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CAPÍTULO 2

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Es miércoles.

La semana transcurre tranquila, monótona. No he recibido todavía ningún correo ni llamada para un trabajo. Me lo tomo con tranquilidad; a ver... otra cosa no me queda. En el fondo tengo la extraña sensación de que me cogerán para el puesto en Carson. Solo quedan uno o a lo sumo dos días para recibir el correo más esperado. Es como estar esperando a que llegue el día del sorteo de la primitiva para ver si ha habido suerte... y te han tocado un montón de millones.

Salgo a correr una hora todos los días que puedo. Esta semana necesito más que nunca distraerme para no comerme el coco. Voy de compras con Andrea, su ruta habitual: Gran Vía, Serrano… Una locura ir con ella, al menos me distraigo un buen rato probándonos modelitos.

Pero con mi amiga no es suficiente, así que quedo a comer con Carlos.

Últimamente nos vemos poco. Anda muy liado con su trabajo. El ascender en la empresa le lleva a más responsabilidad, a más preocupaciones. Por suerte está con un cliente no muy lejos de donde vivo, hemos quedado en Vips Castellana.

Me espera junto a la puerta del restaurante. Hace frío y él aguanta el tipo estoicamente vestido con un impecable traje gris de Hugo Boss, camisa blanca y corbata color azul con pequeños motivos en gris plata. Lleva puestas unas gafas de sol tipo aviador y una enorme sonrisa que va iluminando su cara a medida que me voy acercando. Y yo con mis vaqueros, botas altas, jersey de cuello alto y la cazadora acolchada cerrada al máximo para que no se cuele el impertinente frío.

¡Tiene que estar helado!

Cuando estoy frente a él se quita las gafas y me rodea con su brazo a la vez que me da un beso en la mejilla. Al tenerle tan cerca me doy cuenta de que su aspecto ha cambiado. En todo este tiempo no me he fijado en los cambios que se han ido produciendo en él, como su cabello, lo lleva más estiloso, se ha vuelto más coqueto. Y el traje: parece un modelo, le queda increíble. Antes resultaba algo desgarbado con los hombros caídos y ahora… se le ve que tiene percha. Sus hombros parecen fuertes y bien alineados.

¡Guau!

Recuerdo por un instante la conversación que mantuve con Andrea sobre volver a retomar la relación con Carlos. Tengo que ser honesta conmigo, es difícil encontrar a una persona que encaje con una misma como lo hace él.

—Hola Marian. ¡Cuánto tiempo! —dice sin ánimo de soltarme.

—Algo más de dos semanas.

Sus ojos negros me desarman, no puedo evitar dejar de sonreír. ¡Y qué bien huele!

—Hueles bien.

—¿Te gusta? Es el perfume que me regaló Andrea por mi cumpleaños, es de Chanel.

—Sí que me gusta. Entremos, te vas a quedar helado.

—Ya lo creo.

Transcurridos algunos minutos, un camarero nos acompaña a una mesa que ha quedado vacía de cuatro comensales. El restaurante está a tope. Me quito la cazadora mientras llegamos a ella. Carlos retira la silla para que me siente mientras dejo la cazadora en la silla de al lado. Veo como se desabrocha la americana y la acomoda en la silla que queda vacía.

Al tenerle delante se agolpan en mi mente un montón de razones por las que deberíamos volver. Me da miedo que él no sienta lo mismo, que sus sentimientos hayan cambiado. Quizá esté enamorado de otra persona, alguien menos complicada y con las cosas más claras.

Nos miramos, nos observamos en silencio mientras el camarero retira los dos servicios sobrantes. ¡Qué pesado! Los dos estamos deseosos de que se marche, pero aún falta por traer la carta, la trae un compañero suyo.

—Aquí tienen la carta.

Nos entrega una a cada uno.

Por fin un momento a solas, aprovecho para esconderme tras la carta. Su mirada es tan embaucadora… que después de haber hablado con Andrea de él, se me antoja inquietante.

