Читать книгу El despertar de Volvoreta - Rosa Castilla Díaz-Maroto - Страница 9
CAPÍTULO 5
ОглавлениеYa son las ocho y media. Carlos vendrá a las nueve y media a cenar. Andrea está preparando los últimos detalles.
Ha pedido un catering para tres: delicatessen, vino, champán e incluso postre.
No quiere que la ayude. Se conforma con que me arregle, ya que después iremos a tomar unas copas y a bailar. Me he puesto unos pantalones pitillo color negro, con una blusa blanca pegadita al cuerpo resaltando discretamente mi figura. Me he marcado con la plancha unas ondulaciones en el pelo, rímel en las pestañas, un poco de color en las mejillas y brillo en los labios… y ¡listo!
Cuando me ve Andrea se queda sorprendida.
—¡Qué guapa te has puesto! Estás muy atractiva.
—No es para tanto.
—¿Si quieres se lo preguntamos luego a Carlos? —dice con una sonrisita pícara y burlona.
Andrea tiene preparada hasta la música para amenizar la cena. Al igual que a mí, le gusta la música house y la música comercial: Enrique Iglesias, Jennifer López, Lady Gaga, Madonna, etc. Ya está todo preparado cuando llaman a la puerta. Abro y allí está él. Verle… me provoca palpitaciones, el corazón se me desboca sin control. Casi no puedo respirar. Está guapísimo, tiene un brillo especial en los ojos. Me da dos besos suaves e intencionados cerca de mi boca. ¿Por qué lo hace? Me quedo por unos instantes extasiada aguantando la puerta tras entrar Carlos en casa. Finalmente la cierro. Me doy la vuelta despacio, extrañada. El otro día me besó en la mejilla y hoy… al recordar la suavidad con la que me ha besado… estimula por unos instantes mis recuerdos.
—Esto es para ti. Me entrega un regalo. Por su forma cuadrada y plana, parece un CD de música.
—Gracias Carlos.
—No hay de qué. Estás preciosa.
—Gracias. Tú también estás muy guapo—sonrío pletórica.
Carlos está increíblemente atractivo. Morenazo de ojos negros y almendrados, labios carnosos, nariz recta, rostro ligeramente ovalado y barba de dos días. Me gusta más verle vestido con ropa de sport que con el traje; aunque para nada le hace desmerecer.
Abro el regalo. Es un CD de Chill out saxofón. Me encantan las baladas tocadas con saxo. Me gusta lo sensual y relajante que es la melodía que emana de ese prodigioso instrumento musical.
Cenamos los tres sentados en los sofás. Andrea ha preparado todo sobre la mesa de centro, nos parecía más informal ya que se trata de picar un poco.
Está todo riquísimo. Andrea ha acertado con el menú.
Cuento a Carlos los pormenores de la entrevista de trabajo mientras disfrutamos de la cena. Se muestra muy interesado en lo que le estoy contando.
—¡Espero que tengas mucha suerte! —dice contento— y que este cumpla tus expectativas.
—Gracias.
Tomamos vino durante la cena. Yo solo tomo una copa ya que enseguida se me sube a la cabeza.
La velada transcurre amena y divertida. Hacía tiempo que no estábamos así de a gusto. La música suena de fondo.
—Vamos a brindar por Marian —dice Andrea mientras va a coger las copas y el champán a la cocina.
Carlos aprovecha para sentarse a mi lado en el sofá. Andrea enseguida regresa de la cocina. Carlos descorcha la botella y nos sirve las copas. Brindamos por mi nuevo y eminente futuro. Me tomo dos copas no muy llenas, quiero reservarme porque si no… pronto voy a sentirme mal y no voy a poder salir para continuar la noche.
Yo estoy especialmente divertida, Carlos y Andrea no paran de reír muy animados. Les miro a los dos. En este momento me noto especialmente feliz al mirarlos. Siempre están ahí para mí; para lo bueno y para lo malo, siempre apoyándome. Les debo mucho a los dos.
—Ahora vengo —dice mi amiga desapareciendo por el pasillo camino de las habitaciones.
