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CAPÍTULO 6

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Es domingo. Hace un sol espléndido y eso que está avanzado el otoño.

Estoy algo nerviosa y agobiada. Entre Carlos y que el lunes es el primer día de mi nuevo trabajo… tengo las neuronas fritas. ¡Maldita sea…! ¿Por qué soy tan indecisa y tan insegura? —me desespero al pensar.

Andrea está dormida todavía… menos mal —suspiro—. No me apetece un nuevo interrogatorio. Ya he tenido bastante.

Me pongo el equipo para correr, cojo mi MP3 y me dispongo a quemar la adrenalina que bulle por mi cuerpo, a ver si así cuando me quede agotadita me relajo.

Cuando salgo a la calle veo el utilitario que me ha proporcionado la empresa: un Volkswagen Golf último modelo. ¡Me gusta!

Me encamino a El Retiro a paso ligero para calentar las piernas. Cuando por fin llego respiro hondo y enciendo el MP3, necesito marcha de la buena. Llega a mis oídos Pitbull, rápidamente se me sube la adrenalina y me pongo a correr animada por su música.

Quiero dejar de ¡pensar, pensar y pensar! Tienes que centrarte en lo que estás haciendo —me digo—no consigo activar lo suficiente los músculos de mis piernas para correr y me reprocho la falta de concentración. Pero no ceso de darle vueltas a lo sucedido la noche del viernes. Pese a mi suave embriaguez, ¡Dios! pude disfrutar intensamente de su sensualidad y virilidad. Le sentí más hombre, más maduro. ¡A ti te falta un hervor! —me reprocha mi conciencia—. He de confesar que me siento fatal tras volver a darle largas. Finalmente, dejo de correr antes de tiempo, no puedo centrarme en lo que estoy haciendo. Más cansada de lo normal me voy caminando despacio hasta casa.

—Hola Andrea.

—¿Qué tal, Marian? —me mira extrañada.

—He salido a correr, pero la cabeza no para de darme vueltas pensando en Carlos y en el trabajo.

—Marian. Mira, no te agobies… ni por una cosa ni por la otra. Ya verás como todo sale bien. No te presiones más. Como tú dices, todo se irá arreglando.

—Sí, eso espero —digo resignada.

—Si quieres salimos de compras. Necesito algunas cosillas y comemos por ahí. Así se te hará el domingo más corto ¿vale?

—De acuerdo —sonrío.

—No he hablado con Carlos todavía, voy a llamarle y me visto. Puede que quiera tomar algo con nosotras más tarde.

—Me parece bien.


Suena el despertador.

—¡Oh, Dios mío! —me asusto al oírlo.

Ya es la hora de levantarme. Son las seis y media. Tengo el sueño tan pegajoso que no me deja abrir los ojos.

—¡Madre mía! ¡Es la hora! —suspiro.

Mi cuerpo tarda en reaccionar. Me incorporo hasta quedar sentada en la cama. Me froto los ojos tratando con ello de despejarlos con poco éxito. No puedo llegar tarde el primer día —me digo a mí misma con apremio—. Me dirijo a una cálida ducha que me ayudará a despejar la cabeza.

A las siete y cuarto ya estoy sentada en el coche conduciendo hacia el trabajo. Cruzo los dedos y me deseo suerte. El utilitario está casi nuevo. Parece que lo han usado poco. Ni siquiera huele a tabaco ¡qué bien!, odio el tabaco. Se conduce de maravilla, va muy suave, creo que nos entenderemos a la perfección. Enciendo la radio y busco mi emisora favorita: Máxima FM, me pone las pilas por las mañanas.

Al llegar al aparcamiento del edificio Carson Project Spain, comienzo a sentir una oleada de inseguridad. Cierro los ojos y los aprieto con fuerza. ¡Vamos Marian, a por ello!, ¡no te acobardes, esto es lo que querías! Bajo del coche y me dirijo al edificio con paso firme y decidido. No estoy dispuesta a amedrentarme.

Al entrar al enorme hall, veo a las tres recepcionistas perfectamente vestidas, peinadas y maquilladas.

Un tipo con pinta de agente de seguridad, sin uniforme, se me acerca con paso firme.

—¿Señorita Álvarez?

—Sí, soy yo —digo sorprendida.

—Tiene usted que acompañarme.

—Desde luego.

Nos dirigimos a los ascensores interiores que se accionan con una llave especial. Subimos a la última planta. Le sigo por el pasillo hacia la oficina que me han asignado. Al entrar en el primer despacho que hace de recepción, veo a Isabel, ordenando unos papeles en su mesa que está a la derecha del despacho y en la mesa de la izquierda a una chica rubia más o menos de mi edad con el pelo corto, rostro angelical y unos grandes ojos azules que me miran.

—Buenos días, señorita Álvarez —me saluda con satisfacción Isabel.

—Hola, buenos días —sonrío tímidamente.

—Antonio, ya puede marcharse. Gracias —este asiente.

—Señorita Álvarez, le presento a Susana Ruiz. Es mi ayudante.

—Hola Susana —le estrecho la mano.

