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Paso 4
Ladrones en casa

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Imagina que un día entran ladrones a robar mientras estás en casa. En esa situación puedes hacer dos cosas: resistirte, oponerte, forcejear con ellos, intentar echarles fuera y atrancar la puerta; o algo tan inusual como decirles: “pasad, llevaos lo que queráis. Tomad todo lo que tengo. Es vuestro si lo queréis. Y, por cierto, si os apetece un café o algo de comer os lo prepararé con gusto”.

En el primer caso es seguro que acabarás maniatada, amordazado, magullada y que además tu casa quedará destrozada. Pero eso no es todo. Cuando los ladrones se hayan ido, te sentirás humillado, ultrajada y vengativo. Notarás una rabia desaforada por dentro porque creerás que te han robado cosas muy valiosas, y estarás lleno de odio.

Sé que hacer lo segundo —eso de dejarles entrar e invitarles un aperitivo— parece una locura y no es fácil, pero en realidad lo es mucho más, siempre y cuando no parta de la voluntad de que no te hagan daño, ni de que tu casa no sea destrozada ni de ser humillado; siempre y cuando surja del conocimiento de que nadie te puede robar lo esencial; del convencimiento de que se pueden llevar tus joyas, tus muebles, tu colección de discos o tus recuerdos, pero que no pueden quedarse con lo más importante.

No hay nada, absolutamente nada, que se compare en valor a tu Paz.

Solo cuando la das a cambio de cualquier otra cosa has sido robado. Pero no porque alguien te haya quitado nada, sino porque has dado tu diamante azul, tu perla de incalculable valor, tu fabuloso tesoro a cambio de algo —sea lo que sea— mucho menos valioso.

Por el contrario, cuando no tienes dudas sobre qué es lo primordial, no existe persona ni situación en el mundo que pueda llevárselo. A no ser que tú se lo entregues.

A pesar de ello, es algo que haces continuamente: dar permiso a los acontecimientos a veces más triviales (un contratiempo en el día, supuestas ofensas por parte de otros, una sensación de cansancio), o a circunstancias que pueden parecer más importantes (una enfermedad, no llegar a final de mes o la pérdida de un ser querido), para que te roben lo fundamental.

Incluso estas últimas circunstancias que acabo de mencionar son pequeñas frente al valor de la Gran Joya.

Solo cuando te convenzas de que tu Paz es lo más importante dejarás de darla. No volverás a entregarla jamás a trueque de nada. De absolutamente nada. Jamás.

Entonces, cuando entren en tu casa los ladrones ante los que sueles rendir ese tesoro tuyo, ni siquiera los verás como ladrones porque ni se te pasará por la cabeza que puedan robártelo. Muy al contrario, te encontrarás diciéndoles a esas personas o a esas circunstancias con total sosiego, con pura calma, sonriendo sinceramente desde dentro, sin esfuerzo, sin ironía y sin segundas intenciones: “Entrad, llevaos todo lo que queráis. Si lo deseáis es vuestro, pero antes venid a la cocina a celebrar conmigo la permanencia de lo más precioso, compartiendo algo de comer y un vaso de vino”.

50 pasos hacia la Luz

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