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2 CONFESIONES DESDE MI VARITA: YO TAMBIÉN QUIERO SER HADA

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Si yo tuviera una escoba... ¡barrería la maldad y la tontería del corazón de muchas personas!

Si pudiera, con mi varita daría toquecitos en las neuronas a muchas mujeres y hombres a ver si le hacían sitio al sentido común y la dignidad.

Si tuviera un despertador, lo pondría a las once para no perderme la conversión de la calabaza en calabazón.

Ya lo confesé anteriormente, no soy un coach al uso: soy hada madrina. Me dedico a despertar a la gente, le enseño a ponerse las pilas, o sea, las alas, la corona, y todas las neuronas que haya en su cabeza así como todas las capacidades y los dones que encuentre en las alforjas de su alma. He decidido crear el anticoaching (y lo registré como marca: «Anticoaching & Anima coaching»). Estoy hasta la mismísima varita de ver tanta mediocridad (tanto en el coaching como fuera del mismo), de tanto pseudo profesional que no ha hecho su propio proceso ni ha abordado todavía el habérselas con sus monstruos interiores. Consecuentemente, si un/a coach así se encuentra con un coacheado genial, líder, atípico, o en plena crisis o embrollo personal, lo más probable es que no se aperciba de su singularidad, en el mejor de los casos. En el peor, le tendrá celos o le proyectará su «mierda psicológica» (perdón por la expresión soez), o no sabrá cómo ayudarle a salir de su laberinto y le dirá que con «tres o cuatro sesiones» ya está bien, o le tirará los tejos (esto también se da) alegando que prefiere tenerla como amiga que como cliente/coacheada en consulta. ¡Albricias, necesitamos muchas varitas para limpiar estas inmundicias! Mi «anticoaching» enseña a preguntar, a recuperar los dones olvidados, a rascar, a cuestionarse, a pensar... Soy hada madrina, y eso es un varitazo diferente... ¡Qué caray, no pertenezco al CdR ni me da la real gana! A mí me han dado muchas calabazas, y no precisamente para que las convirtiera en carrozas o en sueños maravillosos. ¡Qué va! Me las dieron con la intención de sepultar mi genialidad a la par que trataron de hacerme renegar de mi singularidad. No me da la gana abjurar de mi plan hadado de vida. He asumido —aunque a veces escoja ponerme la varita— que mi vida solo es mía y que a la única a quien le importa cómo sea vivida y asumida es a mí. Ergo, me recuerdo muy a menudo que este puede ser mi último día en la Tierra y que debo apurarlo como si así fuera de verdad, porque llegará el día en que lo será... Es más, me gusta darle en los morros al CdR; no me gusta que se salgan con la suya. No todos aceptamos bailarles el agua ni estamos dispuestos a hacerles la pelota o a seguir sus consignas redileras. Ni todo el miedo del mundo podrá eclipsar mi luz hadada. ¡A la porré con el CdR, que le den!

Hubo un día en que decidí hacer lo que me pasara por la varita, aunque eso supusiera poseer menos dinero —que no es lo mismo que ser menos próspera: dinero y prosperidad no son lo mismo ni están directamente relacionados, ¡la de milongas que nos han contado!—, o tener menos conocidos con derecho a café o sin derecho... Esto es, supuestos «amigos» que en realidad solo son «conocidos». Asumámoslo, la mayoría son humanoides y con ellos solo se puede establecer relaciones humanoideas, o sea, falsas, figuradas, aparentadas, o de conveniencia. Los del CdR suelen arrimarse a los triunfadores redileros; se sienten atraídos por la fama, el dinero, la posición, etcétera, pero se alejan de los auténticos si estos carecen de todo eso. Cada vez que no cumplimos con los preceptos del CdR somos obsequiados con el ostracismo, el criticismo, el ignorismo, el despidismo... Es su manera de darnos a entender que «o pasamos por el aro, o se nos retira el carné de socio».

Prefiero que me retiren el carné de socio del CdR antes que abjurar de mis creencias hadadas. La libertad solo puede asomar su rostro si la rebeldía le despeja el camino.

A mí me encanta ser rebelde, diferente, distinta, ImpInc (Impolíticamente Incorrecta). Ya sé que mis opiniones no gustan a todos, pero ni lo pretendo ni lo espero, es más, no lo deseo. ¿Cómo es eso? Porque la discrepancia y la diferencia de opiniones son muy saludables para el espíritu, la mente, las entendederas y el carácter.

