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Capítulo 9

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Emily llegó al campo de fútbol cuando el partido acababa de empezar y fue hacia las gradas procurando no llamar la atención, pero justo entonces hubo una pausa en el juego y B.J. la vio desde el campo. El niño echó a correr hacia ella a toda velocidad, y la abrazó con tanto ímpetu que estuvo a punto de tirarla al suelo.

–¡Papá me ha dicho que ibas a venir! ¿Has visto esa última jugada?, ¡por poco marco un gol!

–¿Ah, sí? –Emily sonrió al ver que estaba tan entusiasmado a pesar de no haber marcado–. Ojalá lo hubiera visto, pero debe de haber sido justo cuando venía del aparcamiento.

–Pero vas a quedarte a ver el resto del partido, ¿verdad?

–Sí, claro que sí.

Él miró hacia el campo, y se dio cuenta de que estaban a punto de retomar el juego.

–Me tengo que ir, ¡hasta luego!

–Hasta luego.

Justo cuando acababa de sentarse, Boone apareció desde alguna de las gradas superiores y se sentó a su lado.

–Cuando ha empezado el partido y he visto que aún no habías llegado, me he imaginado que al final no ibas a poder venir.

–Te he dicho que vendría –frunció el ceño al ver que se limitaba a enarcar una ceja en un gesto burlón. Le dolía que no tuviera ninguna fe en ella–. No me tienes ninguna confianza, ¿verdad?

–¿Cómo quieres que te la tenga? –se limitó a contestar él.

Emily le sostuvo la mirada sin amilanarse, y esperó a verle vacilar un poco antes de decir:

–Vale, vamos a dejar las cosas claras de una vez. Voy a esforzarme al máximo por no volver a fallaros ni a B.J. ni a ti. Cuando hago una promesa, la cumplo. Si por la razón que sea veo que no puedo cumplirla, os avisaré antes para que no os llevéis una decepción. La verdad, no sé qué más puedo hacer. La vida es impredecible. Sabes tan bien como yo que a veces surgen imprevistos, eres un hombre de negocios.

–Sí, pero la diferencia está en que yo siempre antepongo a B.J.

–Lo sé, y lo respeto. Es tu hijo, y se merece que su padre piense en él por encima de todo.

Boone la miró ceñudo.

–¿Qué quieres decir? ¿Que, como no es pariente tuyo, no tienes la obligación de pensar en él?

–¡No tergiverses mis palabras!, ¡claro que pienso en él!

–Pero tu trabajo siempre tendrá prioridad, ¿no?

Ella se sintió frustrada al ver que parecía empeñado en malinterpretarla.

–No siempre, pero a veces sí. ¿Puedes asegurar que nunca, ni una sola vez, has desilusionado a B.J. por culpa de algún imprevisto en el trabajo? –al ver la cara que puso, se dio cuenta de que acababa de dar justo en la diana–. Supongo que te parecía lo normal cuando Jenny estaba viva, ¿no?

Él soltó un sonoro suspiro antes de admitir con pesar:

–Sí, antepuse el trabajo demasiadas veces, pero ahora solo me tiene a mí. Las cosas son distintas, tienen que serlo.

Emily le puso una mano en el brazo en un gesto de consuelo.

–Lo entiendo, de verdad que sí. No sabes cuánto admiro la abnegación con la que cuidas a tu hijo, es un niño increíblemente afortunado por tenerte como padre. Sé por experiencia propia lo que es tener un padre para el que sus hijos no son lo primero, ni siquiera lo segundo, y te aseguro que tú no eres así.

–Pero podría haberlo sido –dijo él, con voz queda y mirada distante. La miró a los ojos por un instante al admitir–: Estuve a punto de convertirme en alguien así.

Al ver el arrepentimiento que había en sus ojos, al oír el dolor que reflejaban sus palabras, ella entendió de repente lo que pasaba. Boone no era un padre fantástico porque fuera algo innato en él, sino que, al menos en parte, estaba intentando expiar errores que había cometido en el pasado.

Cuando la veía equivocarse a ella, en cierta medida se veía reflejado a sí mismo, y recordaba una época que estaba desesperado por olvidar.

