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CAPÍTULO 1

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Son las ocho y veinte de la mañana.

Andrea sigue dormida. Por fin es viernes. Estoy harta de patearme todos los días la calle y encima hoy hace un día de perros. Me ducho, me pongo un chándal y me calzo las deportivas. Bajo a la calle a comprar varios periódicos. Subo corriendo las escaleras hasta el cuarto, abro la puerta y allí esta Andrea en el pasillo, estirándose y con una cara de sueño impresionante.

Andrea es pelirroja, mide uno setenta y cinco, tiene grandes ojos verdes, boca sensual, cuerpo escultural y piel ligeramente bronceada por las sesiones de rayos uva. No hay persona que quede indiferente cuando la ve. Sin embargo yo, tengo el pelo castaño claro, ojos azules, piel morena y soy más bien de constitución delgada y algo desgarbada.

—¿Quieres desayunar? —le pregunto sin tenerlo del todo claro. Aún no se ha duchado y no es persona. Es media persona, como dice ella.

—No…, todavía soy media persona, cuando me duche tomaré algo. Gracias.

Me preparo el desayuno y me siento en la mesa que está en la cocina, frente al balcón; me encanta la luz que entra por él. Abro un periódico por la sección de ofertas de trabajo y me dispongo a echar un vistazo sin la menor ilusión.

Nada... Más de lo mismo.... En este ya he estado, en este otro también, y en este y en este otro…

—¡Dios! ¡Esto es increíble! Han pasado tres semanas y muchos de ellos aún siguen anunciándose.

Andrea entra en la cocina, aún perezosa.

—¿Qué te pasa Marian? ¡Madre mía! ¿Cómo puede ser que haya miles de personas para un puesto de trabajo y no lo cubran con rapidez? ¿Qué buscan? ¿La perfección absoluta? —coge una taza de desayuno del mueble y lo llena de leche.

—No sé lo que buscan. Esto es frustrante. ¡Ni en Internet!... He puesto más de quince anuncios en varias páginas y ni leches.

De repente, leo un anuncio que puede ser interesante aunque no sea lo que busco, pero me da igual, con tal de trabajar…


Filial norteamericana: Carson Projects Spain

Demanda persona: Mujer entre 25 y 30 años

Dispuesta a viajar.

Puesto a ocupar: Asistente personal.

Interesadas llamen para concertar entrevista al núm. 91.368...


—¡Andrea! ¡He encontrado algo interesante…! Léelo y dame tu opinión.

Coge el periódico y lee el anuncio al menos tres veces. Tiene la boca llena, con lo que tarda en responder, mientras yo me impaciento.

—¿Es que te has vuelto loca, Marian? —me pregunta con la boca llena y gesto de asombro.

—Creo que no Andrea. Sabes muy bien que en este país no hay manera de encontrar un puñetero puesto de trabajo decente. La gente joven como nosotros, nos vemos obligados a salir fuera a trabajar; no nos queda más remedio. Yo no puedo permitirme por mucho más tiempo vivir contigo; bueno… ya sé que no tengo que pagarte el alquiler… ni consentirías que lo hiciera, pero… los gastos de luz, gas, etc. ¡No puedo seguir así! De todos modos, por intentarlo no pierdo nada. Puede ser positivo para mí. Domino bien el inglés, adquiriría una gran experiencia y siempre estaría a tiempo de dejarlo. Necesito crearme un futuro estable. Solo tenemos que mirar a nuestro alrededor y ver como es la realidad para nosotros. Y si tengo que viajar… pues viajaré y listo. Me imagino que es duro estar lejos de la familia y los amigos pero… me tengo que ganar la vida de alguna manera. En el fondo no puede ser tan malo.

—Tienes razón. Yo lo tengo más fácil que tú. También podrías trabajar en la empresa de mi padre. Sabes que mi padre te contrataría en el mismísimo momento en que yo se lo pidiera. Aunque sé que no te gusta que te echen una mano, a no ser que no te quede más remedio.

—Sí, me conoces bien —suspiro.

—Carlos te echa de menos —me dice mirándome a los ojos muy seria—. Sabes que está deseando retomar esa relación que tuvisteis. Te adora. Eres lo mejor que le ha pasado y lo sabes.

