Читать книгу El craneo de Tamerlan - Сергей Бакшеев - Страница 13
11.– La Ciudad de los Muertos
ОглавлениеGrigori Averianov gastó dos años en busca de personas que supieran algo sobre la estadía del paleontólogo Efremov en Khiva en 1944. El estudio de los archivos y los interrogatorios a los habitantes, durante visitas cortas, no fueron en balde ya que, como resultado, él encontró la casa donde el científico había estado varias semanas. Pero no hubo suerte ahí tampoco. En esa casa ya deteriorada vivía una nueva familia que nunca había visto al científico.
Un anciano, completamente sordo, que vivía enfrente vino en ayuda de los vecinos. Casi gritando, el abuelo contó que el anterior dueño de la casa, Ashmuratov, el comedido director del cementerio de la ciudad, el 9 de Mayo de 1945, cuando todos celebraban la victoria en la Gran Guerra Patria, agarró un sable bien afilado y en un arranque de ira, mató a la esposa. Después le cortó la cabeza al vecino, quien vino preocupado a causa de los gritos femeninos y, enseguida, atacó a cuatro policías armados. La lucha fue sangrienta. Ashmuratov mató a uno, hirió a otro, pero los otros agentes del orden lo bajaron a balazos.
Ashmuratov cayó aquí, descriptivamente mostró el anciano la puerta de entrada y, moviendo el índice dramáticamente, agregó, que pasó mucho tiempo para que alguien volviera a entrar a la casa maldita.
Preguntarle al viejo sordo acerca de la vida del director del cementerio antes de eso, fue inútil. Él culpabilizaba de la conmoción al espíritu del guerrero salvaje que salió de su antigua tumba e incitó al asesinato. Por esto, todo el cuento del anciano tomaba rasgos fantásticos.
Los archivos del Ministerio del Interior local confirmaron la evidencia de ese hecho trágico. En ese mismo archivo Grigori Averianov leyó que a la pareja de los Ashmuratov le sobrevivió un hijo de ocho años, Bakhtliar quien fue entregado a un orfanato en Tashkent.
La búsqueda del hijo de los Ashmuratov duró cerca de seis meses. El capitán Averianov encontró a Bakhtliar, ya de veintiocho años de edad, en la colonia Tobolskaia, un penal de máxima seguridad. A Ashmuratov, recientemente lo habían condenado a una segunda sentencia carcelaria por asalto a mano armada con lesiones corporales.
El delincuente reiterado, con cuello de toro y bíceps de acero, recibió al oficial de la KGB con gesto esperanzador pero, sabiendo que se trataba de los hechos del año 44, rápidamente se desentendió, bajó la mirada y decayó su ánimo.
– Jefe, dame un cigarrillo. – hoscamente pidió Bakhtliar, largo tiempo aspiró el cigarrillo y después, mirando al piso, dijo: – Yo recuerdo al tío Simeon. Así lo llamaba mi papá. Cuando él se instaló en la casa, mi mamá enseguida empezó a pelear con mi papá, porque aquel, de Moscú, venía a buscar la Ciudad de los Muertos. —
– La Ciudad de los Muertos? Que es ese lugar? —
– No sabes? Eso es raro. Yo pensé que tú venías por eso. Muchos quisieran ir allá. —
– Para…? —
– No sé. – Bakhtliar miró despreciativamente y calló.
– Ashmuratov, contesta la pregunta. – No se contuvo el oficial. – Que sabes de la Ciudad de los Muertos? —
– Está bien, jefe. Fue mi mamá quien me habló de eso. Muchos siglos atrás, el gran emir Tamerlán atacó a Khorezm. Él vino con su ejército a nuestra tierra varias veces. Khiva siempre mostró una resistencia desesperada, algunas veces hasta pagó rescate pero, de todos modos, fue tomada por los ejércitos de Tamerlán. El kan local y sus hijos habían construido un escondite subterráneo con entradas secretas y se escondió ahí. Tamerlán encontró una entrada y envió allí una escuadra armada. No regresó ninguno de sus soldados. Entonces Tamerlán envió una cantidad triple de sus soldados al subterráneo y no volvió ninguno tampoco. Entonces Tamerlán reunió una cantidad quíntuple de sus soldados de élite y, otra vez, los envió al estrecho túnel. Además, les ofreció, por la cabeza del kan, todos los tesoros que encontraran en el escondite subterráneo. Tamerlán esperó tres días, pero nadie volvió. Entonces, el furioso emir, ordenó liquidar una cantidad diez veces más de ciudadanos que sus soldados desaparecidos. Entonces llenó ese túnel de entrada con arcilla y todas las cabezas de los ejecutados para que nunca nadie pudiera salir de ahí. Desde ese entonces, a esos túneles bajo Khiva, los llaman la Ciudad de los Muertos. —
– Ok. Y entonces? —
– Al kan y a sus hijos no los vieron más nunca. Se dice que murieron en las trampas que ellos mismos ordenaron construir. Mi madre contaba que siempre hubo desesperados que querían hallar los tesoros que escondió el kan. Algunos hicieron aberturas entre el montón de cráneos, otros buscaron diferentes caminos, pero todo aquel que cayó en la Ciudad de los Muertos despareció sin dejar rastro.
