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CAPÍTULO III EL VIEJO FUNCIONARIADO

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La maquinaria de la destrucción estaba formada tanto por organizaciones longevas como por otras de nuevo cuño. La mayoría eran antiguas. El sector tradicional era cuna de la mayoría de los altos funcionarios, del personal ordinario y, en general, de los culpables del genocidio. A ese sector pertenecían los ministerios preexistentes, ocupados por funcionarios y compuestos de sistemas colosales, como la Policía del Orden, que de manera conspicua vigilaban las calles urbanas y las zonas rurales, o el ferrocarril alemán, con su densa red de estaciones por toda Alemania. Los nazis no hicieron una purga general en esos ministerios; los chupatintas continuaron en su puesto y siguieron con su labor diaria. También a esta clase pertenecía el ejército. Las tropas se estaban expandiendo febrilmente en preparación para la guerra, mientras que los oficiales escalaban en rango para comandar unidades cada vez mayores. Y, por último, el viejo aparato también incluía las empresas, que eran más bien autónomas y fueron creciendo en tamaño a medida que pasaron de la infrautilización hasta la máxima producción, dejando atrás el paro generalizado hasta sufrir una severa escasez de mano de obra.

Los funcionarios de todas estas jerarquías también aceleraron e intensificaron su actividad contra los judíos. A veces lo hacían en Berlín, puliendo decretos, redactando contratos discriminatorios o acordando la deportación sucesiva de diversos grupos de víctimas. Y a veces operaban sobre el terreno, donde se realizaban las ejecuciones. Es el caso de los miembros de la Policía del Orden que participaban en los fusilamientos, o los ferroviarios que conducían los trenes llenos de judíos hasta las puertas de cada campo. Estuvieran al mando o en un cargo subalterno, en una oficina o al aire libre, cuando llegaba la hora todos cumplían su deber con la máxima eficiencia de la que podían hacer acopio.

Lutz Graf Schwerin von Krosigk fue uno de ellos. Nacido en 1887, estudió Derecho en varias universidades, incluida la de Oxford, donde recibió la beca Rhodes. Durante la Primera Guerra Mundial, en la que perdió a dos hermanos, sirvió en el frente y se ganó la Cruz de Hierro de primera clase. Después de la contienda fue escalando dentro del Ministerio de Finanzas. Llegó a ministro en 1932 con el canciller Franz von Papen y conservó el cargo con los sucesores de este: Kurt von Schleicher y Adolf Hitler. Su vida privada era la de un hombre sencillo, con un matrimonio estable y nueve hijos. Como ministro, tenía a su cargo una máquina burocrática financiera de ciento cincuenta mil personas. Sin asamblea legislativa, su Ministerio fijaba e imponía impuestos, tomaba dinero prestado en nombre del Reich y asignaba los fondos públicos a organizaciones civiles y a las fuerzas armadas. El Ministerio también recaudaba impuestos adicionales de los judíos, incluido el gravamen impuesto en 1938, y confiscaba los bienes que dejaban los emigrados y deportados, en virtud de decretos cofirmados por Von Krosigk. Una vez concluida la guerra, fue juzgado por un tribunal norteamericano en Núremberg, donde explicó que nunca se había considerado a sí mismo un político, sino un funcionario, y que, como tal, ten- dría que trabajar siempre por Alemania. El tribunal lo condenó a diez años de cárcel, pero el Alto Comisionado de Estados Unidos ordenó su liberación el 31 de enero de 1951. Von Krosigk se retiró para escribir varios libros y murió veintiséis años más tarde, en 1977.1

Franz Schlegelberger era uno de los funcionarios de mayor edad. Nació en 1875, se licenció en Derecho en 1899, aprobó una oposición de grado superior y trabajó como juez en tribunales locales de Prusia Oriental, de donde era oriundo. Luego trabajó como juez auxiliar en un tribunal de apelaciones de Berlín y entró en el Ministerio de Justicia, donde escribió tratados sobre derecho y fue escalando en la jerarquía hasta convertirse en secretario de Estado, el cargo justo por debajo del de Franz Gürtner, ministro de Justicia. En 1938 se le informó que Hitler esperaba su ingreso en el Partido Nazi, al que se afilió sin dudas aparentes. Cuando Gürtner murió en 1941, Schlegelberger se convirtió en ministro de Justicia en funciones.

