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Capítulo 6
ОглавлениеLord August Sedley, hijo menor y único varón del conde de Cheadle, no estaba dormido cuando Hattie y Nora entraron en las cocinas de Sedley House media hora después. Estaba muy despierto y sangraba sobre la mesa de la cocina.
—¿Dónde has estado? —gimió Augie al ver entrar a Hattie y Nora en la habitación. Tenía un trapo ensangrentado pegado a su muslo desnudo—. Te necesitaba.
—¡Oh, querido! —dijo Nora, nada más entrar la cocina—. ¡Augie no lleva pantalones!
—Es una mala señal —comentó Hattie.
—Tienes toda la razón, es un mal presagio. —Augie escupió su indignación—. ¡Me acuchillaron y no estabas aquí, y nadie sabía dónde encontrarte y he estado sangrando durante horas!
—¿Por qué no le pediste a Russell que se encargara de ello? —Hattie apretó los dientes ante sus palabras, recordándose que la exigencia era el estado natural de Augie. Su hermano tomó un trago de la botella de whisky—. ¿Dónde está?
—Se fue.
—Por supuesto. —Hattie no disimuló su disgusto cuando fue a por un cuenco de agua y un trozo de tela. El ayuda de cámara de Augie, Russell, a veces amigo, a veces hombre de armas, y siempre una plaga, era perfectamente inútil en el mejor de los casos—. ¿Por qué iba a quedarse si estabas sangrando por toda la maldita cocina?
—Sin embargo, aún respira —dijo Nora con tono burlón, mientras abría un armario y cogía una pequeña caja de madera que dejó junto a Augie.
—Apenas —gruñó Augie—. Tuve que arrancarme esa endiablada cosa.
La mirada de Hattie se iluminó al ver el impresionante cuchillo que había dejado a un lado de la mesa de roble. La hoja era de ocho pulgadas de largo, con un borde curvo que brillaría en la oscuridad si no estuviera empapado en sangre.
Y si no estuviera empapado en sangre habría sido precioso.
Sabía que tal pensamiento no era apropiado en aquel momento, pero aun así, Hattie lo pensó, quiso coger el arma y calibrar su peso; nunca había visto algo tan estupendo. Tan peligroso y poderoso.
«Excepto el hombre al que pertenece». Porque supo al instante, sin duda, que aquel cuchillo pertenecía al hombre que se llamaba a sí mismo Bestia.
—¿Qué ha pasado? —preguntó acercándose con el tazón a la mesa para inspeccionar el muslo de Augie que aún sangraba—. No deberías haberte extraído el cuchillo.
—Russell dijo…
—No me importa. Russell es un bruto y deberías haber dejado el cuchillo dentro. —Hattie sacudió la cabeza mientras limpiaba la herida disfrutando de los malditos quejidos de su hermano más de lo que debería. Golpeó dos veces la mesa—. Recuéstate.
—Estoy sangrando —se quejó Augie.
—Sí, ya lo veo —respondió Hattie—. Pero como estás consciente, para mí sería más fácil que estuvieras tumbado.
—¡Date prisa! —contestó Augie mientras se recostaba.
—Nadie te culpará por tomarte tu tiempo —dijo Nora acercándose con una lata de galletas en la mano.
—¡Vete a casa, Nora! —dijo Augie.
—¿Por qué voy a hacerlo cuando estoy disfrutando tanto? —Le extendió la lata de galletas a Hattie—. ¿Quieres una?
Hattie sacudió la cabeza y se concentró en la lesión, ahora limpia.
—Tienes suerte de que la hoja estuviera tan afilada. Esto se debería poder coser fácilmente. —Extrajo una aguja e hilo de la caja—. No te muevas.
—¿Dolerá?
—No más que el cuchillo.
Nora se rio, y Augie frunció el ceño.
—Eso es cruel. —Un quejido siguió a sus palabras cuando Hattie comenzó a cerrar la herida—. No puedo creer que el tipo diera en el blanco.
—¿Quién? —Hattie contuvo el aliento. «Bestia».
—Nadie —contestó su hermano.
—No puede ser nadie, Aug —señaló Nora con la boca llena de bizcochos—. Tienes un buen agujero.
—Sí. Me he dado cuenta de eso —se quejó de nuevo mientras Hattie continuaba cosiendo.
—¿En qué estás metido, Augie?
—En nada. —Su hermana presionó la aguja con más firmeza en el siguiente punto—. ¡Maldita sea!
