Читать книгу Castillos en la arena - La caricia del viento - Sherryl Woods - Страница 17

Capítulo 10

Оглавление

A Boone empezaron a asaltarle las dudas mientras iba camino del Castle’s en su coche. Cada minuto que pasaba junto a Emily hacía que las cosas se complicaran más y más, cuando estaban en el restaurante había estado a punto de besarla. Puede que fuera ajeno a las consecuencias que podrían tener algunos de sus actos, pero tenía muy claro que un beso sería su perdición. La fuerza de voluntad a la que se había aferrado para lograr mantener a distancia a Emily se desvanecería como por arte de magia.

–Mi trofeo es súper chulo, ¿verdad? –comentó B.J., que agarraba el pequeño trofeo de plástico como si fuera el de la Super Bowl.

–Sí.

–Puede que la señora Cora Jane quiera ponerlo en una vitrina.

–¡Oye! ¿Y yo qué? ¿Qué pasa si quiero exponerlo en mi restaurante?

–¿En serio? –le preguntó el niño con incredulidad.

–¿Por qué no? Eres mi hijo, y es el primer trofeo que ganas. Hay que ponerlo donde la gente pueda verlo, para que todo el mundo sepa lo orgulloso que estoy de ti –le lanzó una rápida mirada antes de añadir–: ¿Qué te parece? ¡Será el primer trofeo expuesto en Boone’s Harbor!

–¡Genial! Lo puedes poner allí, pero antes quiero enseñárselo a Emily y a la señora Cora Jane.

–Claro.

–¿De verdad que Emily te ha dicho que quiere que la ayude a elegir cosas para el Castle’s?

Boone sonrió al verle tan entusiasmado.

–Bueno, admito que la idea ha sido mía, pero está deseando que le des tu opinión.

–¿Por qué le has dicho que me pida consejo a mí?

–Porque sé lo persuasivo que puedes ser y cuánto te quiere la señora Cora Jane, y puedes ayudar a Emily a convencerla de que acepte sus propuestas. Para ella es algo muy importante.

–Sí, la señora Cora Jane está muy, pero que muy en contra de hacer cambios. Yo la entiendo, el Castle’s me gusta mucho tal y como está.

–¿Piensas decirle eso a Emily?

El niño sonrió al admitir:

–¡Claro que no! Si se lo digo, no le hará falta que la ayude.

–Yo creía que lo que más le gustaba de tenerte como asesor era tu franqueza.

–¿Mi qué?

–Le dices lo que piensas de verdad, ella cuenta con eso.

–Sí, pero es que no quiero herir sus sentimientos.

Boone se echó a reír.

–Acabas de topar con el eterno dilema de los hombres.

–¿Qué? –preguntó el niño, desconcertado.

–Lo entenderás cuando seas grande. Los hombres siempre estamos buscando el equilibrio perfecto entre admitir la verdad, ser diplomático, y decir lo que una mujer quiere oír. Solemos meter bastante la pata.

–Suena muy complicado, no sé si vale la pena romperse tanto la cabeza por las chicas.

–Es complicado, eso te lo aseguro –le dijo Boone, que era de los que habían metido la pata un montón de veces. Sonrió al asegurar–: Pero sí que vale la pena, ya lo verás.

Cora Jane estaba en la cocina, repasando con Jerry los platos especiales que iban a servir al día siguiente, cuando B.J. entró como una tromba seguido de Boone, que iba a un paso más pausado.

–¿Qué es eso, jovencito? –le preguntó ella, sonriente, al ver el trofeo que tenía en las manos, a pesar de que Emily ya le había contado el gran día que el niño había tenido en el campo de fútbol.

–¡He marcado el gol de la victoria! Me han dado un trofeo y papá va a ponerlo en una vitrina en su restaurante, porque es el primero que gano.

Ella se echó a reír ante semejante despliegue de entusiasmo.

–Qué bien, debe de sentirse muy orgulloso de ti.

