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Capítulo 4

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A última hora de la mañana, el móvil de Cora Jane había sonado media docena de veces y habían aparecido para ayudar a limpiar tanto camareros como miembros del personal de cocina del restaurante. Ella les había puesto a trabajar en la cocina, para que quedara limpia como una patena y pudiera pasar, si fuera necesario, incluso la más dura de las inspecciones sanitarias.

El último en llegar fue Jeremiah Beaudreaux, más conocido como Jerry, que prácticamente llevaba cocinando en el Castle’s desde que el restaurante había abierto por primera vez sus puertas. Aquel hombre que en otra época había sido un pescador de Luisiana tenía sesenta y tantos años, medía más de metro ochenta, seguía gozando de una buena salud y, aunque tenía el rostro curtido por el tiempo y el pelo canoso, seguía teniendo una sonrisa que iluminaba sus brillantes ojos azules.

–¿Qué ven mis ojos?, ¡qué sorpresa tan agradable! –exclamó al ver a Emily, Samantha y Gabriella, que estaban barriendo el comedor y apilando los escombros–. Está claro que no hay mal que por bien no venga, Cora Jane.

–Yo de ti esperaría a ver en cuántos líos se meten, Jerry –le contestó ella, en tono de broma.

–¡Venid a que os dé un abrazo! –exclamó, antes de darle a cada una de ellas un abrazo de oso que las levantó del suelo.

–¿Cómo te has puesto tan fuerte? –le preguntó Emily, sonriente, tal y como había hecho la primera vez en que la había lanzado al aire de niña. En comparación con su delgado abuelo, Jerry le había parecido un cariñoso gigante.

–Cargando esas ollas de hierro llenas de sopa de cangrejo para tu abuela. Bueno, voy a la cocina para ver qué es lo que hay que hacer. Esos jovencitos que tienes trabajando ahí van a hacer una chapuza sin mi supervisión, Cora Jane.

–Algunos de esos «jovencitos» son tan viejos como tú, Jeremiah Beaudreaux. Saben bien lo que tienen que hacer.

–Estaré más tranquilo si veo los resultados con mis propios ojos –miró sonriente a Emily y a sus hermanas, y les guiñó el ojo–. Nos sentaremos a charlar largo y tendido cuando este sitio esté arreglado. Cora Jane, Andrew me ha dicho que estará aquí dentro de una hora más o menos, en cuanto ayude a su abuela a poner a secar al sol unas cuantas cosas. Ponle a trabajar en lo que haga falta, le prometí a su abuela que aquí le tendríamos ocupado para que no se meta en líos –al ver a B.J., exclamó–: ¡Aquí está mi mejor ayudante! ¿Te vienes conmigo, jovencito?

–¡Claro, te ayudo en lo que haga falta! –le contestó el niño con entusiasmo.

Antes de entrar en la cocina, Jerry se detuvo y miró a Cora Jane con ojos penetrantes.

–¿Estás bien? Tendremos este sitio a punto en un periquete, no te preocupes por nada. ¿De acuerdo?

Emily notó cómo se miraban, y esperó a que él entrara en la cocina antes de preguntar:

–¿Ha notado alguien más la mirada que Jerry acaba de lanzarle a la abuela?

–¡No digas tonterías, jovencita! –se apresuró a decir Cora Jane, a pesar de que sus mejillas se tiñeron de un rubor de lo más sospechoso–. Jerry es mi mano derecha en el restaurante desde hace años, fue uno de los mejores amigos de vuestro abuelo.

Samantha la miró con ojos chispeantes al comentar:

–Pues a mí me parece que le gustaría que fuerais algo más que amigos.

–Yo también lo creo, abuela –apostilló Gabi–. ¿Hay algo que quieras contarnos?

Cora Jane las miró con exasperación.

–No penséis que vais a darle la vuelta a las cosas y a interferir en mis asuntos para intentar que yo no me meta en los vuestros. Venga, hay que seguir trabajando. Estamos dando muy mal ejemplo a la gente que ha venido a ayudar.

Emily dejó a un lado el tema y agarró su escoba; al cabo de un momento, Gabi se acercó y apiló en un único montón lo que ambas habían recogido antes de preguntar:

–No creerás de verdad que hay algo entre Jerry y la abuela, ¿no? Supongo que lo has dicho para tomarle un poco el pelo.

–La verdad es que he visto algo raro. A lo mejor no ha sido nada más que dos viejos amigos mirándose con afecto, pero a mí me ha dado la impresión de que había algo más.