—¿En qué nos has metido a todos? —Clavó la mirada en la azul pálido de su hermano.
Él la rehuyó. Gritaba culpable. Porque lo que fuera que hubiese hecho, lo que fuera que lo hubiese puesto en peligro esa noche… los había puesto en peligro a todos. No solo a Augie. A su padre. Al negocio.
A ella. Todos los planes que había hecho y todo lo que había puesto en marcha para el Año de Hattie: negocios, casa, fortuna, futuro. Y si el hombre con el que había hecho un trato estaba involucrado, amenazaba al resto. Su virginidad.
La frustración se apoderó de ella y le entraron ganas de gritar, de sacudirlo hasta que le dijera la verdad sobre qué había hecho para que le clavaran un cuchillo en el muslo. Que confesara que había dejado a un hombre inconsciente en su carruaje. Y Dios sabía qué más.
Cosió otro punto. Y otro.
Se quedó callada y se puso nerviosa.
No hacía ni seis meses, su padre había convocado a Augie y Hattie para informarles de que ya no podía manejar el negocio que había convertido en un imperio. El conde había envejecido demasiado para trabajar en los barcos, para manejar a los hombres. Para vigilar los entresijos del negocio. Así que les ofreció la única solución posible para un hombre con un título vitalicio y un negocio que funcionaba: la herencia.
Ambos niños habían crecido entre la arboladura de los barcos Sedley; ambos habían pasado sus primeros años, antes de que le concedieran un título vitalicio a su padre, pisándole los talones, aprendiendo el negocio de la navegación. Ambos sabían izar una vela, a hacer un nudo. Pero solo uno de ellos había aprendido bien. Desafortunadamente, era la chica.
Así que su padre le había dado a Augie la oportunidad de probarse a sí mismo y, durante los últimos seis meses, Hattie había trabajado más duro que nunca para hacer lo mismo, para probarse a sí misma que era digna de asumir el control del negocio; todo, mientras Augie se dormía en los laureles esperando su momento, cuando su padre decidiera entregarle todo el negocio sin otra razón que la de que Augie era un hombre, porque así es como debía ser. No había forma de cambiar el razonamiento del conde:
«Los hombres de los muelles necesitan una mano firme».
Como si Hattie no tuviera fortaleza para manejarlos.
«Los envíos necesitan un cuerpo capaz».
Como si Hattie fuera demasiado blanda para el trabajo.
«Eres buena chica y contigo al frente todo iría bien…».
Un cumplido, aunque no fuese esa la intención.
«… pero ¿y si aparece un hombre?».
Eso era lo más insidioso. Que la señalara como una solterona era lo que resaltaba el hecho de que las mujeres no tenían vida propia frente a cualquier hombre.
Y peor aún, era lo que le indicó que su padre no creía en ella. Algo que, por supuesto, así era. No importaba cuántas veces le asegurara que su vida era solo suya y que no buscaba matrimonio.
«Eso no está bien, hija», decía el conde, volviendo a su trabajo.
Hattie se había propuesto demostrarle que estaba equivocado. Había diseñado estrategias para aumentar los ingresos. Llevaba los libros y registros, y pasaba tiempo con los hombres en los muelles para que, cuando surgiera la oportunidad de guiarlos, confiaran en ella… Y la siguieran.
Y esa noche, había comenzado el Año de Hattie. El año en que se aseguraría todo por lo que había trabajado tan duro. Solo necesitaba un poco de ayuda para ponerlo en marcha, una ayuda que pensaba que sería más fácil conseguir.
Tenía intención de volver a casa para decirle a su padre que el matrimonio ya no entraba en sus planes. Que se había arruinado a sí misma. No estaba contenta de haber regresado con su virginidad intacta, pero estaría más que feliz de poder informarle de que había encontrado un caballero ideal para encargarse de la situación.
Bueno… Tal vez no fuera un caballero.
«Bestia».
El nombre le llegó en una oleada de cálido placer, totalmente inapropiado y difícil de ignorar. Pero lo manejó lo mejor que pudo.
Incluso él había sido un medio para un fin. Y, de alguna manera, Augie había sido apuñalado por el mismo hombre.
Dejó a su hermano tranquilo mientras terminaba de coserlo y vendarlo, un proceso que habría sido mucho más rápido si se hubiera quedado quieto y hubiera dejado de lloriquear. Lo dejó tranquilo mientras se lavaba las manos en la pila y enviaba a un sirviente al boticario en busca de hierbas para evitar la fiebre.