Boone sabía que había dejado al descubierto más información de la debida acerca de su comportamiento en el pasado. Sí, se había dejado arrastrar por la ambición y le había dedicado demasiado tiempo a sus negocios, pero en parte lo había hecho porque mantenerse ocupado a todas horas le ayudaba a mantener a Emily apartada de sus pensamientos.

Le consolaba saber que, aunque había admitido los errores que había cometido con su hijo, al menos no se le había escapado nada acerca de los que había cometido con su matrimonio. No quería que Emily se enterara jamás de la distancia, quizás inevitable, que había existido siempre entre Jenny y él. Era una distancia que no había podido salvar por mucho que quisiera, ya que le faltaba un pedazo del corazón. Esa era una culpa que iba a acarrear por el resto de su vida… y, en caso de que se le olvidara, los Farmer siempre estarían ahí, dispuestos a recordársela.

Lo que había confesado ya era lo bastante reprobable, y Emily tenía razón en una cosa: ella sabía de primera mano lo que era tener un padre tan metido en su propio mundo que descuidaba a todos los que le rodeaban.

A pesar de la estrecha relación que había mantenido con los Castle durante todos aquellos años, lo cierto era que apenas conocía a Sam, el padre de Emily. Podía contar con los dedos de una mano las veces que aquel tipo había ido al pueblo, siempre era la madre la que llevaba a las tres hermanas a casa de Cora Jane para que pasaran allí el verano, la que iba a verlas, la que iba con ellas a comer con los abuelos en fiestas señaladas.

Cuando la pobre había fallecido, él mismo había hecho novillos, se había subido a su coche, y había cruzado el estado para estar junto a Emily en el funeral, pero Sam Castle había estado medio ausente. Estaba allí en persona, pero tenía la mente en otro sitio. Había sido Cora Jane quien había consolado a las tres hermanas, y la que se había encargado del velatorio.

Samantha mencionaba a su padre en contadas ocasiones, Emily hablaba de él con desdén, y Gabi era la única que parecía adorarle. Esta última estaba labrándose una vida centrada en el trabajo en Raleigh con el claro propósito de que Sam le prestara algo de atención, pero daba la impresión de que era un esfuerzo inútil.

Sam Castle era el ejemplo perfecto de un mal padre, pero Boone era consciente de que había estado a punto de ser como él.

La muerte de Jenny había sido el catalizador que le había impulsado a reflexionar sobre la clase de hombre en que se había convertido. Las conclusiones a las que había llegado no le habían gustado nada, pero en el fondo también le había echado la culpa de eso a Emily a pesar de que ella llevaba mucho tiempo fuera de su vida; al fin y al cabo, no habría puesto el trabajo por delante de su familia una y otra vez si hubiera podido entregarse en cuerpo y alma a su matrimonio.

El regreso de Emily había hecho resurgir toda esa maraña de emociones, se había sentido muy culpable al darse cuenta de que ella seguía atrayéndole. No había estado a la altura ni con su mujer ni con su hijo, se había volcado de lleno en el trabajo, y todo para nada. Detestaba el hecho de que Emily siguiera siendo la dueña de parte de su corazón, y detestaba aún más que también hubiera conseguido conquistar a su hijo.

Se dio cuenta de repente de que Emily se había puesto de pie y estaba sacudiéndole el brazo, y de que todo el mundo estaba gritando y aplaudiendo.

La miró desconcertado, pero se puso de pie de forma instintiva y le preguntó:

–¿Qué ha pasado?

–¡B.J. acaba de marcar!

Boone miró hacia el campo de juego y vio a su hijo rodeado de sus entusiasmados compañeros de equipo; al cabo de unos segundos, el pequeño miró hacia las gradas con una sonrisa de oreja a oreja y dijo, marcando bien las palabras para que pudiera leerle los labios:

–¿Me has visto?

Aunque era imposible oírle, la pregunta estaba clara. Boone alzó el pulgar mientras su rostro se iluminaba con una sonrisa tan enorme como la del pequeño.

Cuando se reinició el partido, Emily le miró y le preguntó con curiosidad:

–¿Dónde estabas hace unos minutos?

–Aquí.

–Sí, físicamente sí, pero no estabas prestando atención al partido.

–Me he distraído por un momento, nada más.

