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LA CONFIDENCIALIDAD. SU CENTRALIDAD EN PSICOANÁLISIS1

La discreción es, sin duda, un valor meritorio generalmente aceptado como tal en la vida social civilizada, y legislada además en la mayoría de los países como el derecho a la privacidad. Cuando la discreción se traslada a la práctica médica se transforma en “secreto médico”, que no sólo es tradición y una obligación ética (Juramento Hipocrático), sino una responsabilidad ante la ley, cuya violación en la Argentina es castigada por el Código Penal (art. 156). También es indiscutible –y este criterio es unánimemente compartido por los psicoanalistas– que el ejercicio psicoanalítico exacerba aún más esa necesidad de confidencialidad, al punto de convertirla en un eje central de su práctica. De ahí el acertado y esclarecedor comentario de Anne Hayman (Comparative Confidentiality in Psychoanalysis, p. 2): “Si el médico general fuera indiscreto respecto de su paciente, podría no actuar éticamente, pero no dejaría de tratar la neumonía en forma adecuada. Pero si yo (el psicoanalista) fuera a hablar indiscretamente de mi paciente, no sólo sería poco ético sino que también destruiría la esencia de la terapia”.

De este modo, la confidencialidad está tan consustanciada con la práctica psicoanalítica y su observancia se da tan por sentada que no la solemos indagar en nuestra actividad clínica habitual. Sólo reparamos en ella cuando se dan situaciones particulares que la rozan, y entonces nos mueven a interrogarnos acerca de su significación. En la segunda parte de esta comunicación se plantearán algunas de estas situaciones particulares. No obstante, cuando surge tal pregunta tampoco presenta grandes dificultades para ser respondida por la mayoría de los psicoanalistas; ellos dirían sin vacilación: en la sesión analítica se ventilan temas personales e incluso íntimos; y por lo tanto, la confidencialidad está obviamente justificada. Y sabremos diferenciar estos espinosos temas, a veces ni siquiera autoconfesados, de los síntomas más impersonales que se ventilan en la actividad médica tradicional: no es lo mismo tener tos y fiebre que reconocer trabajosamente un secreto amor como el que Elizabeth von R. cultivaba por su cuñado cuando finalmente se esclarece el sustento inconsciente de su astasia-abasia histérica (Freud, 1895).

Sin embargo, la propuesta de este trabajo invitaría a ir más lejos aún de esa consensuada respuesta, para rescatar una temprana formulación de Freud que, a mi juicio, definió el objeto del psicoanálisis. Me refiero al “infortunio ordinario”, que puede ejemplificarse en el penoso conflicto de la vida común de la mencionada Elizabeth ante el lecho de muerte de su hermana. Este rescate me permite reintroducir la “vertiente psicosocial” del psicoanálisis argentino en el que contribuyeron autores innovadores como E. Pichon Rivière, D. Liberman, J. Bleger y W. y M. Baranger, entre muchos otros2. Con algunos matices diferenciales estos autores concibieron el psiquismo inmerso en, e indisociable del contexto psicosocial, fuente inagotable de los conflictos de la vida común.

Entiendo que, y este sería el eje central de mi postura, la aludida formulación freudiana marcaría el punto decisivo de despegue del psicoanálisis del entramado conceptual y metodológico de la medicina; y que lo convertiría en la disciplina específica que se ocupa del inevitable padecimiento humano, inherente a la convivencia con los demás. Pero, por otra parte, es necesario añadir que este despegue que independiza al psicoanálisis de la medicina y la complejidad de su objeto se cobra el precio de sus todavía controversiales e inclasificables características epistemológicas que, precisamente, el tema de la confidencialidad me autoriza a plantear.

La imperfecta realidad humana

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