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INSOMNIO

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El interrogatorio que un médico hace al paciente siempre ha sido considerado de suma importancia al poder extraerse respuestas que ayudan al diagnóstico y también al tratamiento. Comentamos con cierta frecuencia que dicho interrogatorio nos puede aportar tal cúmulo de información que nos llevaría al diagnóstico sin el uso de otros medios. Es cierto que contamos con recursos técnicos para poder diagnosticar muchas enfermedades, pero el interrogatorio, tú a tú, sigue siendo un arma de alta eficacia en el diagnóstico y además nos lleva a crear un clima de acercamiento y relación médico—enfermo imprescindible en el ulterior desarrollo de nuestra relación y comprensión por parte del mismo.

Este clima de confianza hace que su entrega hacia nosotros sea casi total y aporta la naturalidad y la frescura de una conversación más desinhibida donde aparecen detalles y manifestaciones mímicas, orales y manuales, que enriquecen el conocimiento que necesita tener un médico para el ejercicio de su labor.

Gracias a esta empatía que se consigue desarrollar estamos en condiciones de conocer y valorar algunos síntomas que por su particular dificultad nos causan preocupación y que tenemos el deber de solucionar.

Todo síntoma, toda nueva experiencia que un proceso patológico pueda aportar al paciente debe ser tenido en cuenta, pero al lado de síntomas comunes fácilmente identificables, existen otros de mayor calado con otro grado de dificultad, y para su interpretación es necesario valorar la intensidad del mismo y no dejarnos llevar por una apreciación errónea.

Para intentar hacernos comprender la intensidad de alguno de estos síntomas se utilizan expresiones tan desgarradoras que quedan grabadas en nuestro consciente como si de una impronta de fuego se tratara por el dolor y la desesperación que cargan en los mismos. El dolor crónico lo manifiestan con rabia pero la ausencia de sueño, el total INSOMNIO, lo expresan con desesperación y angustia mientras arrastran todas y cada una de las letras hasta hacer interminable la palabra con un gesto, no disimulado, de mostrarnos cuanto es su sufrimiento: ¡No duermo! Llevo seis días sin dormir... llevo un mes sin dormir... ya he olvidado desde cuándo no duermo.

Todos hemos pasado, alguna vez, una noche en vela sin poder conciliar el sueño y se recuerda como algo interminable, casi infinito. Esta circunstancia unida al “no duermo”, han determinado en mí la necesidad de conocer de manera más sutil esa circunstancia que tanto angustia a muchos de estos pacientes, introducirme en la piel de esa persona que me mira a los ojos, comprenderlo mejor a él y la repercusión de su padecimiento pero cuanto más lo intento más complejo lo veo.

El conocimiento es difícil porque el médico que intenta semejante valoración no padece esa enfermedad cruel que le arrebatará la vida, ni su dolor, ni su desesperación ni tantos problemas como posiblemente él cree que dejará aparcados sin posible solución; a pesar de todo, es necesario seguir buscando respuestas.

Debe ser terrible no poder dormir, rodeado de una oscuridad absoluta, como la negra muerte o, en el mejor de los casos, ver cómo la luz de las estrellas tiñen de azul y plata el marco de la ventana. Mirar la noche con los ojos abiertos, increíblemente abiertos, y vigilar a tu alrededor con mirada trémula la posible aparición de espectros con formas ridículas... y sudar. ¡Pasan las horas tan lentamente...! Miras a tu alrededor, una y otra vez, y solo contemplas las imágenes de tus más negros pensamientos. ¡Por favor, que llegue el alba! Es una nueva vida. Que acuda a mí la mañana aunque sea consciente de que la sucederá una nueva noche, pero esta... ya habrá terminado. Y repetir de nuevo ¡Por favor que llegue ya la mañana y que comience para mí una nueva esperanza! ¡Por favor! ¡Por favor! Suplica incesantemente mientras se dirige a no sé quién. ¡Que venga la mañana! Aunque es posible que no llegue porque ya se oye un murmullo lejano que llega de la otra orilla.

Y ya, casi en un susurro... ¡por favor que llegue el alba!

He pensado mucho en el sueño, creo que con las yemas de mis dedos he llegado casi a rozarlo, aunque tengo la duda, tal vez la convicción de no haber llegado aún a comprender en su total intensidad este sufrimiento.

No puedo dejar de pensar en Hipócrates y en una de las máximas de su escuela de Medicina: DIVINUM OPUS EST, SEDARE DOLOREM. Calmar el dolor es obra divina. Hacer dormir, también.

Córdoba, agosto 2.004.

Reflexiones de otoño

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