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CAPÍTULO 4
ОглавлениеLA DANZA DEL CORAZÓN
La reina pizpireta, bromista y amorosa tenía a su cargo las clases de danza de la escuela, y pasito a pasito enseñaba a crear equilibrio en el cuerpo y a armonizar la somatización, o reflejo de las enseñanzas, en el cuerpo físico. Un día, la reina le regaló a nuestra protagonista la danza del corazón, y otro buen día le regaló un bello anillo con un hermoso topacio azul, en prueba de agradecimiento por haberla ayudado a irradiar su mensaje de igualdad y alegría. La reina era una mujer sabia y abierta a todo tipo de culturas, a la vez que conocedora de verdades ancestrales y poseedora de secretos magistrales. Su alegría y sentido del humor eran alas que extendía para llegar a lugares recónditos de gente a la cual no hubiese sido posible llegar de otra manera, pues estaban cerrados a la danza del corazón. Ydüj —así se llamaba la reina—, tenía por ojos dos soles columpiándose a la ribera del río de la vida, extendidos al viento y volando en las mañanas de la ternura. Ella le enseñó a nuestra protagonista que nunca es tarde para comenzar algo, y que lo mejor que se puede hacer es ser uno mismo. «Si estás a gusto contigo misma, si has aprendido a amarte, si has llegado a conocerte y a tolerarte, entonces podrás ponerte en el lugar del otro, serás capaz de entenderle y podrás guiarle», le dijo la reina Ydüj cierto día a nuestra protagonista.
La gente cree, en general, que sus cuerpos no reflejan la información interior que anida tras la fachada. Asimismo, desconocen que su cuerpo físico ha almacenado un montón de información esencial y que es al mismo tiempo un vehículo, un instrumento en sí mismo para alcanzar la plenitud a través del conocimiento, del aprecio y de la honra. Cuando le damos la mano a alguien podemos sentir mucho del corazón de esa persona. Cuando bailamos, expresamos la armonía existente en nuestra alma o su ausencia. No se trata de bailar mejor o peor, sino del lenguaje que escribimos con nuestro cuerpo. Existen personas, seres humanos, cuya recogida de información demanda un ritmo lento porque viven las situaciones en su propio cuerpo. Acercarse a ellas requiere tacto y bondad, además de aceptación incondicional de ese ser. Uno ha de aprender a bailar con ellos la danza del corazón porque ésta es la única que une dos seres en la plenitud de quienes son.
—Es fácil, dirían algunos, decir lo que te voy a decir —comentó la reina Ydüj a nuestra maravillosa protagonista—. Cuando se es reina (aunque lo cierto es que no importa la condición social o intelectual de una persona sino su rango de corazón), una se dedica a buscar gente que la fascine con su corazón, que tenga mente y corazón unidos, es decir, el amor y la razón en sinérgica y linda armonía. Si alguien se siente atrapado en el nivel intelectual tratará de ser mejor que nadie, centrará toda su atención en el trabajo y desatenderá sus emociones y, por consiguiente, las tuyas. Si posees dinero, títulos académicos o nivel social, le fascinarás. Ahora bien, si por el contrario no tienes nada de eso pero eres un ser auténtico, no lo sabrá apreciar. Si tú te muestras tal y cómo eres, con todo tu corazón y todo tu intelecto, alguien que no necesite de las apariencias pero que busque la calidez del corazón, hará todo lo posible por estar contigo, por hallar a un igual. No persigas deslumbrar a alguien por la fachada exterior o social. Si has de cautivar a alguien que sea con tu corazón. Alguien que no ha armonizado su corazón y deja de lado las emociones, carece de carisma, porque los auténticos carismáticos de la tierra han poseído corazón y lo han mostrado, y sobre todo lo han ofrecido a los demás.
Nuestra protagonista la interrumpió para comentar una experiencia propia que ilustraba lo que la reina estaba exponiendo.
—Cierta vez conocí a un hombre de gran fuerza y poderío. Parecía muy sólido en su fuerte cuerpo físico, pero algo en mi interior me decía que una pieza faltaba, si no varias. Hasta que un día tuve confirmación a mis intuiciones. Verás, estaba charlando con unos amigos sobre el tema de las relaciones entre hombre y mujer, y específicamente acerca de mi teoría (probada, por cierto) basada en que, para tener una relación sana de pareja, primero es necesario haberse reconciliado con uno mismo, es decir, haber saneado la relación con el Self (el Yo primordial). Además le comenté que, para dicho trabajo, muchas veces es necesario tener una suerte de consejero, mentor o terapeuta que le ayude a uno a manejarse mejor con ciertas emociones o situaciones... ¿Sabes qué alegó dicho hombre? ¡Que eso eran memeces, que uno no necesitaba de nadie para resolver sus asuntos emocionales! Sinceramente, lo que percibí fueron sus defensas, su miedo a entrar en contacto con sus emociones, como me demostró días más tarde. Y, créeme, alguien que se niega a estar en contacto con sus emociones podrá querer, pero su demostración, o su tipo de relación con una mujer será áspera y estará plagada de escondites y silencios en la huida. Con escondites me estoy refiriendo a que se callará mucha emotividad y silenciará mucho sentimiento. Es más, reprenderá a su pareja en más de una ocasión cuando considere que ésta está siendo excesivamente emocional o que no es el lugar o contexto apropiado para mostrar sus sentimientos o emociones. Ciertamente, una relación con un tipo de hombre así es tan áspera que te acaba por arañar el corazón hasta dejártelo en carne viva —concluyó nuestra protagonista.