El Ministerio de Justicia expulsó a los judíos de la abogacía y procuró reducir sus derechos en los juzgados. Cuando Schlegelberger llegó a la cumbre, se estaba estudiando la «solución final a la cuestión judía». Participó en debates sobre la engorrosa cuestión de los matrimonios mixtos, oponiéndose a la disolución forzada de los mismos como hizo el Ministerio de Propaganda, cuyos representantes eran expertos en cuestiones de delicadeza. En cuanto al debate similar sobre los medio judíos no practicantes ni casados con judíos, sugirió un pacto entre los partidarios de la deportación y aquellos que abogaban por el statu quo, según el cual esas personas solo tendrían que recibir una serie limitada de restricciones. Schlegelberger proponía esterilizar a los medio judíos que siguieran solteros y no fueran practicantes. Al final no se optó ni por los divorcios ni por la esterilización, y no se hizo nada más.

Como ministro en funciones, Schlegelberger también tuvo que lidiar con un caso de un judío de setenta y cuatro años de la región polaca anexionada de la Alta Silesia que había sido condenado a dos años y medio de cárcel por acopiar sesenta y cinco mil huevos en un calero. Ya se habían echado a perder unos quince mil. Cuando Hitler leyó la noticia en el Berliner Illustrierte, informó a Schlegelberger a través de la Cancillería del Reich de que quería que se ejecutara al culpable: Markus Luftglas. La intervención del Führer no era la primera de esta clase, y tres días después de la comunicación de la Cancillería del Reich, Schlegelberger comunicó que se había entregado a Luftglas a la Gestapo para su ejecución.

Schlegelberger se retiró cuando llevaba un año y medio como ministro de Justicia en funciones y recibió un obsequio de cien mil marcos imperiales de Hitler. En 1944 le dieron permiso para comprar una finca. Era un favor especial, porque no era agricultor de profesión.

Igual que Schwerin von Krosigk, Schlegelberger fue acusado por un tribunal norteamericano en Núremberg. En su alegato final, dijo sentir tristeza por que se le hubiera recompensado por sus denodados esfuerzos en favor de la justicia por ese momento de vergüenza y miseria. Los jueces norteamericanos lo condenaron a cadena perpetua, pues empatizaban con los acusados que también habían sido jueces y que se habían mancillado con la administración de la ley. Schlegelberger salió con la condicional por motivos de salud en 1951. Murió en 1970.2

Herbert Kuhnemann, nacido en 1899, fue otro abogado y joven juez. Se incorporó al Ministerio de Justicia en 1932 como ministerialrat, un cargo relativamente alto para su edad. El 29 de mayo de 1941, presidió una conferencia de representantes del sector público e industrial para hablar de la eliminación de los nombres de empresas judías adquiridas por alemanes. Kuhnemann quería que también se sustituyeran los nombres para que la antigua presencia de los judíos en la economía cayera en el olvido. Los representantes de las empresas no querían renunciar a los viejos nombres, porque los logos y membretes eran un valioso intangible. Solo la Cancillería del Partido estaba a favor de la idea. Kuhnemann perdió esta batalla, pero se ganó una puerta giratoria en la posguerra: en los cincuenta y los sesenta presidió la oficina de patentes alemana.3

El teniente general Adolf Herrgott comandaba los campos de prisioneros de guerra del Gobierno General. Su puesto estaba reservado para oficiales de mayor edad, y no cabe duda de que Herrgott ya no estaba en la flor de la vida. Nacido en 1872, había sido teniente coronel en la Primera Guerra Mundial y había ganado la medalla alemana de mayor valor que por entonces se entregaba a los oficiales: la condecoración Pour le Mérite. Su camino y el del ejército se separaron en 1923, pero fue llamado a filas otra vez en 1939. Durante la campaña contra la URSS iniciada en 1941 se tomaron presos a millones de soviéticos. Muchos de ellos pasaron por los campos de Herrgott, donde la cifra de fallecidos debió de alcanzar los seis dígitos. Los presos judíos no sobrevivían bajo ninguna circunstancia; los que eran identificados como tales eran fusilados por los miembros de las SS y de la Policía. Herrgott vivió hasta superar con creces los ochenta. Murió en el olvido en 1957.4

