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TRES CAMIONADAS DE PALOMAS

Cualquier observador atento habrá notado que en la esquina de Merced con Estado subsiste una extraña edificación de hierro y de vidrio, abarrotada de conjeturas arquitectónicas.

Inicialmente (1892) el edificio se llamó Comercial Edwards y perteneció a una señora Jaraquemada. Corresponde a un tipo de construcción prefabricada que tuvo su auge en la segunda mitad del pasado siglo. Por un motivo u otro se ha salvado de la acaballada picota santiaguina. La farmacia Benljerodt estuvo ahí durante décadas, proveyendo a nuestros abuelos de Cafrenales, Pilules Orientales, Específicos Benguria, Vitalmín Vitaminado y otras extravagancias. De un día para otro, la socorrida botica se diluyó en la noche de los tiempos. Una sucursal de la cadena Santos –“el santito de su economía”– se estableció fugazmente en su lugar, antes de la quiebra, con su llamativa pirámide de tarros de Leche Nido.

Al margen de la digresión farmacéutica, interesa el arquitecto: su nombre es Eugenio Joannon. El destino quiso que abandonara su Francia natal antes de cumplir los treinta años para embarcarse a Chile. El presidente Balmaceda –avalado por la fortaleza del peso– trajo por esos días a “una pléyade” de jóvenes arquitectos europeos para que se hicieran cargo de la modernización de la ciudad. Neut y Doyere vinieron en la hornada.

Joannon llegó por tres años y se quedó hasta su muerte, a los setenta y cuatro. Esto, a pesar de que su contrato fue caducado el mismo día en que Balmaceda se descargaba un balazo en la sede de la legación argentina. En Chile se casó dos veces. Primero con Clarisa Krell, joven alemana que conoció en el viaje de venida, y de la cual enviudó al poco tiempo; y luego con Rebeca Infante Gana, con quien dejó una larga familia de arquitectos.

Las palomas –tradicional o majaderamente vinculadas a la paz– tienen peculiaridades perturbadoras. Por de pronto, su cabeza y su cuerpo no funcionan con la coordinación del resto de los mortales. Obsérveselas cuando caminan con su habitual parsimonia: la cabeza se les adelanta o se les atrasa y deben hacer constantemente movimientos de ajuste. Hay personas que tienen con ellas fijaciones psicoanalíticas. Dicen que suelen anidar gusanos en la corteza cerebral.

Al revisar hace poco los pisos superiores del edificio de la farmacia Bentjerodt para su remodelación, los obreros encontraron un cementerio de palomas. Sea como fueren los ritos fúnebres de estas aves urbanas, durante una veintena de años habían usado el edificio de Joannon para morir. El poeta Cristóbal Joannon, bisnieto de don Eugenio, anduvo investigando el caso. Solo pudo averiguar la medida exacta de palomas muertas que hubo que extraer del entretecho: tres camionadas.

Muy de su época, Joannon fue un arquitecto-ingeniero ecléctico. Sus obras tienen elementos barrocos, neogóticos, renacentistas. Defendió por escrito la utilización del hormigón armado en Chile a pesar del derrumbe de la Casa Prá, en 1904, en plena construcción. Escribió también un texto extraño (Nociones de biología y psicología), dedicado en parte “a mis hijos, cuando hayan alcanzado la edad varonil”.

De las numerosas edificaciones proyectadas por Eugenio Joannon, muchas quedan aún en pie. Destacan la iglesia de Santa Filomena, en el Barrio Bellavista; la parroquia de Ñu-ñoa, frente a la plaza homónima; la impresionante comunidad de las Hermanitas de los Pobres, en la calle Carmen; y la casa de la familia Ochagavía, en San Ignacio y Alameda.

[1997]

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