–Claro que sí –afirmó Boone.

–¿Dónde está Emily? –el niño no cabía en sí de emoción–. Ha tenido que irse antes de que me dieran el trofeo, quiero enseñárselo.

–Está en el comedor con Gabi. Ve a enseñárselo, seguro que está deseando verlo.

–Y después ven otra vez a la cocina, quiero que me cuentes cómo has marcado ese gol –apostilló Jerry.

–¡Vale! ¿A que ha sido genial, papá?

–Sí, una pasada.

Boone no pudo ocultar su preocupación al verle ir al comedor, y Cora Jane le observó unos segundos en silencio antes de preguntar:

–¿No vas con él?

–No, Emily y él tienen que hablar de un par de cosas. ¿Os importa si me sirvo un café y me quedo haciéndoos compañía?

–Me parece que estás evitando a mi nieta. ¿Por qué?, yo pensaba que habíais hecho las paces.

–Y así es.

Cora Jane esbozó una amplia sonrisa al oír aquello.

–Cada vez te afecta más estar con ella, ¿verdad? ¿Su presencia te recuerda a lo que compartisteis en el pasado?

–No hace falta que me lo recuerde, no se me había olvidado –le contestó él con impaciencia–. Fue ella la que lo echó todo por la borda.

–Te da miedo que vuelva a hacerlo, sobre todo ahora que también están en juego los sentimientos de B.J. –Cora Jane lamentaba lo mal que su nieta había hecho las cosas en el pasado.

–Sí, algo así. Por favor, ¿podríamos dejar de darle vueltas a este tema? Las cosas son como son, y punto.

–No tienes por qué conformarte. Estoy convencida de que estás deseando darle una segunda oportunidad a Emily, ¿por qué no lo haces?

–¿Acaso ha hecho ella lo más mínimo para indicar que quiere otra oportunidad? Porque yo no lo he visto.

Jerry optó por intervenir por primera vez en la conversación.

–No insistas, Cora Jane. Si no dejas que arreglen las cosas a su manera, vas a quedar atrapada en medio de los dos.

–¡Ya lo estoy! Los quiero a los dos y sé que, lo quieran reconocer o no, cuando estaban juntos eran más felices que en el tiempo que han estado separados –miró a Boone a los ojos, y añadió–: No estoy menospreciando a Jenny, era una muchacha fantástica y una esposa maravillosa. Y bien sabe Dios que fue una madre increíble.

–Sí, y eso es algo que no quiero olvidar jamás –le contestó él.

Cora Jane observó a aquel muchacho que había sobrevivido al abandono de Emily. Se había casado de forma demasiado impulsiva y, por desgracia, la vida le había dado demasiados motivos para arrepentirse de aquella decisión. Ella creía saber por qué era tan renuente a pasar página y seguir adelante con su vida, al menos con Emily.

–¿Piensas pasar el resto de tu vida haciendo penitencia por no haber podido amar lo suficiente a Jenny? –le preguntó, con voz suave–. La quisiste todo lo que pudiste, Boone. Fuiste un muy buen marido.

–Sabes que eso no es cierto –protestó él con incredulidad.

–Sí, sí que lo es. No olvides que yo vi cómo erais como pareja. A Jenny no le faltaba de nada, tuvisteis juntos un hijo maravilloso. Ella estaba radiante de felicidad.

Era obvio que no había logrado convencerle, porque él insistió:

–Nunca fui suyo por completo.

–Por supuesto que no –dijo ella con impaciencia–. A lo largo de la vida, podemos enamorarnos una vez si tenemos muchísima suerte. Casi todo el mundo ama dos veces, o incluso más. El corazón tiene una capacidad ilimitada para amar. Parte del mío siempre pertenecerá a mi difunto esposo, que en paz descanse, pero eso no significa que lo que siento por Jerry no sea profundo y sincero.

–Y yo no espero que se olvide de Caleb –apostilló Jerry–, por supuesto que sigue llevándolo en su corazón.