Mucho más destacado fue el rol en las actividades antijudías del general de infantería Otto von Stülpnagel. Igual que Herrgott, era un oficial de avanzada edad. Nacido en 1878, se retiró dos veces antes de la Segunda Guerra Mundial y se reincorporó al ejército en 1939. Primero fue subcomandante de una unidad. Luego, entre octubre de 1940 y febrero de 1942, sirvió como comandante militar en Francia. En París aprobó ordenanzas para incorporar fideicomisarios gentiles a las empresas judías, confiscar radios en posesión judía e imponer multas. En los albores de la solución final, el 13 de octubre de 1941, el ministro para los Territorios Ocupados (Soviéticos) del Este, Alfred Rosenberg, mencionó en una conversación con el gobernador general de Polonia, Hans Frank, que la administración militar de Francia ya se había puesto en contacto con él para expresar su deseo de trasladar la población judía de la Francia ocupada a las regiones recién conquistadas de la URSS. Apenas dos meses más tarde, en el momento en que se imponía la multa, Von Stülpnagel escribió al intendente general Eduard Wagner para pedirle permiso para deportar a mil judíos hacia el este. Hitler lo aceptó y así quedó inaugurado el programa de deportaciones en Francia. Tras la guerra, Von Stülpnagel estuvo preso en una cárcel de París hasta que se suicidó.5

Una de las mayores empresas de Alemania era el conglomerado químico I. G. Farben, que fabricaba fármacos, equipamiento fotográfico y otros muchos productos, incluido caucho artificial. Tenía docenas de plantas, una de ellas en Leuna. El ingeniero jefe de esa planta en 1932 era el doctor Walter Durrfeld, un hombre ambicioso y consumido por su trabajo que se afilió al partido en 1937. En 1941, cuando I. G. Farben estaba buscando un emplazamiento para erigir una nueva planta cerca del lugar de extracción de materias primas y de la mano de obra, se encargó a Durrfeld la construcción de la estructura. La ubicación elegida fue Auschwitz, dentro del recinto industrial del campo de concentración. Durrfeld dirigió durante varios años la fábrica. Los presos que trabajaban en la construcción y en las minas de I. G. Auschwitz morían a millares. Cuando se juzgó a Durrfeld en Núremberg después de la guerra, dijo al tribunal que había supervisado la labor de treinta mil personas, incluyendo empleados y presos, en una planta de veinticinco kilómetros cuadrados. No podía estar en todas partes a la vez. Sin embargo, el tribunal lo condenó a ocho años, reconociendo que, estuviera donde estuviera dentro de la planta, toda ella seguía siendo Auschwitz.6

