Читать книгу Castillos en la arena - La caricia del viento - Sherryl Woods - Страница 8
Capítulo 1
ОглавлениеEmily Castle estaba en una habitación de hotel en Aspen, Colorado, con la televisión puesta en el canal del tiempo. Estaban dando un seguimiento pormenorizado del huracán que se dirigía hacia la costa de Carolina del Norte, el lugar que había sido como un segundo hogar para ella. Los veranos que había pasado allí en su infancia habían sido plácidos, relajantes y dulces. En la localidad costera donde vivía su abuela había sufrido por amor por primera vez, pero, a pesar de aquellos dolorosos recuerdos y de lo atareada que estaba en ese momento, se sentía en la obligación de regresar a aquel lugar de inmediato.
Incluso antes de que sonara el teléfono, ya estaba consultando en su portátil los vuelos que había programados. Seleccionó uno que iba de Atlanta a Raleigh, una ciudad de Carolina del Norte, mientras contestaba a la llamada.
–Ya estoy en ello –le dijo a su hermana Gabriella–. Llegaré a Raleigh mañana por la tarde.
–Ni lo sueñes, van a cancelar todos los vuelos de la Costa Este durante uno o dos días como mínimo. Será mejor que esperes hasta la semana que viene y reserves plaza para el lunes o el martes, así evitarás todo el jaleo.
–¿Qué sabes de Samantha? –le preguntó, haciendo referencia a la mayor de las tres hermanas.
–Ha alquilado un coche y ya ha salido de Nueva York, estará aquí esta misma noche; con un poco de suerte, logrará adelantarse a la tormenta. Han pronosticado que el huracán entrará en tierra esta misma noche, aquí ya han empezado a llegar rachas fuertes de viento y lluvia.
Emily estaba convencida de que Samantha iba a lograr adelantarse a la tormenta, y no pudo evitar fruncir el ceño. La extraña rivalidad que siempre había tenido con su hermana mayor, una rivalidad que ni ella misma había entendido nunca, resurgió con fuerza. Teniendo en cuenta que eran tres hermanas, quizás fuera comprensible que existiera cierta competitividad entre ellas, pero no entendía por qué le pasaba con Samantha y no con Gabi; al fin y al cabo, esta última era la exitosa empresaria centrada en su carrera, la que más se parecía a ella en cuanto a ambición.
–Tomaré un vuelo esta misma noche aunque tenga que ir en coche desde Atlanta –afirmó con decisión, motivada por los planes de Samantha.
En vez de reprenderla, Gabi soltó una carcajada y admitió:
–Samantha ha adivinado que ibas a decir algo así. Desde que aprendiste la diferencia que hay entre ganar y perder, no soportas que ella te gane en nada. Haz lo que quieras, lo que importa es que llegues aquí sana y salva. Esta tormenta tiene muy mala pinta. Si se desvía lo más mínimo hacia el oeste, golpeará de lleno a Sand Castle Bay. Te apuesto lo que quieras a que la carretera de Hatteras volverá a quedar intransitable si no hicieron las cosas con más cabeza cuando la arreglaron después de la última tormenta.
–¿Cómo está la abuela?
Cora Jane Castle tenía setenta y tantos años, pero seguía rebosando energía y estaba decidida a mantener abierto el restaurante que su difunto marido había abierto en la costa, a pesar de que nadie de la familia había mostrado interés alguno en tomar las riendas del negocio; en opinión de Emily, debería venderlo y disfrutar de su vejez, pero la mera mención de semejante idea se consideraba una blasfemia.
–Estoica ante la tormenta, pero hecha un basilisco porque papá fue a buscarla para traerla a Raleigh hasta que pase el huracán –le contestó Gabi–. Está aquí, en mi casa, cocinando y mascullando unas palabrotas que me sorprende que se sepa. Creo que por eso papá se ha marchado en cuanto la ha dejado aquí, para no estar cerca cuando ella tuviera a mano mis cuchillos.
–Puede que no supiera qué decirle. Típico en él, ¿no?
Emily lo dijo con un deje de amargura. Su padre, Sam, no era nada comunicativo en el mejor de los casos; en el peor, simplemente se esfumaba sin más. Ella había acabado por resignarse en gran medida, pero los resentimientos que permanecían latentes salían a la superficie de vez en cuando.
Tal y como solía pasar, Gabi salió en defensa de su padre de inmediato.
–Está ocupado, su trabajo es importante. ¿Tienes idea del impacto que podrían tener en la vida de la gente los estudios biomédicos que lleva a cabo su empresa?