Dio la impresión de que quería seguir interrogándole, y Boone se sintió aliviado al ver que, al menos por una vez, optaba por quedarse callada. Si admitía ante Emily no solo los errores que había cometido, sino también el papel que ella había jugado en el asunto, iba a causar unas complicaciones que era preferible evitar.

El equipo de B.J. ganó por dos a uno, su gol había sido el que había sellado la victoria. Todo el mundo iba a ir a comer a un restaurante de Manteo, una población cercana, después del partido, y el pequeño estaba deseando que Emily se uniera al grupo.

–Vas a venir, ¿verdad? –le preguntó, implorante, mientras daba saltitos delante de ella–. ¿A que puede venir, papá?

Como era obvio que a Boone no le hacía ninguna gracia la idea, Emily contestó con voz suave:

–Cielo, tengo que ir al Castle’s para ver qué tal va todo.

–¡Pero es que tienes que venir a la celebración!

–Ya la has oído, campeón. Tiene otras obligaciones –adujo Boone.

–¡Porfa!, ¡media hora!

Estaba claro que el niño estaba acostumbrado a salirse con la suya y que se sabía de memoria todas las tácticas de persuasión que había que usar… pedir, suplicar… Emily tenía la sensación de que la siguiente era enfurruñarse.

–Solo media hora –insistió el pequeño–. Van a darme un trofeo por marcar un gol, ¿no quieres verlo?

Emily miró a Boone y, al ver que se limitaba a encogerse de hombros en señal de rendición, supo que el niño había conseguido salirse de nuevo con la suya; lamentablemente, ella era igual de blandengue que él, así que también acabó por ceder.

–Media hora, me iré después de que recibas el trofeo. Cuando te lo entreguen, haré una foto con el móvil para que la vea Cora Jane.

–¡Ven en nuestro coche! –le dijo, antes de tomarla de la mano para conducirla hacia el vehículo en cuestión.

–Será mejor que vaya en mi coche de alquiler, así podré marcharme cuando quiera –protestó ella.

–Yo te traeré en mi el coche cuando me digas –se ofreció Boone, resignado.

B.J. fue a sentarse con sus compañeros de equipo en cuanto llegaron al restaurante. Emily miró a Boone, que se había quedado plantado en la puerta y parecía sentirse muy incómodo, y le preguntó en tono de broma:

–¿Estás pensando en deshacerte de la acompañante que te han endosado?, a lo mejor te apetece ir a charlar con alguna de las mamás solteras presentes.

Él contuvo una sonrisa al contestar:

–¿Para que B.J. me lo eche en cara el resto de mi vida? Ni hablar.

–No se lo diré a nadie; al fin y al cabo, sería bastante humillante para mí, no tendría sentido que lo hiciera.

Boone se echó a reír.

–Sí, tú mantendrías la boca cerrada, pero mi hijo no. Puede que ni él mismo sea consciente de ello, pero la verdad es que está haciendo de casamentero.

–¿Lo dices en serio?, ¡pero si solo tiene ocho años!

–Por lo visto, su edad no es un impedimento. Supongo que ha sido Cora Jane quien le ha metido esa idea en la cabeza, porque no se molesta en ocultar sus intenciones.

–Eso es verdad. ¿Qué se supone que tenemos que hacer?, ¿hacerles caso?

–Claro que no.

Lo dijo con tanto énfasis, que Emily no pudo evitar echarse a reír y comentó:

–Bueno, tu opinión está clara.

–Perdona, ¿ha sonado como un insulto?

–Un poquito.

–Lo que quiero decir es que los dos sabemos cómo están las cosas entre nosotros. Tenemos que comportarnos de forma civilizada mientras estés aquí, y procurar no darles falsas esperanzas a ellos. Es lo que acordamos cuando llegaste, ¿no? Bastará con que nos ciñamos al plan.

–Así que ahora nos sentamos en una de las mesas, pedimos unos refrescos, charlamos un rato de nimiedades, y después me llevas de vuelta a por mi coche. Fin de la historia.

–Sí, con eso me conformo.

