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PAJAREOS DE VERANO

En las películas policiales, cuando hay que ubicar a una persona súbitamente desaparecida, los detectives buscan primero que nada en los lugares en que esa persona proyectó declaradamente sus afectos o sus deseos. Generalmente se trata de lugares donde el afectado vislumbró que la felicidad era posible: la larga terraza con balaustradas de un balneario popular, una cascada oculta en un bosque, una cumbre sobre un valle vaporoso y gris.

En este momento pienso que, en el caso de desaparecer, deberían buscarme en la pajarera del zoológico de Santiago. Sin duda éste es de uno de los lugares favorables del mundo, una módica sustracción al ruido real en beneficio de una irrealidad abovedada, ornitológica y arbórea.

La pajarera en cuestión nos brinda una experiencia muy total: la de caminar entre las copas de los árboles. La caminata a esa altura es un ejercicio extraño, ajeno a la verosimilitud de nuestra vida diaria. El niño trepador de árboles está obligado, cuando alcanza la cima, a permanecer inmóvil. A diferencia suya, el visitante del zoológico puede desplazarse casi a voluntad como si fuera uno más de los habitantes del follaje, ya se trate de la ardilla voladora o del guacamayo. Solo los sueños nos proporcionan fugazmente una libertad parecida.

Yo tiendo a simpatizar con la gente que se fija en los pájaros. En Facebook, de repente, en medio de la batería de alegatos, victimizaciones e idealismos estridentes, alguien deja un maravilloso regalo impersonal: la foto un pequeño pájaro corriendo por la arena húmeda de la playa, un video con el vuelo de un cóndor patagón, que es en sí mismo el sincretismo de las grandes distancias.

Los ingleses inventaron el bird watching, que no calificaría como deporte sino más bien como actividad ociosa y gratuita. El observador de pájaros –o sapo– anda silenciosamente por los frondosos parques o los silenciosos campos en actitud sigilosa, caracterizado por sus binoculares, el sillín portátil y el manual descriptivo de las especies.

Existen también esas mesas-abrevadero que se depositan al fondo del jardín y que entre los pájaros concitan gran interés. Diría que nunca en Chile he visto artefactos de este tipo si no fuera por una señora que no puedo nombrar, amada por las loicas, los cometocinos y las chirigüitas de una localidad inubicable en el secano costero.

Hace cuarenta años en Chile no había observadores sino casi exclusivamente matadores de pájaros. Se los veía babeando boquiabiertos por cualquier campo armados de rifles a postones, en pose de cazadores, liquidando tencas porque sí. Me da la impresión de que eso ha cambiado. Mis hijos, que estuvieron recién de vacaciones en el sur, me hablaron de un artesano de Chiloé que armó su propio paseo aéreo: levantó una escalera y unió tres árboles mediante puentes de palo. Qué gran cosa: un aporte concreto al bird watching nacional, ajeno totalmente al estado de reclamo en el que solemos encontrar a artesanos y representantes de prácticas superadas por la tecnología.

[12 de febrero de 2009]

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