–Me gustaría saber cuántas veces le dijo eso a mamá cuando se largaba y ella tenía que criarnos sola.
Por una vez, Gabi no sacó las cosas de quicio y admitió:
–Sí, la verdad es que era una excusa habitual en él, ¿verdad? Pero ya somos adultas, a estas alturas ya tendríamos que haber superado el hecho de que no viniera a vernos en los recitales, las obras de teatro y los partidos de fútbol de la escuela.
–Y eso lo dice la mujer nada equilibrada que parece empeñada en seguir sus pasos –comentó Emily, en tono de broma–. Sabes que eres igualita a él, Gabriella. Puede que no seas una científica, pero eres adicta al trabajo. Por eso te molestas tanto cuando le critico.
El silencio que se creó tras aquellas palabras fue ensordecedor, y Emily se apresuró a disculparse al darse cuenta de que acababa de pasarse de la raya.
–Ha sido una broma, Gabi, no lo he dicho en serio. Sabes lo orgullosos que estamos de ti. Eres una alta ejecutiva en una de las empresas de biomedicina más importantes de Carolina del Norte, puede que de todo el país.
–Sí, ya lo sé, es que tu comentario me ha pillado desprevenida. Bueno, avísame cuando vayas a llegar, iré a buscarte al aeropuerto.
Antes de que Emily pudiera disculparse de nuevo por hacer un comentario tan desconsiderado y fuera de lugar, Gabriella ya había colgado. No lo hizo de golpe, con un arranque de genio similar a los que tenía la propia Emily, sino con suavidad… y, por alguna razón, eso fue mucho, pero que mucho peor.
Boone Dorsett había vivido una buena cantidad de situaciones de alerta por el acercamiento de huracanes que, en algunos casos, habían llegado a afectar a la costa, así que se sabía de memoria cómo había que sellar la casa con tablones para protegerla; aun así, la pura verdad era que la Madre Naturaleza era la que tenía siempre el control de la situación.
De pequeño le fascinaban las tormentas fuertes, pero en aquel entonces no era consciente del caos que podían generar en la vida de la gente. A esas alturas era un adulto con un hijo, un hogar y un concurrido restaurante, y sabía las pérdidas que podían causar los vendavales, las devastadoras tormentas y las inundaciones. Había visto carreteras destrozadas, casas derrumbadas, vidas arrancadas de raíz.
Por suerte, aquella última tormenta se había desviado en el último momento hacia el este y tan solo les había golpeado de refilón. Había habido daños, y muchos, pero de momento no había visto el nivel de destrucción de veces anteriores; de hecho, él había salido relativamente bien parado. En su restaurante había entrado un poco de agua y varias tejas del tejado de su casa habían sido arrancadas, pero lo que más le preocupaba después de examinar sus propiedades era el restaurante familiar de Cora Jane.
Castle’s by the Sea había sido una constante en su vida, al igual que la propia Cora Jane, y ambos habían sido su inspiración a la hora de decidir embarcarse en el negocio de la restauración. Su intención no había sido emular el éxito del Castle’s, sino crear su propio ambiente acogedor. No había recibido el apoyo de ninguno de los miembros de su disfuncional familia, y estaba en deuda con Cora Jane porque ella le había ayudado a creer en sí mismo.
La principal razón del éxito que tenía el Castle’s, aparte de su ubicación a pie de playa, la buena comida y la cordialidad del servicio, era la dedicación con la que ella dirigía el negocio. Después de que pasara la tormenta, Cora Jane le había llamado más de una docena de veces para ver si ya le habían permitido regresar a Sand Castle Bay, y él había cruzado el puente para ver cómo estaban los dos restaurantes en cuanto se había levantado la orden de evacuación.
Al final, la llamó desde el comedor húmedo y revuelto del Castle’s by the Sea para darle la evaluación de daños. Ella había estado esperando con ansia su llamada y, sin pararse a saludarle siquiera, le preguntó sin más:
–¿Está muy mal? Dime la verdad, Boone. No te atrevas a engañarme.
–Podría haber sido peor. Ha entrado algo de agua, como en el mío.
–¡Qué desconsiderada soy! No te he preguntado cómo te ha ido a ti. ¿Te ha entrado agua?, ¿no hay más daños?
–No, eso es todo. Mis empleados ya están limpiando, saben lo que hay que hacer. Mi casa está bien, y la tuya también. Un montón de ramas rotas en el jardín, un par de tejas arrancadas, pero nada más.