Cora Jane le miró con agradecimiento por el apoyo antes de volverse de nuevo hacia Boone.

–No creo que Jenny pretendiera que fueras a olvidar por completo a Emily. Ella sabía mejor que nadie lo que había supuesto para ti perder a mi nieta. Esa muchacha te amaba, y por eso te entendía mejor de lo que tú mismo crees.

–Sentí que estaba siéndole infiel durante todos los días que duró nuestro matrimonio, porque nunca pude desprenderme del todo del pasado. Quería ser un buen marido, el marido que ella se merecía, pero fracasé una y otra vez.

–Eso no es verdad, estás dejándote llevar por un sentimiento de culpa que no tiene sentido. Tú no hiciste nada malo, no intentaste buscar a mi nieta; que yo sepa, nunca hablasteis por teléfono ni mantuvisteis contacto alguno. Siempre fuiste fiel a tu compromiso con Jenny.

–Eso díselo a sus padres. Ellos sabían lo que pasaba, su madre me lo echó en cara tras su muerte. Me dijo que había arruinado la vida de su hija, que yo era el culpable de su muerte, que Jenny no tenía nada que la impulsara a vivir.

Cora Jane se quedó atónita al oír eso.

–No me puedo creer que Jodie Palmer se atreviera a decirte algo así, y justo cuando acababas de perder a tu esposa.

–Me dijo eso y mucho más –afirmó él. Jodie había amenazado con arrebatarle la custodia de B.J.

–Y tú la creíste, ¿verdad? Ya te habías condenado tú mismo, así que te creíste las acusaciones de una madre enfadada que estaba sufriendo por la pérdida de su hija.

–¿Cómo no iba a creerla?, sabía que estaba diciendo la verdad. Por mucho que me esforzara por ser un buen marido, no estuve a la altura.

Cora Jane no podía permitir que siguiera creyendo semejante barbaridad, tenía que encontrar las palabras adecuadas para hacerle entender que la amargura de Jodie no estaba basada en la realidad.

–¿Llegó Jenny a insinuar siquiera alguna vez que la habías defraudado?

–No, pero es que ella era así. Quería a todo el mundo. Pasaba por alto los defectos de los demás, en especial los míos.

–Por el amor de Dios, ¿cómo es posible que seas tan duro contigo mismo? Jenny era inteligente, ¿verdad?

–Por supuesto que sí.

–¿Y te eligió a ti como marido?

–¿Adónde quieres llegar?

–Dudo mucho que una mujer inteligente eligiera a un hombre que no le pareciera digno de su amor. Y no creo que aguantara ni por un segundo ser el segundo plato de nadie, no si esa persona le echara en cara que no era más que eso, un segundo plato.

–¡Claro que no se lo eché en cara! –exclamó él, indignado.

Cora Jane sonrió.

–No, claro que no, justo a eso me refiero. Cuando decidiste comprometerte con esa muchacha, pusiste todo tu empeño en ser un buen marido, y eso bastó para que Jenny tuviera una sonrisa radiante en el rostro y el corazón lleno de felicidad. Ella era feliz, Boone. Apostaría mi vida a que lo era. Y esa felicidad se debía a ti –le miró con severidad al añadir–: No quiero volver a oírte decir ni una palabra que indique lo contrario.

La sonrisa de Boone tardó un largo momento en aflorar, pero, cuando lo hizo al fin, fue acompañada por un profundo suspiro.

–¿Qué he hecho yo para merecerme tener de mi parte a alguien como tú?

Ella se levantó y le puso las manos en las mejillas antes de contestar:

–Entraste a formar parte de mi familia el día que entraste aquí por primera vez con Emily, y eso no va a cambiar por nada del mundo –le dio una ligera sacudida–. No soy ninguna inocentona, ya lo sabes. Se me da bien calar a la gente, me doy cuenta a la primera cuando tengo enfrente a un mentiroso, a un tramposo o a un patán, y tú no eres ninguna de esas cosas. Eres un hombre decente, fuerte y de buen corazón, Boone Dorsett; de no ser así, no te querría para mi nieta. ¿Está claro?