La empresa familiar J. A. Topf und Söhne, fabricante de hornos, era mucho más pequeña que I. G. Farben. Solo tenía unos mil empleados. Uno de ellos era Kurt Prüfer, jefe de la división de incineración. La trayectoria de Prüfer salió a la luz gracias al investigador francés Jean-Paul Pressac y a su proyecto de investigación sobre la historia de la construcción de las cámaras de incineración y de gas en Auschwitz. Nacido en 1891, Prüfer recibió una educación técnica y estudió algo de ingeniería civil. Llegó a Topf en 1911. Entonces se fue a combatir en la Primera Guerra Mundial como sargento, se formó durante un año más como ingeniero y se reincorporó a la empresa en 1920. Pese al riesgo de perder el trabajo cuando la depresión económica de 1930 acabó con buena parte del negocio de Topf, salió adelante y acabó siendo reconocido como un ingeniero muy ducho en materia de incineración. Cuando Hitler llegó al poder, se construyeron crematorios Topf en los campos de concentración de Buchenwald, Mauthausen-Gusen y Auschwitz. Prüfer viajó a Auschwitz en repetidas ocasiones. Allí tuvo contacto con la oficina a cargo de las construcciones de las SS y entabló una estrecha relación comercial con su cliente. Cuando hizo su primera visita en octubre de 1941, por la que Prüfer recibió una comisión, los crematorios solo eran para los presos que morían de enfermedad, frío o hambre. Pero a partir de agosto de 1942 Prüfer estuvo consultando con las SS en Auschwitz para construir cuatro crematorios equipados con cámaras de gas. Durante esas conversaciones hizo varias sugerencias para mejorar la eficiencia del exterminio. En enero, febrero y marzo de 1943 volvió a Auschwitz, en esa ocasión para comentar algún problema, pues las instalaciones estaban terminadas. La sede central de Topf en Erfurt cayó en manos de las tropas estadounidenses el 8 de mayo de 1945. Prüfer fue arrestado y uno de los propietarios, Ludwig Topf Jr., se suicidó el 31 de mayo. Pero Prüfer fue puesto en libertad y siguió trabajando incluso después de que los soviéticos se apoderaran de Erfurt, pues estaba en su zona de la partición. Al final, las autoridades soviéticas lo detuvieron en marzo de 1946 y, a partir de ese momento, su pista se desvanece.7

Max Montua era agente de policía e hijo de un granjero. Nació en 1886 y luchó en el frente en la Primera Guerra Mundial, labrándose luego un futuro en la Policía del Orden. Allí le fue tan bien que se convirtió en general de brigada en 1943. Ese año también se le consideró brevemente para comandar formaciones alemanas antipartisanas tras las líneas del sector central del frente oriental, aunque se le descartó solo por motivos de edad. Montua había comandado el regimiento de la Policía del Orden asignado al Grupo de Ejércitos Centro desde el comienzo de la invasión de la URSS. Su regimento actuaba como refuerzo, o bien de unidades militares que combatieran contra focos de tropas soviéticas o partisanas, o bien de destacamentos de los Einsatzgruppen de la Policía de Seguridad que estaban ejecutando judíos.

El 11 de julio de 1941, apenas tres semanas después del inicio de la campaña, cuando la misión de los Einsatzgruppen aún no se había definido del todo, Montua informó a sus comandantes de batallón de una orden del máximo responsable de las SS y de la Policía. La instrucción, remitida desde la retaguardia del Grupo de Ejércitos Centro, ordenaba ejecutar de inmediato a todos los hombres judíos de diecisiete a cuarenta y cinco años por «saqueadores». Montua también especificó que los fusilamientos debían tener lugar en lugares apartados y las fosas se debían tapar de modo que no pudieran ser lugares de peregrinaje. Prohibió fotografiar las ejecuciones y ordenó a su batallón y a los comandantes de la compañía que tuvieran especial cuidado con las necesidades psíquicas de los hombres consagrados a esas acciones. Se tenían que organi- zar veladas de camaradería para que lo visto durante el día no hiciera mella. Además, la necesidad política de esas medidas se tenía que recalcar continuamente a los hombres.8

Pero el teniente de la Policía del Orden Alois Häfele no precisaba explicaciones. Nacido en 1893 e hijo de un trabajador agrícola, Häfele solo se sacó la primaria. Su madre había muerto y la situación económica de la familia era precaria. En 1913 se unió a la marina y durante la Primera Guerra Mundial tomó parte en la batalla naval de Skagerrak a bordo de un crucero. Cuando la guerra terminó, se le dio de baja del ejército galardonándole con la Cruz de Hierro de segunda clase. Tras un breve periodo como aprendiz de panadero, se incorporó a la policía de delitos económicos. Su vida se volvió más estable. Se casó en 1922 y tuvo dos hijas. Durante muchos años estuvo destinado a una comisaría de Karlsruhe, donde fue ascendiendo poco a poco de rango hasta su traslado a Friburgo en 1937. Al año siguiente participó en la marcha a Austria y en 1939 fue a la ciudad polaca de Łódź, situada en territorio anexionado. En esa ciudad se creó un gueto importante, igual que se crearon muchos más en pequeñas ciudades de los alrededores.