—Hola Señorita Álvarez —noto que está algo sorprendida, quizá porque somos más o menos de la misma edad.

—Por favor, prefiero que me llaméis por mi nombre: Marian. No estoy acostumbrada a que me llamen por mi apellido —las dos aceptan de buena gana con una sonrisa.

—Nosotras estamos para ayudarla en todo lo que necesite. Estamos a su disposición —me vuelve a recordar Isabel—.Vamos al despacho —hace un ademán indicándome “mi despacho“.

Mi despacho está cambiado, no está como recordaba. Un portátil, un teléfono con un montón de líneas y una lámpara de diseño en color acero reposan sobre la mesa. Me doy cuenta de que también hay una llave para el ascensor. En el mueble bajo con puertas rojas, un televisor de unas cuarenta pulgadas y un reproductor. Una alfombra roja y blanca bajo la mesa de centro que está junto al sofá. Encima de uno de los silloncitos pequeños de piel, hay un maletín.

—Le he dejado una llave para el ascensor —coge la llave de encima de la mesa, me la enseña y la deposita de nuevo en el sitio—. Este maletín es el que va a necesitar —me lo entrega—. Dentro hay una agenda. Puede echarle un vistazo mientras el señor Carson llega. No tardará mucho —me sonríe complacida.

Isabel sale de mi despacho y se dirige a su mesa cerrando la puerta tras ella. Y aquí me quedo yo, sin saber qué hacer.

Miro a mi alrededor. Los nervios afloran en mí. No me lo puedo creer, es un sueño, un sueño que me da vértigo. Dejo mi abrigo y mi bolso sobre el blanco sofá. Me aproximo a la mesa de despacho y tumbo el maletín para sacar de él la agenda del señor Carson. Es necesario que le eche un vistazo para ponerme al día antes de que él llegue. Pero enseguida…

Llaman con los nudillos a la puerta que comunica mi despacho con el del señor Carson. Se me acelera el corazón. ¡Tierra, trágame en un segundo! Estoy nerviosísima. No sé qué hacer. Se supone que él no tiene que pedir permiso, simplemente entra y punto. Para eso es el jefe, el dueño de su imperio. Finalmente contesto tras comprobar que no entra.

—¡A… delante por… favor! Mi voz se entrecorta.

—Buenos días, señorita Álvarez —me saluda el señor Carson con una ligera sonrisa mientras se acerca a mí con paso firme y decidido. Parece contento.

—Buenos días, señor Carson —no esperaba que llegara tan pronto y aún menos que sea él el que llame a mi puerta pidiéndome permiso para entrar.

—¿Está preparada para afrontar su primer día de trabajo? —me pregunta con mucho entusiasmo.

—Sí, supongo —digo dudando.

—La veo nerviosa señorita, pero no se preocupe, se le pasará el primer día en un suspiro y los demás… —hace un ademán con la mano como quitándole importancia—. Ya se irá viendo. Hoy todas mis citas han sido canceladas, de eso se ha ocupado Isabel. Nosotros dos vamos a hacer una ronda por todos los departamentos para que la conozcan; y a su vez conozca usted al responsable de cada departamento, ya que... en numerosas ocasiones, tendrá que tratar con ellos. Tan solo tendremos una reunión con un empresario alemán a las cuatro de la tarde y quiero que usted me haga un informe detallado de la misma. Además me gustaría que me aporte sus propias conclusiones.

El señor Carson parece un hombre muy educado de refinados modales. Llama poderosamente la atención lo bien que habla español.

—No hace falta que lleve consigo nada, no tiene que tomar notas. Y ahora… sígame, por favor.

Le sigo a través de su despacho hasta llegar al ascensor.

Fuimos de departamento en departamento conociendo a sus responsables. Me han recibido de buen grado. Se han ofrecido amablemente a ayudarme en todo lo que haga falta. Yo flipaba a cada momento. La sensación de que todos están dispuestos a colaborar conmigo… ¡vaya!… quién me lo iba a decir a mí, es difícil de digerir. Almorzamos en la cafetería que hay en la planta baja del edificio algo rápido y ligero y continuamos el recorrido hasta la hora de la entrevista con el empresario alemán. Me sorprende con que familiaridad trata a los trabajadores y como se mezcla con ellos en el comedor. Es uno más a la cola del buffet y es uno más a la hora de pagar la comida. ¡Ja! Me deja boquiabierta a cada instante.

A las cuatro asistimos a la reunión en una de las salas de juntas. Esta no se alarga mucho. El alemán busca inversores para su proyecto, le interesa también la naviera que la compañía tiene en el puerto de Hamburgo para transportar mercancías peligrosas.

La jornada se me ha hecho bastante corta, pero muy intensa. Lo más sorprendente del día fue la comida en la cafetería: el señor Carson y yo compartiendo la misma mesa... —¡guau!—. Lo que más me extrañó fue que comiera en el buffet y no una comida especialmente preparada para él. Se le ve una persona sencilla.

Al llegar a casa, se me afloja todo el cuerpo, demasiadas emociones en tan pocos días.

El despertar de Volvoreta

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