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4. Necesitamos logros, eventos y titulares Javiera Koch

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–Pase, Javiera. Y disculpe la espera, pero los diputados siempre quieren que uno vea sus temas de inmediato. Pero eso usted lo sabe mejor que yo.

El Presidente Cruz me recibió ayer. No porque le estuviera solicitando una reunión desde hace un mes, sino porque quería que lo apoyara con la denuncia de El Mirador sobre los diputados que adeudaban las cotizaciones de sus trabajadores, noticia donde él era protagonista. Me lo dijo Francisca Reyes, su jefa de gabinete, cuando me llamó. Con un tono imperativo.

–El Presidente quiere que venga a su oficina dentro de media hora para hablar un tema de comunicaciones.

–¿Podrá ser un poco más tarde? Tengo una reunión de trabajo con todo mi equipo a esa hora.

–Pues tendrá que cambiar su reunión. La esperamos a las tres y media.

Era coherente con lo que Pesutic había dicho de ella: que tenía mal carácter, era ambiciosa y estaba enamorada del Presidente. Y que había sufrido la misma metamorfosis que todos los asesores de diputados que llegaban a la Presidencia: «por un año, son los empleados más importantes y con más poder de toda la institución. Es su minuto de gloria y lo hacen valer. Y, como son unos pobres peleles, se ponen insoportables y manduquean a todo el mundo».

Así es que cambié mi reunión y subí a Presidencia.

–Usted dirá en qué lo puedo ayudar, Presidente –le dije después de presentarme y confirmar que no tenía idea de quién era yo.

–Me dice Francisca que usted es la nueva Directora de Comunicaciones y que ve los temas institucionales. Pues bien, necesito que me ayude, porque, como habrá visto en la prensa, me acusan de algo que no es verdad. Y creo que debemos responder como Corporación. Para que no queden dudas de las responsabilidades.

La oficina de la Presidencia se suponía elegante. A la entrada había un arrimo de madera café oscuro sobre el cual reposaba un enorme reloj con aplicaciones metálicas. Al fondo, un escritorio grande, antiguo y de madera rojiza, detrás del cual había un sitial y un gran ventanal tapado por gruesas cortinas de terciopelo beige, parcialmente recogidas y que obstruían la luz natural. En una pared colgaban dos espejos con gruesos marcos dorados, y en otra un paisaje campestre del pintor Valenzuela Llanos, de aproximadamente dos por tres metros. Las banderas de Chile y de la Cámara de Diputados pendían en una esquina, de sus respectivas astas de bronce, que terminaban en unos cóndores con las alas desplegadas. Al costado derecho había una mesa de reuniones, también antigua, con seis sillas. Al centro, dos sillones de cuero negro, donde el Presidente, Francisca y yo estábamos sentados.

–Como te comenté –intervino Francisca–, esta denuncia de las cotizaciones impagas es un error enorme, porque no son los diputados los responsables de pagar esos dineros, sino la Cámara. La Dirección de Finanzas para ser más exactos. Y, entonces, son ellos quienes están atrasados. Los diputados ni siquiera sabían de estas deudas.

–¿Y eso es lo que quiere decir a la prensa? –pregunté–. ¿Que la administración de la Corporación es responsable?

–Bueno, la prensa debería hablar con el Secretario General

–continuó Francisca–. Él es el encargado de dilucidar cómo se originó este problema. Y tú deberías coordinar esa entrevista.

Se hizo un silencio donde ambos me miraron. Me pedían apuntar públicamente a Catalán, mi jefe como responsable de las deudas. A través de una entrevista gestionada por mí.

–Entiendo que querías presentar al Presidente una propuesta para reorientar las comunicaciones de la Cámara –dijo Francisca–. Has solicitado una reunión con él en un par de oportunidades. No la fijé porque teníamos la agenda copada, pero ahora puede ser la oportunidad de hablar de eso también.

Una cosa por otra. Si los ayudaba a culpar a Catalán, apoyarían mi plan de comunicaciones. De lo contrario, me podía olvidar de su patrocinio.

–Sí, efectivamente, Francisca –respondí–. He elaborado una propuesta para renovar y potenciar las comunicaciones de la Corporación. Pero no puedo desarrollarla sin la aprobación del Presidente.

–Bueno, me interesa mucho verla, Javiera –dijo él–. Pero supongo que no será contradictorio con lo que te estamos solicitando ahora, ¿verdad?

No tenía alternativa. Lo del Secretario tendría que arreglarlo después. Bernardo me había explicado que acá todos los proyectos eran anuales, porque su implementación dependía de la voluntad –tiempo, ganas, metas– del Presidente de turno. Mi propuesta dependía del diputado Cruz. Así es que el problema con el Secretario tendría que arreglarlo después.

–No, Presidente. Lo que sugieren para el tema de las cotizaciones impagas es absolutamente coherente con mi propuesta, porque busca que las comunicaciones de las máximas autoridades adquieran una connotación institucional y menos político-partidista. Como usted sabe, la anterior Mesa consideró necesario reestructurar el trabajo de mi área, dada la mala imagen pública de la institución y sus diputados, y del desconocimiento de la ciudadanía acerca de aspectos básicos del proceso legislativo…

Él miraba la pantalla de su celular. Ni siquiera sabía si me estaba escuchando.

–…y queremos avanzar especialmente en un par de temas específicos…

–Me parece bien, Javiera –contestó sin levantar la vista–. ¿Y tiene alguna sugerencia concreta?