—Lo sé Andrea. Yo sí te puedo asegurar que él es lo mejor que me ha pasado a mí. Mi vida pasó de ser aburrida y gris a llenarse de color poco a poco. Me llenó de vida. No me di cuenta de que estaba colada por él hasta aquel día en el que fuimos por la tarde a El Retiro a dar una vuelta y a tomar algo en un chiringuito, aquel día que hicisteis que volcaran las dos barcas.

—Ummm, lo recuerdo.

—Carlos y yo decidimos quedarnos en la terraza del chiringuito. Me pareció raro que se quedara conmigo, es de los que se apunta a todo, no se pierde una. Yo sin embargo… conociéndoos como os conozco… preferí quedarme y mira después el resultado.

—Ya te digo —dice arqueando sus perfectas cejas recordando—. Empapados hasta arriba.

—Comenzamos a hablar, ya sabes, de todo un poco mientras tomábamos otro refresco y observábamos las tonterías que hacíais sobre las barcas. Nos reímos un montón.

—Ya lo creo.

Reímos al recordar.

—Pese a que parecía estar divirtiéndose con vuestras burradas, le notaba intranquilo, algo diferente. Me dejó con la boca abierta cuando me dice de repente: quiero conocerte —mi amiga escucha con toda su atención esperando que continúe—. Ya me conoces le contesté y él me respondió: Te conozco como amiga y eres excepcional, pero no me refiero a esa faceta de ti, me refiero a íntimamente. Quiero conocer a la otra Marian… si tú quieres.

—Nunca me has contado ese momento… ¡Qué bueno! —dice sin parar de reír—. Nos dimos cuenta de que había algo entre los dos cuando veíamos que os sentabais casi siempre juntos y que os mirabais mucho, como tórtolos. Para entonces ya llevabais cerca de un mes quedando a solas. ¿No?

—Pues ya ves… —digo apenada mientras recuerdo esos primeros momentos en que quedábamos a solas, sin la pandilla, para indagar en nuestras emociones, en nuestros sentimientos e inquietudes; para “conocernos”.

Andrea parece darse cuenta de que me duele recordar.

—Estas poniéndote lánguida.

—No sabes la de veces que he estado a punto de estropearlo todo… por culpa… de mis miedos. Fueron diez meses muy bonitos donde la sombra de Luis planeaba… pero al final pudieron más mis inseguridades y miedos que lo que sentía por Carlos.

—Olvídalo, ya pasó —susurra mi amiga mientras coge una silla y se sienta a mi lado para abrazarme y acariciarme el pelo.

—No puedo entender como un tipo como ese estuvo casi un año acosándome. Al principio, lo típico, te hace gracia. Piensas que le gustas y que solo trata de conquistarte, después se vuelve pesado y persistente, a continuación comienza a ser desagradable y por último…

—Ya, ya, Marian. No lo pienses —Andrea se siente conmovida y no deja de abrazarme y acariciarme el pelo.

—La verdad es que con el paso del tiempo he aprendido a asumirlo, pero a olvidarlo… no estoy segura del todo. No debo dejar que me afecte de nuevo. Si no hubiese sido por Carlos…

—Venga, venga. Hubo un tiempo en que dejó de acosarte, ¿no? —dice mientras me suelta para mirarme a los ojos.

—Sí, pensé que se habría cansado. Llevaba dos meses sin aparecer, sin llamarme. Pero como ya sabes… apareció en esa fiesta que dio Sarah en el chalet de sus padres, aprovechando que estos estaban de viaje por Irlanda.

—Esa noche debí ir contigo a la fiesta. No debí dejarte sola.

—Vamos Andrea, me hubiera quedado sola igual. Te hubiera salido algún plan, ya sabes…

—Si merece la pena ya sabes que no digo que no a un buen polvo. ¿Qué fue lo que pasó en la fiesta? Nunca has querido contármelo.

