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CAPÍTULO 2

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DE MUJER MARAVILLOSA A FARO DE LUZ

Érase una vez un reino mágico donde un rey sabio y bondadoso reinaba junto a una divertida, traviesa, amorosa y también muy sabia reina. Trebor e Ydüj —así se llamaban el rey y la reina— habían organizado una escuela en la que enseñaban a la gente a descubrir sus talentos inherentes, sus recursos y su magia. A esta escuela de magia y sabiduría fue nuestra mujer maravillosa cuando se hartó de que le dijesen que tenía que disimular su luz porque «así no conseguiría conquistar nunca a ningún hombre...» —frase lapidaria y suicidadora de la autoestima donde las haya.

—«Esconder la luz», siempre me hablan de lo mismo. ¡Ja!, cuando no incluyen aquello de «eres demasiado exigente» —murmuraba para sí nuestra maravillosa protagonista—. ¿Habrá alguien, algún día, que me diga que debo ser todo lo que soy, y así hacer que brille tan sólo mi auténtica luz? ¿Habrá alguien...?

Y lo hubo, vaya que si lo hubo, porque todo llega para el que todo lo espera. Fue el rey de este reino mágico quien le ofreció las primeras palabras mágicas: «Haz que tu Luz brille siempre. Nunca la escondas, y cada día que pase, sé más tú, cada vez más auténticamente tú misma. Ahí fuera hay un hombre maravilloso buscándote; su alma añora a alguien tan especial como tú, alguien con tu luz tan única y excepcional. Ese “rey” está buscando a una mujer tan magnífica como tú. Si escondes quien eres, él pasará de largo, ya que pensará que eres una más... Y, créeme, no puedes perderte esa oportunidad ni puedes hacérsela perder a él; ambos seréis los seres más afortunados de la Tierra por tener el amor de alguien tan excepcional, y sería una lástima que ambos dejaseis pasar esa oportunidad celestial».

Estas palabras quedaron grabadas en el alma de nuestra protagonista que, como un tesoro, las guardó para repetirlas en noches de amarga y sola luna. Ella sabía quién era, pero la sociedad en la que vivía le recordaba que era diferente y que por ello estaba equivocada. Sin embargo, le resultaba más fácil, a pesar de la soledad, seguir sola que mal acompañada. Ya había tenido bastante con el marido que escogió en suerte, un hombre muy inteligente a nivel académico pero un fracasado a nivel emocional, que no osaba sentir sus emociones ni expresarlas, y mucho menos sentirse a gusto en su propia piel. Y fue por ello que sentía celos y envidia de la luz de su esposa —nuestra maravillosa protagonista—: lo que por ella sentía era una mezcla de amor y odio, pues la adoraba pero no podía poseer su luz y eso generaba sentimientos enfrentados en él. No obstante, a él le hubiese ido mucho mejor si se hubiese decidido a consultar al chamán sabio de la corte. ¡Pero no! En su lugar insistió en hacerle creer a su esposa que ella era una mala pécora que le había hecho la vida imposible, y que podía sentirse muy agradecida de tener a alguien como él en su vida que la amase —¡si es que a eso se le podía llamar amor!—, porque, de no ser por él, ella estaría sola, más sola que la una en una noche de niebla y de eclipse. Este esposo era alguien que debía cruzarse en la vida de nuestra protagonista para ayudarla a reconocerse, amarse y hacer brillar toda su luz. Sólo desde ese lugar de experiencia y evolución podría ella ser un ejemplo para otras mujeres en cuanto a cómo hay que proceder, cómo hay que mostrar la fuerza y la sensibilidad que mora dentro de todo ser, ya que cuando una mujer esconde su poder y su fortaleza dedicándose solamente a contemporizar usando «estrategias femeninas» —esas que se refieren a ser dulce y tierna como un bizcocho, y asentir negando pensamientos y sentimientos propios con tal de complacer a un hombre para que éste no se sienta mal—, no se está haciendo un favor a sí misma ni se lo está haciendo a nadie.