–Sí, Presidente. Pienso que debemos trabajar los temas de transparencia y probidad, que son muy importantes para la ciudadanía y que usted ha mencionado en su discurso y en varias entrevistas. Según entiendo, hay diversas iniciativas en discusión, que se concretarían durante su gestión.

Dejó de mirar el teléfono.

–Muy interesante, Javiera. ¿Le parece elaborar una propuesta y me la presenta? Coordine una reunión con Francisca y vamos avanzando. Pero rápido, porque ya me han dicho que el año de la Presidencia pasa volando y se alcanza a hacer muy poco. Y coordinemos también una reunión con la Comisión de Comunicaciones, en la que me comprometo a participar para ver su propuesta y cómo mejoramos el trabajo de la Dirección.

–Sería muy bueno, Presidente, porque he estado revisando documentos y creo que hay un desorden grande…

–Bueno, con el tema de las imposiciones quedó claro que hay desorden… quizás debería proponer una auditoría a las finanzas de la Cámara. Eso sería un golpe periodístico… ¿No cree, Javiera?

No respondí.

–Sin duda, Presidente –dijo Francisca–. Pero hay que planificar bien cómo lo comunicamos, porque me imagino que muchos se opondrán. Quizás Javiera nos puede ayudar en eso también.

–No es mala idea –respondió él–. Pero lo importante es que haga el anuncio. Si después lo boicotean, ellos tendrán que hacerse cargo, pero yo quedaré como un presidente que quiso introducir transparencia. Me gusta ese tema. Transparencia. Y enfrentar el desorden…

–¿Desorden? ¿Dónde hay desorden…?

Los tres nos dimos vuelta. Parado en el umbral de la puerta estaba Augusto Catalán.

–¿Interrumpo? –preguntó.

–No, Augusto, pasa –contestó Cruz.

–¿La Directora piensa que hay desorden en alguna parte? –insistió Catalán.

–No, Secretario –respondió el Presidente–. Pedí hablar con la Directora para solicitarle que nos ayude con un tema de prensa de la Presidencia.

–¡Ah! No sabía que hizo esa solicitud, Presidente, ni de esta reunión. La Directora no me informó. Pero voy a tener que interrumpirlos, porque hay un problema con algunos jefes de comité sobre la modificación del inicio de la sesión del jueves. Tenemos que verlo ahora si queremos solucionarlo.

–Hágalos pasar. Nosotros ya habíamos terminado –dijo Cruz.

–¿Vamos a mi oficina, Javiera? –dijo Francisca.

Tomé mis papeles, me despedí del Presidente y salí tras la jefa de gabinete. El Secretario salió de la oficina sin que pudiera saludarlo.

***

–¿Hace cuanto llegaste a la Cámara, Javiera? –me preguntó Francisca cuando estuvimos en su oficina.

–Hace dos meses. ¿Por qué?

–Solo quería saber… –respondió–. Tú entiendes que el Presidente es la máxima autoridad de la Cámara, ¿verdad? Es decir, tu jefe…

Me sentí incómoda.

–Bueno –continuó–, el Presidente quiere dar un sello a su gestión y tiene muy claro que para eso las comunicaciones son fundamentales. Entonces, la idea es que trabajemos juntas.

–Claro, yo tengo más o menos lista la propuesta, que se basa en cuatro ejes…

–Sí, te entiendo –interrumpió–. Mira, Javiera, te propongo que trabajemos juntas en función de temas concretos que al Presidente le interesan, como los de transparencia y probidad, y las solicitudes que vayan saliendo de la agenda. Hay que hacer un plan de prensa porque queremos muchas entrevistas, en lo posible en televisión, y mucha presencia pública. No nos interesa que aparezca como diputado PPD con temas del partido, sino como Presidente de la Cámara. Un hombre de Estado.

–Entiendo…

–Y quiero ser franca: no sé cuáles son tus propósitos ni tu agenda, pero sí sé cuáles son los de mi jefe. Y no tenemos cuatro años para implementar largos procesos de reestructuración organizacional o cosas por el estilo. Necesitamos hechos, logros, eventos y titulares…¿se entiende? Él quiere ser senador… Y por supuesto quiere ser un buen Presidente, pero no olvidemos el contexto.

No supe qué decir.

–Tenemos dos temas entonces –prosiguió–: la respuesta al tema de las imposiciones, que debería ser una entrevista al Secretario, y los temas de probidad, donde el Presidente podría anunciar algunas medidas de la comisión Bicameral de Transparencia, que integra. A muchos no les gustará el anuncio anticipado, pero estamos acostumbrados a lidiar con eso. Y esta idea de la auditoría la vamos a preparar en términos de apoyos internos antes de difundirla. ¿Tienes una idea de cómo partir?

–En la Cuenta Pública del Congreso que se celebra el próximo mes –respondí–. Es la primera vez que el parlamento entrega un balance de gestión al país; los medios estarán pendientes y es una buena oportunidad para que el Presidente haga anuncios de probidad.

Sonrió.

–Nos estamos entendiendo –dijo–. Me encanta. Efectivamente, es una oportunidad inmejorable. Trabajemos una propuesta.

Salí de su oficina pensando que había conseguido apoyo para mi plan de reestructuración. Pero no tenía la sensación de que avanzaba, sino más bien de que venían problemas.

Decidí llamar a Matías Tello por la entrevista a Catalán. Le pediría que la solicitara como algo suyo. Que no comentara que yo se lo sugerí.

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