—Vamos Marian, no me escondas tus ojos. No me prives de ellos.

Le miro por encima de la carta, esta vez lo que oculto con ella es una sonrisa tímida.

—Hace tiempo que no nos vemos y hablamos. Lo echo de menos.

Cierro la carta y la poso sobre la mesa.

—¡Será porque tú no quieres! —digo bajando la mirada a mis manos que están sobre la mesa.

—Yo siempre estoy dispuesto a ello —dice serio.

Levanto la mirada.

Me muerdo las ganas de decir muchas cosas, cosas que me dan miedo expresar… sí, me brotan los sentimientos a una velocidad que… al tenerle tan cerca…

—¿Qué piensas, Marian? Créeme, te noto rara.

Le miro… pero no me salen las palabras.

—¿Hay algo que me quieras contar?

Miro a un lado, perdiendo la mirada al fondo del restaurante.

No, no puedo, se me agolpan los sentimientos y pesan tanto…

—Tengo hambre —le digo volviéndole a mirar.

—Tienes hambre… lo que tienes es algo dando muuuchas vueltas en esa preciosa cabecita. ¿De verdad no tienes nada que contarme?

—En otro momento —le digo con cierto tono de indiferencia, no quiero que continúe indagando.

—¡Ah, vaya! ¿No me lo vas a contar? —me mira con gesto desafiante.

—Ya te lo contaré en otro momento. Comamos porfa —pongo cara de buena, no quiero que se enfade conmigo.

—Está bien. Pidamos la comida.

Durante la comida, Carlos intenta hacer alusión a nosotros dos como pareja. A medida que hablamos de todo un poco, me doy cuenta de que quiere llegar… a donde quiere llegar. A saber si estoy preparada para ello, si quiero retomar lo nuestro. Pero no sé cómo ni por qué me vuelvo fría y distante; arrebatándole la oportunidad de seguir indagando. Creo que no es el momento, ni el sitio, ni el lugar para hablar de algo que nos ha fracturado (por decirlo de alguna manera) como pareja. Sé que ha sabido interpretar mi reacción. Ha sido inteligente, ha cambiado rápidamente de sintonía y se ha dedicado a hacerme reír con sus típicas ocurrencias. La sobremesa ha sido lo mejor, recordando días inolvidables de acampada con la pandilla.

Después de pasar un rato encantador con Carlos comiendo y hablando también de sus nuevos proyectos y de mis supuestos proyectos que se supone, algún día se harán realidad… regreso a casa y me dedico a hacer magdalenas con pepitas de chocolate que tanto le gustan a Andrea. Entre tanto: pensamiento va pensamiento viene.


Son las nueve menos cuarto de la mañana del jueves.

Hoy puede que reciba el correo que con tanta ansiedad estoy esperando. Andrea ya me ha avisado de que no me haga muchas ilusiones. “¡Espero que sea hoy!, me digo a mí misma”. Me preparo el desayuno; como de costumbre, Andrea sigue dormida. Suspiro mirando al techo de la cocina esperando que una luz divina por fin me ilumine. Enciendo el portátil y miro mi correo, sin ninguna novedad; todavía es temprano... más entrada la mañana quizá lo reciba.

Me tomo un buen baño caliente de espuma, necesito distenderme. Pongo música relajante, sonidos de lluvia, de mar, de viento…

Me quedo como nueva.

Después de secarme con el albornoz, me pongo un chándal y me dirijo al salón. Allí está Andrea en pijama; con el pelo alborotado y una sonrisa en los labios. Está tomándose un tazón de cereales.

—¿Hay noticias? —me pregunta con curiosidad.

—Que yo sepa no. Tengo que mirar mi correo. A propósito ¿qué hora es?

—Las diez y cuarto.

