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2 LAS TRES IDEOLOGÍAS: ¿TÚ DE QUÉ PARTE ESTÁS?

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Bien, reconozco que tengo tendencia a hacer clasificaciones. Ignoro si eso es un defecto o un mérito. Mi propio instinto me ha empujado a catalogar todos los menudillos posibles en trescientas páginas, todos los formatos de pasta fresca y rellena, y me ha inducido a elaborar una teoría de la crítica gastronómica. Antes de dedicarme a la descripción de la Multitud, me pregunté si existiría algún método para distinguir las distintas opciones alimentarias sin caer en generalizaciones, como suele suceder en estos casos. Un primer desgrasado, por decirlo así, que nos ayudase a encuadrar a quienes habrían de sentarse a nuestro lado en la mesa. Y entonces me acordé del libro, para mí inspirador, de Leon Rappoport, Come mangiamo. El autor, docente de psicología en la Universidad Estatal de Kansas, recorre la historia de los hábitos alimentarios desde la Edad de Piedra hasta nuestros días, y sostiene que hay tres ideologías originales de las que nace nuestra actitud frente a la comida: el hedonismo, el nutricionismo y el espiritualismo.

Si pensáis bien en vuestro círculo de amistades y conocidos, seréis capaces de situar a cada uno en su categoría, o, como máximo, a caballo entre una y otra. Más allá de las creencias religiosas, de las etnias, más allá de las ideas políticas, de las razones médicas y de las modas, la forma en que la gente se aproxima a la comida puede reconducirse a una de estas tres áreas o a una combinación de todas ellas. Cada vez que consultamos un menú, que empujamos un carro en el supermercado, que abrimos un frigorífico, que invitamos a los amigos a cenar, dentro de nosotros, de forma más o menos inconsciente, una de estas ideologías nos empuja a optar por una alternativa alimentaria.

La primera gran familia es la de los hedonistas, inspirada en la filosofía de Epicuro. El placer es un aspecto fundamental para ellos, su único objetivo en la vida es satisfacer el placer de los sentidos. A ello cabe añadir una atención a la estética en todas sus manifestaciones. Esta opción implica una especie de elitismo untuoso que hace que, de algún modo, los hedonistas se sientan seres privilegiados. Pero no se trata de una ideología solo para ricos, también hay un hedonismo popular en el mundo McDonald’s, o entre aquellos que compran recetarios y revistas en las grandes superficies. Uno de los argumentos más válidos con los que los hedonistas sustentan su ideología es que el placer, en cuanto bien supremo que hay que buscar a toda costa, coincide con la respuesta adecuada a una o más necesidades primarias. Por consiguiente, no solo lo justifican, sino que también lo persiguen. El placer como respuesta al sabor dulce es algo innato, porque el consumo de azúcar nos proporciona el «carburante» necesario para que funcione el cerebro. El placer que se experimenta durante el apareamiento es innato y útil, porque resulta esencial para la conservación de la especie. La repulsión que provoca el sabor de la quinina y de los alcaloides en general es innata, porque tales sustancias naturales son tóxicas y pueden matar. En definitiva, todas las formas de placer, desde el nutrirse hasta el aparearse, son justas porque son innatas, y son innatas porque satisfacen las necesidades primarias, que son las de la autoconservación y las de la reproducción de la especie. Aquí resulta muy evidente la consonancia entre el placer de comer y la sexualidad, por lo que se crea una conexión implícita entre los dos ámbitos. Esta ideología alimentaria nunca ha llegado a asumirse por completo, pero en Italia, por ejemplo, tuvo su apogeo durante la segunda posguerra, como reacción a las carencias y las restricciones anteriores. Para qué engañarnos, dentro de mis hábitos alimentarios, parte de mis preferencias las dicta el hedonismo. Pero el resto se refleja en una teoría aún inexistente, que estoy tratando de definir a medida que prosigo con mis discusiones con Tom. Será la ideología de los «nuevos omnívoros».

La ideología espiritualista de la alimentación es totalmente opuesta al hedonismo. Casi todas las religiones se han pronunciado en contra de los placeres de la carne y de la mesa, y a favor de la abstinencia. Detrás de la prohibición de tomar carne los viernes, de la comida kósher, de la dieta vegetariana y de otras limitaciones dietéticas asoman ciertas prescripciones religiosas. Los antropólogos sostienen que, posiblemente, la abstinencia de algunos ingredientes que serían comestibles sirve para establecer normas de una conducta que permitan a los hombres diferenciarse de los animales. Atribuir un significado a la comida contribuye a construir un fundamento tangible para su sentido de la superioridad. La comida adquiere cada vez más significados simbólicos y metafísicos, que están en la base de los valores morales y sociales. Para quienes suscriben esta ideología, el ayuno constituye la más noble expresión. Practicado por los gurús, por los monjes, por los eremitas cristianos, por los chamanes, representa el control total de los instintos humanos, en contraposición a la voracidad de los animales. Últimamente, algunos médicos y estudiosos han vuelto a destacar el valor salvífico del ayuno, en especial si se practica con intermitencia, que es más fácil de seguir y con efectos inmediatos.