La sonrisa de Boone se ensanchó.

–Muy claro –le aseguró, antes de besarla en la mejilla–. Pero creo que será mejor que vaya a buscar a B.J. y me lo lleve ya a casa.

–¿Tan pronto? –le preguntó ella con incredulidad–. ¿Qué pasa?, ¿lo que acabo de decirte no ha servido de nada?

Él se echó a reír.

–Ha servido de mucho, pero no voy a lanzarme de cabeza al vacío solo porque tú quieras que lo haga.

–Vas a hacer que retire todo lo dicho –le advirtió ella.

–Como quieras –le contestó él, sonriente, antes de guiñarle el ojo a Jerry–. Nos vemos pronto.

–Puede que sí, puede que no –refunfuñó ella–. No me gusta que la gente no haga caso a mis consejos.

–Pues tenlo en cuenta cuando Emily venga a comentarte los cambios que tiene en mente para este sitio, a ella tampoco le gusta que no le hagan caso. Las dos os parecéis mucho en eso –sin más, salió de la cocina.

–¡Pero bueno! –murmuró ella, antes de volverse hacia Jerry–. Creía que por fin había progresado un poco con él.

–Yo de ti me plantearía esperar a que la naturaleza siga su curso. Cuando esos dos están juntos saltan chispas, no van a poder resistirse mucho tiempo más a la atracción que hay entre ellos.

–No me gusta dejar las cosas importantes en manos del azar.

–Plantéatelo así: Lo estás dejando en manos de Dios; que yo sepa, a él se le da incluso mejor que a ti conseguir que las cosas salgan como debe ser.

Era un argumento irrebatible, pero a Cora Jane seguía sin hacerle ninguna gracia la situación.

Boone había prestado atención a lo que Cora Jane le había dicho el sábado y se había dado cuenta de que ella tenía razón en algunas cosas, pero eso no quería decir que estuviera listo para desprenderse de la culpabilidad que le envolvía como un manto desde la muerte de Jenny; así las cosas, decidió ir al Castle’s lo menos posible, al menos hasta que Emily se marchara de forma definitiva. Logró mantenerse alejado de allí tanto el domingo como el lunes, pero, para cuando llegó el martes, B.J. se hartó y le dio la lata hasta que se salió con la suya; aun así, se limitó a llevarlo por la mañana y a ir a buscarlo por la tarde, pero sin poner un pie en el restaurante.

El miércoles, intentó convencer de nuevo a B.J. de que pasara el día con él, pero, por desgracia, el niño cada vez estaba más apegado a Emily. Aunque no le parecía que esa relación fuera beneficiosa para su hijo, entendía el porqué de ese apego: echaba de menos a su madre, y necesitaba la calidez de una influencia femenina.

–¿Por qué no pasas el día en mi restaurante? –le propuso, mientras salían de casa.

–No, allí me aburro mucho. Todo el mundo está muy ocupado, nadie me hace caso. Tommy no deja que ayude en nada, dice que podría hacerme daño.

Boone no podía ponerle pegas a la actitud precavida de Tommy, pero en ese momento no era algo que jugara en su favor.

–Te buscaré alguna tarea para que te entretengas, a lo mejor puedes echarle una mano a Pete.

El niño no parecía demasiado convencido.

–¿Haciendo qué?

–No sé, se lo preguntaremos cuando lleguemos.

–¡Ni hablar! Cuando estemos allí no querrás marcharte aunque yo esté súper aburrido.

–Pero tienes el videojuego ese que, según tú, era el mejor del mundo. Te lo compré para que tuvieras algo con lo que entretenerte.

–No es tan divertido como el trabajo de verdad que hago en el Castle’s. Y Emily necesita mi ayuda, tú mismo lo dijiste.