Lo dejó tranquilo cuando volvió a la mesa y cogió la empuñadura del cuchillo, brillante y negro, con un diseño plateado que imitaba un panal incrustado en su interior. Trazó con el dedo la hoja de metal.
Luego sopesó el cuchillo, y miró a su hermano de nuevo.
—¿Vas a decirme en qué estás metido?
—¿Por qué tendría que hacerlo? —Augie era el retrato de la más arrogante bravuconería.
—Porque lo encontré.
—¿A quién? —Sus ojos se abrieron de par en par mientras luchaba por encontrar una respuesta.
—Nos insultas a los dos con esa pregunta. Y lo solté.
—¿Por qué has hecho eso? —Augie se puso de pie haciendo un gesto de dolor al instante.
—Porque estaba en mi carruaje y teníamos que ir a otro sitio.
—Creo que te refieres a mi carruaje. —Augie frunció el ceño y luego miró a Nora.
—Si vamos a hablar con propiedad, entonces el carruaje no es de ninguno de nosotros. Pertenece a papá —añadió Hattie, indignada por la frustración.
—Pero me pertenecerá a mí —dijo Augie, reafirmándose.
—Pero, por ahora, pertenece a papá. —Hattie no dijo nada más. Nunca se le había ocurrido que ella podría hacer un trabajo mejor en la gestión del negocio. O que podría saber más sobre el negocio que él. Nunca se le había ocurrido que podría no recibir lo que deseaba en el momento preciso en que quería tenerlo.
—Y no te ha dado permiso para usarlo cuando quieras.
De hecho, sí, pero a Hattie no le interesaba esa discusión.
—Oh, ¿y a ti te ha dado permiso para secuestrar hombres y dejarlos atados en su interior?
Los dos miraron a Nora después de la pregunta.
—No os preocupéis por mí. No estoy prestando atención —dijo mientras se alejaba para llenar la tetera.
—No iba a dejarlo ahí.
—¿Qué ibas a hacer con él? —preguntó Hattie girándose hacia él.
—No lo sé.
—¿Ibas a matarlo? —replicó ante la vacilación de su hermano, recuperando el aliento.
—¡No lo sé!
Su hermano era muchas cosas, pero un tipo con una mente maestra para el crimen no.
—¡Dios mío, Augie…! ¿En qué estás metido? ¿Crees que un hombre así simplemente desaparecería, moriría y nadie vendría a buscarte? —Hattie continuó—: ¡Tienes mucha suerte, tan solo lo noqueaste! ¿En qué estabas pensando?
—¡Estaba pensando en que me había clavado un cuchillo! —Señaló a su muslo vendado—. ¡El que tienes en la mano!
—No hasta que fuiste a por él. —Apretó los dedos alrededor de la empuñadura y sacudió la cabeza. Él no lo negó—. ¿Por qué? —No respondió. Dios la librara de los hombres que decidían usar el silencio como un arma. Resopló llena de frustración—. Me parece que te lo merecías, Augie. No parece el tipo de hombre que va por ahí apuñalando a gente que no lo merece.
Se hizo el silencio, el único sonido en la habitación era el del fuego que calentaba la tetera de Nora.
—Hattie… —Ella cerró los ojos y evitó la mirada de su hermano—. ¿Qué sabes tú de la clase de hombre que es?
—He hablado con él.
Más que eso.
«Lo he besado».
—¿Qué? —Augie se levantó de la mesa con un gesto de dolor—. ¿Por qué?
«Porque me dio la gana».
—Bueno, me sentí bastante aliviada de que no estuviera muerto, August.
—No deberías haber hecho eso. —Augie ignoró la advertencia en sus palabras.
—¿Quién es? —Volvió a preguntar ella y esperó.
—No deberías haberlo hecho —contestó él mientras caminaba por la cocina.
—¡Augie! —dijo ella con firmeza para llamar su atención—. ¿Quién es?
—¿No lo sabes?
—Sé que se llama a sí mismo Bestia. —Sacudió la cabeza.
—Así es como todos lo llaman. Y su hermano es Diablo.
Nora tosió.
—Pensaba que no estabas escuchando. —Hattie la miró.
—Por supuesto que estoy escuchando. Esos nombres son ridículos.
—De acuerdo. Nadie se llama Bestia o Diablo salvo en una novela gótica. Y aun así… —Hattie asintió.
—Estos dos se llaman así. Son hermanos y criminales. Aunque no debería tener que decírtelo, considerando que me apuñaló. —Augie no tenía paciencia para las bromas.
