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Introducción

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Estamos tan consubstanciados con la realidad que habitamos que solo en escasas ocasiones atinamos a preguntarnos y discurrir acerca de ella; sobre su origen, evolución, esencia y diferencias con otras “realidades”. En este artículo pretendo volcar algunas reflexiones acerca de este tópico –“la realidad humana”– en línea con mis esfuerzos de muchas décadas dedicados a delimitar y destacar una “vertiente psicosocial del psicoanálisis” (Arbiser, S., 2017d y 2018b); orientación que un sector muy creativo de pensadores y autores argentinos han propiciado y desarrollado y a la cual me interesaría en este artículo añadirle una perspectiva más amplia: “telescópica”, diría. Denomino así a visiones científicas distantes y abarcativas como las que nos pueden proveer la antropología, la historia o la biología evolutiva; disciplinas de las que me he servido, y refiero acotadas en esta mínima bibliografía orientadora: Leakey, R. (1981) y (2000); Reeves, H., de Rosnay, J., Coppens, Y., Simonnet, D. (1997), Jablonka, E. y Lamb, M. J. (2013).

Esta temática entronca también en la línea freudiana expresada en el último párrafo de “Psicoterapia de la histeria” (Freud, S., 1895, p. 309), cuando atribuye al “infortunio ordinario” el sustento del padecimiento neurótico, introduciendo de este modo en el nivel individual la dimensión de la “dramática”1 en la especulación psicológica. Y, en el nivel colectivo, en “El malestar en la cultura”, cuando enumera las tres fuentes del padecimiento del hombre: “la hiperpotencia de la naturaleza, la fragilidad de nuestro cuerpo y la insuficiencia de las normas que regulan los vínculos recíprocos entre los hombres en la familia, el Estado y la sociedad” (Freud, 1930, p. 85).

La realidad humana que hoy conocemos y nos maravilla fue construida2 precisamente para enfrentar, contrarrestar e incluso usufructuar tal hiperpotencia, también para atender a la fragilidad de nuestro cuerpo, y crear incesantes contratos sociales para ordenar y regular los vínculos recíprocos. A pesar de los alucinantes progresos que nos ofrece la presente realidad humana (siglo XXI), la naturaleza nos sigue desafiando con su inexorable hiperpotencia cuando desata sus incontenibles y furibundos cataclismos. Aunque contamos con prodigiosos recursos para obtener alivio a nuestras dolencias y nuestras vidas se prolongan en forma ostensible intentando burlar esa fragilidad, la reversibilidad de la materia viva de nuestro cuerpo finalmente sigue con obstinada puntualidad obediente al mandato químico de su degradación en lo inorgánico. Ni hablar de los copiosos e innumerables progresos en la convivencia provistos por los incesantes ensayos transformadores de las estructuras sociales, económicas y culturales, en constante evolución y perfeccionamiento que, sin embargo, no logran privarnos de las despiadadas guerras, los fanatismos religiosos e ideológicos, las intolerancias, la distribución desigual de los bienes. Ni tampoco de los conflictos cotidianos en la vida familiar y social donde trascurre el infortunio ordinario que nos enrostra en forma desafiante la insuficiencia, que la aguda intuición de Freud nos advertía.

En lo que sigue, reflexionaré sobre lo que entiendo como (I) la realidad humana, (II) la imperfección como el motor del devenir de la Humanidad, y III) el inevitable padecimiento humano en ese entramado.

La imperfecta realidad humana

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