Читать книгу Detente, ¿cómo va tu vida? - Érika Pavón - Страница 9

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UN MOMENTO
DE VICTORIA

Te voy a contar una historia. De pequeña era una niña muy tímida. Siempre intentaba ser buena y amable, pero todos pensaban que me comportaba así por ingenua o tonta. Lo peor era que yo siempre creía lo que decían. Tenía miedos e inseguridades que incrementaban por las opiniones de mis compañeros y compañeras de la escuela.

Cuando iba en la primaria, la maestra de español nos pidió que nos aprendiéramos un poema para participar en un concurso de declamación: el mejor representaría a todo el grupo frente a la escuela entera. Me llevé una gran sorpresa cuando la maestra dio los resultados: ¡yo había sido la mejor del salón! Aunque por dentro estaba llena de miedos por declamar frente a todos, que la maestra creyera en mí me impulsaba a que yo también lo hiciera.

Me asesoré con una tía que era muy buena en la materia, fue ella la que me compartió el poema con el que gané. Gracias a ella dejé de dudar si podía aprenderme de memoria todos los versos y perdí el miedo a que los demás se burlaran de mí, entre muchas otras inseguridades que una niña de diez años puede tener.

El día de la competencia, mientras esperaba mi turno, podía ver a niñas y niños equivocarse al pasar al frente o llorar desde el principio por el pánico escénico. Aunque yo también temblaba, traté de mantener la calma porque estaba casi segura de que mi poema era muy bueno y que yo lo hacía muy bien.

Por eso me concentré, creí en mí y traté de declamar de la forma más perfecta posible: desde el corazón. Me desconecté de todo y solo me sumergí en la poesía como si estuviera viviendo cada palabra en mi interior. Cerré los ojos y cuando los abrí pude ver que todos estaban de pie y aplaudían muy, muy fuerte. Y a pesar de que me había escuchado muchas veces practicando, vi a mi maestra con lágrimas en los ojos. Ese momento mágico la hizo conectar. Además, también vi a mi madre llena de alegría, mandándome besos y diciéndome que lo había hecho maravilloso.

Cuando llegó la hora de la premiación, ¿qué lugar crees que gané? Pues el primero. No podía creerlo, sentía que había hecho algo perfecto por primera vez en mi vida. Al salir de la premiación fui a mi salón y todos mis compañeros me recibieron con abrazos y felicitaciones por haber ganado. Era la primera vez que todos me festejaban con gritos y aplausos por una victoria. Fue ahí cuando mi cerebro captó que había hecho algo bien y que ahora tenía el reconocimiento de todos a mi alrededor.

Yo creía que mi seguridad iba a durar eternamente por lo que había logrado. Pero no, solo duró unas semanas. Siempre buscaba demostrar a los demás que podía hacer algo perfecto. Quería reconocimiento. No lograrlo me causaba desánimo, frustración e inseguridad. En lugar de impulsarme, prefería quedarme callada.

Por eso quiero preguntarte: ¿cuánto nos exigimos por tratar de ser perfectos para los demás o por querer hacer lo que todos dicen que es perfecto para ser reconocidos?

Nuestra realidad es que somos seres imperfectos y eso nos hacer ser perfectos como humanos.

Detente, ¿cómo va tu vida?

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