Carlos y yo continuamos hablando, bromeamos sobre Andrea y su manera de hacer las cosas perfectas, le encanta preparar fiestas y cualquier motivo es suficiente para calentar los motores de su imaginación y preparar una velada de lo más ocurrente. Este no es el caso, se trata de algo más sencillo y ha cumplido a la perfección con su cometido. Comienzo a sentirme un poco embriagada con el último trago de mi copa. Me tumbo sobre el apoyabrazos del sofá. Por unos segundos parecen diluirse las palabras de Carlos en mi mente, él continúa hablando… pero no soy capaz de seguir con atención la conversación. Es como si mi mente se quisiera evadir por un instante de la realidad y no entiendo porqué, pero necesito hacerlo. Se escucha en el equipo de música las primeras notas de un nuevo tema; las primeras notas de Saxofón inundan mis sentidos. Se trata del disco que Carlos me ha regalado y... poco a poco comienzo a sentir algo más profundo, los efectos del champán y me abandono en brazos de esa dulce sensación de ligero mareo. Es como si me estuviera meciendo en una de esas hamacas que se ponen de árbol a árbol y en la que tantas veces me he tumbado en uno de los viajes que hicimos a México toda la pandilla.
Dejo mi mente en blanco unos segundos. Pero un presentimiento repentino lo ocupa sin pedir permiso, sin esperarlo. Mis sentidos se ponen en alerta. Carlos está muy cerca de mí, más de lo que me podía imaginar. No me he percatado de que había abandonado su sitio en el sofá. Noto su presencia muy cerca, su aroma le delata, un ligero toque de Polo de Ralph Lauren.
Entreabro los ojos… y ahí está, arrodillado; mirándome. ¡Dios, que arrebatadamente guapo está!
Me falta el aire al sentir que mi intimidad, mi espacio vital… está siendo invadido por su proximidad, por su mirada.
Su rostro está casi pegado al mío. Me mira con dulzura mientras sus dedos acarician mi pelo con mimo. No soy capaz de moverme. Pestañeo varias veces, cierro los ojos y me digo a mí misma: ¡Qué sea lo que Dios quiera! No tengo fuerzas ni ganas de resistirme a él. Curiosamente mis sentidos me dicen que me relaje y me deje llevar por una vez. No sé lo que es dejarme llevar desde hace tiempo por los sentimientos o por las necesidades básicas que todos y todas tenemos. Hace algo más de un año que no he vivido más que para estudiar.
Oigo su respiración calmada pegada a mi oído. Instintivamente giro levemente mi rostro hacia él. Casi no puedo respirar, los nervios y la incertidumbre hacen posesión de todos mis sentidos, es un latir constante y turbador el que se apodera de mí. Sus ojos me suplican una oportunidad. No puedo creer lo que veo en ellos. Si tuviera que hablar en este momento no me saldrían las palabras ni para decir “no”. ¡Dios! ¿Hacia dónde he estado mirando todo este tiempo? Su mirada es la de un hombre seguro, que sabe lo que quiere y que sabe hacia dónde quiere ir. Y sí… sabe a dónde quiere llegar cuando sus labios rozan el lóbulo de mi oreja. Me estremezco ligeramente. Noto una suave descarga eléctrica recorrer mi cuerpo. Sus labios siguen su camino rozándome las mejillas… despacio. No puedo evitar cerrar de nuevo los ojos. Besa la comisura de mis labios varias veces y, sin encontrar resistencia, mis labios se entreabren. Sus labios son suaves, dulces. Introduce la punta de su lengua en mi boca, busca acariciar la mía y acariciar también con ella mis labios. El corazón me late deprisa. Todo mi cuerpo parece despertar bajo su embrujo.
¡Y yo que pensaba que estaba muerta! Baja por mi cuello. Todo un despliegue de suaves y pequeños besos recorre mi carótida hasta llegar al primer botón de mi blusa. Quiero que lo deje, pero no puedo negarme, me gusta, me gusta lo que siento. Su respiración se hace más rápida. Con suave lentitud me desabrocha el primer botón de la blusa y hunde sus labios en mi escote a la vez que respira profundamente como si quisiera apoderarse de mi aroma de una sola vez. Abro los ojos y me encuentro con los suyos: excitados, lascivos… mirándome mientras sigue respirando mi aroma con verdadera veneración.
—Que bien hueles Marian… ¿sigo? —susurra.
¿Me está pidiendo permiso? Dudo, pero no contesto.
Sí, me apetece estar con él… pero… ¿desde cuándo es tan atrevido? Él es más bien tímido como yo. Nunca pensé que nuestro acercamiento se produciría de esta manera. Para mí lo lógico hubiera sido una cena y una larga pero emotiva conversación sobre lo que queremos y hacia donde deseamos ir los dos. Trato de respirar hondo y desterrar mis miedos. No me he dado cuenta en todo este tiempo de que ha cambiado. Le noto más adulto, más hombre, ¿y yo, dónde me he quedado? ¿Navegando en el limbo todo este tiempo? Seguramente así ha sido —me respondo a mí misma.
