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CAPÍTULO IV CARNE NUEVA
ОглавлениеCon el nazismo aparecieron dos tipos de hombres nuevos: los del partido y los nuevos alemanes. Y todos querían su pedazo del pastel. De las dos categorías, los miembros del Partido Nazi partían con ventaja, sobre todo los que se habían afiliado antes de 1933. Los nuevos alemanes eran los austriacos, los alemanes de los Sudetes y los alemanes étnicos que pasaron a formar parte del Reich de resultas de anexiones, conquistas y migraciones posteriores a la llegada de Hitler al poder.
El partido empezó siendo pequeño, pero siempre fue muy heterogéneo. De los quince hombres que marcharon con Hitler en el frustrado golpe de Estado muniqués del 9 de noviembre de 1923 y que murieron en la reyerta, cuatro eran empresarios; tres, cajeros; dos, ingenieros; y el resto eran un juez, un capitán retirado, un herrero, un fabricante de sombreros, un maître y un criado.1
Para financiarse, el partido dependía de las cuotas de sus miembros, la mayoría de los cuales vivían modestamente, y de las donaciones de afiliados y simpatizantes pudientes. El partido también contaba con algunos negocios propios, pero los ingresos no bastaban para mantener un gran aparato. A principios de los treinta, cuando la formación ya se había expandido y había fundado múltiples oficinas, seguía sin poder reemplazar, y menos aún duplicar, la prevalente estructura de poder. La penetración de los organismos estatales era limitada, incluso después de 1933. Las purgas en la administración pública fueron demasiado simbólicas como para crear muchas vacantes. Como es obvio, algunos de los más altos cargos estaban copados por hombres del NSDAP. El Ministerio del Interior se puso en manos de Wilhelm Frick, el Ministerio de Economía se concedió algo más tarde a Walter Funk y Asuntos Exteriores acabó bajo la tutela de Joachim von Ribbentrop. Pero relativamente pocos de los cargos que solían ocupar los altos funcionarios podían acabar en manos de hombres del partido, incluso cuando se abrían ventanas de oportunidad a raíz del desgaste. A fin de cuentas, los hombres de los escalones inferiores y medios de la burocracia también tenían que poder aspirar al ascenso. Así pues, la Policía del Orden era encabezada por Kurt Daluege, que pertenecía al partido, pero todos los demás generales del cuerpo habían hecho carrera. Los sectores militar y empresarial eran especialmente inhóspitos para los protegidos del partido que no poseían preparación ni experiencia alguna. En consecuencia, el NSDAP tuvo que crear nuevas organizaciones que pudiera financiar el Reich.
Se crearon diversos ministerios: el de Propaganda, que se otorgó a Goebbels; el de Armamento, a Albert Speer; y el de Territorios Ocupados del Este, que manejaba las zonas arrebatadas a la Unión Soviética, a Alfred Rosenberg. En su pugna con el ejército, Himmler fundó las SS y las fusionó con la policía. Hermann Göring disponía de su Oficina del Plan Cuatrienal y de la Reichswarke Hermann Göring, un conglomerado industrial que pertenecía al Reich. Una porción considerable de los territorios conquistados se colocó bajo el mando de viejos hombres del partido. Algunos ejemplos son Hans Frank, que comandó el Gobierno General de Polonia central; Josef Terboven, que se puso al timón de Noruega; y Reinhard Heydrich, que se convirtió en reichsprotektor en funciones de Bohemia y Moravia.
En la propia Austria hubo una continuidad en la burocracia regional. Cuando el pequeño ejército austriaco se integró en el alemán, los austriacos subieron de rango y algunos obtuvieron importantes mandos militares. Sus empresas aumentaron su influencia en los Balcanes. Los austriacos también consiguieron dominios territoriales en varias zonas de Europa. En los Países Bajos, el reichskommissar Arthur Seyss-Inquart y buena parte de su séquito eran austriacos. La administración y la guarnición militar en Serbia albergaban muchos austriacos. En el distrito de Galitzia del Gobierno Central, el gobernador era el nazi austriaco Otto Wächter, que más adelante dirigió la administración militar en Italia. Otro nazi austriaco, Odilo Globocnik, fue responsable de las SS y de la Policía del distrito de Lublin. Organizó las deportaciones de ese distrito, así como de los guetos de Varsovia y Białystok, y dirigió campos de exterminio. Gran parte de sus oficiales más destacados también eran austriacos. Y, por último, el austriaco Ernst Kaltenbrunner fue el último jefe de la Oficina Central de Seguridad del Reich, conformada por la Policía de Seguridad (con la Gestapo y la Policía Criminal) y el Servicio de Seguridad.