—Lo sé. Pensé que si no lo contaba tarde o temprano conseguiría olvidarlo, pero ya ves que no. Aquella noche flipé cuando vi a Luis aparecer en la fiesta. Se acercó a mí en un momento que estaba apartada del mogollón de gente y comenzó a hablar conmigo con naturalidad, como si no hubiera pasado nada entre nosotros. Yo desde luego no tenía ganas de increparle y montar un pollo. Fui correcta y hablé sin más con él. Estaba algo mareada, me había tomado una copa y se me subió rápido a la cabeza así que… cuando quise darme cuenta él estaba rodeándome con sus brazos tratando de besarme, me resistí, pero él era más fuerte. Me arrastró literalmente hacia una puerta, no recuerdo si era una habitación, baño o despacho. Forcejeaba y gritaba, pero con la música tan alta no podía oírme nadie, sobre todo porque él trataba de silenciar mi boca con la mano. Cuando ya me tenía casi dentro de la habitación semidesnuda a punto de culminar su propósito —sonrío al recordarle—, apareció Carlos y le pegó un primer puñetazo obligándole a soltarme. Después se liaron a golpes mientras yo, aturdida y asustada empecé a vestirme. Al cabo de unos minutos los demás se dieron cuenta y los separaron.

—Carlos nunca ha querido hablar de ese momento y ahora entiendo por qué. Comprendo tu comportamiento con respecto a los hombres desde entonces.

—Ya, no es agradable hacer lo que hizo Carlos. Luis se llevó una buena tunda. Mira que para entonces Carlos estaba delgado y no tenía pinta de dar los puñetazos que le propinaba. Le conocíamos poco por aquel entonces.

—Sí. Venía de vez en cuando con la pandilla. Ramón y él se conocían de hacía tiempo.

—Esa noche me marcó profundamente; si no llega a ser por Carlos… no quiero ni pensar que hubiera sucedido. Carlos me conmovió de manera especial, nunca olvidaré su expresión. Él no entendía cómo alguien podía hacer algo así. No sabía qué hacer, no sabía cómo ayudarme; no se apartó de mí en ningún momento. Me alejó de la fiesta hasta que estuve calmada. Después me llevó a casa. No consintió que nadie más lo hiciera —no puedo evitar reír al recordar su viejo coche, un Clio de color azul, un verdadero cascajo, pero le daba su servicio—. Por el camino iba repitiéndose a sí mismo en voz alta: “no entiendo cómo pueden existir tipos con una actitud tan indeseable”. El pobre llevaba los nudillos de la mano derecha al rojo vivo y la ceja izquierda partida. Me sentí culpable por verle así, estaba abatido y preocupado por mí.

—Carlos siempre te ha hecho sentir segura, ¿no?

—Sí. Me inspiró confianza desde aquel día como amigo y como pareja después también. Pero en cuanto al tema de la cama… me costaba horrores dejarme llevar. Ese imbécil me marcó. Recordar como me tocaba y como me besaba, ¡me daban náuseas solo al recordarlo! Carlos siempre se mostró paciente, cuidadoso conmigo, demasiado en algunos casos. Siempre tuvo claro que no iba a ser fácil mantener una relación con una chica que había pasado por lo que yo pasé.

—Habéis hablado… porque eso sucedió un año y medio, más o menos, antes de que comenzarais a salir.

—No. No hemos hablado en profundidad sobre ello. En algún momento hemos hecho referencia a esa noche… pero a ninguno de los dos nos gusta recordar ese momento y menos a mí y él lo sabe, así que lo evitamos. La verdad es que es un episodio que tenemos en común y claro está… ninguno de los dos imaginábamos que íbamos a estar juntos después de aquello.

—Lo tienes… por decir de alguna manera… “olvidado”.

—Creo que en este momento… no estoy segura del todo.

—¡Ay, Marian! —suspira—. ¿Quieres retomar la relación donde la dejaste?

—Me encantaría retomar esa relación. Tengo muchos motivos por los que volvería una y mil veces con él. Echo de menos la forma en que me miraba, sereno, tranquilo. Me hacía reír de forma especial, quitándole importancia a cuando me ponía tensa en esos momentos en que… ¡Vamos Andrea, no me tires de la lengua!, sabes que no me gusta hablar del tema íntimo.

—¡Dios, me encanta como lo cuentas!

—Ya. Para que luego te mofes.

—Para nada. ¡Me encanta como me descubres a Carlos!

