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16.– Doble visita al fotógrafo

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La puerta del apartamento del fotógrafo en el séptimo piso se abrió enseguida después del primer toque de timbre. Al muchacho en lentes oscuros, de cabello largo y sin afeitar se le congeló la sonrisa cuando vio a Zakolov y entonces recriminó a Tamara:

– A quién trajiste? —

– Eso no te importa, Román. – Tamara empujó al flaco fotógrafo y entró al apartamento.

– Vamos a suponer que no me importa, – asintió pacíficamente Román, dejando pasar a Zakolov. – Pero es mejor cuando la chica viene sola, sin escolta. —

– Pero no donde un mujeriego como tú. —

– Pero Tamara, que te pasa? Yo soy bueno y cariñoso. —

Tamara paseó su vista por la habitación oscura por las cortinas cerradas, entonces se volteó para enfrentar al fotógrafo con anteojos de sol y le dijo, sarcásticamente:

– El sol aquí adentro no te deja ver? —

– Gajes del oficio, Tamarita. Ya me acostumbré a la penumbra del laboratorio.

– Mira, te presento a Tikhon. Él estudia con mi hermano. —

– Ahhh. Cohetes y aviones. – Román le hizo un medio saludo a Zakolov pero enseguida se concentró en las largas piernas de la joven. – Tamara, hoy estás estupenda! Ven para tomarte una foto al estilo “seducción”. Siéntate aquí. —

Él le señaló un diván bajo, con muchos cojines y había una lámpara sobre un trípode apuntando hacia él. Tamara se acomodó en el suave diván, cruzó las piernas de manera que estaban más expuestas y preguntó:

– Que tal si la tomas al estilo “new”? Román, tú no me habrás confundido con alguien? O estarás haciendo una colección? – Repentinamente señaló con su dedo las grandes fotografías de mujeres semidesnudas que adornaban las paredes del apartamento. Muchas de ellas fueron tomadas, en esas poses frívolas, en este divancito. Es una galería de tus éxitos artísticos o masculinos? —

– Y unos…, y otros. —

– Como consigues los…… otros? —

– En primer lugar, yo soy un artista. Artista de la fotografía. A las mujeres les gustan. En segundo lugar, yo conozco las leyes elementales de la fisiología. —

– Curioso. —

– El color rojo estimula el deseo sexual. Tú no tienes un vestido rojo encendido que te quede ceñido? —

– Creo que no me lo puedo costear. —

– Lástima. Los tipos cuando lo ven se lanzan. Pruébalo. —

– En la edad madura, sin falta, utilizaré tu consejo. Efectivamente, el organismo macho reacciona fuertemente al rojo. Enseguida se piensa en los toros de las corridas. —

– Te equivocas! Las reacciones fisiológicas no dependen del género. Todo sucede a nivel del subconsciente. —

– Ahora entiendo porque los “rojos” le ganaron a los “blancos” en la guerra civil. Tras ellos iban las mujeres, y ellas son la base de cualquier país. Tú recibes las chicas en bata roja, no? —

– Mira por dónde viene! Todo es más sencillo y natural. Primero yo le tomo la foto, y enseguida voy con ella para imprimirla. En el laboratorio estrecho y tibio, bajo la luz de la lámpara roja, la silueta va apareciendo lentamente en el papel y eso actúa de manera irresistible. La luz roja envuelve, está en todas partes, la chica se baña en ella y después, ella misma, me lleva a la cama. – Román lo dice, orgulloso. – Y entonces, te fotografiamos? —

– Será en otra oportunidad, Román. —

– La belleza es un fenómeno momentáneo y el artista es el llamado para fijarlo para la eternidad. —

– Mira tú, Román es Rafael! O más bien te gusta Ticiano? Aunque él tenía preferencias por formas más exuberantes. —

– Cada época tiene su standard de la belleza femenina. —

– Eso contradice lo que acabas de decir sobre la eternidad. – Zakolov se entrometió en el duelo verbal. – Para que fijar la belleza si medio siglo después no va a parecer tan bello? —

– Tikhon es el representante brillante de una nueva generación: El Logicus Sapiens. – Explicó Tamara.

Pero sus palabras confundieron aún más al fotógrafo y sacudiendo su mano dijo:

– De insectos yo no sé nada. —

Para no carcajearse, Kushnir se tapó la boca con la mano. Zakolov sacó la fotografía de Kasimov y llevó la conversación hacia lo que querían:

– Román, necesitamos agrandar esta fotografía. Entiendo que tú tienes el negativo. —

Román miró la foto y se dirigió a la muchacha:

– Tamara, te estás metiendo en asuntos malos otra vez. No te bastó con aquello? No, engañas a los inocentes y le traes este pan al pobre artista. —

– Para este pan hay una cola larga y a mí no me gusta hacer cola. —

– Hacer cola es una tontería. Lo importante es hacer la cola apropiada. —

– Ahí te apartan a codazos. —

– Que quisquillosa! —

– Dónde está el negativo? – Tikhon ya no soportó la conversación.