El rey de este reino mágico había diseñado, para todas las personas en apuros, un plan de recuperación de la memoria, el cual enseñaba, junto con la reina, en su escuela. Según él, existían una serie de niveles en el Ser que, de estar alineados y claros, daban como resultado una persona sana, congruente y auténtica, sin «agendas ocultas». Las «agendas ocultas» (en inglés hidden agendas) son un símil aplicable a la gente que aparenta una cosa y luego acaba por destaparse —o ser— otra. Asimismo, se trata de personas que no son sinceras y llevan puesta una «máscara» (el término griego «persona» se refiere a la máscara o personalidad social de supervivencia), a diferencia de nuestra protagonista, en la que «lo que ves, es lo que hay» (what you see is what you get, se dice en inglés). Es fácil comprender por qué las relaciones entre hombres y mujeres se complican tanto y son harto difíciles, y es que en una relación basada en «máscaras» no hay quien se pueda fiar, relajar o acercar. La intimidad es ciertamente imposible entre dos seres que se aferran a sus respectivas máscaras para no sucumbir al terremoto existencial que supone sentir la fuerza de la emoción más grande del Universo, a saber: el amor.

Si alguien nos presenta su máscara, ¿cómo vamos a poder saber quién es? La máscara es falsa, disociada del corazón y de la verdadera identidad del ser. Es imposible relacionarse, en un sentido sano, maduro y equilibrado, con el otro si quien está allí es su máscara (personalidad social de supervivencia) y no él o ella. La intimidad con alguien sólo es posible cuando, desde atrevernos a ser nosotros auténticamente, nos abrimos al otro y le ofrecemos la luz de nuestra alma, la verdad de nuestra identidad. Sólo los seres maduros, evolucionados y valientes, que saben que ser vulnerable no significa necesariamente «correr el riesgo de ser herido», se atreven a mostrarle al mundo quiénes son. Ellos son las «naranjas enteras» del mundo y, por consiguiente, no buscan una media naranja, sino a su naranja entera.

Otra de las cosas que aprendió nuestra maravillosa protagonista, fue a apartarse para así distinguir cuándo lo que veía en el otro era un reflejo de la proyección de su propia luz y cuándo no lo era. A menudo solía ver mucha luz en otros y creía que eran igual de maravillosos que ella. El rey la ayudó a descubrir conscientemente quién era en el nivel espiritual, esto es, quién era más allá de su identidad en relación con algo más grande. Así fue como nuestra protagonista accedió a una verdad universal válida y al alcance de todos, pero que sólo unos pocos están dispuestos a afrontar: «Todos somos ángeles, esto es, seres espirituales viviendo una experiencia humana».

Desde esta verdad, nuestra protagonista acertó a diseñar la metáfora de sí misma: un hada con alas en la espalda y en los pies. Cuando compartió la metáfora con el rey, éste le comentó que para él las metáforas se referían a la identidad: quién es uno. Y, por lo tanto, ella tenía alas en el nivel de identidad, unas magníficas y soberbias alas de luz que la habían acompañado y definido desde que era pequeña. ¡Vaya! ¡Y ella pensando que todo aquello que decía cuando era pequeña —eso de querer ser un hada— no era «cosa de niños», sino una verdad como un templo sobre lo que ella era y había venido a representar en la Tierra! ¡Un hada en misión de rescate de otras hadas y hados!

En cierta ocasión, cuando ya se había convertido en escritora famosa, un locutor de radio le preguntó: «¿Qué es un hada?». Ella respondió, con chispas en los ojos: «Alguien que ha descubierto que tiene magia en el corazón. Esa magia la tienen tanto hombres como mujeres, porque existen hadas y hados...».

El rey le enseñó a descubrir sus capacidades, dones y talentos. También le enseñó cosas muy sabias, tales como que uno puede tener una relación muy buena con alguien, lo cual no significa necesariamente que ambos posean las mismas capacidades. Podrán compartir aficiones, ciertas ideas o comportamientos, pero no necesariamente poseer, pongamos por caso, intuición, sabiduría, percepción o sensibilidades parecidas o compatibles.

A nuestra protagonista le llevó unos cuantos años descubrir quién era, aceptarlo y disfrutarlo. Y, desde ahí, pudo convivir con las diferencias existentes entre los seres humanos, centrándose en encontrar la compatibilidad a través de los temas que para ella eran sumamente importantes. En su escala de valores, por ejemplo, el tema de la espiritualidad, en cuanto a creer y/o saber que existe algo más grande más allá de nosotros que nos trasciende, era crucial. Como lo era el creer en un mundo sin pasaportes ni fronteras basado en la igualdad y en el respeto mutuo. La creencia en la igualdad la llevaba grabada en el corazón. Ella creía firmemente que, más allá de sus alas, había un Amor Universal, un dios —por llamarlo de alguna manera— cuya incondicionalidad y grandeza había hecho a todos los seres iguales en su corazón pero diversos en su superficie (diferentes colores de piel, razas, ojos,...). «Sólo nos diferencia el pasaporte», solía decir a sus colegas, y añadía: «Cuando la gente de este planeta entienda que el Amor es lo único real y que todos estamos hechos de la misma energía y la misma Luz, este planeta será el paraíso que era al principio de todos los tiempos y que todos seguimos llevando en nuestro interior».

