Читать книгу Demasiado odio - Sara Sefchovich - Страница 11

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Una noche mientras dormía, el muchacho se subió encima de mí y sin más trámite me violó. Y antes de que pudiera yo siquiera chistar habló: en esta casa mando yo, soy el mero mero y todos lo saben, también usted lo debe saber y por eso ahorita se lo estoy haciendo saber.

Y así fue. Me lo hizo saber y lo supe. Y desde entonces tuve que aceptarlo encima de mí noche tras noche madrugada tras madrugada, aunque mi cuerpo lo último que quería era sexo. Y tuve que bailar con él pieza tras pieza cuando puso música a un volumen insoportable, aunque mi cuerpo lo último que quería era moverse. Y tuve que beber con él vaso tras vaso de las botellas que traía con líquidos de sabor horrible, aunque mi cuerpo lo último que quería era alcohol. Y tuve que escucharlo cantar canción tras canción, si eso que salía de su garganta se podía considerar canto.

En algún momento estuve tentada a pedirle ayuda a la madre o a la abuela, pero ellas hacían como si nada pasara, como si no se hubieran enterado o no les importara.

Y no sólo eso. En una de esas mañanas en que preparábamos el guisado en la cocina, doña Lore me la soltó: mi hijo es el rey de esta casa, ya te habrás dado cuenta. Él tiene el derecho de hacer y decir lo que quiera. Y nadie lo contradice. También tú lo debes saber y por eso ahorita te lo estoy haciendo saber.

Y así fue. Me lo hizo saber y lo supe.

Días después, en una de esas tardes en que veíamos la televisión en la sala, doña Lore me lo repitió: mi hijo nos cuida nos da para el gasto nos trae regalos. Es un buen muchacho, aunque a veces un poco enojón, pero eso no es su culpa, son las malas influencias de algunos con los que anda y es el estrés que tiene por su trabajo.

Me quedé callada, ¿qué podía decir?

Una noche el rey de la casa, el que tenía derecho de hacer y decir lo que quisiera, al que nadie contradecía, decidió que ya no se iría a su habitación, sino que se quedaría a dormir conmigo.

Fue así como Alfonso, a quien todos llamaban Poncho, dejó de ser mi golpeador y mi violador y se convirtió en mi amante. Un amante impetuoso, lleno de energía y juventud.

Cosa extraña: de repente era yo otra vez la proveedora de lo que un hombre buscaba y sabía yo perfectamente cómo hacerlo, pues según decía la abuela, lo que bien se aprende no se olvida.

Mi vida adquirió entonces su rutina: en las mañanas ayudaba en la cocina, en las tardes veía televisión con las mujeres y en las noches me ocupaba del muchacho, que había encontrado en mi cama su escuela para aprender artes amatorias y también el único lugar del mundo donde se sentía seguro, donde se atrevía a dormir.

Usted me va a cuidar ¿verdad señora? no me va a abandonar ¿verdad señora? no me va a traicionar ¿verdad señora? preguntaba. Claro que te voy a cuidar claro que no te voy a abandonar ni te voy a traicionar le contestaba.

Empecé a sentir una gran ternura por este jovencito que se fingía tan poderoso y actuaba con tanta violencia, pero que cuando se quedaba dormido, con su cuerpo flaco y su cabello revuelto, parecía tan desvalido.

Pronto lo comencé a limpiar con un trapito, humedecido con agua y jabón, pasándoselo muy suavemente. Le tuve que quitar las botas y la chamarra, porque siempre se acostaba vestido de pies a cabeza. Y él se dejó, y una vez hasta se acurrucó en mí y me dijo madre.

Y fue así como Alfonso, a quien todos llamaban Poncho, dejó de ser mi amante y se convirtió en mi hijo, un hijo asustado, lleno de miedos y pesadillas.

Cosa extraña: de repente era yo por primera vez madre y no tenía ni la menor idea de en qué consistía eso, pues según decía la abuela, lo que no necesitamos nunca lo aprendemos.

Demasiado odio

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