Román, impotente, movió la mano y se rindió:

– Yo sabía que no te iba a convencer. Vamos al laboratorio. Ya todo está listo.

Bajo el pomposo título de “Laboratorio” se escondía un cuarto de baño lleno de aparatos fotográficos. Tres persona apenas cabían en el cuartucho oscuro. Román cerró la puerta completamente, se quitó los anteojos de sol y prendió la lámpara roja.

– Este es el cuadro. – Román conectó la ampliadora fotográfica y en el rectángulo apareció Malik Kasimov, con cabello y ojos blancos. – Quieren agrandar toda la foto? —

– No. Solamente esta parte. – Tikhon señaló el cuadro al lado del hombro de Kasimov.

Román movió una ruedecita para hacer subir la ampliadora. Poco a poco todo el cuadro estaba ocupado por la borrosa foto de la pared de Kasimov, en la que se veía al cineasta al lado del cuadro extraño. Román apuntó el objetivo hacia el lugar indicado entonces apareció el lienzo gris con sus símbolos geométricos blancos.

– Que son esos signos diabólicos? – murmuró Román.

– Yo pensé que tú podías conocer algo de esa corriente artística. – suspiró Tamara.

– Este no es Rafael. —

– Ya me doy cuenta. —

– Ni siquiera Kandinsky ni Malevich. —

– Imprímela, por favor. – le solicitó Tikhon.

Román colocó en el marco papel para fotografía, quitó, por unos segundos, el filtro del objetivo y lo volvió a poner. El papel fotográfico bajó desde el objetivo hasta el recipiente con la solución.

El fotógrafo empujaba, cuidadosamente, el papel hacia el fondo del recipiente con una pinza. Tres pares de ojos observaban, expectantes, como en el blanco papel aparecían segmentos oscuros y puntos negros y poco a poco llenaban toda hoja. Un momento más tarde, Román sacó la foto con la pinza, dejó que goteara el revelador y colocó el cartoncito en el fijador. Cuando terminó el proceso, encendió la luz.

– Listo. Ahora, puedo contar con un agradecimiento? – dijo el fotógrafo y se le acercó a la muchacha hasta llegar a rozarla.

– Gracias Román. Tú eres un verdadero amigo. —

– Y eso es todo? – Román apretó a Tamara.

Tamara salió del baño, pero Román la siguió.

Tikhon Zakolov se quedó solo, observando con atención la foto húmeda. Lo que estaba representado en el cuadro del museo, era un patrón de incomprensibles y separados símbolos. Todos estaban bien diferenciados y Tikhon pudo observarlos en detalle.

El dibujo completo era este:


Pero qué es esto? Ángulos, cuadrados, puntos. Como se puede descifrar? Además, es que esto es un cifrado? Es que son pocos los pintores que sueñan con la grandeza de Malevich cuando este pintó “El cuadrado negro”? Es posible que el siguiente loco infeliz decida ser el fundador de la nueva dirección bajo la divisa: “El Cubismo” a la basura, ahora viene “El Geometrismo”!

Tikhon trató de traducir el cuadro al acostumbrado lenguaje de los números. 19 puntos, 34 símbolos, 62 ángulos, 93 segmentos. Rápidamente sumo, restó, multiplicó esas cifras en diferentes combinaciones. Ninguno de esos resultados le dio una pista para la solución.

El callejón sin salida.

Zakolov dejó de mirar los signos misteriosos para concentrarse en la figura del cineasta frente al cuadro. Él está de pie medio volteado hacia el cuadro, pero muy atento a la pintura y en su mano tiene un libro grueso. Vas a un museo con un libro? Es extraño, a menos que sea un catálogo de la exposición. Tikhon intenta ver la portada del libro. Un dibujo, parte de una palabra. Muy pequeño y nada claro.

Salió del cuarto de baño y se dirigió a Román, quien estaba tirado en el diván con los infaltables lentes de sol:

– Tú no crees que esto puede ser un fotomontaje? —

– Por la copia, no puedes determinarlo. – se sonrió el fotógrafo, aspirando un cigarrillo. – Si yo viera el original, opinaría. E inclusive así, no sería determinante. Kasimov es un profesional de alto nivel. Para él, hacer esa composición es muy fácil! —

– Y puedes hacer otro agrandamiento? Yo quisiera leer el nombre del libro. —

– Para que molestarse? Que Kushnir le pregunte a Kasimov. Por lo que parece, al viejo le gustó ella. Digo, por todo lo que habló. —

– Desgraciadamente, es imposible. – Zakolov lo dijo como evadiendo cualquier pregunta.