No soy capaz de contestar a su pregunta, la excitación y mis dudas me lo impiden. Por un momento mi mente me pide que pare, esto no entraba en mis planes, pero… desabrocha el siguiente botón lentamente ¡Ay Dios! Mis senos están casi al descubierto, solo los cubre el sujetador. Le observo, y él me observa a mí, me mira a los ojos sabedor de lo que está consiguiendo. Poco a poco consigue conquistar un pedacito de mi cuerpo, un pedacito de mi mente para fundir y grabar sus sentimientos en él. Desabrocha lentamente otro botón. Me muero de excitación a la vez que me pregunto: ¿cómo puedo permitir que siga conquistando mi cuerpo? Sigue besándome mientras anula mi voluntad. Desabrocha uno a uno los restantes botones (ya no quedan más). Me coge suavemente por la cintura. No soy capaz de reaccionar, mi cuerpo solo responde a los estímulos que propaga convenientemente por él. Comienza a sembrar mi vientre de besos. Con la punta de su lengua acaricia mi ombligo, juguetea con él. Mi cuerpo se mueve excitado, siento presión en el pecho y el corazón… desbocado; quiero disfrutar con intensidad, a la vez que parte de mí quiere revelarse y parar… ¡Dios, es un hechicero! Me tiene a su merced y yo no puedo nada más que abandonarme a sus deliciosas y delicadas caricias.
Se pone en pie mientras con desesperante lentitud desabrocha uno a uno los botones de su camisa. Yo no aparto ni por un segundo mis ojos de los suyos, solamente en el preciso momento en que veo asomar su torso, su piel perfecta… hace tanto tiempo que mis dedos no se pasean juguetones por él… Desabrocha los puños de la camisa y la hace descender despacio por sus brazos. Me quedo literalmente con la boca abierta admirando semejante visión. Excitada, muy excitada y… mojada. Acaba de quitarse la camisa y la deja sobre el respaldo del sofá. Me mira con la cabeza ladeada, sus ojos destilan deseo y se muerde el labio con una ligera presión. Su torso tiene suavemente marcados los músculos del pecho y el abdomen y sus fuertes hombros y sus brazos me sorprenden. Sus músculos están perfectamente marcados ¿cuándo se ha puesto tan bueno? —me pregunto consternada—. Ahora… se desabrocha el cinturón ¡madre mía! seguidamente el botón del pantalón. Mi cuerpo está… crujiendo totalmente entregado al placer que es… admirar su cuerpo. Siento un ligero dolor entre las piernas…
¡Ummm! ¡Me gusta!
Se baja lentamente la cremallera del pantalón.
Al ver que la cosa está subiendo de tono me viene a la mente como un rayo mi amiga.
—¡¡Carlos!! ¿Andrea?
—Ella se ha marchado, estamos solos tú y yo —dice con voz ronca por la excitación.
Mi querida amiga compinchada con él. No es de extrañar.
Es evidente que está muy excitado, un bulto de dimensiones considerables se eleva entre sus piernas. Se vuelve a arrodillar a la altura de mis caderas, pasea por ellas sus manos, lentamente, de arriba abajo mientras fija sus ojos en el blanco sujetador que cubre mis senos. Después de recrearse por unos instantes, se decide a desabrochar mi pantalón. Observo como le tiemblan los dedos y como cierra por unos instantes los ojos mientras lo desabrocha. Su pecho se agita visiblemente y el mío también. Me gustaría participar con mis caricias hacia él… pero le dejo hacer. Contengo la respiración. Él está lejos de mi alcance. Mi pecho sube y baja excitado, la sangre bombea y bombea una y otra vez en mis sienes. Mis caderas se mueven ante tal provocación. Anhelo sus caricias, esas caricias que en tiempo pasado nos hicieron pasar maravillosos momentos. Sus temblorosos y anhelantes dedos bajan lentamente la cremallera de mi pantalón, noto la leve presión que proyecta sobre el pubis mientras la baja. Todo mi cuerpo se estremece, no puedo seguir mirando; mis ojos huyen del campo de batalla y se pierden en el techo del salón suplicando compasión. Quiero tocarle… pero… no me atrevo, no me atrevo a tomar parte.
—Eres perfecta Marian. Tu cuerpo sigue tal y como lo recordaba: suave, firme, cálido y sugerente.
