pregunta sobre dolor y otro tipo de consideraciones espirituales que pueden acompañarlo. Una chica joven, rota por esta cruel enfermedad y con otra, igual de grave, con una sonrisa me confesaba que ya había renunciado a la esperanza de una vida esplendorosa aniquilada por su enfermedad pero a continuación me comentaba la enorme fortuna que aporta el amor de sus compañeros y de su asociación, y cómo la amistad le había ayudado a superar la amenaza de un cuerpo roto. También de lo importante que es en la vida el entusiasmo por la belleza y el ansia de ser útiles a los demás.

Hoy día cuando el hedonismo ha desplazado casi todos los valores y se ha convertido en camino y meta única de nuestras vidas, asistir a una reunión de esta categoría ha supuesto para mí una lección digna de tener en cuenta y repasar con frecuencia para no olvidarla. Hoy día se vive como si la muerte no existiera y donde es absolutamente necesario desterrar el dolor y el sufrimiento, cuando verdaderamente son tan necesarios para poder crecer en ellos. Dieron una magnífica lección de cómo a través de su dolor y deformación pueden dar testimonio de entrega y deseo de ayuda a otros para, entre todos, encontrar el camino de la superación.

En un momento de la “charla” les hablé de la especial connotación de la noche y la soledad, pero ellos han sustituido la soledad por su voluntad de apoyo mutuo y por Su Asociación.

Son gentes fuertes, deformadas por la enfermedad, pero con una solidez espiritual a toda prueba. Son gentes que llevan marcado en su cuerpo el dolor y el sufrimiento pero no han perdido su sonrisa. Son gentes que, posiblemente, tengan momentos de desánimo pero que son capaces de mirar hacia su Asociación y sacar de ella fuerzas de flaqueza.

Sobresaliente para todos. Ánimo y hasta siempre.

Córdoba, septiembre 2.004.

Reflexiones de otoño

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