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Los inicios
ОглавлениеGermani comenzó a desarrollar estudios empíricos sobre la clase media a comienzos de la década de 1940. Integrado al Instituto de Sociología de la Universidad de Buenos Aires (creado en 1940), Germani (1942, 1943, 1944) llevó a cabo una serie de indagaciones acerca de la composición de la población, la opinión pública y la situación de la clase media. En el flamante Boletín del Instituto de Sociología, creó y dirigió una sección denominada “Datos sobre la realidad social argentina contemporánea”, en la que se presentaba información estadística sobre la economía, la demografía, y los niveles de escolarización e instrucción de la población (Blanco, 2003: 48-49).
Hacia 1950 la Oficina de Ciencias Sociales de la Unión Panamericana impulsó un programa de investigación sobre la clase media en América Latina, considerándola clave en razón de que su fortaleza ayudaría a sostener la estabilidad social y la económica de la región (Carli, 2000: 3). Para tal fin, resolvió compilar un volumen dedicado al tema, y para ello convocó como autores de contribuciones particulares a Germani y a otras dos figuras del medio académico argentino: Sergio Bagú (1911-2002) y Alfredo Poviña (1904-1986). A pesar de sus diferencias, los tres autores coincidieron en la necesidad de abordar el estudio de la clase media no solo en términos económicos, sino también psicológicos y culturales. De ahí que Bagú (1950) hablase de la existencia de una “psicología” de la clase media, Germani (1950: 21) señalase que la clase media portaba una específica “personalidad” y Poviña (1950: 73-74) le atribuyese un patrón cultural distintivo, un “estado de espíritu”, que marcaba el nivel intelectual de la sociedad, pero que carecía de “conciencia de clase” y “unidad”. Lo que revelaban estos estudios era la necesidad de buscar la cualidad distintiva de estos sectores en aspectos tales como los niveles de instrucción y la valorización de la educación y la “cultura” como fuentes de progreso, entendido este como movilidad social ascendente.
Pero aquello que diferenciaba crucialmente las perspectivas de Poviña y Bagú de la de Germani era la importancia que concedía este último a los estudios empíricos de largo aliento. Germani y su equipo iniciaron los estudios adoptando el enfoque de la estratificación social. Sus trabajos influyeron especialmente en la sociología cuantitativa, debido a su insistencia en el diseño de cuestionarios y en la identificación de indicadores objetivos de clase y de autoidentificación y ubicación social, metodología que entendía imprescindible para conocer las relaciones entre estratificación y movilidad social (Germani, 1955, 1962). Su trabajo estableció la interpretación de la clase media argentina en vigencia durante la segunda mitad del siglo XX, al destacar su origen inmigratorio europeo, la movilidad social ascendente a través del comercio y la educación; esta última transformada en un valor capital que posibilitaba el progreso individual (Germani, 1971 [1963]). Germani sostuvo que la Argentina debía romper con las rémoras tradicionalistas que impedían la modernización y el desarrollo, siendo la clase media el agente modernizador por excelencia, dado que por su naturaleza estaba orientada al progreso, basado en la adquisición de conocimiento y en la pretensión de ascenso social (Visacovsky, 2008; Adamovsky, 2009; Garguin, 2006, 2007; Visacovsky y Garguin, 2009a; Visacovsky, 2014).