Abro de nuevo mi correo. Parpadeo varias veces antes de soltar un grito de alegría. Me tapo seguidamente la boca con las manos para ahogar un nuevo grito. Andrea abre los ojos como platos y me mira atónita

—¡No me puedo creer que te hayan seleccionado! —dice entusiasmada.

Leo en voz alta el contenido del correo que dice así:


Carson Project Spain:

Departamento de RRHH.


Srta. Álvarez Martín.


Tenemos el placer de comunicarle que ha sido Vd. preseleccionada para una nueva entrevista en las dependencias de nuestra compañía.

Rogamos preséntese el próximo día 3 de diciembre a las 9.30 horas, en Recursos Humanos.

Esperamos su asistencia.

Gracias.


—¡Dios! ¡Es fantástico! —dice Andrea con una gran sonrisa—. Corre hacia mí y nos abrazamos con fuerza. Sabe lo que esto significa para mí.

—¡Madre mía, Andrea! ¡No me lo puedo creer! No quiero hacerme muchas ilusiones… pero… no puedo evitar hacérmelas.

Nos separamos y nos miramos a los ojos unos instantes. Finalmente:

—Amiga. Esta puede ser tu oportunidad. ¡Ánimo!

—Gracias, Andrea.

La miro con alegría mientras un torrente de ilusiones empieza a desplegarse en mi cabeza.

—¡Eh! Conozco esa mirada. No se te ocurra hacerte más ilusiones que las justas. Luego no quiero tener que aguantar tus llantos.

—Pero bueno, ¿desde cuándo has tenido que aguantar tú mis llantos? Sabes que yo no lloro y menos por algo así. Se trata de otra cosa.

—Cierto. Eres dura como el granito —dice convencida—. ¿Entonces de que se trata? —pone cara de pícara.

—Es solo que… —intento reprimir una sonrisa emocionada al decirle a mi amiga— Carlos... ha intentado hablar conmigo para volver, ya sabes… se ha insinuado —aparto la mirada de mi amiga para perderla a un lado—, me ha dejado caer que va siendo hora de plantearnos si continuar lo nuestro y…

—¿Qué le has dicho? —centra toda su atención en mí, está deseando oír, lo que las dos sabemos que quiere oír.

—En definitiva nada —le digo volviéndola a mirar.

—¿Nada? —dice con cara de no poder creer lo que escucha—. ¡¿Nada?! Marian, ¡por el amor de Dios! Ese hombre tiene una santa paciencia…

—Andrea, escúchame —le digo intentando captar toda su atención—. No era el lugar ni el momento indicado para hacerlo. Estábamos en el Vips. Había un ajetreo increíble en el restaurante. Hubiese sido diferente… si hubiéramos estado en un lugar más tranquilo, donde la conversación se pudiera llevar sin problemas. Pero no era este el caso. Es un tema delicado para los dos, y lo sabes.

—Lo entiendo —dice asintiendo con la cabeza—. El caso es que estés receptiva.

—Creo estarlo. Pero… me asusta… —digo pensativa— me asusta… descubrir nuevos sentimientos. De todos modos un año es mucho tiempo sin sentir y suficiente para que los dos nos hayamos enfriado. Quizá no vuelva a ser lo mismo.

—¿Tú crees? —dice volviendo a poner cara de pícara—. Vosotros no os dais cuenta. Os vengo observando a los dos desde hace tiempo. Desde que dejamos la universidad. Para vosotros es crucial esa fecha, es el disparo de salida para continuar lo que dejasteis. He visto como le miras. Hay mucho en ti y tienes que dejarlo salir. Él… estoy segura de que quiere quemar hasta el último cartucho para tenerte.

—Andrea, no le demos más vueltas al asunto. El tiempo nos lo dirá.

Mi querida amiga parece desesperarse.

Se queda un instante pensativa.

—Tienes razón. ¡Pero que lo diga pronto, que a mí me va a dar algo con tanta incertidumbre! —me dice agarrándome por los hombros y zarandeándome.

¡Qué pesada!

El despertar de Volvoreta

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