–¿Y te parecería mal? Seguro que a veces se siente sola, hace mucho que perdió al abuelo.

–Sí, nunca había pensado en ello –admitió Emily–. Supongo que los hijos no suelen plantearse si sus padres se sienten solos, y mucho menos sus abuelos.

–Nosotras somos adultas, deberíamos ser más sensibles.

–Boone me ha comentado algo así antes.

–Vaya, así que ahora mencionas lo que él ha dicho, ¿no? ¡Vaya cambio! –dijo Gabi, con una sonrisa traviesa.

–No exageres. Él ha comentado que el hecho de que la abuela nos dejara marchar no significa que no quiera que vengamos de vez en cuando, que no nos necesite.

–En eso tiene razón. Ni siquiera yo vengo tanto como debería, y eso que soy la que vive más cerca. Y de papá, mejor no hablar. No recuerdo cuándo pisó Sand Castle Bay por última vez hasta el otro día, cuando vino a buscarla en su coche. Ni siquiera cruza Raleigh para venir a verme a mí, a menos que yo insista.

–¿De verdad esperabas otra cosa? –le preguntó Emily.

Gabi puso cara de desconcierto ante la pregunta, pero al cabo de un momento soltó una carcajada y admitió:

–Sí, supongo que sí. Qué locura, ¿no? Mamá ni siquiera podía hacerle venir a cenar a casa la mayoría de las veces. Supongo que me hice ilusiones pensando que, ahora que mamá ya no está, a lo mejor necesitaría estar acompañado de vez en cuando, disfrutar de algo de comida casera.

–Lo siento, Gabi.

–No lo sientas por mí. Nos ha decepcionado a todas, incluyendo a mamá.

–Sí, pero creo que a la que más le afectaba era a ti. Mamá aceptaba la situación, Samantha iba por libre y yo también. Nos rendimos, no esperábamos nada de él. Fuiste tú la que se quedó a vivir en Raleigh, siguió sus pasos e intentó entrar a formar parte de su mundo. No te ofendas, pero todas sabemos que lo hiciste para intentar que él te prestara al fin algo de atención.

Gabi ni siquiera se molestó en intentar negarlo.

–Puede que trabaje en el mismo campo que él, pero no me paso la vida mirando a través de un microscopio. Yo me dedico a redactar notas de prensa acerca de descubrimientos ajenos.

Emily se echó a reír y comentó, sonriente:

–Sí, y lo peor de todo es que lo haces para un rival suyo, uno cuyo éxito se debe en gran parte a tu trabajo de relaciones públicas. Seguro que papá tiene acidez de estómago solo con pensarlo.

–No está bien regodearse –le dijo su hermana, sonriente.

–Pues a mí me encanta. Papá se lo merece por no contratarte, seguro que lo que tú querías en el fondo era trabajar con él.

–Sí, pero ahora me doy cuenta de que habría sido un desastre. Tuvo razón al decirme que no.

–En eso tienes razón, y me alegra que por fin te hayas dado cuenta. Lo habrías pasado fatal con un jefe que no reconoce tus méritos y que está tan centrado en su trabajo que ni siquiera se da cuenta de tu existencia hasta que te equivocas en algo.

Gabi frunció el ceño. Por un momento, dio la impresión de que iba a salir en defensa de su padre, pero al final no lo hizo. Su actitud bastó para dejar entrever que había acabado por aceptar, desilusionada, los defectos de su padre.

–¿Qué tal os habéis llevado Samantha y tú mientras veníais en el coche? –se limitó a decir, para cambiar de tema.

Emily se puso de inmediato a la defensiva.

–Bien, ¿por qué?

–Porque siempre consigue ponerte de los nervios sin intentarlo siquiera.

–Esta vez no, aunque me parece que se le ha metido en la cabeza no sé qué idea absurda acerca de mi relación con Boone.

Gabi se echó a reír.

–Todas tenemos esa idea absurda en la cabeza, hermanita… incluso tú, admítelo. Atrévete a decir que no has estado a punto de desmayarte cuando le has visto después de tanto tiempo.

Emily lo habría negado si se lo hubiera preguntado Samantha, pero lo admitió ante Gabi.

–Bueno, puede que me haya afectado un poquito, pero le he dicho que no podíamos cometer ninguna locura.

–¿En serio? ¿Y por qué has creído necesario dejarle claro algo así? –estaba claro que Gabi estaba disfrutando con la situación.