Boone se dio por vencido, así que pasó de largo al llegar a su restaurante y puso rumbo al Castle’s.

–¿Qué tarea te dio Emily ayer? –le preguntó. Sentía curiosidad por saber qué tenía tan fascinado a su hijo.

–Me enseñó un programa de ordenador súper chulo, lo usa para elegir colores de pintura y cosas así. Ella dice que el Castle’s quedaría mejor en un tono azul cielo con adornos dorados como el sol, en vez de ser tan oscuro y sombrío como ahora.

Boone contuvo una sonrisa, y comentó:

–Supongo que lo de «oscuro y sombrío» lo dijo tal cual, ¿verdad?

–Sí, también dijo que es muy rus… no me acuerdo de la palabra.

–¿Rústico?

–Eso. Yo no entendí lo que quería decir, y entonces me dijo que era oscuro y sombrío como una cueva.

A Boone no le costó imaginar cómo reaccionaría Cora Jane si oyera esa comparación.

–¿Oíste lo que dijo la señora Cora Jane cuando Emily le propuso esa idea?

A pesar de que él mismo había intentado convencer a Cora Jane de que al menos escuchara las sugerencias de Emily, era poco probable que estuviera dispuesta a aceptar un cambio tan drástico, ya que ella pensaba que el sencillo tono beige de las paredes y la madera oscura del mobiliario le conferían al restaurante un marcado carácter marinero.

–Sí. Que no iba a dejar que embe… embelleciera el restaurante, que por encima de su cadáver. ¿Qué significa embellecer?

–Poner cosas que a una chica le parecen bonitas. ¿Cómo se lo tomó Emily?

–La llamó mula testaruda. La señora Cora Jane se echó a reír y dijo que Emily era igualita a ella en eso.

Boone sonrió, ya que aquella afirmación era totalmente cierta.

Justo entonces llegaron al aparcamiento del Castle’s, que había vuelto a abrir su comedor y estaba abarrotado. A la gente no parecía importarle que, escasos días atrás, el local estuviera dañado por el agua y que el suelo hubiera estado cubierto por una capa de arena, ni que aún quedara un ligero olor a humedad en el ambiente. El aire acondicionado volvía a funcionar, el restaurante iba secándose poco a poco, las hamburguesas estaban tan buenas como siempre, y la cerveza se servía bien fría.

Estaba a punto de abrir la puerta cuando Emily estuvo a punto de golpearle con ella al salir como una exhalación.

–¡Habla tú con mi abuela, a ver si puedes hacerla entrar en razón! ¡Yo me rindo! –exclamó, furibunda, mientras se alejaba hacia las dunas de la playa.

Boone la siguió a toda prisa después de ordenarle a B.J. que entrara en el restaurante. Ella cruzó sin miramientos la carretera y dos coches tuvieron que frenar de golpe para evitar atropellarla, pero, como no era un suicida, él optó por dejar pasar el tráfico antes de cruzar a su vez. Para cuando la alcanzó, ella ya había llegado a la orilla, y le extrañó que no se metiera en el agua vestida y todo; en su opinión, le habría ido bien para calmarse.

–¿Quieres hablar del tema?

Mantuvo las manos en los bolsillos para contener las ganas de abrazarla, porque daba la impresión de que el más mínimo gesto de consuelo bastaría para que se derrumbara del todo.

–¿De qué serviría? Le he enseñado una docena de propuestas para modernizar el restaurante, para darle algo de estilo, y ella las ha rechazado todas. Ni siquiera parece darse cuenta de que sé lo que hago, la gente me paga mucha pasta por mis ideas.

–A lo mejor piensa que esas ideas son adecuadas para un restaurante sofisticado de Beverly Hills, pero que no encajan en un local informal que está en una playa de Carolina del Norte. Al Castle’s no le falta clientela, en este momento está abarrotado con gente que tiene que comer de pie.

Ella le asestó una mirada asesina que debió de dañar un par de órganos vitales como mínimo.