– Entiendo. El viejo se disgustó por lo del artículo. Está bien dame acá! – Román agarró la foto, lentamente exhaló dos anillos de humo y exclamó: – Tamara, tu amigo me pide lo imposible! —

– Inténtalo Romancito. Tú eres un maestro. – Coquetona, le pidió la muchacha, se sentó a su lado y le acarició el cabello.

– Solo por ti lo hago. – Se alegró Román, mirando lujuriosamente, las caderas de la muchacha.

– Dale pues. —

El fotógrafo saltó, apagó la colilla del cigarrillo y llamó a Tikhon:

– Epa, Cohetes y aviones! Ven para mostrarte algo de conocimiento popular.

En el cuarto de baño, Román colocó la ampliadora en un extremo de la mesa, cambió el objetivo por uno más poderoso y apuntó la luz directamente al piso.

– Ahora veremos cuales libros lee el respetado Malik Kasimov. —

Pasados unos minutos Zakolov tenía en sus manos la nueva húmeda impresión.

– Bueno, ahí la tienes. Nada del otro mundo. —

Con ansiedad, Tikhon consideró la imagen ampliada. Kasimov agarraba el libro por la parte de arriba. Su mano casi tapaba el título de tres líneas. En la primera línea se veían las dos primeras letras: “DI”, en la segunda, debía haber, en letras pequeñas, una preposición o una contracción, y en la tercera y cuarta líneas se veían las últimas letras: “OMA” y “SO”. Por el tamaño de las letras, en esas tres líneas solo había una palabra por línea.

– Que libro es ese? – Tamara, con curiosidad, se adhirió a Tikhon. Este sentía la respiración húmeda de la muchacha en el cuello.

– Todavía no entiendo. – Tikhon intentaba variantes del título pero no obtenía algo con sentido.

– Alguna idea? —

– Por ejemplo: “DILEMA DEL SARCOMA HUESO”. Es absurdo, no? —

– Claro. Hay otra variante: “DIVERSION EN LA LOMA RISO”. Pero por aquí no hay ninguna colina Riso. —

Y qué te parece: “DICIEMBRE, LA PALOMA PUSO”? – Tamara cambió la expresión risueña, se puso seria y dijo: – No tratemos de adivinar. Vayamos a la biblioteca y miremos las variantes de nombres en las tarjetas ordenadas.

– No es mala idea. Pero te dice algo este dibujo? —

En la parte de abajo de la tapa del libro se veía claramente un dibujo: dos parrillas entrecruzadas, como las que se usan para jugar la vieja. Una parrilla derecha y la otra dibujada con diagonales.

– No. Pero te puedo decir que esa no es una ilustración de una producción artística. Más bien parece un libro científico o uno de rompecabezas. —

– Bueno, tenemos que rompernos la cabeza. —

– Crees que el libro tiene relación con el misterio? —

– El libro no, pero si toda la fotografía. Vamos a la biblioteca, a lo mejor aclaramos algo. —

– Ay, se me había olvidado. Hoy es feriado y las bibliotecas no trabajan. —

La foto se terminó de secar y Zakolov la unió a la otra con el cuadro misterioso. Quiso meterlas en el bolsillo pero la mano se detuvo a medio camino y apareció, en su rostro, una sonrisa de felicidad. Puso las fotografías, una al lado de la otra y movió su mirada entre ambas, uniéndolas, partiendo las imágenes entre sí.

– Me parece que ya entendí de que se trata. —

– Sabes el nombre del libro? —

– Todavía no. Pero estoy seguro de que no es por casualidad que Kasimov tine ese libro en la mano. – Tikhon le dio las fotografías a la muchacha. – Mira la portada del libro y el cuadro. —

– En ambos hay símbolos extraños. —

– No solo extraños. El patrón en el cuadro consiste de elementos del dibujo en la portada! —

– Tú crees? Y los puntos? En el cuadro hay muchos puntos, pero en la portada, no. —

– Claro. Entonces los puntos, probablemente, tienen algún sentido. —

– Déjame ver. – dijo Román. Le dio vueltas a la foto y, con seguridad, afirmó:

– El dibujo en el libro no es tipográfico. Fue hecho a mano. Se nota por la sangría, y las líneas no son regulares. —

El craneo de Tamerlan

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