–Porque cuando estábamos en el porche ha habido un momento, un momentito de nada, en que ha dado la impresión de que entre los dos saltaban chispas, igual que antes.

–¿Y tú te opones por completo a que se encienda alguna que otra chispita?

–Por supuesto –lo dijo con mucha firmeza, aunque en el fondo estaba intentando convencerse también a sí misma.

Gabi reaccionó con la misma incredulidad que había mostrado Samantha horas antes.

–Estás metida en un buen problema si de verdad te crees lo que estás diciendo, hermanita.

–Entre Boone y yo no puede pasar nada –insistió ella.

–Decirlo no va a convertirlo en realidad. Unos sentimientos tan fuertes como los que sentisteis el uno por el otro no se esfuman ni por el paso del tiempo ni porque sean inconvenientes.

–Pero cada uno siguió adelante con su vida.

–Y ahora tenéis una segunda oportunidad. Me parecería una locura no aprovecharla, Emily –antes de que pudiera protestar, añadió–: Solo digo que deberías pensar en ello antes de ponerte terca y cerrarte en banda. Boone es un hombre increíble.

Ni siquiera Emily era tan necia como para intentar negar semejante obviedad.

–Sí, pero es un hombre increíble que vive en Carolina del Norte.

–Que yo sepa, hay líneas telefónicas, aeropuertos, y hasta wifi; además, tengo entendido que te has labrado una sólida reputación en tu campo, y creo que podrías mantenerla incluso en este rincón tan apartado de la civilización.

Emily se echó a reír.

–Vale, mensaje recibido.

Pero eso no quería decir que fuera a abrir su corazón… ni a correr el riesgo de romper por segunda vez el de Boone.

Mientras las Castle estaban atareadas en el interior del restaurante, Boone salió a limpiar el aparcamiento; tras la conversación que había mantenido con Emily poco antes, sentía la necesidad de liberar algo de tensión alejado de ella. El ejercicio físico de acarrear tablas de madera, cortar ramas de árbol y apilarlas en la plataforma de carga de su camioneta era justo lo que necesitaba, y cuando llegó Andrew, el vecino adolescente de Jerry, le puso a trabajar también en ello.

Al cabo de dos horas y de varios viajes al vertedero, Cora Jane salió con una botella de agua y un grueso bocadillo de atún, lechuga y mayonesa con pan de centeno, tal y como a él le gustaba, y comentó:

–Los demás están tomándose un descanso en la terraza. Le he dicho a Andrew que vaya, pero tenía la sensación de que tú preferirías quedarte aquí.

–Sí, gracias.

–¿Has aclarado algo con Emily esta mañana?

–Hemos estado hablando –se limitó a contestar, antes de tomar un buen trago de agua.

–¿Y qué ha pasado?

–Creo que será mejor que te mantengas al margen de esto, Cora Jane –le aconsejó con voz suave.

–Esa es tu opinión, pero no está en mis genes quedarme de brazos cruzados mientras dos personas a las que quiero están pasándolo mal.

Boone se echó a reír.

–No veo que Emily esté pasándolo nada mal, es una empresaria con éxito y segura de sí misma.

–Pero que no tiene vida propia, y lo mismo podría decirse de ti.

–¿No hemos tenido esta conversación un millón de veces? –le preguntó, con una mezcla de exasperación y afecto–. Tengo la vida social que quiero tener, y punto.

–Estás centrado en B.J., blah, blah, blah –dijo ella con sarcasmo.

–Es la pura verdad. Él es mi principal prioridad, y que yo iniciara una relación con tu nieta y ella acabara por marcharse no le beneficiaría en nada; de hecho, a mí tampoco. Me imagino lo que dirían los padres de Jenny, les faltaría tiempo para llevarme a los tribunales para pedir la custodia de mi hijo. No quiero que ninguno de nosotros, en especial B.J., tenga que pasar por algo así.

–Eres un necio testarudo.

Boone no se ofendió al oír aquello, y se limitó a contestar:

–Me han llamado cosas peores.

–Esto aún no ha terminado –le advirtió ella, antes de regresar al restaurante.

Él suspiró mientras la seguía con la mirada, ya que sabía que estaba metido en un buen lío. Cuando Cora Jane se empecinaba en algo, era imposible razonar con ella. Se preguntó si habría alguna forma de conseguir que ella se centrara en la vida amorosa de otra persona, pero, por desgracia, se dio cuenta de que esa posibilidad era muy improbable.