Aparto mi mirada del techo y le miro. ¡Sí… te deseo! Le digo con mi mirada. No me atrevo a pronunciar esas palabras… pero mis ojos hablan por sí solos, las palabras en este preciso momento considero que sobran.
Sus manos se colocan en la cinturilla del pantalón y lentamente lo arrastra hacia mis tobillos, dejando al descubierto la delicada braguita de encaje blanco que cubre mi sexo. Me quita los zapatos y, a continuación, termina de sacar el pantalón por los pies. Lentamente.... sus manos suben desde mis tobillos hasta separar con mucha delicadeza mis piernas. Acaricia la cara interna de mis muslos, los besa, los lame y los mordisquea con mucha ternura, disfrutando de cada porción de piel; de cada porción de mí. Sus tímidos dedos rozan el delicado encaje de mis braguitas. Humedece sus labios hambrientos mientras observa como respondo a sus provocadoras caricias. Desliza tímidamente el dedo índice de su mano derecha por el borde de la braguita y baja… hasta que deja paso al pulgar. Hace una lenta incursión, me acaricia —estoy muy mojada y eso le excita de manera especial—mi cuerpo arde en deseo y la respiración es cada vez más agitada, no puedo evitar que mi pelvis se mueva bruscamente al sentir el tacto de su dedo. Con lentitud se levanta mirándome a los ojos. Su mirada me dice que queda lo mejor por venir. Se quita los pantalones; no puedo evitar mirar… está muy excitado, el corazón golpea con fuerza mi pecho, me estoy derritiendo.
Se tumba despacio sobre mí, provocando una reacción desmesurada en mi interior; una ola de sensaciones vuelve a recorrer todo mi cuerpo. Su piel desprende una calidez reveladora, penetra en mi cuerpo calentando y alimentando aún más el fuego que siento dentro. Noto su miembro rebelde sobre mi pelvis, está firme y a duras penas puedo contenerme… mi cuerpo es como una presa que está a punto de desbordarse, necesito que fluya el torrente de placer por cada célula. Tengo la boca seca. Me besa, humedece con su saliva mi boca y bebo de él. ¡Qué bien sabe! Su sabor… me desvela la necesidad de beber más de él, de fundirme en su boca y traspasar todas las barreras de lo razonable.
Mis manos tímidas y especialmente sensibles comienzan lentamente a acariciar su espalda, a tocar su piel. Percibo emocionada el tacto de esta. Se estremece ante el suave roce de mis dedos al recorrer su cuerpo. Esconde su rostro en el hueco que hay entre mi cuello y mi hombro para a continuación besarlo y acariciarlo con sus labios… Le abrazo con toda la ternura que soy capaz de transmitir y él lo capta, capta la carga emocional que trato de transmitirle. Levanta la cabeza y me mira a los ojos a una distancia intimidante y desconcertante.
No puedo creer que esto esté sucediéndome. Estoy fundida piel con piel con él. Las sensaciones son demasiado fuertes.
Sus ardientes labios me murmuran sin apartar sus ojos de los míos:
—Marian… ya estás preparada. Yo lo deseo y sé que tú también. Hace… demasiado tiempo…
No puede acabar la frase. Se está volviendo loco de excitación. Su boca baja por mi cuello acariciándome con sus labios mientras aparta con sus manos los tirantes del sujetador. En este momento no hay quién lo pare. Retira la poca tela que cubre los senos quedando al descubierto. Los músculos de mi cuerpo se han vuelto de mantequilla. Con su mano derecha me acaricia el pecho estrujando suavemente entre sus dedos cada seno. Mis tímidas manos aprovechan el momento para acariciar su suave y musculosa espalda. Su tacto me vuelve loca. Es todo mío. Aprovecho para acariciar su cintura y ascender de nuevo por sus dorsales con angustiosa lentitud. Él no cesa de moverse y de estimular su sexo contra mi pubis, provocado por mis caricias.
—Están tan turgentes como recordaba.