—¿Qué clase de criminales? —preguntó Hattie, inclinando la cabeza.
—¿Qué clase de…? —Augie miró al techo—. ¡Dios, Hattie! ¿Importa?
—Aunque no fuera así, me gustaría saber la respuesta —dijo Nora desde su lugar junto al fogón.
—Contrabandistas. Los Bastardos Bareknuckle.
Hattie suspiró. Puede que no supiera cómo se llamaban, pero conocía a los Bastardos Bareknuckle, los hombres más poderosos del este de Londres, y posiblemente también del resto de Londres. Se hablaba de ellos en los Docklands, movían la carga de sus barcos al amparo de la noche y pagaban una prima a los estibadores más fuertes.
—También es un nombre ridículo —dijo Nora mientras servía su té—. ¿Quiénes son?
—Son traficantes de hielo —comentó Hattie mirando a su hermano.
—Contrabandistas de hielo —la corrigió él—. Y también de brandy y bourbon y muchas cosas más. Sedas, cartas, dados... Cualquier cosa por la que Gran Bretaña cobre un impuesto, la mueven sin que la Corona lo sepa. Y se han ganado los apodos que vosotras dos creéis que son estúpidos. Diablo es el agradable de los dos, pero te corta la cabeza rápidamente si piensa que has hecho algo al margen de ellos en Covent Garden. Y Bestia… —Hattie se acercó durante la pausa de Augie—. Dicen que Bestia es…
Se quedó en silencio, parecía nervioso.
Parecía asustado.
—¿Qué? —dijo Hattie, desesperada por que terminase. Como él no respondió, le pinchó con una broma—. ¿El rey de la selva?
—Dicen que si va a por ti, no descansa hasta que te encuentra —contestó mirándola a los ojos.
Un escalofrío la atravesó al oír aquellas las palabras. Por la verdad que había en ellas.
«Te encontraré», había dicho.
Era una excelente promesa y una terrible amenaza.
—Augie, si lo que dices es verdad…
—Lo es.
—Entonces, ¿qué te hace pensar que puedes enfrentarte a tales hombres? ¿Que podrías robarles? ¿Que podrías hacerles daño?
Por un momento, pensó que él se negaría a contestar la pregunta, ante la sugerencia de que no era rival para ellos. No lo era. Había pocos hombres en el mundo que se pudieran comparar con el que ella había conocido horas antes. Y eso sin saber que llevaba un cuchillo.
Augie parecía saberlo. Porque, en vez de mostrar bravuconería masculina, bajó la voz y dijo:
—Necesito ayuda.
—Por supuesto que la necesitas. —El comentario sarcástico llegó del fogón.
—Cállate, Nora —dijo Augie—. Esto no es asunto tuyo.
—Tampoco debería serlo de Hattie —señaló Nora—. Y, sin embargo, aquí estamos.
—¡Parad! ¡Los dos! —Hattie levantó una mano.
Lo hicieron, milagrosamente.
—Habla. —Se volvió hacia Augie.
—Perdí un cargamento.
Hattie frunció el ceño y repasó los diarios de a bordo que había dejado en su escritorio ese día. No faltaba ningún envío en los registros de su padre.
—¿Qué quieres decir con «perder»?
—¿Recuerdas los tulipanes? —Sacudió la cabeza. No había habido tulipanes en un cargamento desde… —. Fue en verano —añadió.
El barco había llegado cargado con bulbos de tulipanes recién llegados de Amberes, ya marcados para las propiedades de toda Gran Bretaña. Augie había sido responsable de la carga y la entrega. La primera que había supervisado después de que su padre anunciara su plan de traspasar el negocio. La primera vez que su padre había insistido en que Augie dirigiera una operación de principio a fin para demostrar su temple.
—Los perdí.
—¿Dónde? —No tenía sentido. Había visto el envío marcado como descargado en los libros. El transporte por tierra había sido marcado como completado.
—Pensé… —Sacudió la cabeza—. No sabía que tenían que ser entregados inmediatamente. Lo pospuse. No pude encontrar los hombres para hacer el trabajo cuando llegó. Estaban trabajando en otra carga, así que los dejé apartados.
—En el almacén —dijo ella, y su hermano asintió. —En la muerte del verano londinense. —El húmedo verano londinense.
Otro asentimiento.
—¿Cuánto tiempo? —preguntó Hattie con un suspiro.
—No lo sé. ¡Por el amor de Dios, Hattie, no era carne de vacuno. Eran unos malditos tulipanes! ¿Cómo iba a saber que se pudrirían?