Emily se acercó a su abuela, que parecía estar al borde del colapso, y le dijo con firmeza:

–¡Abuela! Como no te sientes y pongas los pies en alto, le pediré a Boone que te meta en su camioneta y te lleve a tu casa, ¡te lo juro!

–¡No serías capaz! –exclamó la anciana con indignación.

–¡Ponme a prueba!

–Yo la veo dispuesta a hacerlo, abuela –apostilló Gabi, con más delicadeza–. Si de verdad quieres abrir mañana mismo, no puedes agotarte hoy.

Cora Jane recorrió el restaurante con una mirada llena de frustración antes de admitir:

–Me parece que estamos librando una batalla perdida, niñas. No podré abrir mañana por mucho que quiera, así que supongo que más vale que lo admita y me siente un rato.

–Gracias –le dijo Emily–. Si te sientas diez minutos, las demás también podremos hacerlo. Estoy sedienta, ¿a alguien más le apetece beber algo?

–Un té fresquito con azúcar –contestó Cora Jane de inmediato.

–Lo mismo para mí –dijeron Gabi y Emily al unísono.

–Yo lo traigo –se ofreció Samantha, antes de ir a la cocina. Cuando regresó con cuatro vasos de té y una jarra llena hasta los topes, se sentó junto a Gabi y comentó con un suspiro–: Lo admito, estoy hecha polvo.

–Y yo he descubierto músculos que ni sabía que tenía, me duele todo el cuerpo –comentó Gabi.

–Empezamos a última hora de la mañana y ya son casi las siete de la tarde, voto por dejarlo por hoy.

Aunque Emily lo dijo como si aquello fuera una democracia, todas sabían que era Cora Jane la que tenía la última palabra; aun así, cuando la matriarca de la familia empezó a dar la respuesta negativa que cabía esperar, Gabi la interrumpió.

–Ni siquiera me has dejado pasar por la casa esta mañana, no tenemos ni idea de lo que vamos a encontrar allí. Tenemos que ir mientras es de día, yo voto como Emily.

–Y yo secundo la moción –dijo Samantha, antes de posar la mano sobre la de su abuela–. Nos cundirá más el trabajo cuando volvamos mañana descansadas, un día más no va cambiar gran cosa. Nadie espera que obres milagros, abuela.

–Es que no soporto la idea de decepcionaros –admitió ella.

–Mira, Tommy Cahill ha reemplazado las tablas del suelo de la terraza que ha visto que estaban dañadas, y dice que el resto de la estructura está bien –le explicó Emily–. La cocina funciona casi al cien por cien, ¿por qué no sirves un menú básico mañana? Huevos, beicon y tostadas por la mañana, hamburguesas al mediodía. Pídele a un par de las camareras que vengan a ayudar, y nosotras nos encargamos de limpiar.

A su abuela se le iluminó el rostro al oír aquella sugerencia, y comentó más animada:

–Es una buena idea. La panadería va a servirnos pastas por la mañana, así que también contamos con eso.

–¿Mañana te van a traer un pedido de la panadería?, ¿a qué hora? –Emily se lo preguntó a pesar de que tenía miedo de cuál iba a ser la respuesta.

–A las cinco y media, como siempre –le contestó Cora Jane, como si fuera lo más normal del mundo.

–Dios mío de mi vida –susurró Samantha–. Tenemos que ir a casa cuanto antes, me iré a dormir en cuanto me dé una ducha.

Cora Jane soltó una carcajada.

–Vaya trío de debiluchas, ¿se puede saber qué os ha pasado? Esa actitud no la aprendisteis de mí.

–No, pero empiezo a recordar los inconvenientes de pasar los veranos contigo –comentó Gabi.

–Yo también –apostilló Emily.

Boone, B.J. y Andrew entraron en ese momento procedentes del aparcamiento. El primero sacudió la cabeza al verlas sentadas, descalzas y tan tranquilas, en una de las mesas, y comentó con ironía:

–Supongo que no tenéis la misma jefa que yo, porque a mí no me ha dado permiso para descansar y poner los pies en alto.

–Nos hemos rebelado y ahora es nuestra prisionera –le explicó Emily–. Vamos a llevarla a casa en cuanto tengamos fuerzas para movernos.

–¿Habéis cenado algo? –les preguntó él–. La casa ha estado sin luz mucho tiempo, no podéis comer nada de lo que haya en la nevera.