Los alemanes étnicos que migraron a Alemania desde regiones ocupadas de la Unión Soviética en 1939 y 1940, o que cayeron bajo el paraguas de las autoridades alemanas cuando la Wehrmacht invadió Europa del Este y los Balcanes, no llegaron con tanta facilidad a puestos dirigentes. Sin embargo, sí estuvieron activos en los territorios ocupados. En Yugoslavia, empresarios de etnia alemana se apoderaron de varios negocios judíos pequeños. En Polonia y la URSS, varios emprendedores de etnia alemana explotaron a trabajadores forzados judíos. Y no eran pocos los miembros de esa etnia en las SS. Un destacamento de ese cuerpo, formado por habitantes de etnia alemana de la región administrada por Rumanía entre el Dniéster y el Bug, ejecutó a miles de judíos soviéticos de la zona.2 Y en Auschwitz, un porcentaje nada desdeñable de los guardias eran de etnia alemana.3
Como era inevitable, surgieron muchas rencillas entre los veteranos instalados desde antes de la época nazi y los recién llegados (como los austriacos y alemanes étnicos) que habían conseguido adjudicaciones y ascensos por la gracia del régimen. Para los diestros burócratas, los hombres del partido eran inexpertos, oportunistas y corruptos. Para Hitler y sus prosélitos, la antigua estructura estaba infestada de juristas anquilosados, diplomáticos vanidosos y generales pasmarotes. La vieja guardia creía en la tradición y en el prestigio. Los nuevos hombres se consideraban la vanguardia, profetas de la nueva Alemania.
Una diferencia entre ambos grupos resultaba obvia para cualquiera. Los recién incorporados solían ser más jóvenes que sus rivales más consagrados. Todos los hombres en los núcleos de poder que se acababan de crear habían nacido en el siglo XX. En la cima estaban el gobernador general, Frank, el reichsführer de las SS y jefe de la Policía, Himmler, y el jefe de la Cancillería del Partido, Martin Bormann, todos ellos nacidos en el año 1900. El ministro de Producción de Guerra, Albert Speer, nació en 1905. El primer jefe de la Oficina Central de Seguridad del Reich, Reinhard Heydrich, nació en 1904. En el aparato del Gobierno General, competencia de Frank, la juventud era un atributo valorado. Así, el secretario de Estado de Frank, Josef Bühler, nació en 1904, y los directores sucesivos de la División Central de Interior fueron: Eberhard Westerkamp, nacido en 1903, Friedrich Siebert, en 1903, y Ludwig Losacker, en 1906. En la División Central de Interior, el encargado de Población y Bienestar, que se ocupaba de las deportaciones, Lothar Weirauch, nació en 1908. El primer director de la División Central de Agricultura de Frank, Hellmut Korner, nació en 1904, y su sucesor, Karl Naumann, en 1905. La División Central de Trabajo estaba en manos de Max Frauendorfer, nacido en 1909. Entre los gobernadores regionales del Gobierno General, Otto Wächter (primero en Cracovia y luego en Galitzia) nació en 1901; Karl Lasch (de Radom), en 1904; y Ludwig Fischer (de Varsovia), en 1905. El jefe de gabinete de Fischer, Herbert Hummel, nació en 1907; y el kommissar del gueto de Varsovia, Heinz Auerswald, en 1908. Esas cohortes demográficas no eran extrañas en los organismos recién formados, ni en Alemania ni en los territorios conquistados.4 En las regiones ocupadas, los jóvenes arribistas diferían especialmente de sus homólogos de mayor edad del ejército y la policía. Al mismo tiempo, la joven edad cohesionaba tanto a esos hombres como la edad madura que unía al viejo statu quo.
Los que entraban en la nueva estructura de poder podían tener tres motivaciones diferentes. Para algunos, sobre todo los más flexibles y ambiciosos, un cargo en el nuevo sector constituía una carrera alternativa y prometedora nacida de las circunstancias. Otros habían fracasado en su oficio y habían hallado en el partido, o en las organizaciones dominadas por este, una materialización concreta de sus talentos ocultos. Y otros eran hombres expertos que renunciaron a una prerrogativa o profesión a cambio de una oportunidad en el nuevo movimiento, pues el nazismo se había convertido en un elemento devorador de sus vidas.
