Читать книгу Alma, corazón y fuego - Rodolfo Cardozo - Страница 15
CUANDO HAY HAMBRE NO HAY PAN DURO
ОглавлениеUna tarde uno de los muchachos me invita a comer algo en su guardia de la noche, me pidió $2 para comprar los alimentos y le pregunté qué haría de comer, a lo cual me responde; -vos anda a tu casa tranquilo y volvé cómo las 21:04 horas que ya va a estar la comida hecha. -bueno dale después vuelvo. Así que me fui a dar una ducha con agua caliente y estar con mis padres, les avisé que no cenaba en casa, tal fue así que un rato antes de la hora indicada decidí ir al cuartel pensando en ayudar a poner la mesa y preparar leña para la salamandra porque hacía frío. Al entrar al cuartel había un olor a estofado que mamá mía, las cosas arriba de la mesa, el pan, las gaseosas, los restos de la picadura de las verduras y condimentos, el cocinero no se veía hasta que por ahí escucho que me dicen; -¿quién anda ahí? -soy yo. -¿quién? -grillo. -¿Qué haces? -tan temprano acá te dije que vengas a las 21:04 horas como a los demás invitados. Doy la vuelta, salgo de la cocina comedor improvisada que también hacía de salón de estudios y reuniones al ser el único lugar cerrado con nailon dentro del galpón, y me dirijo hacia las taquillas donde estaba nuestras ropas de trabajo, para mi gran sorpresa veo colgado de un gancho de alambre un animal que ya no tenía su cabeza ni sus manos ni patas, ya lo había abierto tipo lechón.
-¿Qué es eso? -le pregunté, porque lo vi raro en su forma, -es una liebre -me respondió.
-¿Seguro que es una liebre eso? lo insulté riéndome y le dije; eso es un gato, nos querés hacer comer gato. a lo que me dice; -toma tu plata y ándate no digas nada. y se seguía riendo, agarré mis $2 y me fui a mi casa a comer. Al otro día los que fueron a cenar al cuartel se deleitaron de la mano del cocinero y decían que estuvo muy rico el estofado de liebre, y yo por dentro decía; si supieran que era un gato lo que comieron, a todo esto, el que lo hizo me miraba con cara de no digas nada por qué estos me matan.
En otra oportunidad el segundo jefe Aldo Alberto hizo algo parecido, pero cocinó en su casa y cuando la mamá le avisó que ya estaba fue en su camioneta a buscar la olla y trajo todo cocinado. Nos sentamos y nos sirvió a cada uno en un plato, estaba exquisito, parece cuis dijo uno, porque las presas y huesos eran pequeños, pero no era eso, liebre dijo otro, tampoco era, gato gritó otro más, de ninguna manera era gato, seguíamos comiendo estaba muy rico, entonces cuando ya estaba lleno se me ocurre decir; -este guacho no nos habrá hecho comer ese bicho feo, -¿cómo es que se llama ese de cola larga que parece un ratón grande? ¡comadreja! recordé. Sí señor contestó Aldo eso están cenando, lo miramos con cara de asombro y seguimos comiendo, creo que de haberlo dicho antes más de uno no comía. Después de la sobre mesa jugamos al truco y nos fuimos a descansar a nuestras casas, Aldo quedó de guardia y se acostó a dormir, sueño que fue interrumpido a la madrugada por un oficial de la policía federal que venía custodiando el tren que había detenido su marcha en la estación que está a pocos metros del viejo cuartel, el policía llamó a la puerta del cuartel necesitando pasar al baño, Aldo le abre la puerta lo deja pasar y cuando sale del baño mantienen una conversación cordial donde el policía le comenta que andaba sin comer y le preguntó dónde podía comprar algo, Aldo le contesta está todo cerrado en el pueblo a esta hora y le ofrece comer lo que sobró de la cena, el policía acepta y al ver y probar lo que le sirvió después de calentarlo obviamente, -esto es liebre y se reía solo mientras comía decía; -cuando le cuente aquellos que comí liebre se van a morir de la envidia, refiriéndose a sus compañeros del tren y continuaba comiendo y riendo, se limpiaba los bigotes que le brillaban por el estofado y le mandaba dientes, a todo esto Aldo se reía también, pero no de cómplice del policía, sino que él sabía que no era liebre, se reía y por dentro decía si supiera este que está comiendo comadreja me lleva preso.
En estos tiempos nos hacíamos muchas bromas, ponían sapos en las zapatillas o agua en las botas, también hacían nudos en la manga del mameluco, las ruedas de bicicletas y motos desinfladas. Nadie se enojaba ni se quejaba, hasta que todo cambió y te hacían informes por no pedir permiso para usar una radio, consecuencias del ingreso de personas con otros intereses y cero compañerismo.