Busca con sus labios uno de los senos, lo besa, lo asedia sin compasión, excepto la aureola y el pezón; que se los deja para el postre. Cada vez aprieta más su cuerpo contra el mío. De repente, pasa de besar mi seno a recorrer este con su lengua, a rodear la aureola —ya no puedo más, tengo que soltar la presa que me retiene o me voy a desmayar—su lengua juguetea con mi pezón. Nuestros cuerpos se mueven al mismo ritmo. Aprieta con sus labios el pezón varias veces, no puedo respirar, siento una extraña sensación en mi vientre, algo va a suceder, noto como esa sensación va bajando por mi cuerpo inundándolo todo. Él sigue mordisqueando el pezón, lo succiona a la vez que frota su sexo contra mi cuerpo, esa es la última gota de placer que desborda la presa. El placer por fin recorre como un torrente todo mi cuerpo, agitando, arrasando todo a su paso. Me mira con una sonrisa en sus labios. Sus ojos arden, me observan, se recrea viéndome disfrutar del placer que ha provocado en mí; se siente tremendamente satisfecho por lo conseguido. Tengo la sensación de que mi sexo palpita. Se incorpora lentamente acariciando mi cuerpo con su mirada. Me observa por un momento mordiéndose el labio mientras menea su cabeza suavemente de un lado a otro, me coge en brazos y me lleva a la habitación.
Me tiende sobre la cama y termina de quitarme la poca ropa que me cubre. Se quita lentamente le boxer; es la única prenda que cubre su cuerpo. Ver su virilidad… me desconcierta, agita mi cuerpo; quiero que lo posea.
—¿Quieres más, Marian? —su pregunta me ruboriza y me vuelve a provocar. Se tumba sobre mí. El calor de su cuerpo y el contacto de su piel… su sexo… convulsiona el mío—. ¿Marian, quieres más?
Mi cabeza me grita: ¡sí, sí, sí quiero más!
—¡Carlos… quiero más! —no sé de donde saco la suficiente cordura como para contestar.
—¿Sigues tomando la píldora? —me pregunta mirándome a los ojos mientras sus dedos recorren mi rostro con suaves caricias.
—Sí —susurro.
Su boca se posa sobre la mía. Su excitación es bárbara. Me duele el cuerpo, hay demasiada tensión en él. Su sexo… busca el mío, se rozan una y otra vez piel contra piel... estoy a punto de… ¡oh no, aún no, un poco más! —grita mi mente—. Recorre mi cuerpo con su boca, desciende hacia la parte más húmeda sin prisa. Los músculos de mi sexo no paran de contraerse, su lengua roza la parte más sensible de mi cuerpo, percibo la humedad de su boca, me retuerzo de placer. Ya no puede aguantar más. Abandona mi asediado sexo y me abraza fuerte mientras me besa de nuevo en los labios. Su sexo busca la entrada del mío y, por fin… suavemente fusionamos nuestros cuerpos en busca del placer más codiciado. Comienza a moverse, primero suavemente y después… ¡Dios mío! Entra y sale de mí sin tregua, atrayendo poco a poco el ansiado orgasmo a nuestros cuerpos. Los movimientos de sus caderas me vuelven loca, delicado, temeroso y prudente, sus movimientos son sensuales y rítmicos. Me desmorono, los dos estallamos a la vez en un orgasmo salvaje e intenso.
Abro los ojos despacio, perezosa. El sol entra por la ventana, me ciega, estoy muy relajada como flotando en una nube, me viene a la memoria lo sucedido anoche. Carlos. ¡Qué noche! La rememoro por un momento, hacía tiempo que no me sentía tan pletórica, me siento como una diosa, me siento muy viva. Me vuelvo hacia el lado opuesto de la cama, allí está Carlos, su rostro se muestra relajado y duerme tranquilo, está guapísimo. Me resulta extraño verle de nuevo en mi cama, junto a mí. He llegado a pensar en ocasiones que este momento no se repetiría.
De repente entreabre los ojos, parpadea varias veces y los deja entreabiertos; me observa desde la tranquilidad de saber que he vuelto a ser “suya”.
—Buenos días Marian. —susurra.
Me lo quedo mirando en silencio.
Un pensamiento frío recorre mi mente a gran velocidad:
Carlos ha dejado de ser ese chico tibio, nervioso, temeroso y prudente que conocí durante nuestra primera relación a… todo un hombre ardiente, seguro y atrevido. Sus caricias… sus besos… estaban llenos de pasión.
—¿Cómo estás Carlos? —esbozo una suave sonrisa.
—Muy bien.
Me coge por la cintura acercándome a su cuerpo, su calor traspasa mi piel y provoca que me acurruque en él; tan cerca que… noto que cierta zona de su cuerpo está tensa.
Sus labios rozan mi mejilla. Me dejo llevar con los ojos cerrados hacia las adormiladas sensaciones que mi cuerpo descubre.
Es fantástico despertar junto a él; sentir su calor, sus caricias…
Sus besos paulatinamente dejan de ser inocentes para convertirse en apasionados.
No. No puedo.