—Tiene una actitud hacia mí protectora, sin resultar agobiante. Sabe darme mi tiempo, mi espacio. No es celoso ni posesivo. Son dos de las virtudes que más valoro en él.

—No me extraña que te haga sentir bien.

—Sí, pero cuando me pedía algo más… la cama… ya sabes… me costaba quitarme de la cabeza a Luis.

—Ya —sonríe sin ganas al ver la cara de frustración que pongo—. Comenzaban los conflictos.

—Sí, y tengo miedo a que vuelva a pasar lo mismo. A no ser capaz de entregarme a él sin reservas, sin condiciones. Siempre he sentido que no he estado a su altura; que merecía algo más que una chica frustrada y frustrante a la vez.

—Él ya sabía lo que había cuando te dijo que te quería conocer.

—No Andrea, él no podía saberlo. Tampoco yo sabía cuál era la magnitud del daño que me había provocado ese innombrable. Posteriormente no he tenido relaciones lo suficientemente largas como para irme a la cama con algún chico. Hasta que Carlos decidió “conocerme”.

—¿Qué vas hacer entonces? ¿Vas a hablar con él? ¿Os vais a dar otra oportunidad?

—Quiero hablar con él, ver si realmente estamos los dos preparados para ello, sobre todo yo. Primero quiero centrarme en encontrar un trabajo y solucionar mis problemas más inmediatos, si quiero seguir viviendo contigo, claro. Carlos es una posibilidad que no descarto, lo tengo muy presente. Pero puede que él ya no quiera volver —digo con pena—. También está el hecho de que… ya sabes… no me porté muy bien con él —pongo cara de circunstancias al recordar lo impertinente que me volví con él sin merecérselo.

—Creo que te estás equivocando.

Miro a mi amiga preguntándome si ella sabe algo, si Carlos le ha insinuado o han hablado abiertamente de la posibilidad de retomar lo nuestro.

—La verdad es que Carlos y yo tuvimos una corta pero bonita relación. Andrea, yo tan solo contaba con veintidós años, era y sigo siendo inexperta, él me saca cuatro años y quieras o no… se nota, era algo más maduro que yo.

—Bueno, es normal, aunque ya sabemos que nosotras siempre vamos por delante en madurez.

—Si tú lo dices… Mírame a mí… estoy más perdida…

Carlos aceptó darme tiempo: sin reservas, sin peros, sin agobiarme. La verdad es que se ha portado muy bien todo este tiempo. Él, al igual que Andrea, han sido mis mejores amigos.

—Ya hace algo más de un año que dejasteis lo vuestro. Ya es hora de que os deis otra oportunidad.

—Sí, pero necesito despejar mi mente. Este ha sido un año largo y duro para mí. Necesito tener la cabeza desocupada. Ya te he dicho que primero tengo que solucionar otros asuntos.

Pero ya tengo el pensamiento ocupado en gran parte por él. La verdad es que le echo de menos… me gusta demasiado. Trato de resistirme a él. Me pongo celosa pero que muy celosa, cuando alguna chica se le acerca; me muero de rabia y me contengo a duras penas. Tengo que reconocer que… de algún modo, me da miedo retomar la relación y fracasar cayendo en los mismos errores y en los mismos temores.

Volver con Carlos; supone no poner condiciones. No sé si seré capaz de crecer emocionalmente al ritmo que él necesita. ¡Dudas, dudas, malditas dudas!

—¡Está bien! —dice malhumorada, mientras va a su dormitorio.

—¡Andrea, no me presiones! —le digo con contundencia.

Tengo que hacer la llamada para concertar una cita y después miraré en Internet a qué se dedica la empresa Carson Project Spain.

Me dispongo a llamar. Me citan para el próximo lunes día 26 a las 10 h. La empresa se encuentra en la zona norte de Madrid, en concreto en la carretera de La Coruña. Se trata de una filial.

Me meto en Google y busco la empresa. Es un conglomerado de empresas diferentes entre sí: naviera, telecomunicaciones, empresas de transporte por carretera, petróleo, energías renovables, etc., repartidas por medio mundo.


Suena el despertador. Lo apago de un manotazo y me doy la vuelta. Ya son la siete: tengo que prepararme para la entrevista.