Una vez que hayáis suprimido todo placer en la comida y le hayáis extirpado cualquier valor simbólico, tomad las calculadoras y obtendréis como resultado la tercera ideología: el nutricionismo. Como toda teoría, se basa en una premisa: la comida no es más que un conjunto de moléculas cuyas propiedades bioquímicas influyen en la salud. De este modo, cualquier ingrediente puede fraccionarse en proteínas, enzimas, minerales, etcétera. Y, a continuación, toca catalogarlo. Lo más destacable de la comida es, únicamente, que es mensurable. Sin duda, la posición «comida igual a números» dista mucho de la mía: desde mi punto de vista, la comida tiene un gran peso simbólico. En mi opinión, detrás de ella hay una historia que contar. La aplicación del nutricionismo es la dieta equilibrada. Entre los nutricionistas imperan los cálculos de cantidades, las calorías, las necesidades diarias. Son palabras que me angustian solo de escucharlas. La comida únicamente vale por la fuente de energía que puede extraerse de ella. Otro ejemplo de aplicación práctica es la dieta vegetariana, donde el espiritualismo conecta claramente con el nutricionismo.

Nadie puede expresar este concepto mejor que Rappoport: «El factor decisivo que permite interpretar esta ciencia como una ideología es su solemne promesa de asegurar la salud. Y aún iré un poco más allá: afirmo que puede leerse entre líneas la promesa de la inmortalidad. Toda ideología cuenta con sus paraísos: el hedonismo promete el placer, el espiritualismo promete un estado de gracia moral y metafísico, y el nutricionismo promete la buena salud».

Esto es precisamente lo que rechazo de la Multitud y de las ideologías alimentarias en general: todas ellas, muy en el fondo, nos prometen la inmortalidad o, cuando menos, llegar a vivir hasta los ciento veinte años. Pero ¿realmente los seres humanos quieren vivir ciento veinte años? Puede que sí, siempre que tuviéramos una mínima idea de cómo funciona nuestro cerebro. Por desgracia, hasta el momento, aun aceptando que en el año 2050 el cáncer se habrá erradicado, ningún científico ha descubierto la etiología del alzhéimer. Por supuesto, a lo largo de su vida, la mayoría de las personas van cambiando de parecer en cuanto a las opciones alimentarias. Por lo general, hasta los cuarenta años reina el hedonismo, y en adelante es posible que surjan las inspiraciones espiritualistas. Entre los cincuenta y los sesenta, rige el nutricionismo, para subsanar los excesos juveniles. Y después, curiosamente, cuando se sobrepasan los setenta, regresa el hedonista, reconfortado con media docena de pastillas. Para mí, lo ideal sería tomar lo mejor de cada una de las tres ideologías alimentarias. Por ejemplo, seguir las reglas básicas del nutricionismo, y de vez en cuando ceder a la posibilidad de entregarse al placer absoluto, sin olvidar el significado de algunos ingredientes, y sin dejar de practicar un sano ayuno de vez en cuando. Sea como sea, hoy en día, podemos encontrar amplios sectores de jóvenes que, en cuanto se independizan, abrazan las ideologías nutricionistas y espiritualistas, sobre todo entre los que practican deporte o son sensibles a los problemas ambientales.

No cabe duda de que esta distribución ha sido objeto de un minucioso estudio de mercado. A fin de cuentas, uno de los grandes objetivos de las grandes industrias alimentarias es restringir en la medida de lo posible la brecha entre los distintos perfiles: lograr que espiritualistas, hedonistas y nutricionistas estén encantados de sentarse a la misma mesa. Alcanzar el sueño absoluto para nosotros, mortales, y para beneficio de las empresas: un superalimento divino con alto valor simbólico, kósher, con pocas grasas, atiborrado de vitaminas y minerales, y, sobre todo, que esté riquísimo. Este también es mi sueño. La diferencia estriba en que las empresas lo hacen para obtener beneficios, y yo, por el placer del intercambio cultural y la convivencia.

He sometido a Tom a esta especie de test y, tal como me imaginaba, ha salido medio nutricionista, medio espiritualista. Pero al final de nuestro viaje estoy segura de que también haré brotar su lado hedonista.

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