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Ludwig van Beethoven
(1770-1827) SINFONÍA Nº 4

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La Cuarta Sinfonía, en Si bemol mayor, opus 60, fue compuesta en 1806, cuando Ludwig van Beethoven tenía treinta y seis años y se encontraba atareado esbozando la Quinta Sinfonía y revisando su ópera Leonore para transformarla en Fidelio.

Dedicada al conde silesiano Franz von Oppersdorff, uno de los mecenas del compositor, su orgánico prevé una única flauta (dato inusual), dos oboes, dos clarinetes, dos fagotes, dos cornos, dos trompetas, timbales y cuerdas. Su duración supera la media hora.

El primer movimiento, en forma sonata y por supuesto en Si bemol mayor, se abre con una introducción lenta bastante amplia y articulada, de carácter misterioso: un Adagio en compás cuaternario, caracterizado por un sugestivo movimiento de corcheas separadas por silencios y por inquietantes cercanías con el modo menor. El germen de toda la composición se encuentra aquí, con varios elementos musicales que serán retomados y desarrollados a lo largo de la obra.

Esta introducción desemboca en el Allegro vivace, en la misma tonalidad pero con compás binario, que comienza con una serie de gestos de toda la orquesta en fortissimo.

El primer tema resulta extrovertido y por momentos triunfal, mientras que el segundo, no menos optimista, sabe replegarse de forma camarística sobre una orquestación más transparente.

Como es usual en su producción dentro de la forma sonata, en la sección dedicada al desarrollo Beethoven da muestras de su creatividad musical y maestría técnica a la hora de combinar y alterar los materiales temáticos presentados durante la exposición, aquí por momentos con toques de sutil humorismo al mejor estilo de Haydn. La reexposición de ambos temas y una breve coda cierran el primer movimiento en forma contundente.

El Adagio, en Mi bemol mayor y compás ternario, es un movimiento sinfónico lento bastante singular ya desde su inicio, con esa especie de ostinato de los violines segundos en el que Carlos Kleiber creía escuchar la repetición incesante del nombre Therese (quizá una alusión a Therese Malfatti, una de las mujeres que podría identificarse como la “amada inmortal” del epistolario beethoveniano).

Sobre esa base los violines primeros –y luego otras secciones y solistas de la orquesta– extienden largas frases melódicas de cuyo sincero lirismo es difícil dudar. En ocasiones ese lirismo deja espacio para un sorprendente dramatismo, pero en líneas generales es la expresión íntima lo que caracteriza a este Adagio, considerado por Berlioz como una pieza de belleza sobrehumana.

El siguiente movimiento es un auténtico scherzo y ya no el minué que era habitual dentro del género. El Allegro vivace en compás ternario, en la tonalidad de Si bemol mayor, presenta secciones de carácter fuertemente contrastante entre sí, en rápida alternancia.

El “Trío”, marcado Un poco meno allegro, trae cierta reflexividad y sobre todo variedad tímbrica, dando relevancia al aporte de los instrumentos de viento; de hecho, el regreso de la cuerda a un rol de creciente preeminencia indica el retorno a la sección principal. El movimiento se cierra con un poderoso tutti.

El “Final”, un virtuosístico Allegro ma non troppo en compás binario y por supuesto en la tonalidad de base, se encuentra en forma sonata y está construido sobre un rápido movimiento de semicorcheas que ocupa casi en todo momento a alguna fila de la cuerda.

Momentos de humorismo en la mejor vena clásica conviven con interjecciones enfáticas de carácter francamente romántico, mientras el elemento de las semicorcheas regresa una y otra vez.

En la coda el carácter festivo se acentúa con una de las bromas musicales que tanto deleitaban a Beethoven: tras dos acordes en fortissimo a toda orquesta, se escuchan aisladamente unas pocas corcheas, inicialmente a cargo de los violines primeros, luego de los fagotes, finalmente de los violines segundos y las violas… tras lo cual, con ímpetu sorpresivo, el compositor cierra la obra con seis compases fulmíneamente conclusivos.

La Cuarta ocupa un lugar quizá más cercano a las dos primeras sinfonías de Beethoven que a la Tercera o a la Quinta. Con su escritura tendencialmente clásica y su carácter prevalentemente jovial parece mirar más al pasado que al futuro.

Pero esta consideración no tiene mayor peso en el disfrute del oyente al tomar contacto con lo que es, en cualquier caso, una obra maestra, particularmente admirada por compositores como Schumann y Mendelssohn.

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