Tengo una máxima rosettiana: «Discrepar, sí. Insultar, no». Asimismo, sostengo que hay que respetar a la persona, al menos procurarlo —independientemente de su rango, clase o condición—, aunque no se comparta sus opiniones. Por consiguiente, no hay que humillarse ni agacharse ante nadie. En mi hadada opinión, nadie es más que nadie; podrá tener más rango, pero tendrá igualdad de respeto. Mi abuela solía decir que «todos nacemos por el mismo lugar», ergo, somos iguales. Es más, todos nos despojamos de nuestra identidad mortal para volver al lugar del espíritu, para regresar a casa, ese preciado lugar del alma. Precisamente, en dicho lugar no existen las crisis (mi creencia no te la puedo demostrar «científicamente». Ergo, no te pido que la compartas pero sí que la respetes. No pretendo sentar cátedra, es solo mi «fe», la vivencia de mi alma). De pequeña, decía que provenía de un lugar donde no existían las enfermedades ni las guerras ni el odio. Sigo creyendo que provengo de un lugar celestial, donde no existen las crisis porque, sencillamente, no las crean. Ahí radica el secreto de la ausencia de crisis, en no crearlas. En mi opinión, mucha gente se complica la vida de manera muy innecesaria; parecer que les encanten los líos, convierten en conflicto todas y cada una de las situaciones vitales que les acontecen, y si no las inventan con tal de tener algo que hacer. Al parecer no saben vivir fuera del conflicto, ¿será porque en su interior no hay paz? En ese caso, el conflicto reflejaría lo que acontece en su interior, de ahí que necesiten crear conflicto en el exterior. Hace años, cuando estaba estudiando en la universidad en Estados Unidos, leí que los espectadores seleccionaban los programas en la televisión en función de sus estados de ánimo: se decantaban por programas que reflejaran su «ánimo». Y, te contaré aún más: durante cuatro años residí en una calle muy ruidosa de Madrid; cuando me cambié a un barrio que parece más un balneario que uno madrileño, no podía conciliar el sueño. ¿Por qué? ¡Echaba de menos el follón de aquella calle! Así creo que les pasa a algunos: no saben vivir si no es en permanente «follón», o crisis (que haberlas, haylas de todo tipo y color). Y, puestos a discutir sobre el tema y, de paso, elaborar una hipótesis, ¿qué tal si nos fijamos en el beneficio de la crisis? Sí, ¿a quién beneficia? Desde mi punto de vista: a todos los que están en situación de poder, pero con mayúsculas. A esos gobiernos de turno humanoides que se frotan las manos cada vez que los ciudadanos muerden los anzuelos. Por supuesto que ellos no inventaron las crisis, estas se inventaron hace milenios de años (están documentadas en los libros de Historia). Ahora bien, nada parece haber cambiado desde hace siglos: los poderosos crean crisis, los humanoides (ciudadanos del CdR) muerden el anzuelo, son presas de la zozobra, se untan de miedo la piel, echan al saco de la basura su sentido común, abjuran de su alma y salen corriendo en pos de la ansiada pomada que calmará su dolor crítico. ¡Pamplinas! Podríamos habernos dedicado a hacerles cortes de mangas, o mejor dicho: corte de varitas, sí señor.

Una de las consecuencias de «ser hada» es haberse liberado del yugo del miedo, haber tirado al agujero negro del nunca jamás las falsas crisis del CdR, y haber asumido la valentía, la libertad primigenia de ser quien soy porque es lo único bueno que me puede pasar y quiero que me acontezca en mi vida humana. Nada mejor que crear mis propias reglas, regirme por mi propia escala de valores, una basada en la autenticidad del alma y no en las mentiras del CdR. Mi código del alma es éticamente hadado, mientras que los códigos del CdR son demagógicos y sirven tan solo a sus intereses, esto es, asfixian a la gente para luego poder acudir en su salvación. ¡Qué retorcidos que son! Pero así es.

Me esfuerzo en contarle a la gente que existe otra realidad.

No soy la primera —y espero no ser la última— que trata de descubrir a los otros que viven en una irrealidad que les han hecho creer que es real (¿recuerdas el mito de la caverna, de Platón?). Viven de espaldas a la luz, a la verdad, a la realidad humana. Acepto que quizás haya quien, pudiendo elegir, prefiera seguir así, allá cada uno con su conciencia y con su vida. Sin embargo, no espere que me sume a su queja y le retroalimente su victimismo. Otra de mis máximas es: «Nadie nos hace nada que no le permitamos».

Valientes, aguerridos, atrevidos, osHados, los ha habido y habrá. Igual que los hay comodones, acomplejados, pesimistas, perdedores, acomodaticios, políticamente correctos... que gustan de alimentar y servir a los monstruos del CdR (comportamientos y actitudes disfuncionales). Yo prefiero que se mueran de hambre, figurada y psicológicamente hablando (sería algo así como no hacer lo que dicen, ni seguir sus consignas, vamos, no hacerles ni caso. O sea, hacerles corte de varitas y lo que nos pase por la corona), a ver si de una vez por todas la Tierra (Gaia) puede respirar libertad...