En la primera categoría había arribistas casi indistinguibles de sus colegas en los cargos tradicionales. Un ejemplo es el jurista Friedrich Vialon, nacido en 1905. Fue fiscal antes de que Hitler llegara al poder y ocupó varios puestos del aparato judicial y del Ministerio de Finanzas. Cuando la jurisdicción sobre una parte del territorio arrebatado a la Unión Soviética se transfirió al Ministerio para los Territorios Ocupados del Este, Vialon obtuvo un cargo en las llamadas Tierras del Este, formadas por la región báltica y la Bielorrusia occidental. Allí se dedicó a escribir un sinfín de cartas y a firmar directivas para confiscar bienes judíos. Después de la guerra prosiguió su carrera en Bonn, donde llegó al escalón de secretario de Estado, o segundo al mando, del ministro de Cooperación Económica.5
En la División Central de Interior del Gobierno General, Westerkamp había sido regierungsrat del Ministerio de Estado prusiano en 1932 y, posteriormente, funcionario local. No se afilió al partido hasta 1937. El director de la División Central de Economía del Gobierno General, Walter Emmerich, venía del sector empresarial y del Ministerio de Economía y también se afilió al partido en 1937. El caso más interesante de un funcionario llegado a un nuevo hábitat fue el de Heinrich Müller. Nacido en el año 1900, fue piloto durante la Primera Guerra Mundial y luego se incorporó a la policía de Múnich, donde trabajó en la División de la Policía Política. Esa unidad investigaba tanto a comunistas como a nazis, pero Müller se especializó en la izquierda. Su pericia fue reconocida por Himmler y Heydrich, que lo utilizaron para crear la organización con la que más se ha acabado identificando el régimen nazi: la Gestapo. Müller se unió al Reich en 1939 y siguió como dirigente de la Gestapo hasta el final. Luego desapareció y nunca se le encontró.6
La segunda categoría es la que formaban simpatizantes del partido que habían dado pasos en falso en la vida y que habían empezado fracasando o titubeando en términos laborales. Las SS, en concreto, eran un auténtico hervidero de personas así. Ahí no solo encontraban seguridad, sino que, si tenían la suerte de llevar suficiente tiempo en la organización, podían subir de rango y acumular poder con presteza. El propio Himmler es el arquetipo de esos profesionales. Aunque estudió en un gimnasio e hizo algunas asignaturas en una escuela técnica y en la Universidad de Múnich, a los veintipocos se encontró ante un dilema personal. Tenía encima de la mesa diversas opciones, como dedicarse a la agricultura o emigrar. Acabó optando por el nazismo para ganarse la vida y se consagró a la causa en cuerpo y alma. Pese a su nulo aspecto de militar, por no hablar de su falta de experiencia en el combate, era amo y señor de todas las unidades de las SS, la Policía de Seguridad, la Policía del Orden y los campos de concentración. Se veía a sí mismo como brazo ejecutor de la misión más difícil de todas: la aniquilación de los judíos. Los prerrequisitos para liderar ese cometido eran tener mucha fuerza de voluntad, perseverar y ser implacable, además de mostrar una lealtad inquebrantable a Adolf Hitler y una deferencia condescendiente por sus comandantes y subordinados de las SS. De esas cualidades sí iba bien servido.7
Adolf Eichmann solo llegó al rango de obersturmbannführer de las SS. Sirvió con Müller en la Oficina Central de Seguridad del Reich de Heydrich y Kaltenbrunner como especialista de la Gestapo en materia judía, y es otro ejemplo de un hombre que encontró refugio dentro del aparato del partido. Nacido en Solingen en 1906, se trasladó con su familia a Austria, donde trabajó para una petrolera. Después perdió su trabajó y fue a parar al movimiento nazi austriaco. En 1934, tras un intento fallido de golpe de Estado para derrocar al Gobierno austriaco, huyó con otros nazis a Alemania e inició su andadura en el aparato de seguridad de Heydrich, que estaba en pleno auge. Allí daba curso a las solicitudes de emigración de judíos conforme a la política de 1938 y 1939, y luego coordinó las deportaciones a nivel europeo para posibilitar la solución final. Aunque había hecho intentos de estudiar a su enemigo, visitando Palestina antes de la guerra y dando clases de hebreo, no era un especialista en el judaísmo. Sus dones yacían en la aplicación de políticas antijudías. Eichmann sabía organizar, manipular, acelerar las cosas y supervisarlas, y fue adqui- riendo la misteriosa habilidad de convertir a los líderes judíos en sus ayudantes. En plena primavera de 1944, logró convencer a los representantes judíos de Budapest de que los judíos húngaros no sufrirían ningún daño si seguían sus instrucciones. Eichmann se hizo un hueco en este proceso de destrucción. Tanto en sus negociaciones con otros órganos como en la colocación de representantes en las legaciones alemanas, en el desvío de fondos de recursos judíos a las deportaciones y en la provisión de transportes ferroviarios, consiguió triunfar una y otra vez. Tocaba el violín y jugaba un poco al ajedrez, y también bebía de vez en cuando. En resumen, se podría decir que su vida privada era normal. Eso sí, en el laberinto del aparato burocrático Eichmann se movía como pez en el agua y fue un ejecutor sublime de la destrucción.8