Emily deseó poder decir lo mismo, y con convicción; de hecho, después de la desconcertante conversación que había mantenido con Gabi, tendría que encantarle la idea de que su relación con él se limitara a charlar de nimiedades y no tuviera más complicaciones. El problema era que Boone no era una persona cualquiera para ella. Deseaba con todas sus fuerzas saber en qué había estado pensando durante el partido, cuando se había quedado tan abstraído que ni siquiera se había dado cuenta de que B.J. había marcado un gol.

Él se tomó su silencio como una señal de aquiescencia y la condujo a una de las mesas.

Cuando estuvieron sentados el uno frente al otro, Emily dio el visto bueno cuando él sugirió unas hamburguesas y cerveza; después de devanarse los sesos intentando encontrar la mejor forma de averiguar lo que quería saber, al final optó por ser directa y se inclinó un poco hacia delante.

–¿Por qué te has alterado tanto antes? –le preguntó en voz baja, a pesar de que en el restaurante había mucho ruido y no había peligro de que nadie la oyera.

–No me he alterado –afirmó, ceñudo.

–No me mientas, está claro que hablar de cómo eras como padre antes de la muerte de Jenny te ha traído malos recuerdos.

–No pienso hablar contigo de mi matrimonio –le espetó él con rigidez.

Emily notó lo tenso que estaba y cómo evitaba mirarla a los ojos, pero no se dio por vencida.

–Me dijiste que habías sido feliz, ¿es mentira?

–Claro que no.

Ella se dio cuenta de que estaba mintiendo al ver cómo se sonrojaba, y le preguntó con voz suave:

–¿Amabas a Jenny?

–¡Claro que sí! ¿A qué viene todo esto?, ¿quieres torturarme?

Aquellas palabras fueron muy reveladoras para Emily.

–Si amabas a tu mujer, si eras feliz, recordar aquellos tiempos no debería torturarte. Te causaría tristeza, pero no te haría sentir furia, ni culpabilidad, ni lo que sea que pone esa expresión en tu rostro.

–¿Qué expresión?

–La que dice que estás pensando en cómo hacerme callar.

Lo dijo en tono de broma, porque tenía la sensación de que aligerar un poco el ambiente podía acercarla a las respuestas que buscaba; en todo caso, la táctica sirvió para que él se relajara un poco y comentara, con un tenue brillo de picardía en la mirada:

–Me acuerdo de cómo solía hacerlo, ¿y tú?

–Sí, con un beso –admitió ella, con voz un poco trémula–. Me parece que en este momento no es la mejor opción.

–Pero siempre fue de lo más efectiva –le sostuvo la mirada al repetir–: Siempre.

El ambiente se cargó de tensión mientras Emily esperaba con el aliento contenido a ver qué hacía él a continuación. No habría sabido decir si deseaba con desesperación que la besara… o si la aterraba que lo hiciera. ¿Por qué era tan necia?, ¿por qué se empeñaba en meterse en terreno peligroso con él?

Finalmente, cuando Emily pensaba que iba a morir si él no hacía algo, lo que fuera, Boone tragó saliva con dificultad y cerró los ojos.

–Eres enloquecedora –dijo al fin, antes de abrir los ojos de nuevo. Le sostuvo la mirada al añadir–: No podemos volver a lo de antes, Em. No puede ser.

–Ya lo sé. Pero algunas veces… como ahora mismo, por ejemplo… se me olvida por qué no podemos.

–Sí, yo también tengo ese problema en este momento.

Ella apartó a un lado la hamburguesa, que seguía intacta.

–Será mejor que me vaya, tiene pinta de que van a tardar un poco en entregar los trofeos.

Él no fue capaz de disimular lo aliviado que se sintió al oír aquello, y se apresuró a asentir.

–Vale, yo te llevo.

–A lo mejor te pierdes la ceremonia.

–Le pediré a alguno de los padres que haga fotos, y estaré de vuelta antes de que B.J. se dé cuenta de que me he ido –le aseguró, mientras la conducía hacia el coche.

–¿Crees que le va a sentar mal que me vaya sin verle recibir el trofeo?

–Yo se lo explico para que lo entienda; además, tú misma le has dicho que tenías que ir a echar una mano al Castle’s –la miró con curiosidad al preguntar–: La verdad es que no sé para qué quieres ir, cierran dentro de una hora. ¿Quieres ponerte a lavar platos?