Comienza la peregrinación de sus manos por mi cuerpo. Quiere más.
—Carlos… por favor —freno su mano antes de que pueda alojarse entre mis muslos y le miro con ternura—. Su mirada… me deja sin alma. ¿Es que a caso no la tengo? —me pregunto a mí misma—. Comparto su anhelo… pero necesito ir más despacio. Necesito asimilar lo que sucedió anoche.
Retiro su mano entrelazando mis dedos con los suyos y la llevo hacia su espalda.
—Necesito asimilar… no esperaba esto… —le digo emocionada, casi en un hilo de voz.
Sus ojos parpadean y me miran perdidos.
—Dejémoslo de momento aquí, por favor.
Agacha la cabeza pensativo; unos instantes después asiente mudo a mi petición.
Le cojo con suavidad de la barbilla para levantar su cabeza y… le doy un beso apasionado y sincero.
—Gracias.
Él acepta mi agradecimiento con una tímida sonrisa.
—Necesito una buena ducha, te dejaré toallas limpias —le guiño un ojo.
Me levanto de la cama y me coloco rápidamente la bata que está sobre la silla. Me da vergüenza, me siento acomplejada después de ver y disfrutar su perfecto cuerpo. Un cuerpo cuidado, mimado. Yo me he cuidado bastante poco durante todo este tiempo; y no quiero que vea esas imperfecciones que a todas nos llevan por el camino de la amargura.
Él se queda un rato más relajado en la cama.
Mientras me ducho, doy repaso a lo sucedido. Cierro los ojos, dejo que el agua acaricie mi cuerpo; ni siquiera el agua es más suave que el tacto de su piel… recordar me pone… ha sido delicioso, diferente. Hacía tanto tiempo…
Andrea está en la cocina preparándose el desayuno. Cuando me ve entrar su cara esbozaba una traviesa sonrisa.
—Buenos días Marian. Te veo muy diferente esta mañana, ¿ha pasado algo en especial? —pone esa cara pícara que solo ella sabe poner y que, en ocasiones, me saca de quicio.
La miro con los ojos entreabiertos con una alta dosis de ironía en ellos.
—Ya ves Andrea, algo ocurrió anoche —contesto con sarcasmo.
—Ya decía yo... ¿Qué?, ¿un buen polvo? —me guiña el ojo.
—Andrea no seas ordinaria —mascullo apretando los dientes.
—No claro, tú… no follas; tú haces el amor.
Ya me está sacando de mis casillas a la primera de cambio, ¿es necesario utilizar un lenguaje tan ordinario? No puedo con ella.
—¿La idea ha partido de los dos, Andrea, cena y pol…? —quiero evitar pronunciar esa palabra.
—Solo mía. He hecho de celestina y me ha funcionado —dice riéndose orgullosa de sí misma—. Vamos Marian, necesitabais los dos un empujón para que os reencontrarais, dirás… —me mira a los ojos como queriendo saber qué es lo que voy a responder— ¿qué no le has dado un gustazo al cuerpo? ¡Falta te hacía!
—Si me hacía falta o no, es solo cosa mía —me siento molesta por su confesión.
—Ya hubiera querido darme yo anoche… el gustazo que te has dado tú —me sonríe—. ¿Quieres un café?
—Sí, gracias —le contesto enfurruñada.
—Bueno… cuenta qué tal fue —me guiña un ojo mientras sonríe como una hiena.
—Sabes que no me gusta hablar de esas cosas de forma jocosa como haces tú.
—Nena, los buenos polvos siempre hay que rememorarlos. No hay nada mejor que una noche de buen sexo con un tío… por cierto yo ya empiezo a echar de menos uno… hace dos semanas que no… y ya me lo pide el cuerpo.
—Andrea, dañas mis oídos castos y puros.
—Mira niña, de castos ya nada y de puros menos aún. Venga anda, cuéntame —me da un codazo y vuelve a guiñarme un ojo—. Hace casi un año que no le das una alegría al cuerpo y hay que rememorarlo.
La miro sonriendo girando la cabeza de un lado a otro.
—Maravilloso. ¿Con eso te basta?
—¡Qué le vamos a hacer! ¡Si no quieres entrar en detalles…!
—No. —contesto tajante.
Carlos hace entrada en la cocina con los vaqueros puestos y la camisa desabrochada. Está encantador. Lleva impresa una sonrisa de oreja a oreja. Está para comérselo. El pelo lo tiene mojado, se ha peinado con los dedos y le queda genial.
—Buenos días Andrea.