—¿Y luego qué? —Hattie pensaba que había mostrado una inmensa moderación porque, en realidad, quería decir: «Sabrías que se pudrirían si le hubieses prestado una pizca de atención al negocio».
—Sabía que tendríamos que devolver el pago a los clientes, y sabía que padre se pondría furioso. —Su padre se habría enojado y habría hecho bien al hacerlo. Una bodega llena de buenos tulipanes holandeses valía al menos diez mil libras. Perderlas les habría costado prestigio y dinero.
Pero no lo habían perdido. De alguna manera, Augie lo había ocultado. El miedo se le agarró al estómago.
—Augie…, ¿qué hiciste?
—Se suponía que solo iba a ser una vez. —Sacudió la cabeza mirando a los pies.
Hattie se volvió hacia Nora, que había renunciado a cualquier pretensión de no prestar atención. Cuando su amiga se encogió de hombros, se volvió hacia su hermano.
—¿Qué se supone que solo debía ser una vez? —dijo.
—Tuve que devolver el dinero a los clientes. Sin que papá lo descubriese. Y luego, encontré una salida. —Miró hacia arriba buscando sus ojos—. Me encontré con su ruta de entrega.
«Se llevó algo mío», esas habían sido las palabras de Bestia.
Nora soltó una suave maldición.
—Le robaste —dijo Hattie conteniendo el aliento.
—Fue solo…
—¿Cuántas veces? —No lo dejó terminar.
—Pagué la deuda con el primero —confesó.
—Pero no te detuviste. —Augie abrió la boca. La cerró. Por supuesto que no se había detenido. Ahora era ella la que maldecía—. ¿Cuántas veces?
—Esta noche fue la cuarta —dijo mostrando el miedo en sus ojos.
—Cuatro veces. —Hizo una mueca—. Les has robado cuatro veces… Es un milagro que no te hayan matado.
—Espera —dijo Nora desde el otro lado de la cocina—, ¿cómo sometiste a ese hombre?
—¿Qué significa eso? —Él frunció el ceño.
—Augie, ese hombre es el doble de grande que tú y te clavó un cuchillo en el muslo —señaló Nora mientras le echaba una mirada.
—Russell lo noqueó —admitió, algo beligerante.
Por supuesto que aquellos dos habían provocado un nuevo desastre. Y ahora, como siempre, le tocaba a Hattie resolverlo.
—Debería ser ilegal siquiera que os hablaseis. Os hacéis menos inteligentes el uno al otro. —Miró al techo con la mente acelerada y luego suspiró—. Lo has complicado todo.
—Lo sé —dijo su hermano, y se preguntó si realmente lo sabía.
—¿Qué me dijiste de él? ¿de Bestia?
Augie la miró a los ojos y ella vio preocupación en ellos.
—Viene a por ti, Augie. Es un milagro que no te haya encontrado todavía. Pero lo que has hecho esta noche ha sido inmensamente estúpido. ¿Qué te llevó a atarlo? ¡Y en el carruaje, por el amor de Dios!
—No estaba pensando. Me acababan de apuñalar. Y Russell…
—¡Ah, sí. Russell! —lo interrumpió—. Él también está acabado. Ponle fin a esto ya. No venderemos otra gota de su carga. ¿Dónde está el cargamento que robaste esta noche?
—Russell se lo ha llevado a nuestro comprador.
—Otro brillante movimiento táctico, sin duda. ¿Quién es? —Ella alzó una ceja.
—No quiero que te involucres en esto. —Si era posible, su hermano se puso aun más pálido.
—Como si no estuviera ya involucrada hasta el fondo por tu culpa.
—No tienes ni idea de lo profundo que es. Ese tipo no está cuerdo. —Augie sacudió la cabeza.
—¿Ahora quieres convertirte en el espíritu protector de la familia? —Hattie resistió el impulso de gritar—. Supongo que debería estar agradecida de que nuestro enemigo más inmediato sea simplemente vengativo y no un loco.
—Lo siento —dijo Augie.
—No, no lo sientes —replicó Hattie—. Si tuviera que adivinar, estoy segura de que estás feliz de que esté dispuesta a arreglar esto. Y puedo arreglarlo.
—¿Puedes? —preguntó Augie, ya más calmado.
—Puedo —dijo ella visualizando el plan. El camino hacia adelante. Y luego, su camino—. Puedo.