–¡Es verdad!, ¡y estoy hambrienta! –gimió Gabi.

Jerry salió de la cocina justo a tiempo de oír el comentario.

–No os preocupéis, acabo de preparar una olla de sopa de cangrejo y puedo hacer hamburguesas a la parrilla. El generador no se ha apagado, así que lo que había en las cámaras no se ha echado a perder.

–¿Hay patatas fritas? –le preguntó B.J. con entusiasmo–, ¡yo quiero una hamburguesa con patatas fritas! –frunció la nariz al añadir–: No me gusta la sopa de cangrejo, ¡puaj!

–Yo estoy con B.J. en lo de la hamburguesa con patatas fritas, nada de sopa –dijo Samantha.

–No entiendo cómo es posible que seas de aquí y no te guste el marisco –comentó Cora Jane.

–Solo sé que nunca me ha gustado ni el olor, ni el sabor, ni la textura.

–Puede que sea porque tenías una reacción bestial cada vez que lo probabas. Eres alérgica a él, idiota –dijo Emily.

–No llames idiota a tu hermana –la regañó su abuela–. ¿Seguro que es alergia?

Emily asintió.

–Sí, te lo juro. Gabi, ¿no te acuerdas de aquella vez que mamá se empeñó en que Samantha probara al menos un pastel de cangrejo, y tuvimos que ir corriendo al hospital? La pobre apenas podía respirar.

Samantha la miró sorprendida por unos segundos antes de admitir:

–Lo había borrado de mi mente, pero tienes razón. Me llevé un susto de muerte. A raíz de eso, me dan náuseas solo con pensar en el marisco.

–Pues yo voy a cenar hamburguesa, patatas fritas y sopa –dijo Boone–. Te echaré una mano con las hamburguesas, Jerry.

Emily lo miró ceñuda.

–Supongo que eso significa que tenemos que levantarnos y ayudar. Quédate aquí sentada, abuela, nosotros nos encargamos de todo. B.J., ¿podrías sacar cubiertos y servilletas? ¿Sabes dónde están?

El niño la miró sonriente.

–¡Claro que sí!, a veces ayudo a poner las mesas. ¿Quieres que te enseñe a hacerlo?

Ella sonrió al verlo tan entusiasmado.

–Sí, genial.

–Yo me ocupo de la bebida –se ofreció Gabi–. ¿Todo el mundo quiere té frío, o alguien prefiere una cerveza o un refresco?

–Me encantaría tomarme una cervecita, pero estoy tan cansada que me quedaría dormida. Un refresco para mí –le dijo Samantha.

–Que sean dos –dijo Emily.

Cuando todos pidieron la bebida, cada cual fue a cumplir con la tarea que se le había asignado y trabajaron juntos con mucha fluidez, como si llevaran años trabajando en equipo.

Después de que juntaran dos mesas, pusieran los cubiertos y todo lo necesario, se sirvieran las bebidas y Boone repartiera los platos de sopa, Cora Jane los miró con aprobación y comentó:

–No quiero volver a oír a ninguna de las tres diciendo que no puede hacerse cargo de este lugar. Hace mucho que no veníais, pero aún os acordáis de todo lo que os enseñé.

–No te hagas ilusiones –le advirtió Gabi–. Para dirigir un restaurante hacen falta talento, habilidad para los negocios y pasión. Está claro que Boone tiene todo eso, pero yo no.

–Yo tampoco –afirmó Samantha–. No he olvidado todo lo que sabía sobre restauración porque, muy a mi pesar, he tenido que trabajar en algún que otro restaurante cuando no me salía nada como actriz, pero no es mi vocación.

–Y da la impresión de que se te ha olvidado mi tendencia a perder la paciencia con los clientes, abuela –le recordó Emily–. Según recuerdo, tuviste que pagar varias facturas de tintorerías el último verano que pasé aquí, porque se me cayó algo «accidentalmente» encima de algunos clientes.

Cora Jane se echó a reír antes de admitir:

–Algunos de ellos también habrían puesto a prueba mi paciencia.

–Y yo estuve a punto de echarles agua helada encima a un par de borrachos cuando me enteré de que estaban intentando propasarse con vosotras –apostilló Jerry–. Si no lo hice fue porque vosotras mismas os encargasteis de ponerlos en su lugar.

–Bueno, la verdad es que Gabi y yo no hicimos nada –le explicó Samantha, sonriente–. Dejamos el asunto en manos de Emily, que disfrutó de lo lindo con la venganza.