–Qué gracioso. Voy para volver a proponerle a mi abuela hacer algunos cambios en el restaurante, y esta vez voy a enseñarle muestras de tela y varios bocetos.

–Como B.J. tiene tan buen ojo para eso, podrías enseñárselos antes a él para que te dé su opinión –comentó él, sonriente.

–Puedo ingeniármelas yo sola –le contestó ceñuda.

–Lo digo en serio, te lo juro. Cora Jane le adora, seguro que tiene en cuenta su opinión.

–Y también la mía.

–Sí, pero te enfurruñarás otra vez cuando vuelva a rechazar tus sugerencias.

–No va a rechazarlas –aunque lo dijo con aparente seguridad, era consciente de que era más que probable que su abuela no aceptara ninguna de ellas.

Cuando llegaron al aparcamiento, Boone le dijo:

–Cuando terminemos la celebración y B.J. se duche, puedo llevarle al Castle’s para que comentéis entre vosotros tus ideas, y después vais los dos a hablar con tu abuela.

–Estás convencido de que es una pérdida de tiempo, ¿verdad?

–Eso me temo.

–¡Soy muy buena en mi profesión!

–No lo dudo, pero Cora Jane es terca como una mula y tiene unas costumbres muy arraigadas. No quiere hacer cambios en el restaurante, me sorprendió que aceptara la sugerencia de Wade de modernizar toda la zona de la caja.

–Claro que aceptó –le explicó ella, sonriente–. Le conviene que él pase todo el tiempo posible en el Castle’s, porque quiere emparejarle con Gabi. No sé si te habrás dado cuenta, pero casi cada día le pide algún nuevo cambio para mantenerle ocupado.

–¿Lo dices en serio?, ¿y Wade le sigue la corriente? –le preguntó él, sorprendido.

–Sí, parece ser que está encantado. Se ve que no le quita los ojos de encima a Gabi desde aquel primer día; al menos, eso es lo que dice mi abuela. Él no tiene prisa por marcharse, y ella hace todo lo posible por retenerle en el restaurante.

–¿Y qué opina Gabi de todo eso?

La sonrisa de Emily se ensanchó aún más al admitir:

–Ella no se entera de nada, y eso está sacando de quicio a mi abuela; en cuanto a Samantha, la situación le parece de lo más entretenida –le miró de soslayo al añadir–: Tengo una idea infalible para que mi abuela le dé el visto bueno a los cambios que quiero hacer en el restaurante.

–¿Ah, sí?

–Tú podrías acceder a supervisarlo todo, y habría que pedirle a Wade que se encargara del trabajo de carpintería. Dos pájaros de un tiro, sería como un sueño hecho realidad para la casamentera de mi abuela –la triquiñuela le parecía maravillosamente intrigante.

–Ya, pero ¿en qué situación nos dejaría eso a nosotros?

–En una muy problemática, supongo, pero yo creo que podría valer la pena.

–¿Por qué?, ¿porque te saldrías con la tuya?

–Solo digo que lo consideraría como un favor de tu parte.

–Lo siento, cielo, pero ni hablar. Ni aunque sea por una causa tan noble. Vas a tener que apañártelas sola, a menos que aceptes la ayuda de B.J.

–Vale, tráelo –le dijo, cuando se detuvieron detrás de su coche de alquiler–. Siempre va bien tener un aliado, aunque sea uno en miniatura.

Boone se echó a reír.

–De acuerdo, nos vemos en una hora.

Mientras le veía marcharse, Emily no pudo evitar preguntarse cuándo había dejado de preocuparle que ella pasara el tiempo con su hijo. Le habría gustado saber si Boone había empezado a confiar en ella a pesar de todo, o si había acabado por resignarse al hecho de que B.J. no iba a dejar que intentara mantenerles separados.

Tal y como Boone había predicho, el último cliente estaba marchándose justo cuando Emily llegó al Castle’s. El comedor estaba cerrado, y Wade ya había llegado para trabajar en los aparadores que Cora Jane había decidido poner detrás del mueble donde iba la caja registradora.

–Hola, Wade. ¿Qué tal va todo?, ¿cuántas veces ha cambiado de opinión mi abuela hoy?

Él se echó a reír antes de contestar:

–De momento seguimos con lo que se dijo ayer. Tres aparadores para almacenaje, pero ahora ha decidido que también quiere algunos estantes.