En el curso de la década de 1960 y decididamente en la de 1970, la creciente difusión del marxismo en las ciencias sociales en la Argentina, junto a un creciente proceso de radicalización política de estas, postergó en buena medida los estudios empíricos en general y, en especial, los centrados en aquellos sectores que dichas disciplinas denominaban “clase medias”, “sectores medios” o “pequeña burguesía”. Sin embargo, algunos trabajos centrados en el ámbito de la educación enfatizaron en el rol político y la orientación ideológica de estos sectores; desde una lectura marxista, estos trabajos atribuyeron a la clase media una inclinación por los valores de las clases dominantes (Graciarena, 1971; Tedesco, 1971).3
Pese a todo, durante los años 70 se llevaron a cabo algunas investigaciones empíricas que pudieron constituir el preámbulo de un campo disciplinario específico de la antropología social, el cual quedó trunco en parte por la profundización de la violencia política y el terrorismo de Estado, en parte por peculiaridades de la conformación del campo antropológico local (Guber y Visacovsky, 1999: 25, 2000: 307). Estos estudios fueron importantes porque se realizaron fuera del ámbito de la ciudad de Buenos Aires (una cualidad que también poseen los trabajos de Pérez, Noel, Kauko, Hang y Prelat, en este volumen), la región a partir de la cual se forjó el modelo predominante del desarrollo y que confirió ciertas características estereotipadas a la clase media argentina: entre colonos friulanos productores de algodón en el norte de la provincia de Santa Fe (Archetti, 1975; Archetti y Stølen, 1974) y colonos descendientes de ucranianos y polacos en Apóstoles, en el sudeste de la provincia de Misiones (Bartolomé, 1991). Los debates incluían la pertinencia de su caracterización, sea como pequeña burguesía (Archetti, 1975) o como una “clase media rural”, ubicada entre los proletarios y los terratenientes (Archetti y Stølen, 1974, 175; Bartolomé, 1991), así como el papel de las identidades étnicas y su relación con las elites locales y las ideologías (Bartolomé, 1991).4
Mientras Germani y su equipo llevaban a cabo sus estudios empíricos sobre la clase media de Buenos Aires y un tiempo antes de que Eduardo Archetti, Kristi Anne Stølen y Leopoldo Bartolomé iniciaran sus investigaciones etnográficas sobre sectores medios rurales del interior del país, aparecieron una serie de trabajos usualmente comprendidos en lo que se dio en llamar “ensayo sociológico” o “de interpretación nacional” (Saítta, 2004; Altamirano, 1997). Como esta caracterización había sido usualmente efectuada por la autodenominada sociología científica fundada por Germani, “el ensayo” se presentaba como lo opuesto a la ciencia, en razón de que esta última era el producto de investigaciones empíricas basadas en una metodología explícita y clara, así como apelaba a enunciados y conceptos teóricos, no ideológicos. Desde el lado del ensayo, la sociología de Germani era vista como expresión del “cientificismo” académico “elitista” y de un pensamiento contrario a los intereses nacionales. Su propósito era polemizar e intervenir en los debates ideológicos y políticos (Neiburg, 1998). Así, Juan José Hernández Arregui (1960) hablaba del “hombre promedio”, “conservador y reaccionario”, atrapado en las cuestiones mundanas. Juan José Sebreli (2003 [1964]) apelaba a su propia experiencia y subjetividad, reconociendo ser parte de la clase media, para describirla, incurriendo en generalizaciones y fórmulas ideológicas incuestionadas (Altamirano, 1997). Julio Mafud (1965, 1985) sostuvo que la movilidad social que llevó a los inmigrantes europeos de fines del siglo XIX e inicios del siglo XX a crear la clase media argentina fue producto de sus valores de origen, tales como la “sed de dinero” y el “utilitarismo”. Ante esto, los nativos criollos habrían adoptado la “picardía” o “viveza”, una manera de obtener ventajas que pronto se extendió también a los inmigrantes, convirtiéndose en algo “típicamente argentino”. Finalmente, la obra de Arturo Jauretche (1966) ha sido quizá la de mayor impacto político, la más duradera en cuanto a su presencia en el discurso público, muy en especial del peronismo, con el concepto de “medio pelo”, esto es, una pequeña burguesía que tendía a adoptar los valores y estilos de vida de la “oligarquía” en lugar de su real condición. Los estudios más recientes han puesto su atención en esta producción, en la medida en que ha expresado concepciones colectivas sobre la clase media en la Argentina que tienen plena vigencia en el discurso público (Garguin, 2007; Adamovsky, 2009; Fava y Zenobi, 2009).
Resumiendo, los estudios inaugurados por Germani constituyen sin lugar a dudas no solo una fuente permanente de consulta, sino a la vez un modelo en cuanto a la importancia decisiva de la investigación empírica, lo cual compartía con los estudios etnográficos mencionados, pero no así con el “ensayo”. Los estudios etnográficos plantearon la relevancia de indagar otras realidades del país, fuera de la Buenos Aires urbana, lo cual constituye un desafío vigente. El “ensayo”, por su parte, llamó la atención respecto de los vínculos posibles entre las perspectivas autodefinidas como “científicas” y las concepciones políticas e ideológicas, una inquietud que exige de cualquier programa científico en ciencias sociales estar alerta.