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II. Amor en la forma

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Precisamente desde las profundidades del océano de amor infinito que es el ser, cuya vastedad no tiene principio ni fin y es pura potencialidad sin límites, es desde donde surge el Cristo viviente en el plano físico. O, dicho de otra manera, se extiende hacia la forma la identidad crística. Desde las profundidades del ser que Dios es, Cristo se extiende y esa extensión es la forma de Jesucristo. Este movimiento de expresión o manifestación ocurrió hace dos mil años en el tiempo, pues así debía ser. Ocurrió en el momento perfecto, en el lugar perfecto y en la forma perfecta, conforme lo establecía el plan de Dios en unión con todos nosotros. Nada sobra, y nada falta en la creación de Dios. Nada ocurre antes, ni después de la hora señalada. Dios no hace nada en vano. Esto es lo que se quiso dar a entender cuando se dijo que hay un tiempo para todo. No existe un solo aspecto del plan divino que no sea perfecto. Recuerda que en Dios todo es unión, por lo tanto, nada ocurre en la creación universal, incluyendo en tu vida como parte de ella, que no esté sujeto a su voluntad divina, es decir, al amor. Esto es lo mismo que decir que no cae ni un solo cabello de vuestras cabezas sin el consentimiento del Padre celestial. Dicho llanamente, no hay dos voluntades. No hay dos planes. Solo existe una totalidad de la cual tú, en unión con tus hermanas y hermanos, sois una parte inseparable. Recuerda una vez más que la voluntad de Dios no impone, dispone.

Dentro del plan de Dios existía desde siempre el plan del nacimiento de Cristo en la forma. Es decir, la extensión del "yo soy divino" en el plano de la materia, el tiempo y el espacio. El amor extendiéndose en la forma es parte del designio del Padre. El plan no quedó alterado por el hecho de que sus hijos se hubieran dispersado y buscado maneras contrarias al diseño original para llegar al mismo destino. En primer lugar, porque la idea de la separación o de la rebelión es simplemente una idea que, aunque haya tomado forma y haya costado tantas lágrimas, no es la totalidad de lo que el hijo de Dios es, ni tiene el poder de trastocar la verdadera creación. En efecto, esa parte de ti que pensó la separación y buscó experimentar un ser separado y lo opuesto al amor es una diminuta y casi imperceptible parte de ti. Esa idea es, a la mente de Cristo, menos de lo que es una minúscula gotita de agua en comparación con el océano. O si prefieres, es menos, mucho menos, que un granito de arena en relación con todos los desiertos del mundo juntos. El otro motivo por el que esa idea de separación no pudo alterar nada del plan de Dios en verdad es simplemente porque no ocurrió, salvo en sueños.

Dicho en otras palabras, lo que estamos intentado recordar, valiéndonos de símbolos humanamente comprensible, a pesar de estar hablando de lo inefable, es que el nacimiento de Cristo es un hecho concerniente a la consciencia universal en el todo y en la parte. Este hecho ocurrió. Fue un acto creativo sin igual, concebido por la mente divina desde toda la eternidad. Fue una nueva fase en el plan creador de Dios. Sin importar qué tanto hayas sido consciente o no desde el punto de vista de la mente humana. Pues en la mente de Cristo, que es tu verdadera mente, sí que eres plenamente consciente y en ella sabes a ciencia cierta, en la perfecta certeza de Dios, que esto que se dice aquí, o mejor dicho que se recuerda, es verdad.

En efecto, el oleaje emocional que se manifiesta en estos tiempos de celebración de la navidad en el mundo así lo atestiguan. ¿Acaso el hecho de que no recuerdes las circunstancias de tu nacimiento en el plano físico hace que ese hecho no haya ocurrido? ¿Acaso dejas de respirar por no ser consciente de tu respiración? ¿Acaso el sol brilla en forma intermitente por causa de que tú cierres los ojos al pestañar?

Elige solo el amor

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