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Las nuevas perspectivas
ОглавлениеEn el curso de la primera década del presente siglo, se produjo en gran parte de América Latina un proceso de crecimiento económico, el cual permitió a vastos sectores (merced a un incremento sensible de los niveles de ingreso) acceder a bienes y servicios que transformaron significativamente sus estilos de vida. Diversos estudios académicos y organismos como el Banco Mundial caracterizaron este proceso como “crecimiento de la clase media”; lo que resultaba remarcable era que este aumento transformaba profundamente la realidad de países que, históricamente, habían tenido una clara polarización entre ricos y pobres (como Brasil) o que, si bien se habían caracterizado históricamente por una fuerte clase media, también habían sufrido una reducción aguda de esta en la década de 1990. Este último era el caso de la Argentina. Precisamente, tanto desde organizaciones financieras, gobiernos e incluso la academia se impuso la noción de “clase media global”, la cual supone que la pobreza a escala global se ha reducido progresivamente y esa será la tendencia irremediable en el futuro (así, todo estancamiento o retroceso sería visto como transitorio). En suma, que la globalización ha impulsado la incorporación de amplios sectores a los mercados de trabajo, que los ingresos han aumentado significativamente para amplios sectores de la población mundial y, por ende, participan en consumos globales de bienes y servicios, tales como marcas transnacionales de electrónicos, vestimenta, alimentos, informática, turismo, etc. Como se advierte, se trata de una concepción teleológica del desarrollo: determinados países o regiones son considerados modelos a los que otros deben tender. La noción de “clase media global” constituye, pues, una creencia según la cual la mejora de los niveles de vida de la población mundial será algo indudable, que el acceso cada vez mayor a bienes y servicios de circulación global conducirá a una homogeneización en los estilos de vida e identidades, los cuales perderán sus vínculos locales y se tornarán, en tal caso, globales (López-Pedreros y Weinstein, 2012: 1-5; véase también Knauss, 2019).
En contraposición, emergieron programas de investigación empírica que, por un lado, acentuaron la dimensión comparativa al abordar la emergencia tanto de las “clases medias europeas” como de las “nuevas clases medias”, caso India, China, Nepal, Egipto o los países que surgieron tras la caída del bloque soviético, entre otros. El ambicioso proyecto para el estudio comparativo de las clases medias europeas, dirigido por el historiador alemán Jürgen Kocka,5 puede considerarse pionero en cuanto al estudio de la formación de clases medias específicas a partir de las diversas prácticas sociales, tales como las formas de reproducción familiar, el trabajo, el consumo o la constitución de asociaciones voluntarias. A su vez, diversos estudios realizados sobre las clases medias por fuera del mundo noroccidental señalaron no solo el carácter contradictorio de la modernidad periférica sino que revelaron el sesgo “fracturado” del propio proyecto de la modernidad, sea en Europa, Asia, África o América (Joshi, 2001; Liechty, 2003; Gunn, 2012; Heiman, Freeman y Liechty, 2012).
La clase media siempre constituyó una piedra en el zapato para las teorías de las clases sociales, especialmente para las diferentes variantes del marxismo, pero también para las teorías de la estratificación social. Entre las razones, podemos señalar la heterogeneidad económica, política y cultural de los sectores que la integran; la consiguiente vaguedad de la categoría, cuyos límites se tornan frecuentemente imprecisos, y la pretensión científica de establecer un criterio objetivo y universal de delimitación. Desde el comienzo, los estudios sobre el sistema de clases en el capitalismo debieron afrontar el problema de cómo explicar la existencia de un vasto segmento conformado, básicamente, por comerciantes, profesionales y burócratas, indistintamente propietarios o asalariados. Como hemos señalado, la solución predominante fue emplear la noción como una categoría objetiva y universal, que clasificaba a determinados segmentos de la población en los países capitalistas, homogeneizando sus variaciones empíricas merced a criterios seleccionados por el observador o analista, tales como el nivel de ingreso, la ocupación o el nivel educativo. Ahora bien, como quienes usualmente han sido clasificados en cuanto “clase media”, aun bajo condiciones análogas, actúan y piensan de modos muy disímiles, es necesario preguntarse qué sentido ha tenido la unificación de conductas e ideas disimiles bajo una misma categoría. Frente a esto, la teoría de la estratificación social ha insistido en que la solución consistiría en establecer buenos criterios clasificatorios desde el punto de vista del observador. Pero rápidamente nos percataremos de que los límites son problemáticos, porque siempre podemos preguntarnos qué justifica que alguien esté de un lado u otro de la frontera. Claro está que la sectorización o división por estratos de la sociedad para diseñar un modelo basado en los niveles de ingreso tiene una gran utilidad para el diseño de las políticas públicas, por ejemplo. Pero lo que estamos poniendo en foco aquí es cómo logramos entender formas específicas de actuar y pensar o, dicho de otro modo, la clase (media) como una categoría social (Visacovsky, 2008, 2018b).