Me doy una ducha rápida. Menos mal que ayer domingo me lavé el pelo, así tardaré menos en arreglarme. Me visto con el traje de falda y chaqueta que me ha dejado Andrea. Me recojo el pelo con una pinza hacia atrás, rímel en las pestañas y meto en el bolso un brillo de labios de color natural.

Estiro corriendo la cama, me agarro el bolso, el portafolios y me dirijo a la cocina. Me preparo un café con leche. Cojo las llaves del coche de Andrea, no le importa dejármelo. Llegaré antes a la cita, aunque el tráfico de Madrid en hora punta, ya se sabe.

Me aplico el brillo en los labios mirándome en el gran espejo que tenemos en el pasillo de la entrada, abro la puerta y bajo corriendo las escaleras, llegaré pronto a mi destino. Tengo una corazonada.

He llegado media hora antes. Voy a relajarme un momento, el tráfico es estresante. Pongo música para entretenerme un rato. Reviso mi móvil. No tengo llamadas ni mensajes. Saco un espejo del bolso y me cercioro de que cada cabello está en su sitio. Doy una nueva capa de brillo a mis labios y me dispongo a salir del coche para entrar en el edificio Carson Project Spain.

El edificio es de cristal. Tiene dos grandes puertas automáticas a la entrada. El hall es enorme. La luz que entra a través de las vidrieras inunda el lugar. El suelo es de mármol gris oscuro. En medio del hall hay un mostrador grande de madera, color avellana oscuro, con forma de media luna, detalles en acero y con tres letras en el centro del frontal también en acero: CPS. En el mostrador hay tres jóvenes señoritas bien uniformadas, con exquisito gusto diría yo: una rubia y dos con el cabello más oscuro, perfectamente maquilladas.

Me acerco a ellas.

Entra y sale gente de los dos pasillos laterales que están justo detrás del mostrador. Allí están los ascensores que distribuyen a los trabajadores por las diez plantas del edificio.

—¡Buenos días! ¿En qué puedo ayudarla? —me dice una de ellas, en concreto la rubia que lleva una chapita en la chaqueta con su nombre: Yolanda.

—Tengo cita para una entrevista de trabajo.

—Bien, tiene que ir a Recursos Humanos que está en la primera planta, por el pasillo de mi derecha. Tome el ascensor y, cuando salga, gire a su derecha y hacia el final del pasillo hay una sala de espera grande. Espere allí. La llamarán al mostrador que hay allí mismo.

—¡Gracias!

Me dirijo adonde me ha indicado la recepcionista.

Al llegar a la sala veo que hay seis chicas esperando, más o menos de mi edad. Pienso que no voy a tener nada que hacer, que estoy perdiendo el tiempo a lo tonto una vez más; pero algo dentro de mí me dice que este trabajo puede ser mío. Tomo asiento y espero impaciente a que me llamen.

Transcurridos cinco minutos, salen tres chicas, nada menos, por la puerta que hay al lado del mostrador. Todavía quedan diez minutos para la hora que me han citado. Una mujer de unos cincuenta años, bajita, de pelo corto y rubio, ojos saltones de color miel y amplia sonrisa, nombra a tres de las chicas que están esperando su turno. A los pocos minutos, dos de ellas salen. Vuelven a nombran a otra chica y seguidamente me nombran a mí.

Paso por donde me indican. Me manda al final del pasillo, a un despacho donde un caballero de unos cincuenta años, está sentado detrás de una mesa repleta de carpetas. Tiene gesto serio y parece un tanto arrogante, pero por su media sonrisa juraría que es una persona afable. Sus pequeños ojos marrones me miran con curiosidad por encima de sus gafas.

—Buenos días.

—Buenos días. ¿Señorita Álvarez? —asiento con mi cabeza—. Por favor, siéntese.

—Gracias.

—Me llamo Román Ibarra, mi trabajo consiste en seleccionar al personal que va a trabajar en esta filial. Le voy a informar de en qué consiste el puesto a ocupar: Buscamos una persona de entre 25 y 30 años. Por lo que veo… creo que usted no los tiene aún cumplidos, ¿me equivoco? —me mira de nuevo por encima de sus lentes.