–¿Por qué crees que tengo tanto éxito en mi profesión? Pues porque sé analizar las necesidades de cada cliente, y crear el ambiente perfecto para cada lugar –le espetó ella con irritación–. Conozco este restaurante y a sus clientes mejor que nadie, empecé a servir mesas aquí en cuanto pude sostener una bandeja.

–Sí, y creo recordar que detestabas ese trabajo –comentó él, sonriente.

–Eso es irrelevante. Por el amor de Dios, no estoy proponiéndole que traiga asientos de cuero, ni que instale iluminación ambiental. Tan solo intento darle un poco de encanto marino al local, ahora es deprimente.

–Y rústico, ¿no? –al ver que volvía a fulminarlo con la mirada, se encogió de hombros y admitió–: Me lo ha comentado B.J.

–Vale, sí, me parece rústico. ¿Puedes decirme por qué no ha querido dejar cerrado el comedor un par de días más, hasta que se ventile del todo? Seguro que para no perder clientes.

–A lo mejor es porque sabe que la gente de la zona cuenta con ella –sugirió él con tacto–. Emily, sabes tan bien como yo que es un lugar con muchos clientes habituales. Los turistas nos mantienen a todos a flote, pero la prioridad para tu abuela son las personas de por aquí que se reúnen en su restaurante para ver a sus convecinos, para charlar y ponerse al día. El Castle’s es una parte muy importante de esta comunidad, mucho más que mi restaurante.

–Vale, puede que tengas razón en eso, pero ¿qué tiene de malo arreglarlo un poco?

–A lo mejor es que ahora no es un buen momento para hacer más obras.

No le extrañó verla negar con la cabeza, porque ni él mismo se creía ese argumento.

–Si yo pensara que es por eso, pondría las cosas en marcha y esperaría a que acabara la temporada alta antes de implementar los cambios, pero seguro que a mi abuela tampoco le parece bien esa idea.

Boone no pudo evitar esbozar una pequeña sonrisa al verla tan exasperada; de hecho, entendía que quisiera modernizar el interior del Castle’s, porque él mismo había contratado a un diseñador de interiores para que creara un ambiente acogedor y elegante en sus restaurantes. No quería peces embalsamados y aparejos de pesca en las paredes, quería una imagen que encajara tanto en una ciudad como Charlotte como allí, en la costa.

–A lo mejor deberías confiar más en su opinión. Da la impresión de que conoce los gustos de sus clientes, lleva muchos años en este negocio.

–Yo solo digo que creo que el local gustaría más aún si metiéramos dentro algo de luz –masculló ella.

–Y de ahí el tono azul cielo con adornos dorados como el sol que B.J. me ha comentado que querías.

–¿Te ha comentado también cómo reaccionó mi abuela?

Boone se esforzó por contener una sonrisa, y se limitó a contestar:

–Sí.

–Pues a lo mejor se cumple el deseo de esa testaruda, y lo hago por encima de su cadáver. Puede que un día de estos, suponiendo que ella no me haya llevado a la tumba antes a mí, venga cuando ella ya no esté y pinte el restaurante entero con colores estridentes… un rosa fuerte y un rojo chillón, por ejemplo. ¡Esa sí que es una combinación explosiva!

Él tuvo que hacer un esfuerzo titánico por contener las ganas de echarse a reír.

–Sí, no hay duda de que sería bastante llamativa. ¿Y qué harías después?, ¿te apetece llevar las riendas de un restaurante que te mantendría atada a este lugar?

–Claro que no, mis hermanas y yo lo venderemos por un montón de dinero; de hecho, a lo mejor te lo vendemos a ti. Eso es lo que quieres, ¿verdad? Apuesto a que estás deseando echarle mano.

La camaradería que se había creado entre ellos desapareció de golpe, Boone se quedó helado al oír aquello. Le parecía inconcebible que, aunque fuera por un segundo, ella pudiera pensar algo así.