—Hola Carlos ¿cómo has dormido esta noche? —suelta una risita en plan jocoso.
Carlos se ruboriza y mira hacia el suelo mientras se balancea sobre sus pies. Levanta la vista y le dirige una mirada cómplice.
—La verdad, de maravilla —me mira de reojo con una sonrisa en los labios.
—Vaya, parece que esta noche ha habido fiesta para todos menos para mí —dice arqueando las cejas y perdiendo la mirada en el suelo. ¡Qué envidia me dais!
—¡Andrea...! —protesto.
—Podíamos haber hecho un trío —bromea.
Carlos sonríe a la vez que se muerde su carnoso labio.
—Andrea, creo que ya basta. Ya comienzo a enfadarme.
— Está bien, está bien… yo solo decía que lo podíamos compartir un poco —le guiña un ojo a Carlos.
—Marian, no la hagas caso. Solo quiere picarte —me dice Carlos susurrándome al oído mientras se ríe.
Me molesta que Andrea sea tan descarada.
—Bueno, me iré a mi habitación —dice levantando las cejas—y os dejaré un ratito solos… para que rememoréis lo de anoche —le pone “tonito” a la despedida.
—¡Andrea, basta!
Me siento incómoda. Soy bastante reservada y me molestan los comentarios jocosos de Andrea. El tema del sexo para mí es materia reservada y espero que para la otra persona sea igual. Carlos, para eso, es también reservado. Creo que no podría estar con otra persona que no fuera él, me hace sentir a gusto y confiada. No como Andrea.
—¡Uf…! ¡Cómo te has puesto...!
—Carlos, siento haberme puesto así, pero es que… desde que he entrado en la cocina no ha parado.
—A mí tampoco me hace mucha gracia pero es que es única —ríe divertido.
Le miro con los ojos entornados cargados de ironía.
—¿Podríamos, por favor, hablar de otra cosa? —noto que me ruborizo.
Carlos me mira con deseo, mordiéndose el labio. Se acerca despacio, como una pantera. Yo estoy apoyada de espaldas a la encimera de la cocina. Se pone frente a mí. Se apoya con ambas manos en ella y se inclina sobre mí acorralándome. Me mira a los ojos y sonríe con picardía. Me tiene bloqueada. Me ruborizo y aparto la mirada.
—¡Eh… mírame! No te ruborices.
Se acerca despacio a mis labios, los roza con los suyos hasta poseerlos. El beso es tan intenso que casi me deja sin respiración. Logro zafarme de él con dificultad. Carlos no está dispuesto a dejarme escapar. Toma mi cintura con sus brazos a la vez que los míos rodean su cuello. Echo hacia atrás la cabeza para mirarle.
—Carlos, lo de anoche es lo mejor que me ha pasado en mucho tiempo —veo que reacciona a mis palabras, me mira intrigado por saber qué es lo que quiero decir—. No se trata del acto en sí, se trata de ti. Tú eres lo mejor que me ha pasado desde hace… —no podía recordar cuanto, mis ojos se llenan de ligera tristeza.
—¡ Shhhh… calla! —me besa de nuevo mientras sus manos recorren mi espalda.
Consigo volver a escaparme de sus exigentes labios y aproximarme a su oído. Quiero evitar su mirada penetrante. Sus ojos negros me intimidan.
Le murmuro al oído:
—Siento haberme portado así todo este año… ¡Dios! ¡No tengo perdón! Tú… tú siempre estás ahí… esperando paciente. Siempre has estado cuando te he necesitado.
—Creo que deberíamos hablar, Marian —dice con ternura.
—No sé si… —sigo susurrando.
—Calla. —murmura.
Me estrecha fuerte entre sus brazos a la vez que besa mi pelo. Cierra los ojos como si estuviera rememorando todo lo sucedido anoche entre los dos. Da un paso hacia atrás y me vuelve a mirar.
—¿Qué quieres hacer ahora con tu vida? —en sus ojos aparece un halo de tristeza.
—No lo sé. Ahora que tengo trabajo, ponerme las pilas. Aprender todo lo que pueda. Supongo que lo demás irá viniendo poco a poco.
—¿Yo entro en tus planes? —su mirada sigue expresando tristeza.
—Lo de anoche… No lo tengo claro.
—¿Qué es lo que tienes claro, Marian? —su rostro refleja dolor.
Comienzo a sentirme incómoda con la conversación. He de resignarme y hablar… es necesario para los dos, no puedo estar excusándome; debo darle una respuesta a sus dudas. Me duele la cabeza.