Es innegable que no todos los miembros de las SS eran genios. Fritz Katzmann, hijo de un minero, había nacido en 1906 y había estudiado para ser carpintero. Se hizo nazi en 1927, se afilió a los camisas pardas de las SA ese mismo año y entró en las SS en 1930. Era un buscarruidos que fue escalando en la jerarquía hasta comandar un destacamento de las SS formado principalmente por mineros. En los treinta se le evaluó con adjetivos como «bueno» y «satisfactorio» y se le consideró una persona con mucha fuerza de voluntad, energía y maña pese a lo poco que había estudiado. Se casó y su economía privada era disciplinada e intachable. A principios de febrero de 1941, Katzmann era responsable de las SS y de la Policía en el distrito de Radom con el rango de oberführer, un peldaño por encima del de coronel. En aquel momento se le consideró demasiado joven para su promoción a brigadeführer, pues se habría convertido en un oficial de alto rango, pero unos meses más tarde sí consiguió el ascenso. Como responsable de las SS y de la Policía en Galitzia, arrebatada a la URSS en junio de 1941, estuvo al mando de la deportación o la ejecución de cientos de miles de judíos. Dicha operación seguía a pleno rendimiento cuando Katzmann, entonces ya gruppenführer, codiciaba otro ascenso a obergruppenführer y aspiraba a ser nombrado máximo responsable de las SS y de la Policía en Gdansk. El jefe de personal de las SS Maximilian von Herff albergaba ciertas dudas acerca de este paso. Creía que Katzmann era un buen hombre para la institución, pero se solía perder en los detalles. Era un buen hombre de organización cuando podía imponer sus propias normas, pero no se le daba especialmente bien la diplomacia ni la táctica. Von Herff pensaba que Katzmann no prosperaría en Gdansk, pero se le ascendió igualmente y, después de la guerra, vivió en la clandestinidad sin que nadie lo detectara.9
El ascenso de Katzmann fue meteórico porque tenía un perfil casi ideal. Pese a sus defectos y hándicaps, conseguía cosas, aunque fuera a su modo. Carl Oberg, nacido en 1897, era un poco diferente. Era hijo de un médico y recibió algo más de educación que Katzmann. Luchó en la Primera Guerra Mundial y desde los primeros años de la posguerra fue combatiente de los Freikorps y simpatizó con las causas de la derecha. Trabajó para una empresa platanera, pasó a un negocio de importación de fruta y abrió una tienda de cigarros. En las SS su trayectoria fue mucho más lineal. En un examen de 1938, se dijo de él que tenía presentes sus objetivos, que tenía un porte seguro y que sabía usar el tono «correcto» con los subordinados. Era de personalidad «abierta», aunque era propenso a buscar el centro de atención. Oberg sustituyó a Katzmann como responsable de las SS y de la Policía en Radom y fue ascendido a máximo responsable de las SS y de la Policía en Francia, donde logró la deportación de setenta y cinco mil judíos. Mientras que Katzmann había barrido a los judíos de Galitzia, Oberg solo había detenido a un cuarto de los judíos franceses. Es cierto que las condiciones eran totalmente diferentes, pues en el segundo caso había que tratar con la burocracia francesa y las fuerzas de las SS y de la Policía eran escasas. Himmler no culpaba a Oberg del lento avance de la solución final en Francia, pero en enero de 1943 le escribió una carta incisiva sobre dos cuestiones menores: cuatro tanques y un coronel de la policía al que no se había concedido un cargo oportuno bajo la jurisdicción militar en Marsella. Oberg, dijo Himmler, vivía a cuerpo de rey en París y dedicaba demasiado tiempo a actos sociales. No quería que prolongara sus vacaciones navideñas. Aun así, Himmler no lo hizo volver; Oberg se quedó en Francia hasta el final y pasó unos cuantos años en prisión después de la guerra.10