—No hay que confundir —prosiguió la reina Ydüj— fortaleza física con poder interior. Uno puede tener cierta fuerza a nivel físico y carecer de la armonía que proporciona la calidez y la danza de un corazón que, gozoso, baila sus emociones. Este hombre del que hablas es fuerte, tiene mucha energía, pero sólo en ciertos niveles. Me explico: además de la ausencia a nivel emocional, existe alguna otra pieza del puzle perdida en el nivel espiritual, porque sólo si has dominado tus emociones y aprendido a honrarlas, a sentirlas y a mostrarlas, es posible acceder a la sabiduría y a la luz del alma. Sólo hace brillar su luz aquel que le ha abierto la puerta al sentimiento, aquel que ha dado rienda suelta a la danza del corazón.
—La danza del corazón es algo muy hermoso. Es la conexión, elemento o puente que permite a dos almas bailar juntas una danza de armonía. En caso contrario no hay sincronía entre esas dos personas... ¡Ajá! Cuando bailas con alguien, y la armonía está ausente, no existe ritmo al unísono. Esto significa que los corazones tal vez no estén sincronizados. No importa con quien bailes, pero cuando eres capaz de sincronizarte con alguien es señal de que hay una cierta conexión, ya sea a nivel de alma o de corazón. Muchas veces he tratado de bailar con alguien y me sentía como forzada, mandada en los pasos, porque esa persona no tenía en cuenta mi ritmo o cadencia o estilo, simplemente iba a su aire y basta. Y, la verdad sea dicha, es que era toda una metáfora de cómo quería que fuese la relación; es decir, quería llevarla o manejarla él, excluyéndome del equipo de liderazgo y ejerciendo el mandato sobre mí. ¡Ja! A partir de ahora me fijaré en cómo baila un hombre conmigo: quizás pueda saber mucho en poco tiempo —dijo nuestra protagonista a modo de reflexión en voz alta.
—Ciertamente, pero recuerda también que él puede ser bailarín experto y tener sentido del ritmo, y a pesar de ello carecer de armonía y de fluidez. Por lo tanto, no te dejes llevar por las apariencias y asume que «el hábito no hace al monje», porque muchas veces es así. Habla con la gente, siente lo que dice, digiere sus palabras, que te cuenten cómo han sido sus relaciones anteriores, qué piensan de sus otras parejas, cómo expresan todas y cada una de sus emociones. ¿Son congruentes, hacen lo que dicen, cumplen lo que prometen, son coherentes con lo que piensan y dicen? ¿O, por el contrario, el tema emocional no lo mencionan ni de lejos y se dedican, tan sólo, a hablar de «cosas científicas, intelectuales o de hombres»? Un hombre que divide en dos apartados y clasifica las cosas «mujer versus hombre», es alguien que no baila la danza del corazón, con lo cual, si pretendes bailar con él, sólo te traerá disgustos y sinsabores. Seguramente se negará a hablar de sus emociones, no te dirá lo que siente por ti y, además, quizás hasta te mirará con desdén cuando expongas tu corazón en público, o se sentirá superior por el hecho de ser hombre y poseer ciertos conocimientos científicos o intelectuales. Sé que existen muchos hombres así, pero en parte es porque existen muchas mujeres que, a su vez, esconden su auténtico poder para competir, eso creen ellas, con un hombre. Así las cosas, nadie baila, y cuando lo hacen se pisotean el corazón —reflexionó la reina Ydüj en voz alta, compartiendo así sus pensamientos con nuestra protagonista.
—Nunca, hasta ahora, que lo he comentado contigo, se me había ocurrido conscientemente que fuese tan importante revelar las emociones de uno en el sentido de la danza del corazón, así como su resonancia o incidencia en las relaciones interpersonales. Pero, cuanto más me aprecio, estimo y respeto, más valoro un corazón cálido y abierto a sentir. Creo que ya he tenido bastantes experiencias con corazones congelados que no se atreven a amar. De ahora en adelante buscaré hombres que tengan danza en el corazón —concluyó nuestra maravillosa protagonista con melodía exultante en la voz.