Los nuevos desarrollos emergentes en el curso de los primeros años del siglo XXI fueron acompañados de una renovación teórica y metodológica intensa del estudio de las clases sociales en general y de las clases medias en particular, que incluyó las obras de Pierre Bourdieu (1998 [1980]), Edward Thompson (1989 [1963]), Leonore Davidoff y Catherine Hall (1994 [1987]) o Erik Olin Wright (2018 [2015]), e incluso la del crítico literario Philip Nicholas Furbank (2005 [1985]). El propósito central consistió en comprender cómo determinados conjuntos sociales se constituían como clases medias bajo condiciones locales específicas. Esto obligó a prestar atención de manera muy especial a las prácticas concretas en la vida cotidiana. Dicho de otro modo, lo que resultaba imprescindible era conocer los procesos específicos de constitución que hiciesen inteligibles determinados modos de acción y adhesión política, así como orientaciones relativas al consumo, las pautas residenciales o las formas de presentar públicamente la persona, variables en el tiempo y el espacio (Adamovsky, 2009; Visacovsky y Garguin, 2009b; Adamovsky, Visacovsky y Vargas, 2014; Cosse, 2014a). Estudios etnográficos como el de Mark Liechty (2002) sobre Nepal o el de Leela Fernandes (2006) sobre la India abrirían un nuevo camino para el estudio de las clases medias como objeto plural y en abierta disputa con los defensores de la idea de la “clase media global” a partir de enfoques etnográficos (Donner, 2017), que combinaron el abordaje de la cotidianeidad con el de los medios de comunicación, con la pretensión de entender fenómenos complejos y multidimensionales en los que sistemas de identificación clasistas emergían en contextos locales donde prevalecían, simultáneamente, cuestiones religiosas, de casta y género profundamente arraigadas (Heiman, Freeman y Liechty, 2012; López-Pedreros y Weinstein, 2012).
Para América Latina, el punto de partida lo constituyó The Idea of the Middle Class: White-Collar Workers and Peruvian Society, 1900-1950, del historiador David Parker (1998). Parker investigó cómo y por qué los empleados en las oficinas, los bancos y las tiendas de Perú comenzaron a definirse como miembros de la clase media a principios del siglo XX. Él se propuso cuestionar ideas bien establecidas en la historiografía occidental acerca de la incompatibilidad entre concepciones y lenguajes estamentales y la moderna política clasista. Y lo que encontró fue que detrás de un lenguaje clasista y combativo, los empleados de Lima perseguían no solo defenderse de ciertas amenazas propias del capitalismo, sino también preservar determinadas prerrogativas adquiridas en tiempos de la sociedad de castas. De modo singular, la persistencia de figuras retóricas propias de una sociedad estamental no fue vista por Parker como mero vestigio, sino como parte integral de la constitución de una identidad de clase media. Por su parte, centrándose en el período 1920-1950, Brian Owensby (1999) mostró cómo hombres y mujeres brasileños reformularon el significado del trabajo y el hogar basándose en legados de jerarquía y mecenazgo y, a la vez, orientándose hacia el ideal de clase media de la modernidad occidental, para diferenciarse de los que estaban debajo de ellos y proyectar, así, un sentido de superioridad moral sobre “los de arriba”.6
En la Argentina, el inicio de una nueva perspectiva lo constituyó el libro Historia de la clase media argentina: apogeo y decadencia de una ilusión, 1919-2003, de Ezequiel Adamovsky (2009). Hay dos cuestiones fundamentales que permiten comprender la enorme relevancia de esta obra. La primera de ellas reside en la discusión que propone el autor respecto de qué entender sobre “clase media”. En lugar de ver en ella la expresión de una condición estructural, Adamovsky plantea que se trata de una identidad que, como tal, se define no solo por aquello que quienes alegan pertenecer “son”, sino por aquello que “no son”. En consecuencia, los aspectos económicos son relevantes, pero están estrechamente relacionados con lo moral, lo político y lo étnico. Una vez comprendido esto, es posible pasar al otro aspecto fundamental