A finales de 1941, el máximo responsable de las SS y de la Policía en la región de Wartheland creó un campo de exterminio en el pueblo de Kulmhof (Chełmno), donde se acabaría con la vida de más de ciento cincuenta mil víctimas judías y varios miles de gitanos. El campo estuvo operativo desde diciembre de ese año hasta finales de verano de 1942. Luego reabrió sus puertas brevemente en 1944. Entre 1941 y 1942 los judíos eran llevados a un «castillo» al que llegaban furgones para gasearlos.

Häfele llegó a Kulmhof desde Łódź con un destacamento de la Policía del Orden el 22 de enero de 1942, poco después de que el campo hubiera empezado a funcionar. En total, gestionaban Kulmhof entre diez y quince miembros de la Policía de Seguridad y unos ochenta de la Policía del Orden. Los hombres de la Policía del Orden trabajaban en un punto de reunión al que llegaban los judíos, en el castillo, y también como guardias de los trenes. En el castillo solía haber entre nueve y doce efectivos de la Policía del Orden, la mitad de los cuales servían durante un turno de veinticuatro horas y, luego, disfrutaban de veinticuatro horas de permiso. También había siete presos polacos y sesenta judíos, si no más, que descargaban los cadáveres de los furgones. Y había otros veinte en el castillo con los tobillos amarrados. A los polacos se les permitía tomar mujeres judías durante la noche; los alemanes recibían una buena paga y extraoficialmente podían apropiarse de algunos bienes judíos. En el castillo, Häfele se hizo con un par de relojes.

El trabajo de Häfele consistía en recibir a los judíos en el castillo y llevarlos hasta uno de los furgones. Solía sonreír con afabilidad y en ocasiones ayudaba a los mayores y los niños. Cuando alguien se demoraba, gritaba desde la planta baja a la bodega para que se dieran prisa reuniendo a las víctimas. Según algunos testimonios, mató con sus propias manos a unos cuantos. Aunque trabajaba con ganas, e incluso con ahínco, pidió el traslado en otoño de 1942. Como le denegaron la solicitud, se quedó mientras se liquidaba la primera fase y se borraba todo rastro de la operación. En 1943 tuvo que irse a Karlsruhe, donde habló con un viejo superior al que le dijo que uno terminaba por habituarse a Kulmhof. Jovencitos o jovencitas, eran todos iguales... era como pisar un escarabajo. Al decirlo, parece que Häfele hizo un movimiento con el pie raspando el suelo.9

Quizás sea propio de hombres menos instruidos como Alois Häfele expresar la verdad con mayor franqueza que los intelectuales. Se había acostumbrado a su deber, como se habían acostumbrado los otros ochenta policías en Kulmhof a los que se había traído desde las comisarías de ciudades alemanas. Y como se habían acostumbrado Montua, Prüfer, Dürrfeld, Otto von Stülpnagel, Herrgott, Kuhnemann, Schlegelberger y Schwerin von Krosigk. Cada uno seguía su camino, la mayoría tenían familia. Y tanto si su labor contra los judíos fue transitoria como si fue prolongada, periférica o drástica, no se inhibieron.

Con el fin del régimen nazi el 8 de mayo de 1945, llegó la ansiedad. Pero para la mayoría de estos burócratas fue una crisis pasajera. Los funcionarios no estaban seguros de que pudieran seguir trabajando en su puesto bajo la ocupación aliada o de que pudieran seguir en la función pública. No sabían ni si se descubrirían sus crímenes. La mayoría de ellos sobrevivió a esa etapa vital sin grandes contratiempos. A fin de cuentas, no habían asesinado gratuitamente. Fuera lo que fuera lo que hubieran hecho, para la mayoría de ellos no era más que una pequeña parte de su actividad diaria. Para unos pocos que reconstruyeron e impulsaron su trayectoria profesional o empresarial, la guerra fue un paréntesis relativamente menor, aunque significativo, de su papel en la historia de Alemania. No era algo para comentar en público, ni mucho menos algo que hubiera que transmitir a los hijos. Al fin y al cabo, la nueva generación tampoco habría entendido aquella época.

Ejecutores, víctimas y testigos

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