– Y el tío Simeon de Moscú, también se dirigió hacia allá? —
– Él dijo que a él no le interesaba ningún tesoro. Él es un gran especialista de huesos y quería comprobar una vieja leyenda. Mi padre le mostró la vieja entrada al subterráneo la cual, Tamerlán, llenó con las cabezas cortadas. Pero este lugar, hace muchos años, lo habían tapiado con cemento, para quitarle la costumbre a todo el mundo de venir a probar suerte. Simeón simuló olvidarse de ese cometido, pero no fue así. Yo estaba pequeño y a mí me gustaba seguirlo. Él estudió todas las construcciones antiguas en la ciudad y, con frecuencia, llevaba instrumentos extraños, pero regresaba sin ellos. Algunas él fue al cementerio con mi papá y preguntaba cosas sobre las tumbas. Una vez fue, quien sabe dónde, y regresó con una caja pequeña metálica. Él estaba muy nervioso. Esa caja estuvo toda la noche en la casa. Yo recuerdo ese día. Esa fue la primera vez que mi papá le pegó a mi mamá. —
Bakhtliar calló. Averianov le dio un nuevo cigarrillo.
– De qué tamaño era la caja? —
– Ah? La caja? Como una caja para enviar cosas por correo, pero bien hecha. Era como un pequeño ataúd. Con una abrazadera arriba y una presilla por un lado. —
– Él la abrió? —
– No. Enseguida la metió bajo la cama. —
– Que más recuerdas de Simeón? —
– Al día siguiente, tomó la caja y se fue a la ciudad. En la casa había tristeza y yo, por costumbre, me fui tras él. Él se metió en una vieja torre de la fortaleza, yo no quise esconderme y entré también. Pero entonces sucedió algo extrañísimo. En la torre había una sola entrada. Simeón no salió por ahí, pero adentro tampoco estaba. Las paredes peladas, una escalera para subir; subí y llegué a un espacio techado y con almenas, no había nadie! El científico había desaparecido. —
– Pudo haber saltado. —
– Una persona no cabe por las almenas. —
– Y no lo viste más? —
– Claro que lo vi! Simeón volvió pero por otro lugar. En la mañana yo estaba en la casa y en la tarde fui al cementerio, donde mi padre. Yo quería que mis padres se contentaran. Mi papá salió del cementerio de último, cuando me lo llevé a casa. Nosotros ya estábamos cerca de la salida cuando, de repente, Simeón, desde adentro, nos alcanzó. Él estaba sin la caja y todo lleno de tierra, como si hubiera salido de una tumba. Mi padre estaba disgustado y no puso atención a eso, pero Simeón sonrió y dijo que ya había cumplido su asunto y se iría al día siguiente.
– Se fue? —
– Si, al día siguiente. Yo me quedé pensando: “Como llegó al cementerio?”. Desde la ciudad no podía llegar, está en el otro extremo. Yo recordaba la dirección, desde la cual, él llegó a las puertas. Ahí, en una esquina, estaba una cripta abandonada. Yo fui hasta allá, la lápida estaba ladeada, miré el interior y, en vez de un muerto lo que había era un vacío negro. —
– Como que un vacío? —
– Un hueco! El fondo no se veía. Yo creo que era una entrada a la Ciudad de lo Muertos. —
Averianov ladeó la cabeza para mirar a Bakhtliar y, por supuesto, le preguntó:
– Claro que entraste ahí, no? —
– Al principio me dio miedo entrar, pero al mes fui ahí de nuevo, moví la lápida y miré el foso profundo, parecido a un pozo. No quería bajar solo y se me ocurrió algo. Nosotros teníamos una perra, Zhulia, la cual tirábamos en cualquier lado, pero ella siempre volvía a casa. Yo la bajé a la fosa. Los primeros días ladraba, mirando hacia arriba. No le dí ni agua ni comida así, que tuvo que meterse más adentro. Yo pensé que si ella encontraba otra salida, volvería a casa. Era una perra muy inteligente. Si ella volvía al pozo, yo la hubiera sacado. Y la esperé una semana, pero Zhulia no volvió. —
– Y tú no te arriesgaste? —
– Nooo, jefe. Yo recordaba muy bien los cuentos terribles de mi mamá sobre la Ciudad de los Muertos. – Literalmente, Bakhtliar volvió a los recuerdos de su infancia, pero enseguida se compuso y volvió a ser el duro convicto.
– Me mostrarías ese pozo? —
– Todavía tengo siete años para pasar aquí. – se sonrió Ashmuratov.
– Te ayudaré a salir de aquí si bajas a ese pozo y encuentras la caja metálica que tenía Simeón. —
Bakhtliar se rio nerviosamente.
– No jefe. Yo todavía quiero vivir. Búscate otros pendejos. De la Ciudad de los Muertos nadie ha regresado. —
– Y Simeón? Como lo consiguió él? —
– Pregúntale. —
– Está muerto. —
– De muerte natural? —
– No exactamente. —
– Viste? Los espíritus malos de la Ciudad se vengaron. —
Grigori Averianov se disgustó.
– No me vengas con esas estupideces de espíritus! Tú lo que tienes es miedo. Muéstrame dónde está ese pozo y yo consigo unos tipos más arrechos que tú! —
– Candidatos a morirse siempre sobran. —
– Entonces, vas a decirme donde está el pozo? —
– Oye jefe, tenemos pocos cigarrillos. —
Averianov sacó la caja de cigarrillos, ya abierta, y trató de entregársela al convicto.
– Eso es poco. Jefe. —
– Te voy a dar veinte cajas. —
– Y cañita nunca tenemos. El cuerpo lo pide. —
– Dime donde está el pozo y tendrás licor. —
– No me estás engañando? —
– Yo no soy policía. —
– Lo adiviné. Dame un papel. Aquí está la muralla de la ciudad y aquí el viejo cementerio. En la esquina había una cripta, pero en vez de una tumba hay una fosa profunda. Mi padre me dijo que, en tiempos antiguos, así escondían los pozos de los enemigos. Pero yo te digo que ese hueco no se parece a un pozo. Por ahí salió Simeón.