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VI. Maternidad divinizada

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Si Cristo no se hubiera hecho uno con la naturaleza humana, jamás el hombre hubiera podido regresar a la casa del Padre. Esto es lo que se intenta dar a conocer cuando se utiliza la expresión "la montaña ha venido a ti y no tú a la montaña". Si bien esa es una expresión literaria, refleja muy bien la verdad. Dios viene al hombre en el día en que Cristo nace en la tierra. A partir de ese instante comienza una nueva fase de la evolución del plano de la consciencia en el mundo físico. Ya nada queda igual. Vuestros científicos han dado maravillosas pistas acerca de lo que estamos hablando, aunque sea en el plano de la materia. Ellos reconocen que la vida, tal como es concebida en eso que llamáis vuestro planeta, ha sufrido cambios, modificaciones, saltos evolutivos. También enseñan que, si bien en general esos cambios evolutivos suelen ser continuos e imperceptibles, existen saltos evolutivos que, por sus implicancias y alcances, pueden ser considerados como saltos cuánticos o disruptivos en la línea de la evolución.

No pocas veces estos cambios tienen incluso impacto a nivel cósmico. Esos grandes saltos de la evolución siempre han sido como consecuencia de un acontecimiento cuya magnitud hace que todo quede transformado. Imagínate por un instante el impacto cósmico que podría haber si tu sistema planetario dejara de existir súbitamente. Bueno, un impacto de mucha mayor escala es que el nacimiento de Cristo generó en la consciencia universal y particular. El impacto fue de tal magnitud que no quedó ni un solo rincón del universo sin ser iluminado por el estallido de luz de consciencia divina que acaeció en el momento del alumbramiento de mi divino hijo Jesús. Un resplandor sin igual iluminó al universo.

Hoy, amada humanidad. Quiero pediros en amor perfecto que os sumerjáis en las profundidades del misterio del nacimiento de mi divino hijo Jesús. Aquel que es vuestro más íntimo amigo, vuestro salvador y el amor de vuestras almas. Aquel que es vuestro ser verdadero.

Quiero invitaros a sumergiros en los abismos insondables del amor misericordioso del Padre y comencéis a recordar aquella melodía de amor perfecto que fue cantada por los ángeles hace dos mil años, cuando brotó en la tierra el bendito retoño del amor, que es el Cristo viviente. Trascended las formas e id conmigo hacia la verdad que los símbolos sagrados representan. Recordad y sentid en vuestros corazones la inefable verdad de que Cristo ha nacido y con ello ha nacido una nueva humanidad. Y no solo eso, sino que en el nacimiento de Cristo nació la maternidad divinizada. Os estoy invitando a que a partir de ahora comencéis a vivir la nueva vida que se os ha dado, en el pleno conocimiento de vuestra unión con el espíritu, en la que vuestro ser vive para siempre. Ya no sois la estéril. Ya no sois tierra yerma. Ya no sois la embarazada que va a dar a luz. Ya no sois la mujer en cinta que va a engendrar al hijo. Ya no sois el sol que concebirá a la luz del mundo. No. Desde ahora, sois la madre.

Hijos e hijas mías. Os invito a que, a partir de hoy, comencéis a vivir como la madre del amor que también vosotros sois. Sois madre. Sí, lo sois porque yo soy. Y no hay nada en mí que no sea de mis hijos. Haceos conscientes de vuestra maternidad espiritual. Dejad que el espíritu de Dios os fecunde. Dejaos penetrar por el amor. Dejaos amar y dad a luz lo santo, lo perfecto, lo bello siempre. Meditad acerca de esto y cantad un himno de alabanza al Cristo de Dios. Dad gracias a Dios por la maternidad divinizada que os ha sido dada. Vosotros dais a luz al Cristo viviente que vive en vosotros. Vosotros sois la pura potencialidad del amor. Hija de Dios, haz valer tus derechos como madre del amor.

Elige solo el amor

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