Con unas ideas así era fácil adivinar que le fuese difícil hallar a un hombre que combinase inteligencia racional y sabiduría, que tuviese armonizados mente y corazón, además de estar soltero, ser más o menos de su edad, hablar un idioma común, cruzarse en algún punto del planeta, reconocerse, que no fuese gay, y que tuviese el coraje de enfrentarse a alguien tan excepcional y fuerte como ella... ¡Vamos, que tenía que ser otro extraplanetario!

Para ella, alguien que creyese en sus alas y en su magia, además de respetarla, era fundamental. Ya había tenido bastante con un marido que no había sido capaz de ver y sentir su magia. ¡No podemos dar aquello de lo cual carecemos! Y su marido, cuando estaban casados, estaba muy lejos de haber despertado sus propias capacidades a nivel emocional y espiritual. Para él todo aquello que no era científicamente demostrable, era «cosa de brujas» cuando no de lerdos, puesto que alguien ilustrado no creía en semejantes memeces del alma, los ángeles, la luz o las alas. Eso era cosa de tontos. Incluso llegó a decirle un día: «¡Qué lástima, con el dinero que gastaron tus padres llevándote a la universidad, y tú te dedicas a hablar de magia, del alma y boberías similares! ¡Vaya pérdida de tiempo y de dinero!». Nuestra protagonista, en aquel tiempo, agachaba la cabeza después de haber tratado de esgrimir una muda e invisible réplica, y se iba a un rincón a llorar su pena. Entonces era cuando no se atrevía a mostrar su luz. Pero, ahora que creía en ella, ahora que se amaba y respetaba, no quería nunca más en su vida a un ser al que sólo le importase el intelecto y que no quisiese saber nada del corazón. Hay muchos seres a medias, y es por ello que andan en busca de su media naranja, y cuando se topan con nuestra protagonista quieren su luz y someterla. Pero, al no conseguirlo, se rebelan contra ella y le echan maldiciones del tipo: «Eres demasiado exigente», «Tendrías que aprender a controlar tus emociones y no llorar en público», «No debes competir con un hombre y demostrarle que eres tan capaz como lo es él de lograr esto o aquello», «Eres una especialista en asustar a los hombres», «Ese nivel de seguridad en ti misma, más bien parece prepotencia que buen nivel de autoestima», «Si sigues mostrando quién eres desde el principio, seguirás asustando a todos los hombres y nunca ligarás», «Existe un protocolo y tú debes respetarlo, esto es, nunca debes dar el primer paso. Una mujer, nunca hace eso. Ha de esperar a que el hombre dé el primer paso».

Nuestra protagonista estaba harta de gente que no compartía su escala de valores y creencias. Ella creía en la igualdad de hombre y mujer, lo mismo que en la existencia del alma y en que este cuerpo físico no es sino el vehículo que posibilita al alma estar aquí en la Tierra y vivir una existencia humana. Había aprendido, a través de trabajar consigo misma, que nuestras emociones, vivencias e ideas tienen su reflejo en el cuerpo, de ahí que se hablase de las enfermedades sicosomáticas. Si alguien no compartía estas creencias ella lo respetaba, pero se sentía desconectada de esa persona y le daba igual lo importante o exitoso que fuese a nivel social o los títulos académicos que poseyese o el dinero que tuviese... A ella lo que de verdad le importaba era la grandeza de corazón que ese ser poseía, y si dicha grandeza incluía la apertura de miras y estar conectado con el Universo. A ella le resultaba ya imposible, a estas alturas de la jugada, aguantar o estar con alguien que no compartiese su nivel de creencias y escala de valores. Respetaba que otros tuviesen sus propias creencias y valores («mapa o vivencia de la realidad»), pero eso no significaba que ella fuese a tener una relación estrecha con ellos. ¡Ni mucho menos! Se puede, incluso, querer a alguien, pero no por ello se es compatible a ciertos niveles. Respeto sí, relación no. Tenemos derecho a buscar a los de nuestra especie, a esos que operan en nuestra misma frecuencia, porque lo contrario es como calzar un par de zapatos dos números menos que el nuestro: podrán ser preciosos, pero si no se ajustan a nuestro pie como un guante, caminar con ellos se convertirá en una tortura. No obstante, muchas veces tenemos relaciones del tipo «dos números menos». Si quiere puede hacer la prueba: cómprese un par de zapatos de dos números menos y trate de caminar un par de kilómetros con ellos. ¿Qué tal? ¿Cómo están sus pies después de semejante hazaña? Si su sentido común le previene de comprarse un par de zapatos dos números menos del suyo, ¿cómo se mete en relaciones que le oprimen el alma y le asfixian el corazón? Quizás hacemos esto por el miedo tan grande que tenemos a la soledad. Y, tal vez, porque estar solo, sin pareja, les sucede a los que no merecen la pena, razón por la cual están solos, esto es, nadie los ha escogido. ¡Tremendo error! No se trata de que nadie nos escoja, sino de decidir nosotros mismos si queremos o no calzarnos un par de zapatos que en nada se ajustan a nuestro pie. Es como el cuento de la Cenicienta: el zapato de cristal —símbolo o metáfora— se refiere a que ese príncipe es en verdad el alma gemela de Cenicienta. Por consiguiente, se ajusta perfectamente a su pie como un guante de seda. Y, aunque aparentemente perdido, su alma gemela la busca hasta dar con ella, encuentra a la mujer cuyo pie encaja en el zapato, nada más y nada menos que nuestra «horma cósmica».

