Читать книгу Disfruta del problema - Sebastiano Mauri - Страница 13
Оглавление¿Cómo reconocer al príncipe azul si se presenta en color granate?
Con Eva todo había comenzado una mañana cuando estábamos en el último año del secundario, en el Liceo Parini, durante el recreo.
Recuerdo que era el año de Top Gun y que inmediatamente empecé a odiar a Tom Cruise con toda mi alma.
“Hola, ¿Martino?”
“Sí, soy yo.”
Una chica baja y gordita, con unos jeans apretadísimos y una cola de caballo en la cabeza, me mira maliciosa. ¿Qué quiere?
“¿Andas con alguna chica?”, me pregunta sin dejar de masticar ruidosamente un mazacote enorme de chicle Big Babol.
No me gusta hacia dónde va la conversación, trato de ganar tiempo.
“¿Quién? ¿Yo?”
“No, Simon Le Bon. Claro que sí, ¿quién más, si no?” Hace un enorme globo con el chicle hasta que explota.
“Sí, tengo una chica.” En seguida me pongo a resguardo.
“Qué lástima. Le gustas a mi amiga, la que está del otro lado del patio, con las creepers violetas y el mechón azul.”
¿Creepers violetas y mechón azul? ¿Me está hablando de Eva? Cabello negro como la noche, con un mechón azul eléctrico de costado, ojos color avellana, nariz aguileña más bien grande en relación con sus rasgos finos, y las tetas más lindas de la escuela. La cabeza siempre en alto, tiene un aire aristocrático incluso cuando se saca los puntos negros, como por encima de todos e incluso de sí misma, como si observara su propia vida desde una distancia segura.
Me llamó la atención desde el primer día, cuando con mi compañero de banco Matteo hicimos un recorrido por el colegio para ver a las chicas de cuarto.
En mi curso, varios andan detrás de ella, vale un montón de puntos en popularidad. Sin agregar ni una palabra más cruzo el patio hacia donde está Eva.
“Eh, ¿pero no tenías novia?”, me grita por detrás la amiga.
“Recién acabamos de cortar.”
Confiado en que ya sé que le gusto, me acerco a ella seguro de mí mismo.
“Hola.”
“Hola.”
“Me llamo Martino.”
“Y yo soy...”
“Eva, ya lo sé. Supe tu nombre el primer día de clases.”
Me sonríe, satisfecha.
Le pregunto: “Esta noche voy al cine con unos amigos. A la primera función. ¿Te gustaría venir?”.
“¿Para ver qué?”
“Tendríamos que elegir entre Cuenta conmigo y 9 semanas y media.”
“Yo voto por 9 semanas y media.”
Acaba de elegir la película prohibida para menores de catorce años, ¿será una señal?
“9 semanas y media, está bien. Entonces nos vemos en el cine Apolo, a las ocho.”
Para cuando llegaron los títulos de apertura ya estaba oficialmente de novio con Eva. Habíamos empezado a besarnos durante los trailers y no dejamos de hacerlo ni siquiera durante el intervalo.
En poco tiempo nos volvimos inseparables. Eva con su mechón azul desde el principio fue como una hija para mis padres, mientras que yo sentía mucho afecto por su abuela, quien, cuando almorzábamos con ella, hacía que se nos pasara el apetito contándonos historias tristes sobre la época de la guerra.
Era la primera vez de todo, y justamente por eso, excitante y espantoso al mismo tiempo.
Con Eva viví, no necesariamente en este orden, mi primera noche dormido en brazos de una chica, mis primeras vacaciones en pareja, las primeras escenas de celos, la primera sensación de claustrofobia conyugal y mi primer polvo.
Fue su madre la que introdujo el tema del sexo, el sexo de verdad.
Cuando ya había pasado más de un año desde que éramos novios, una noche le anunció a Eva: “Mañana te llevo al ginecólogo, para la píldora. Hagan lo que quieran con Martino, pero yo abuela a los treinta y nueve años, ni loca”.
Nosotros éramos felices con nuestra rutina de petting de adolescentes, pero a partir del momento en que Eva comenzó a tomar la píldora empezamos a sentir el peso de esa prevención inútil, que nos sobrepasaba, aunque más no fuera porque sus pechos se le habían engrosado y le dolían.
El último día de clase antes del verano, me dijo: “Haremos el amor el día de mi cumpleaños”.
Me pareció de pronto una pésima idea.
“Pero ¿por qué?”, le pregunté con tono lloroso.
“Pensé que tenías ganas.”
Recuperé una actitud más masculina.
“Por supuesto que tengo ganas, pero ¿por qué justamente el día de tu cumpleaños y no antes?”
“Voy a tener dieciséis años. Prefiero que sea así.”
Yo agarré la pelota al vuelo.
“Bueno, no es obligación tampoco, también podemos esperar.”
“No pareces muy entusiasmado.”
Haciendo un esfuerzo por parecer convincente respondí: “Me muero de ganas, obvio”.
La besé, para poner fin a la conversación.
¿Cómo era capaz de fijar una fecha para un acontecimiento como ese?
Me había imaginado que eso iba a suceder, no sé, por un insólito alineamiento de las estrellas, un momento de éxtasis, o por una pésima mezcla de bebidas alcohólicas.
Por el contrario, gracias a Eva, tendría que anotarme ese gran día en mi agenda: 17 de julio, perder la virginidad.