Eugen Kogon, periodista alemán y expreso político de Buchenwald, aludió una vez al personal de los campos de concentración como «élite perniciosa». Eran despojos que no sabían hacer nada más que custodiar a presos indefensos. Hermann Dolp, nacido en 1909, se convirtió en 1939 en schutzhaftlagerführer, o sea, el oficial de las SS a cargo de todos los prisioneros de un campo. Su campo era el de Sachsenhausen. El inspector de campos de concentración Theodor Eicke se puso hecho una furia con la designación de Dolp y acusó a la Oficina Central de Personal de las SS de perpetuar la imagen de que los líderes más estúpidos de las SS eran justo los hombres que dirigían los campos de concentración, con su complicada maquinaria administrativa, con responsabilidad. Un mes más tarde, Eicke escribió otra nota para señalar que conocía muy bien a Dolp y que ya había expresado sus reservas al principio. Dolp era voluntarioso y trabajador. No era culpa suya que ostentara el alto rango de standartenführer sin las capacidades intelectuales necesarias. Pero los «criminales» de Sachsenhausen no le tenían miedo; se apoyaban sobre las palas para admirar el entorno mientras Dolp, con su cara de bonachón, por no decir de zoquete, perdía toda la autoridad. Eicke consiguió al fin librarse de él y transferir a Dolp a la Polonia ocupada. Pero entonces surgieron los problemas de verdad. Se produjeron altercados relacionados con el alcohol, con una mujer polaca y con unas supuestas palabras de Dolp de que él era el amo de la vida y la muerte. Lo bajaron de rango a sturmbannführer y le prohibieron tocar el alcohol durante dos años, pero era imposible prescindir de sus servicios. El sucesor de Eicke, Richard Glucks, tuvo que construir nuevos campos y se vio obligado a emplear a líderes experimentados de las SS, incluyendo a los menos dignos de elogio. Así, se envió a Dolp a supervisar un complejo de trabajadores forzados judíos en el distrito de Lublin, donde se estaban alzando puestos defensivos en la línea que separaba alemanes y rusos. Subordinado al responsable de las SS y de la Policía Globocnik, al fin perseveró. En condiciones deplorables, dijo Globocnik, sin un número adecuado de guardias y con mano de obra inferior formada por judíos y gitanos, edificó las fortificaciones durante los primeros compases de 1941. Mucho después, en 1944, se volvió a elogiar a Dolp. En esa ocasión se le felicitó por haber liderado un batallón de construcción de la 19.ª División de Granaderos de las SS con una energía casi «brutal».11
En comparación con Dolp y otros hombres de las SS de los campos, los líderes de la Oficina Central de Seguridad del Reich, sus secciones regionales y las unidades móviles (los Einsatzgruppen) eran intelectuales. Muchos gozaban de estatus y buenas perspectivas de futuro en la sociedad, pero eligieron trabajar en la Policía de Seguridad por pura convicción. Al hacerlo, varios de ellos renunciaron a sus profesiones e intentaron labrarse un futuro en dos sectores diferentes. Entre los oficiales de los Einsatzgruppen que entraron en los territorios de la Unión Soviética había un buen puñado de abogados y otros intelectuales. Otto Ohlendorf, jefe de inteligencia doméstica de la Oficina Central de Seguridad del Reich, comandó el Einsatzgruppe D en el sur de Ucrania y el Cáucaso. Había estudiado en varias universidades, era economista y, de hecho, después de servir en la URSS prosiguió su carrera en el Ministerio de Economía.12 Otros totalmente entregados a la Policía de Seguridad eran los hermanos Ernst y Erwin Weinmann. Su padre había fallecido en la Primera Guerra Mundial, pero no eran huérfanos abandonados. Ernst había nacido en 1907 y era dentista. A los treinta y dos años cerró su consulta cuando fue elegido alcalde de Tübingen. «Nacionalsocialista hasta la médula», pasó varios años en Belgrado hasta convertirse en comandante de la Policía de Seguridad en Serbia.13 Su hermano menor Erwin, nacido en 1909, era médico y terminó entrando en el Servicio de Seguridad. Progresó más deprisa que Ernst y acabó liderando un comando del Einsatzgruppe C que ejecutaba a judíos. Luego volvió a la Oficina Central de Seguridad del Reich y, al acabar 1943, lo nombraron comandante de la Policía de Seguridad en Praga. Su cargo era el de standartenführer y hacia el final de la guerra lo recomendaron para otro ascenso, esta vez a oberführer.14
Max Thomas también era médico. Había nacido en 1891 y había obtenido la Cruz de Hierro de primera clase tras combatir en la Primera Guerra Mundial. Sin embargo, cerró su rentable consulta para consagrarse de pleno a las SS y a la Policía. Era un hombre muy erudito. Había estudiado griego, latín, francés e inglés y había barajado el derecho antes de optar por la medicina. Así y todo, su primer amor iba a ser el contraespionaje. Su expediente indica que era un trabajador de seguridad entusiasta y que sufrió numerosos percances: en julio de 1943 quedó maltrecho por una mina; en diciembre de 1943 su avión se estrelló; y en marzo de 1945 tuvo un accidente de tráfico. Himmler, que velaba por él, le escribió en enero de 1944 instándole a guardar cama. Siempre es mala idea, le dijo Himmler a Thomas, que un enfermo se levante antes de hora del lecho. Por su parte, Thomas le escribió a Himmler en noviembre de 1944 para confortarlo, adjuntándole dos cartas de su hijo Dietrich, que era oficial de las SS en el frente oriental. Le aseguró a Himmler que con hombres como Dietrich era imposible perder la guerra.15 Cuando Alemania no cumplió su pronóstico, Thomas se suicidó.