—¿Cómo? —No era la peor pregunta del mundo. Hattie miró a Nora, cuyas cejas estaban tan arqueadas que casi rozaban la línea de crecimiento de su cabello, como respuesta silenciosa a la pregunta de Augie.
—Haremos un trato por la carga. Compartiremos los ingresos de nuestros envíos hasta que acabemos de pagársela. —Hattie enderezó sus hombros más segura de sí misma que nunca.
—No será suficiente.
—Lo será. —Ella haría que lo fuera. Le aseguraría que no habría más robos. Y le daría los ingresos. Con intereses. Si era un hombre de negocios, reconocería que era un buen negocio en cuanto se lo dijera. Matar a Augie no le devolvería la carga perdida y haría caer a la Corona sobre su cabeza, algo que a los contrabandistas no les gustaría.
El dinero era real. Ella lo convencería.
—No te metas en esto —señaló mientras miraba a los ojos a su hermano.
—No lo conoces, Hattie.
—He hecho un trato con él.
—¿Qué clase de trato? —Augie se quedó paralizado.
—Sí, ¿qué clase de trato? —repitió Nora curvando los labios como muestra de diversión.
—Nada serio.
«No estás en posición de hacerme una oferta. Yo consigo todo lo que es mío».
Un cosquilleo de placer recorrió a Hattie al recordar lo que había aceptado, aunque aún quedaba la promesa de la última retribución. El calor de su beso. La promesa de su tacto.
—Hattie, si accedió a verte de nuevo, lo que sea que haya dicho, debes saber que no es por ti —dijo Augie, interrumpiendo sus pensamientos.
Escondió la decepción que le provocó aquella afirmación. Augie no se equivocaba. Hombres como el que había conocido esa noche, hombres como Bestia, no eran para mujeres como ella. No se fijaban en mujeres como Hattie. Se fijaban en hermosas féminas con cuerpos pequeños y delgados y delicados temperamentos. Ya lo sabía.
Lo sabía, pero aun así…, la sinceridad sin filtros sobre su falta de atractivo le molestaba.
Apagó el dolor con una carcajada, como hacía siempre.
—Lo sé, Augie. Y ahora sé lo que busca. Al idiota de mi hermano. —Disfrutó más de lo que debería de la preocupación que bañó la cara de Augie—. Pero tengo la intención de que mantenga nuestro acuerdo. Y para ello, tendrá que aceptar nuestra oferta.
—Iré contigo.
—¡No! —Lo último que necesitaba era que Augie la acompañara y lo estropeara todo—. ¡No!
—Alguien tiene que ir contigo. No sale de Covent Garden.
—Entonces iré a Covent Garden —dijo.
—No es lugar para las damas —le recordó Augie.
Si había cinco palabras que catapultaran a una mujer al movimiento, seguramente eran aquellas.
—¿Necesito recordarte que crecí entre los aparejos de los barcos de carga?
—Hará lo que sea necesario para castigarme. Y tú eres mi hermana. —Augie intentó cambiar el rumbo de la conversación.
—No lo sabe. Ni lo sabrá —dijo ella—. Dispongo de esa ventaja.
¿No se habían separado con ese desafío? ¿No debía uno encontrar al otro? Y ahora…, ella sabía cómo encontrarlo. El placer la recorrió. El triunfo. Algo peligrosamente cercano al regocijo.
—¿Y si Bestia te hace daño?
—No lo hará. —Eso lo sabía. Podría burlarse de ella, tentarla, ponerla a prueba. Pero no le haría daño.
Augie consintió invadido de alivio. Por supuesto que se sentía aliviado. Ella estaba a punto de arreglar el desastre que él había provocado. Como siempre.
—Está bien —exhaló él.
—Augie… —Su hermano levantó la mirada y ella se detuvo con el corazón palpitando—. Si hago esto… —La sospecha cruzó la cara de Augie, pero no dijo nada—. … Si salvo tu pellejo, entonces harás algo por mí.
—¿Qué es lo que quieres? —Augie frunció el ceño
—No es lo que quiero, August. Es lo que tú felizmente me entregarás.
—Venga, vamos.
«Ahora o nunca. Tómalo. Le dijiste a Bestia que tú tampoco perdías. Hazlo».
—Le dirás a nuestro padre que no quieres ocuparte del negocio. —Los ojos de Augie se abrieron de par en par mientras Nora soltaba un silbido que Hattie ignoró; la frustración y la determinación y el triunfo la invadieron, todo a la vez—. Le dirás que me lo entregue a mí.
Parecía que ese día sí que iba a ser el inicio del Año de Hattie, después de todo.