Para nuestra protagonista había llegado el momento de calzar sólo zapatos que fuesen bonitos, cuya talla se ajustase maravillosamente a su lindo pie, y eso se traducía en alguien que estuviese dispuesto a amar y a mostrar las emociones, a sentirlas y a vivirlas, sin olvidar que tenía que haber aprendido a no caer en las trampas de mujeres víctimas de sí mismas. Es decir, se trataba de un hombre maduro y evolucionado a nivel emocional, digno de sí mismo. «¿Para qué un corazón si luego le acallamos el sentido?», solía a menudo cuestionarse nuestra protagonista.

Es sumamente importante haber conectado Corazón y Mente, Intelecto y Sentimiento, dado que sin su sinergia uno deviene incompleto y desequilibrado. Es fundamental tener los pies en la tierra y la cabeza en el cielo: espíritu y materia unidos en matrimonio sagrado. Existen seres cuyo nivel de evolución les permite estar conectados con el Universo y «traer» a este mundo ideas geniales; poseen eso conocido como «inspiración».

Uno puede ser un genio y comportarse como un auténtico idiota. ¿Es posible? ¡Claro que sí! Y lo es porque a veces nuestros comportamientos esconden nuestra grandeza interior y todo porque no nos atrevemos a mostrar nuestra Luz: quiénes somos en nuestro corazón. Llevar la luz a nuestros comportamientos es honrar la belleza del Universo, ser fieles a nuestra alma y ofrecerle al mundo la posibilidad de sanar a través de contribuir a que este planeta sea un lugar mejor, donde poder vivir en paz y armonía.

Así pues, nuestra maravillosa protagonista decidió un buen día dar rienda suelta a su luz y mostrársela al mundo. Ya no le importaba lo que pensasen de ella: para ella era mucho más importante sentirse bien que lo que pudiesen opinar los otros. ¡Al fin y al cabo, iban a hacerlo de todas formas...! ¡Los demás siempre piensan lo que les viene en gana! Incluso el Ser que moraba en su interior se dejó traslucir en su forma de vestir. La naturalidad y la elegancia interior afloraban en toda su intensidad, ya no tenía necesidad de decorar su exterior para poder atraer a la gente hacia sí misma. Sus ropas fueron cada vez más elegantes, sencillas y creativas, un vivo reflejo de lo que había en su interior. Lo que la hacía atractiva era su luz, no su vestuario. Aunque llevase unos vaqueros rotos, seguía siendo elegante. Nuestra protagonista modificó su comportamiento en relación con los posibles candidatos a pareja y, en vez de acercarse a ellos, comenzó a mantenerse a distancia y a observarles. A continuación, desde ese estado «disociado», se dedicaba a procesar la información obtenida sobre ellos. Pasó de «dejarse seducir» a alargar las distancias, ejercitando su derecho a decir «no». Asimismo, se dedicó a expresar su identidad —quién era ella en realidad—, lo cual, traducido, significa no fingir quien no se es bajo ninguna circunstancia, pues no hay guión psicológicamente maduro y sensato que pueda exigir tal cosa.