Thomas había sido comandante del Einsatzgruppe C y comandante de la Policía de Seguridad y del Servicio de Seguridad en Ucrania desde octubre de 1941 a agosto de 1943. El asesinato en masa de judíos había empezado con su predecesor, pero aún había fusilamientos por hacer y algunos de ellos corrieron a cargo de uno de sus líderes de comando: Ernst Weinmann.
Muchos de los nuevos funcionarios expresaron su idealismo solo desde la mesa de su oficina. Ese es precisamente el caso de un joven llamado Edinger Ancker, nacido en 1909 en una familia de clase media. Su padre tenía una fábrica y su madre descendía de una familia sajona de funcionarios. Ancker estudió Derecho y se preparó para trabajar en el gobierno local. En 1930 ya se había afiliado al partido, momento en el que se convirtió en abogado, burócrata y miembro honorario del Servicio de Seguridad. También fue soldado, pero en 1940 fue dado de baja del ejército para incorporarse al servicio del reichskommissar Seyss-Inquart en los Países Bajos. Ancker fue designado subdirector de personal gracias a los comentarios favorables que figuraban en su expediente del partido: «inteligente», «franco», «resuelto», «cumple con lo decidido de manera implacable» o «no se plantea ceder». En los Países Bajos se casó con una mujer neerlandesa, Eleanora Walraven. El matrimonio no supuso un grave riesgo para la carrera de Ancker, pese a que Hitler había decretado en 1942 que los hombres casados con mujeres de una nacionalidad enemiga no podían asumir cargos de responsabilidad. Eleanora Walraven había estudiado, hablaba alemán y provenía de una familia progermana. En 1941, su padre, Cornelis-Christian Walraven, era el subdirector de la policía neerlandesa en La Haya y los superiores de Ancker no tuvieron reparos en aceptar la unión. La pareja tuvo hijos, uno de los cuales murió en 1942.
Ese mismo año Ancker había sido transferido a la Cancillería del Partido, donde trabajaba con cuestiones judías. Precisamente el 6 de marzo asistió a una reunión con otro funcionario de la Cancillería. El encuentro, presidido por Adolf Eichmann, abordó un nudo gordiano: qué hacer con los medio judíos que no eran practicantes ni estaban casados con un judío. ¿Había que dejarlos en paz? ¿Se les tenía que esterilizar? ¿Tenían que ser considerados judíos a todos los efectos, siempre y cuando no se hubieran casado con un alemán ni hubieran tenido un hijo con otra persona alemana? Los representantes de la Cancillería del Partido apoyaban la solución radical, que habría dado pie a la deportación de todos los medio judíos solteros que no tuvieran un hijo con un 75 % de sangre alemana. Pero al final no se impuso esta idea.
Ancker, que aún era joven, recaló en el brazo armado de las SS en 1944 y se convirtió en oficial. Justo antes de la caída de Alemania, su esposa le escribió una carta rebosante de desesperación desde un pueblo muniqués: «Edinger, Edinger, ¿por qué me has abandonado?». El enemigo estaba avanzando hacia Núremberg. Los bombarderos surcaban el cielo. Su padre, que estaba con ella, quería suicidarse.16 Ancker sobrevivió a la guerra. Los fiscales norteamericanos lo interrogaron en Núremberg, pero sus antecedentes eran demasiado insustanciales para acusarlo.