del libro, que es la discusión de una suerte de creencia muy arraigada en la Argentina, según la cual la clase media sería el producto del ascenso social de los inmigrantes europeos llegados de Europa a fines del siglo XIX y principios del siglo XX (y, en especial, de las generaciones subsiguientes); clase media emergente que se habría expresado en la Unión Cívica Radical, que llegaría al poder en la primera presidencia de Hipólito Yrigoyen entre 1916 y 1922. Adamovsky afirma que esta versión de los orígenes sociales y políticos de la clase media (así como la íntima relación de esta última con el radicalismo) se debe a Germani, pero que carece de base histórica cierta. En su lugar, sostiene que la clase media, como identidad, tuvo un origen más tardío; en concordancia con los estudios de Enrique Garguin (2007, 2009), ubica su nacimiento durante el primer peronismo (es decir, en la segunda mitad de la década de 1940), siendo empleada por diversos sectores sociales para diferenciarse de, y oponerse a, quienes constituían la base de apoyo del gobierno de Juan D. Perón. En esta diferenciación, fueron politizados el origen étnico y el color de piel, desafiando el relato de la Argentina blanca y europea. Hasta ese momento, la expresión “clase media” había sido utilizada por algunos intelectuales y dirigentes en la década de 1920 con propósitos políticos, en una sociedad en la que predominaba una imagen binaria de sí misma, con “la gente bien” por un lado, y el “populacho” por otro. En suma, Adamovsky reformula las interpretaciones vigentes atacando la idea de la clase media como una clase social, así como la versión más difundida sobre su origen y desarrollo económico, social y político.
En paralelo al trabajo de Adamovsky o adoptando y explorando sus tesis, se desarrolló el Programa de Investigación Histórica y Etnográfica sobre las Clases Medias (o, simplemente, Programa de Estudios sobre Clases Medias) con sede en el Centro de Investigaciones Sociales del Instituto de Desarrollo Económico y Social (IDES) y el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet). Originado en 2004 bajo la coordinación de Sergio Visacovsky, formaron parte del mismo el ya mencionado Adamovsky, Enrique Garguin, Patricia Vargas e Isabella Cosse.7 El grupo desarrolló una intensa labor académica, que incluyó la realización de un seminario-taller periódico (que al comienzo estaba limitado solo al ámbito nacional, pero que en sus últimas ediciones ha convocado a investigadores de otras partes del mundo) y la conformación de una red internacional, de la que participan, entre otros, los historiadores Ricardo López-Pedreros, David Parker, Mario Barbosa Cruz, Claudia Stern y Azun Candina Polomer, y el antropólogo Moises Kopper. Además de aportes individuales que tuvieron una línea de investigación propia, como los de Cosse (2014a)8 y Vargas (2014),9 es importante destacar lo que, en gran medida, fue producto del trabajo colectivo del grupo. En este sentido, la compilación Moralidades, economías e identidades de clase media: estudios históricos y etnográficos, bajo la coordinación de Visacovsky y Garguin (2009b), permitió no solo difundir la producción de algunos de los miembros del grupo local que estaban desarrollando sus tareas desde un enfoque novedoso, sino también la de los ya mencionados historiadores Ricardo López-Pedreros y David Parker, más Juan Pablo Silva y los antropólogos Jon Tevik, Maureen O’Dougherty y Mark Liechty. En la introducción, Visacovsky y Garguin (2009a) presentaron en el medio local una discusión general de los problemas inherentes a la conceptualización y a la metodología de abordaje empírico de la clase media, analizando los debates sociológicos e historiográficos en torno a la cuestión, así como los aportes de la moderna historiografía y los estudios etnográficos. Una nueva compilación coordinada por Adamovsky, Visacovsky y Vargas (2014) prolongó los esfuerzos por difundir la producción del grupo, más la de otros investigadores nacionales y extranjeros, como los historiadores Klaus-Peter Sick y Geoffrey Crossick, el sociólogo Jorge Raúl Jorrat y el antropólogo Ruben George Oliven.