—En vez de acercarme, o sentirme atraída por alguien a quien le gusto, me voy a plantear de ahora en adelante si esa persona me gusta a mí o no, independientemente de lo que me muestre él/ella, es decir, independientemente de si le gusto o no. Hasta ahora, cada vez que un hombre mostraba interés por mí, yo le prestaba atención —¡y mucha!— sin detenerme a considerar las sensaciones, o la ausencia de ellas, que yo podía experimentar. He de confesar que soy muy cinestésica y, por lo tanto, intuitiva. Recuerdo una vez en la que, cuando le estreché la mano a un hombre ciertamente atractivo e inteligente, pensé para mis adentros: «Vaya dureza, aspereza y ausencia que transmiten estas manos, es como si su corazón estuviese rodeado de un montón de piedras rasposas». Pues bien, decidí hacer caso a mis «intuiciones perceptivas cinestésicas de tacto» y me dediqué a observarle y a procesar la información que iba reuniendo. Resultó ser un hombre con una gran problemática interior, con un miedo atroz a amar y un comportamiento de no fiar; es decir, mariposeaba con todas las mujeres a su alcance y fuera del mismo, no importando que éstas fuesen guapas, feas, gordas, esbeltas, viejas o jóvenes —dijo nuestra protagonista.

—¡Cuánto me alegra saber que no te involucraste! Una relación con ese tipo de hombre podría haber sido nefasta para tus alas. Asimismo, hiciste muy bien en no hacerte ilusiones. Así debería ser siempre, esto es, dar crédito a nuestras percepciones interiores, respetarnos más y esperar a saber si esa persona merece la pena o no antes de tirarnos en picado, y sin paracaídas, en sus brazos para crear una relación con él —añadió el Hada Madrina a las palabras de nuestra protagonista.

—Yo creía que mis colegas estarían en un nivel de evolución cercano, cuando no parecido al mío, por lo que sería posible hallarle en mi entorno profesional. Pero, hasta la fecha, me he equivocado y he aprendido que profesión y madurez psicológico-emocional no suelen ir emparejadas. Así que he decidido seguir siendo yo dondequiera que esté, y ampliar mi abanico de posibilidades en cuanto al entorno se refiere. Antes dejaba brillar mi luz tan sólo cuando estaba con mis colegas, o cuando daba conferencias sobre mi trabajo. Ahora bien, desde hace ya algún tiempo, esté donde esté, brillo con toda mi luz, disfruto de quien soy, me respeto y respeto a los demás. ¿Y sabes una cosa? Haciendo esto, mucha gente me da las gracias por ser un ejemplo para ellos, porque al darme permiso para mostrar mis emociones, esté dondequiera que esté, y para ser genuinamente yo, me comentan que soy una inspiración para ellos, lo cual les ayuda a darse permiso para hacer lo mismo. Esa permisividad que tengo para conmigo misma, esa libertad de movimientos que le permito a mi alma, es toda una muestra de referencia, un ejemplo para otros seres que están deseando abrir sus alas y volar. Y, aunque no lo fuese, haría lo mismo, porque lo hago por mí. ¡Yo merezco mi autenticidad y mi Luz!

—Ciertamente, mi querida niña, ciertamente. Es por ello que insistí tanto en que hicieses brillar tu luz. Es por esto que alabé tanto el hecho de que seas genuina hasta la médula. Nunca jamás dejes de brillar tu auténtica luz dondequiera que estés, porque ésa es la única forma de juntarnos con nuestra familia de almas gemelas, con nuestros compañeros de destino. No te importe dónde estés ni con quién, has de llevar siempre tu luz a dondequiera que vayas, has de hacerla brillar en toda su intensidad, porque si eres la magia personificada ayudarás a otros a hacer lo mismo —concluyó el Hada Madrina—. Ya ves lo que dio de sí mi paso por la escuela de ese rey y reina maravillosos.

—No dejo de maravillarme ante la magia que en ti despertaron. Realmente son una gente especial, mágica y poco común.

—Me enseñaron que no hay nada como ser uno mismo. Asimismo, me dieron la fuerza necesaria para despertar a mi realidad. Ellos creyeron en mí desde el principio, fueron capaces de ver mi luz. Me dieron el empuje que necesitaba para despertar y echar a volar...

—Son parte de tu familia del alma, por si no lo sabías...

—Lo he sabido siempre, pues la conexión que tenía con ellos era muy profunda y especial. Pero lo más bello de todo es lo que en su escuela enseñan, y yo me traje sus enseñanzas para poderlas compartir con otra gente y esparcirlas por el mundo que habla mi lengua.

—Nunca estamos solos, ni física ni espiritualmente. Tu grupo de guías siempre está contigo bien en forma humana como mentores o amigos o familia, bien en esencia espiritual...

—¡Qué bello es vivir nuestra vida!

—Pero con tu propio guión, no lo olvides.

Abre tus alas a la luz y vuela alto, fuerte y eterno.

La danza del amor de las hadas

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