El barón austriaco Otto Gustav von Wächter ocupó un lugar más destacado que Ancker. Nacido en 1901, era hijo del general y barón Josef von Wächter, ministro austriaco del Ejército. El joven Otto era muy deportista: esquiaba, escalaba montañas y era un fantástico remero. Estudió italiano, se hizo abogado y ejerció en Viena. También se unió a los nazis austriacos y tuvo un papel clave en el fallido intento nazi de tomar el poder en Austria en julio de 1934. Perseguido por el Gobierno austriaco, huyó a Alemania, donde renunció a su título nobiliario y se convirtió en ciudadano alemán. Tras la anexión de Austria, sirvió fugazmente en Viena y luego fue gobernador del distrito de Cracovia en Polonia. Cuando Galitzia se incorporó como distrito del Gobierno General, se trasladó junto con su séquito austriaco a Lviv, donde permaneció en calidad de gobernador hasta que el Ejército Rojo expulsó a los alemanes de la región en 1944. Pero Wächter no se quedó de brazos cruzados, pues fue nombrado jefe de la administración militar en Italia, ocupada en aquellos momentos por los alemanes. Wächter supervisó la guetización de los judíos en los distritos de Cracovia y Galitzia, así como las deportaciones desde Galitzia e Italia. Tenía claro cuánto se había involucrado en la causa, y al caer Alemania volvió a huir. Se escondió en el país transalpino, alejado de su mujer y de sus cinco hijos, y murió ahí en 1949.17
Los nuevos organismos tenían mucha sed de poder, y en el decurso de su expansión llegaron a chocar unos con otros. Uno de estos conflictos jurisdiccionales surgió entre dos líderes nazis que habían estado ligados al movimiento desde sus albores: Himmler y Frank. En este pulso Frank partía con desventaja. Himmler, con base en Berlín, iba sumando prerrogativas y estaba llevando a las SS y a la Policía hasta los confines más remotos de Europa. Frank, en su capital, estaba ceñido por las fronteras de su Gobierno General, que solo cambiaron una vez para incorporar Galitzia. Himmler había apostado su personal de las SS y de la Policía en el territorio de Frank y había creado muchos campos de trabajo, además de campos de exterminio. Frank defendía su propio concepto de absolutismo contra cualquier incursión y recalcaba que era el único señor de su plaza. Por eso exigía que el máximo responsable de las SS y de la Policía, Friedrich Krüger, estuviera totalmente subordinado a él. Pero lo cierto es que Krüger y sus vicarios se veían con la potestad de decidir sobre una serie de cuestiones, incluida la determinante solución final. Y suya acabó siendo la victoria. La resolución final in- virtió el organigrama, por así decirlo, pues Frank se quedó solo con un derecho de veto dentro de su subdivisión de Población y Bienestar: podía disolver los guetos y deportar a sus integrantes.18 Pero no hay rastro de veto alguno. Las SS y la Policía tomaron la iniciativa y embistieron con toda la ayuda que pudo prestar la burocracia de Frank.
Sin embargo, ambas facciones se habían dado muchas estocadas durante ese enfrentamiento. En una reunión del 30 de mayo de 1940 en la que la policía quiso hacerse enseguida con el control de las comunidades judías, Frank hizo prevalecer el principio de la unidad administrativa y declaró sin ambages que la policía era un brazo ejecutor del Gobierno, que no tenía un propósito independiente.19 Unos días más tarde, Krüger escribió una carta a Himmler en la que se quejaba de que se hubiera ascendido a Bühler a secretario de Estado. Según él, Bühler, que había sido jefe de personal de Frank en la Academia de Derecho alemana, solo tenía treinta y cinco o treinta y seis años y el ascenso a mano derecha de Frank le colocaba en una posición en la que podía dar órdenes al máximo responsable de las SS y de la Policía. Eso era una verdadera degradación para Krüger y una situación intolerable. (Krüger tenía cuarenta y cuatro años).20 Así pues, las SS recuperaron terreno y Krüger también fue nombrado secretario de Estado.