—Dame tiempo, es lo único que te puedo decir.
—¿Estás predispuesta a retomar lo nuestro? —su rostro se tensa.
—Puede ser... —susurro mientras bajo la cabeza.
Me coge de la barbilla y me levanta la cabeza. Busca mis ojos.
—¿Quieres tomarte tiempo? —susurra
—Sé que es mucho pedir, pero… sí. Quisiera que me dieras algo de tiempo —siento un profundo dolor en el pecho que me ahoga al oír mis propias palabras
¡¡Dios!! Es el único hombre con el que yo compartiría mi vida, y sí, siento un cosquilleo en el estómago pero aún no estoy preparada; necesito algo más de tiempo. He de reconocer que lo que pasó anoche fue maravilloso, me ha hecho revivir… de eso no me cabe duda pero…
Puede que con mi actitud le pierda para siempre.
—No quiero que te sientas obligado hacia mí.
—No me siento obligado. Eres especial para mí y lo sabes —sonríe.
—No quiero que esperes por mí si tú… no quieres —le miro con ternura.
Sus ojos me piden compresión.
—Marian, no conozco a ninguna otra mujer por la que merezca la pena esperar, puedes estar segura. —Sus ojos se clavan en los míos—. Te conozco bien.
—Vamos Carlos, necesito espacio. Muévete —bromeo.
Ya me empiezo a poner nerviosa, no puedo seguir por más tiempo la conversación, necesito respirar.
—Está bien —me suelta y se separa varios pasos de mí.
—¿Qué quieres desayunar? —pregunto tratando de cambiar de tema.
—Lo mismo que tú.
—Bien —me muerdo el labio mientras trato de respirar hondo, los nervios me matan.
Desayunamos tranquilamente. De vez en cuando me sonríe con gesto pícaro, apuesto lo que sea a que está recordando lo de anoche. Me ruborizo solo de pensarlo.
—¿Te apetece que pasemos el resto del día juntos?
¡Con la de chicas que deben ir tras él!… Es un hombre diez, por lo menos para mí, y es todo mío. Antes que la compañía de Andrea… le prefiero a él. No soportaría la ironía y las tonterías de mi amiga en estos momentos... así que acepto.
Lo pasamos bien. No hablamos más del tema. Comimos en un restaurante del centro y después fuimos a ver la película Lo imposible. Lloramos los dos como magdalenas. A continuación dimos una vuelta por Sol, Plaza Mayor… Terminamos la noche cenando tapas y después tomando una copa en el Café de Oriente. Entablamos una conversación llena de recuerdos, en la que la pandilla fue la protagonista. Estuvimos allí hablando y riendo muy animados durante hora y media, disfrutando de nuestra mutua compañía.
—Lo he pasado de maravilla —me comenta muy contento cuando llegamos al portal.
—Yo también —sonrío
—Puede que esto sea el comienzo de algo.
Le vuelvo a sonreír con timidez.
—Puede ser —asiento con la cabeza—. Pero, tiempo al tiempo.
—Bueno. Te llamaré el lunes para ver qué tal te ha ido el primer día de trabajo.
Me cuesta despedirme de él y veo que a él también le cuesta. Tiene los ojos vidriosos y está inquieto.
—No quisiera hacerte daño. Ni que te hicieras falsas ilusiones. No podría soportarlo, Carlos.
Se escapa de entre sus labios un suspiro mientras su cabeza se mueve de un lado a otro preso de la desesperación.
—Cuando quieras verme, llámame y no te preocupes por mí —en su voz se nota decepción.
Me duele en el alma mi indecisión. Debo estar segura y no darle falsas esperanzas ni dármelas a mí misma.
Cojo su cara entre mis manos. Le beso en los labios con toda la ternura que puedo, noto… que se derrite entre mis labios, se muere por mis besos.
—Marian. Eres única… para desconcertarme —sus ojos me miran serios.
Cojo las llaves y abro la puerta del portal. Le tengo justo detrás. Me vuelvo de repente hacia él y le abrazo.
—Haces que me sienta tan bien... —susurro.
Me aparta suavemente. Sus ojos se clavan en los míos como dagas.
—A mí también me gustaría que me hicieras sentir bien —su tono es de súplica.
—Necesito tiempo… Perdóname.
Sonríe tierno.
—No hay nada que perdonar —su cara se torna seria con un ápice de amargura.
Coge con sus dedos mi mentón. Su mirada es muy tierna.
—Nos vemos.
—Sí —murmuro pensativa.