En diálogo o no con este programa de investigación, con mayor, menor o ninguna influencia de él, algunas obras locales han abordado cuestiones que, sin duda, han contribuido al enriquecimiento del campo. Nos referimos a estudios sobre el consumo, la familia y el ámbito doméstico, el género, la moral sexual, el turismo y la vida cotidiana. Tales son los casos de Isabella Cosse (2010), quien problematizó la visión usual que atribuye a la década de 1960 un carácter revolucionario, entre otras cosas, respecto de los mandatos sobre moral sexual y familiar, ofreciendo un panorama más contradictorio y matizado, haciendo foco especial en la relación de la domesticidad con la identidad de la clase media en ascenso, principalmente en Buenos Aires; Elisa Pastoriza (2011) y sus estudios sobre el turismo y su impulso por el primer peronismo, extendiendo estilos de vida y produciendo conflictividad en los usos del espacio;10 el texto de Inés Pérez (2012a) sobre cómo la llegada de la tecnificación al ámbito doméstico influyó en las transformaciones de la familia entre las décadas de 1940 y 1970; el libro de Natalia Milanesio (2014) sobre el papel del Estado durante el primer gobierno peronista para estimular el consumo popular y, así, generar un mercado de consumo moderno; el análisis biográfico de la más célebre cocinera y figura de medios argentina, Petrona Carrizo de Gandulfo (1896-1992), que permitió a Rebekah Pite (2016) articular las dimensiones de etnicidad, clase y género al abordar temas relacionados con la historia de las mujeres en el siglo XX, la cotidianeidad, el consumo y el mundo del trabajo; o la “paradoja de la empleada” y las tensiones entre clase y estatus analizadas en la obra de Graciela Queirolo (2018) sobre la historia de las empleadas administrativas durante la primera mitad del siglo XX (donde cobra relevancia la perspectiva de género). Asimismo se han realizado valiosos aportes en otros campos conexos, como el de las religiosidades y las moralidades (Semán, 1998; Viotti, 2009, 2010; Vargas y Viotti, 2013), las relaciones entre patronas y empleadas de casas particulares (Canevaro, 2013, 2015; Pérez y Canevaro, 2016), las prácticas deportivas y el uso del tiempo de ocio de sectores identificados como de clase media (Rodríguez, 2016; Iuliano, 2013; Hang, 2018) o distintas estrategias y narrativas de movilidad social (Bartolucci, 2009; Da Orden, 2004; Visacovsky, 2010, 2014).
Como señalamos previamente, nuestra intención ha sido centrarnos en aquellos trabajos que han interrogado los procesos de conformación de lo que se conoce como “clase media”, no dando por sentada su existencia como solo un segmento socioeconómico al que se ha predefinido como efecto de una serie de mediciones. Vale la pena insistir en que el enfoque enfatizado aquí no pretende desentenderse de las dimensiones propiamente económicas, de las restricciones y condicionamientos de las acciones y formas de pensar que operan sobre los conjuntos sociales. En su lugar, queremos poner el acento en la naturaleza propiamente social de la clase media, esto es, tipos de acción social multidimensionales que deben comprenderse como parte de los procesos históricos y en las prácticas de la vida cotidiana.