En 1942 Himmler pasó al ataque, denunciando la corrupción en el Gobierno General y apuntando directamente a la hermana del gobernador general, la señorita Frank, y también al gobernador Lasch de Radom.21 Poco después, Lasch fue ejecutado por vía sumaria.22
Frank consiguió alguna que otra victoria. En 1940 logró detener la entrada de polacos y judíos expulsados de los territorios anexionados al Gobierno General, y al final consiguió que sustituyeran al pelma de Krüger. Pero no pudo evitar ir ganándose poco a poco la imagen de perro faldero, más que de líder. Convenía y transigía, subrayando incesantemente que la suya era la última palabra. Los residentes alemanes de Galitzia parecían ver en él a un prohombre eclipsado. Como se señala en un informe del Servicio de Seguridad, lo llamaban «rey Frank» y «Stanisław el Tardío».23
La broma no carecía de cierto fundamento. Frank actuaba como un monarca en su castillo. Recibía en audiencia a compositores y ajedrecistas. Pero durante más de dos años había llevado la batuta de la campaña contra los judíos; los había perseguido y acosado, refiriéndose a ellos como «judíos y piojos» y expulsándolos de su ciudad alemana (según él, lo era) de Cracovia. Los encerró en guetos, los mató de hambre y provocó la muerte de cientos de miles sin hacer absolutamente nada para aliviar su pesar. Luego indagó en su deportación rápida hacia el este. En un discurso a sus subordinados el 16 de diciembre de 1941, señaló que en Berlín se había enterado de que los territorios soviéticos recién ocupados no podrían absorber a los judíos. Desde Berlín le habían dicho que los liquidaran ellos mismos. A continuación, Frank dijo que había que aniquilar a los judíos: «Tan pronto como los encontremos y siempre que nos sea mínimamente posible». No sabía cómo. «No los podemos fusilar ni los podemos envenenar», dijo, pero había que hacer algo para exterminarlos.24
Para Frank no era concebible usar balas o gas, pero sabía que había quemado las naves. En enero de 1943, anunció en un encuentro que todos los reunidos estaban en la lista de criminales de guerra de Roosevelt y que él tenía el honor de ocupar el primer lugar.25
Entre tanto, sus rivales de las SS le habían obligado a ponerse a la defensiva y le estaban arrinconando. En un momento de desánimo, el 1 de septiembre de 1942, dejó por escrito que una pandilla le estaba tratando de destituir y «eliminar». Sin paños calientes, habló del nuevo rumbo que había adoptado Hitler, que había desembocado en la destrucción total de la seguridad jurídica, los campos de concentración y la arbitrariedad de la policía. Había ofrecido su dimisión al Führer, pero este no la había aceptado.26
En 1944, cuando una repentina ofensiva soviética expulsó a los alemanes de Lublin, Frank se enteró de la existencia del campo de exterminio del lugar, cuyo nombre polaco era Majdanek. En ese momento, Bühler afirmó que la administración pública del Gobierno General no estaba al tanto de la existencia de ningún campo.27 En su juicio de Núremberg, Frank aseguró que había plantado cara al sucesor de Krüger, Wilhelm Koppe, diciéndole: «Ahora lo sabemos».28 Ante el tribunal, también reconoció la culpa de Alemania en lo que había pasado. Una culpa, dijo, que no se podría borrar ni en mil años.29
A diferencia de la vieja guardia, para los jóvenes no fue tan fácil librarse del pasado. Las fuerzas de ocupación aliadas tendían a verlos como criminales, mientras que los viejos burócratas de la jerarquía tradicional respiraron aliviados al ver que la acusación se centraba en el antiguo Partido Nazi y las SS. A su vez, los jóvenes argumentaron, no sin algo de razón, que no lo habían hecho solos, que los habían elegido, que las distinciones entre el papel del ejército y de las SS eran a menudo arbitrarias, que, como había expresado Hans Frank, era culpa de Alemania. Algunos hombres como Himmler, Globocnik y Krüger vieron los indicios y se suicidaron para evitar el juicio. Algunos, como Müller y Katzmann, desaparecieron; en el caso del segundo, con un nombre falso. Otros, como el máximo responsable de las SS y de la Policía Koppe, que vivió de incógnito fabricando chocolate, fueron detenidos a una edad bastante avanzada, con lo que eludieron la justicia. Muy pocos dejaron mensajes póstumos para la familia. El alemán étnico Hugo Wittrock, alcalde de Riga y creador de un gueto, no habla de ello en el texto que se publicó tras su muerte. En vez de eso, explica con una mezcla de autocomplacencia y autojustificación que en aquella época Alemania había alcanzado todo su potencial. Aunque también admite que se cometieron excesos, como la masacre de decenas de miles de judíos del gueto a cargo del máximo responsable de las SS y de la Policía, Friedrich Jeckeln, que había actuado al margen de Wittrock.30