De las crisis creadas en el laboratorio del CdR, nada de nada. Por consiguiente, en lugar de hablar de cómo superar las crisis o hacerse con ellas, más bien me pongo manos a la varita y te voy a contar cómo hacerle corte de ídem —o sea, de varita, de corona, de lo que quieras—, esto es, te voy a dar claves (las mías rosettianas) para que aprendas a no crearte crisis ni morder los anzuelos de «crisis redileras» que desde el CdR te lanzarán una y otra vez.

No existen crisis, sino actitudes ante la vida. Cada uno es libre de escoger cómo quiere pensar, sentir, plantearse la vida, manejarse con las situaciones que se nos presentan. No pretendo decirte que tu vida estará libre de problemas; en la Tierra, mientras exista el CdR, me temo que va a ser misión imposible. Por consiguiente, mi antídoto rosettiano es asumir la actitud que uno quiere tener frente a los temas del CdR, y más aún, cómo dejar de convertir en conflicto la vida humana a propósito de las consignas del CdR.

Si no puedes con ellos, ponte las alas y elévate por encima de las maniobras redileras.

Dicho queda: ponte las alas.

El alma tiene de los dos géneros o «alas»: masculino y femenino, pero no por ello existe conflicto entre ambos. ¿Será por eso que los ángeles se toman a sí mismos a la ligera, y vuelan a imagen y semejanza de Dios? Será... Nos han contado muchas «historias para no dormir», por eso haríamos bien en acordarnos de las hermosas y sabias palabras de Jesucristo. Él nos habló de un Dios todo AMOR, compasión, alegría, magia, consideración... Ése es el Dios en quien yo creo. El dios en quien no creo es ese que se han empeñado en pintarnos quienes han querido tener a la humanidad aterrorizada y a su servicio, un dios ciertamente huraño, vengativo, duro como el pedernal, castigador, inmisericorde... Deja ya de crear en ese dios, y apúntate a creer en el Dios que solo respira amor, alegría, dicha, magia... Ese —y esa— que desde el rincón más recóndito del Universo nos envía risas sanadoras, amor en grandes dosis y magia para superar los obstáculos que los humanoides crean en el devenir humano.

Yo me he puesto las alas de Dios, las de mi Padre-Madre que desde el eterno cielo me bendicen con su luz. Me siento protegida. Sé que soy una privilegiada del Universo. Dios me ama, y tengo muchos ángeles que guardan mis dones y me acompañan en esta vida humana.

Ponte las alas, y verás cómo tu escala de valores se modifica. El dinero paga facturas, pero es el AMOR el que llena todos los espacios, todos los vacíos, aleja todas las soledades, alimenta y sacia todas las hambrunas del alma humana... No te rindas. Encuentra fuerza en el amor para salir adelante.

No quisiera que pensaras que te animo a ser pobre de dinero, a no tener ni para comer ni un techo que te cobije, puesto que no es eso a lo que me refiero. Ni eso es agradable ni deseable en esta sociedad material en la que el dinero es necesario para pagar cosas (alquiler, luz, agua, comida, gasolina, medicinas, ropa...). Si te sientes bien, estás sano, hay amor en tu vida y por tus venas corre el agradecimiento, esas cosas que el dinero paga, las disfrutarás, y mucho. En cambio, si posees fortuna material pero careces de amor, alegría y tu corazón lo pueblan la tristeza y la soledad, te sentirás muy desdichado y el dinero no logrará hacerte feliz. Leí que Sigmund Freud había llegado a la conclusión de por qué el dinero no nos hacía felices de adultos: porque en la infancia no existe. Cuando somos pequeños son el amor, sobre todo este, y la comida lo que nos mantiene a salvo, vivos. No malgastes tu vida por ganar unas monedas de más. Guarda en épocas de vacas gordas por si acaso vienen épocas de vacas flacas, y mientras, disfruta, vive, sonríe. Se puede ser feliz en una tienda de campaña y en un palacio, porque ello depende del alma, no de la cartera. Yo he conocido a gente humilde muy feliz y a ricos desgraciados, y también, viceversa. Ponte las alas, y atesora felicidad en tu interior, así, te sentirás afortunhado independientemente de la cantidad de dinero que poseas. El dinero va y viene por la vida. Me contaron que un hombre, superviviente de los campos de concentración nazis, cuyos activos manejaban unos brokers de Bolsa, no se enfadaba si bajan sus activos. ¿Por qué?, te preguntarás. Él les contó que se había hecho fortuna y arruinado varias veces a lo largo de su vida: el dinero iba y venía, pero lo que nunca volvería sería su familia, los que perdió en los campos de concentración nazis. Por eso, para él sus hijos y sus nietos, su familia, eran su verdadera fortuna.

Lo dicho, cuando tengas, guarda un poco por si acaso. Hazte un colchón de ahorros. Y, mientras, disfruta, bendice cada latido de tu corazón y cada minuto de tu vida. Sé una persona afortunada en alegría, abundante en espíritu de lucha y superación, en amor, en imaginación y creatividad para crearte soluciones.

Ponte las alas cuando la vida te dé calabazas

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