–¿Para qué?

–Para vender recuerdos, creo. Fue una sugerencia de Gabi, lleva varios días mirando catálogos; según ella, sería una buena campaña publicitaria que la gente fuera por la calle con camisetas y gorras del Castle’s, y bebiendo en vasos de plástico con el logotipo del restaurante. Yo le recomendé que mirara si también se pueden hacer palas de plástico de esas que se usan para hacer castillos de arena en la playa. Me pareció una buena idea.

–A mí también, ¿qué te dijo Gabi?

–Lo que cabía esperar, que me centrara en la carpintería –le indicó que se acercara antes de admitir, sonriente–: Pero hoy he echado un vistazo sin que se dé cuenta a los catálogos que está mirando… y son de palas de plástico.

–¡Punto para ti! –le dijo ella, con una carcajada, antes de acercarse a la mesa donde estaba su hermana; después de sentarse frente a ella, le preguntó–: ¿Qué haces mirando catálogos?, ¿quieres comprar algo?

Gabi alzó la mirada, y su sonrisa se desvaneció al verla.

–Vaya, ¿has decidido ser valiente y volver a la escena del crimen?

–¿Qué crimen?

–El de dejar plantado a un niñito que contaba contigo.

–Ya he hecho las paces con B.J., y también con Boone… bueno, más o menos. ¿No te ha dicho la abuela que esta mañana he ido a ver el partido de fútbol de B.J.? Por cierto, ¿dónde estabas cuando llegué anoche?

–Me quedé aquí hasta tarde, alguien tiene que vigilar a Wade.

Emily contuvo una sonrisa al oír aquello, y comentó con fingida inocencia:

–A mí me parece que sabe lo que hace, ¿de verdad crees que hay que supervisarle?

–No me fío de él, no deja de añadir cambios. Yo creo que está intentando engordar la factura de la abuela.

–Y yo que es la abuela la que está añadiendo esos cambios para tenerle aquí todo el tiempo posible.

–¿Por qué? –le preguntó su hermana, desconcertada.

–Porque quiere que te fijes en él.

–¡No digas tonterías!

–No son tonterías. La maquinaria casamentera de la abuela está a pleno rendimiento… Boone y yo, Wade y tú. Estoy deseando saber lo que le tiene preparado a Samantha; mejor dicho, quién le tiene preparado.

–Tengo novio.

–Sí, nos lo has dicho un montón de veces, pero ¿por qué no ha venido? ¿Por qué no te llama cada diez minutos para decirte que te echa de menos?

–Nuestra relación no es así. Los dos somos personas ocupadas que entienden de obligaciones.

–Madre mía, qué romántico. No me extraña que la abuela se haya propuesto buscarte un reemplazo adecuado.

–Wade no es el hombre adecuado para mí –protestó Gabi.

–Es guapísimo, amable y divertido, y da la impresión de que está deseando caer rendido a tus pies. Yo diría que eso le pone bastante por encima de… oye, ¿cómo se llama tu novio? ¿Por qué no nos hablas más a menudo de él, si es tan perfecto para ti?

–Se llama Paul, y no os hablo más de él porque no quiero aguantar vuestros comentarios. La abuela tiene a Jerry, pero no veo que ni Samantha ni tú estéis viviendo ninguna gran historia de amor, así que vuestras opiniones no me sirven –la miró con expresión interrogante–. A menos que haya algo entre Boone y tú, y no me haya enterado. Has comentado que habéis hecho las paces, ¿significa eso que has aceptado tu destino y te has acostado con él?

A Emily le habría encantado poder decirle que sí, aunque solo fuera para borrar aquella sonrisita burlona de su cara… Bueno, la verdad era que se le ocurrían más razones para desear que las cosas se hubieran puesto al rojo vivo entre Boone y ella. A pesar de todo lo que se habían dicho el uno al otro, por mucho que afirmaran que debían mantener las distancias, a pesar de los días que había pasado lejos de allí para volver a ver las cosas en perspectiva, anhelaba volver a sentir las caricias de aquel hombre sobre su cuerpo… a pesar de que sería un error enorme.

Castillos en la arena - La caricia del viento

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