–Sí, admito que fue todo un placer para mí –al ver que B.J. estaba escuchándoles con los ojos como platos, se inclinó hacia él y le dijo–: Lo que hice no estuvo bien, no sigas mi ejemplo.

–Gracias –le dijo Boone con ironía–. Después de oíros hablar, voy a tener que desprogramarle antes de dejar que se acerque a un cliente en alguno de mis restaurantes. Nos enorgullecemos de ofrecer un servicio impecable y cercano.

–Por suerte, la gente que viene a comer al mediodía casi nunca se alborota tanto –comentó Cora Jane–. Esa es una de las razones por las que prefiero que cerremos a media tarde, y que la cerveza sea lo más fuerte que tengamos en el menú. Que los otros locales ofrezcan si quieren el consumo descontrolado de alcohol, la música fuerte y esas cosas, este sitio está pensado para familias. Los fiesteros suelen optar por quedarse en la playa al mediodía.

–Has hecho del Castle’s algo único, de eso no hay duda –afirmó Boone–. Es toda una institución en la zona, espero que mis restaurantes duren al menos la mitad de lo que ha durado este.

–Cuentas con una buena cocina y ofreces un servicio magnífico –le dijo Jerry–, Cora Jane y yo nos quedamos impresionados la última vez que fuimos. Tuve una conversación con tu chef, y está claro que sabe lo que hace. Tiene influencias del estilo típico del sur de Luisiana, que ya sabes que me encanta.

Emily escuchó con sorpresa creciente aquellos elogios que, viniendo de Jerry, eran todo un honor. Aunque estaba trabajando en un restaurante de la costa, sus credenciales como cocinero eran impecables y tenía un nivel de exigencia muy alto. Ella aún se acordaba de cuando su abuelo se lo había arrebatado a un restaurante de Luisiana.

–Gracias, presté mucha atención a todo lo que me enseñasteis Cora Jane y tú –le dijo Boone–. Si estoy teniendo éxito es porque tuve los mejores profesores del mundo –se puso en pie antes de añadir–: Bueno, voy a quitar las mesas y a ayudar a limpiar antes de llevar a B.J. a casa. Será mejor que vosotras os vayáis ya, está a punto de anochecer y tenéis que conducir con cuidado. Han despejado gran parte de la carretera principal, pero seguro que en las secundarias aún quedan restos.

–Tú has ido a la casa, ¿hay algo especialmente preocupante? –le preguntó Cora Jane.

–Hay un montón de ramas en el jardín, pero el camino de entrada está despejado. Tened cuidado al entrar. Encendí la luz de fuera por si volvía la luz, he llamado antes a algunos de tus vecinos y me han confirmado que ya ha vuelto. No creo que tengáis problemas. No he visto ninguna gotera en el interior de la casa, pero será mejor que la reviséis a conciencia.

–Gracias –le dijo Cora Jane, antes de darle un beso en la mejilla.

–De nada. ¿Sigues empeñada en abrir mañana?

Emily miró a su abuela con severidad al contestar:

–Solo se servirá en las mesas de la terraza, hemos llegado a un acuerdo.

–Entonces vendré temprano por si necesitáis ayuda, ¿a qué hora os va bien? –le preguntó él.

–La abuela ha encargado que traigan un pedido de la panadería a las cinco y media –le contestó ella con sequedad.

Él se echó a reír.

–Típico en ella. Por eso tengo un restaurante donde solo se sirven cenas. Yo he pospuesto la reapertura hasta el fin de semana. Quiero darles tiempo a mis empleados para que tengan sus asuntos arreglados, hablen con sus compañías de seguros, lo que sea.

–¿Podemos ir a ayudarte a ti en vez de quedarnos aquí? –le pidió Samantha.

–Traidoras –dijo Cora Jane–. La familia es lo primero, que no se os olvide. Aquí estaremos todos, a las cinco y cuarto y con una sonrisa en la cara.

Jerry se echó a reír al oír las quejicosas protestas de las tres hermanas, y comentó:

–Bueno, al menos tú y yo sí que estaremos, Cora Jane.

–Nosotras también, pero lo de las sonrisas es mucho pedir –afirmó Emily.

Teniendo en cuenta el madrugón que les esperaba, sus hermanas y ella podían comprometerse, como mucho, a presentarse allí vestidas.

Castillos en la arena - La caricia del viento

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