—No señor.

—Ya. Bueno, ya que está usted aquí y se ha tomado la molestia de madrugar… la entrevistaré.

—Se lo agradezco señor.

—¿Me permite usted su currículum para que pueda echarle un vistazo? —se lo extiendo con mano firme. Lo lee por encima y lo deposita en la mesa mientras me mira de nuevo por encima de sus lentes. Apoya los codos en la mesa y junta las yemas de los dedos de ambas manos.

—Tiene usted una notable trayectoria universitaria. Además de unas buenas referencias —me mira con cierta curiosidad y eso hace que me afloren los nervios—. Veo también que ha trabajado en la biblioteca de la facultad. Bien —hace una pausa—. La persona que buscamos ocupará el puesto de asistente personal. Este puesto requiere a alguien que esté dispuesta a viajar sin problemas —vuelve a echar un vistazo al currículum—. Los trabajos que ha desempeñado son muy diferentes unos de otros —me sonríe—, menos de asistente personal o algo que se le parezca... ha trabajado usted de todo. De todos modos… —dice pensativo—, ya que está aquí... continuaremos con la entrevista.

Vuelve a hacer una pausa, parece estar meditando y eso me desconcierta.

—Entonces quedamos con que usted está dispuesta a viajar. ¿No hay problema en ello?

—No señor, no tengo ningún problema en hacerlo, estoy totalmente disponible.

—Ese es un punto importante a su favor.

—Necesito trabajar, así que… tendré que hacer lo que haga falta.

—Me gusta su actitud. La creo.

Mira un momento sus papeles, los ordena y…

—Ahora señorita, necesito que rellene este cuestionario, solo le llevará cinco minutos.

Me acerca la hoja y un bolígrafo y me dispongo a rellenar el cuestionario. Respiro profundamente mientras lo leo por encima. ¡Estoy de los nervios! Este hombre me altera. Lo relleno y se lo entrego a la vez que le dedico una tímida sonrisa.

Le echa un vistazo.

—Bien. Ahora lo que estamos haciendo es una preselección. Mi equipo escogerá las solicitudes más interesantes —noto como observa con disimulo mi reacción—. Señorita Álvarez. ¿No sé si tiene usted alguna duda o pregunta que hacerme?

—Me gustaría saber: ¿cuándo avisarán de que estoy preseleccionada o no? —le miro con interés.

—En tres o cuatro días se les comunicará. De esa preselección saldrán varias candidatas y de esas candidatas se escogerá solo a una —sonríe—. Se lo comunicaremos mediante correo electrónico.

Vuelve a mirarme por encima de sus gafas y me dedica una amplia sonrisa. Me mira con mucho detenimiento observando todos mis gestos y movimientos.

—Gracias señorita. Que tenga usted suerte.

Me ofrece la mano. Yo se la estrecho con una escueta sonrisa en los labios.

“¡Suerte!… Lo que necesito es un milagro”, me digo.

—¡Gracias señor!

Cierro la puerta tras de mí. La entrevista ha sido fría, intensa y corta. Me siento de alguna manera decepcionada. Poco a poco me entra el bajón… me siento mal por haberme presentado. Como él ha dicho, no tengo experiencia en ese puesto; ni en algo que se le parezca. Creo que estoy en desventaja. Seguro que se han presentado chicas con mejores y más acertadas referencias que la mías.

Salgo a la sala de espera y miro el reloj que allí hay. La entrevista ha durado escasos quince minutos, pero a mí me ha parecido una eternidad.

Con pocas esperanzas, me dirijo al ascensor cabizbaja. Salgo de Carson Project Spain y me dirijo al coche de mi amiga. Me he desinflado totalmente, quizá no he estado a la altura de las circunstancias, pero por intentarlo que no quede.

Al entrar por la puerta de casa me doy cuenta de que Andrea está esperándome ansiosa para preguntarme qué tal me ha ido la entrevista. Se lo cuento un poco por encima, pero sin ningún ánimo. Quizá más tarde lo vea de otra manera. Ella me anima con su sonrisa.

¡Al menos lo has intentado! —dice.

El despertar de Volvoreta

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