–Como sé que estás alterada, voy a dejar pasar esa ridiculez –la miró a los ojos al añadir–: Deberías conocerme lo bastante como para saber que no soy así, Em.

Dio media vuelta y se marchó hecho una furia. De vez en cuando, sentía un chispazo de la vieja conexión que había habido entre los dos, esa mentalidad de «nosotros dos contra el mundo» que les había unido en la adolescencia, pero en ese momento se daba cuenta de que estaban más distanciados que nunca.

Emily se sintió avergonzada, mezquina y despreciable mientras veía alejarse a Boone. Sabía que acababa de herirle con sus palabras. A lo mejor lo había hecho a propósito, pero, en cuanto su dardo envenenado había dado en la diana, se había arrepentido de haber abierto la boca. Él había ido tras ella, había escuchado sus quejas y había intentado consolarla, y ella le había pagado insinuando que ayudaba a su abuela porque quería quedarse con el Castle’s. A aquellas alturas, después de ver el vínculo que les unía, se había mostrado suspicaz e irracional.

Había sido un exabrupto estúpido provocado por lo dolida y enfadada que estaba, y ella misma sabía que lo que había dicho no era cierto; aun así, no estaba bien que se le hubiera pasado siquiera por la cabeza… y mucho menos que lo hubiera dicho en voz alta. Boone no se lo merecía.

Admitir el error ante sí misma era muy distinto a pedirle perdón a él, claro, pero tenía que hacerlo. Y cuanto antes, mejor.

Después de suspirar con resignación, volvió a ponerse las zapatillas de deporte y cruzó la carretera dispuesta a entonar un mea culpa, pero llegó justo a tiempo de verle salir del aparcamiento en su coche. Él ni siquiera se molestó en mirarla, pero B.J. sonrió encantado al verla y la llamó mientras se despedía con la mano.

Ella le devolvió el gesto de despedida, se quedó allí parada mientras veía cómo se alejaban, y al final entró alicaída en el restaurante por una puerta lateral que daba a la cocina.

Cora Jane, que estaba atareada llenando platos de sopa de cangrejo, alzó la mirada y comentó:

–Me vendría bien que me echaras una mano –lo dijo con toda naturalidad, como si poco antes no hubieran estado discutiendo–. Apenas damos abasto. Gabi y Samantha están intentando seguir el ritmo del resto del personal en el comedor, pero nos vendrían bien un par de manos más.

Emily asintió antes de agarrar un delantal y una libreta para tomar nota. Aunque servir mesas era un recuerdo distante, había pasado muchos veranos allí y sabía cómo funcionaba todo; tal y como Boone había comentado, no era un trabajo que le gustara, pero se le daba bien porque era una persona a la que le gustaba hacer bien las cosas. Para hacer mal algo, no lo hacía.

Se dio cuenta de repente de que quizás era esa la razón por la que había abandonado a Boone: porque había tenido miedo de ser incapaz de hacer las cosas bien a la hora de tener una relación real y duradera. Decidió dejar esa reflexión para más tarde, en ese momento había clientes esperando.

Cuando pasó junto a su abuela camino del comedor, esta le dijo:

–Cuando pase la hora punta y la cosa se tranquilice, tú y yo vamos a hablar.

–¿De mis ideas? –le preguntó, esperanzada.

–De Boone.

Emily se detuvo en seco al oír aquello, y le dijo con firmeza:

–Ese tema no está abierto a debate.

–Ya veremos –insistió su abuela con testarudez, antes de pasar junto a ella con los platos de sopa.

Emily fue tras ella al comedor y dio la conversación por terminada, ya que allí había demasiado ruido como para hablar. Se sintió aliviada, porque no le apetecía oír nada de lo que su abuela pudiera decir acerca de Boone; además, seguro que el sermón que le tenía preparado no era nada en comparación con la reprimenda que ella misma estaba dándose mentalmente.

Castillos en la arena - La caricia del viento

Подняться наверх