–Gracias a Dios. Bueno, termina de contarme cómo está el Castle’s.
–El viento ha arrancado un par de contraventanas, y los cristales se han roto. Vas a tener que reemplazar las mesas y las sillas que están empapadas, aplicar algún producto contra el moho y pintar, pero la verdad es que podría haber sido mucho peor.
–¿Cómo está la terraza?
–Sigue en pie. A mí me parece bastante sólida, pero haré que la revisen.
–¿Y el tejado?
Boone respiró hondo. No le gustaba dar malas noticias, y había dejado aquello para el final de forma deliberada.
–Mira, Cora Jane, no voy a mentirte. El tejado tiene mala pinta. Ya sabes lo que pasa cuando el viento consigue arrancar unas cuantas tejas.
–Sí, claro que lo sé. ¿El asunto es grave? ¿Está destrozado, o solo se han soltado unas cuantas tejas?
Boone sonrió al ver que se lo tomaba con tanto pragmatismo.
–Me gustaría que Tommy Cahill viniera a echar un vistazo, pero yo creo que será mejor que lo reconstruyas por completo. ¿Quieres que le llame? Me debe un favor, seguro que consigo que venga hoy mismo. Puedo llamar a tu compañía de seguros para que envíen una cuadrilla de limpieza.
–Me harás un favor si consigues que Tommy vaya cuanto antes, pero yo me encargo de llamar al seguro. No me hace falta ninguna cuadrilla de limpieza, las niñas y yo iremos mañana a primera hora y lo limpiaremos todo en un abrir y cerrar de ojos.
Boone sintió que le daba un brinco el corazón al oír aquello. Las «niñas» en cuestión tenían que ser las nietas de Cora Jane, incluyendo la que le había dejado tirado diez años atrás y se había marchado para iniciar una vida mejor que la que él podía ofrecerle.
–¿También vendrá Emily? –albergaba la débil esperanza de que ella no volviera, de no tener que soportar el tenerla delante de sus narices, de que no se pusiera a prueba si de verdad había logrado sacársela de la cabeza.
–Claro que sí –Cora Jane hizo una pequeña pausa antes de preguntar, con muchísimo tacto–: ¿Va a haber algún problema con eso, Boone?
–Por supuesto que no. Lo mío con Emily quedó en el pasado, en un pasado muy distante.
–¿Estás seguro? –insistió ella.
–Seguí adelante con mi vida y me casé con otra persona, ¿no?
–Sí, y perdiste a Jenny demasiado pronto.
A Boone no le hacía falta que le recordaran que hacía poco más de un año que había fallecido su esposa.
–Pero no perdí a nuestro hijo. Tengo que pensar en B.J., ahora él es mi vida entera.
–Sé cuánto quieres a ese niño, pero necesitas algo más. Te mereces una vida plena y llena de felicidad.
–Puede que algún día encuentre esa felicidad de la que hablas, pero no estoy buscándola y tengo muy claro que no voy a encontrarla junto a una mujer que pensaba que yo era un tipo sin futuro.
Cora Jane soltó una exclamación ahogada.
–Las cosas no fueron así, Boone. Ella no pensaba eso, lo que pasa es que tenía la cabeza llena de sueños absurdos. Sintió la necesidad de marcharse de aquí y ponerse a prueba, de ver lo que podía llegar a conseguir por sí misma.
–Esa es tu opinión, yo lo vi de otra forma. Será mejor que dejemos de hablar de Emily, tú y yo hemos conservado nuestra amistad porque hemos dejado ese tema a un lado. Ella forma parte de tu familia y la quieres, es normal que la defiendas.
–Tú también eres de mi familia, o como si lo fueras –afirmó ella con vehemencia.
Boone sonrió al escuchar aquello y admitió:
–Sí, siempre has hecho que me sienta como uno más de los vuestros. En fin, deja que haga esas llamadas, a ver lo que puedo hacer para dejar este sitio listo antes de que vengas. Te conozco y sé que querrás encender la cafetera y abrir las puertas en cuanto vuelvan a darte la luz, pero te advierto que puede que tarden un par de días. Quizás deberías plantearte quedarte con Gabi hasta que esté todo arreglado.
–No, tengo que estar ahí –le contestó ella con determinación–. No voy a conseguir nada quedándome aquí sentada de brazos cruzados, yo creo que podremos arreglárnoslas con el generador que instalaste después de la última tormenta.
–Comprobaré si está funcionando, y revisaré las neveras y la cámara frigorífica para ver si no se ha echado a perder la comida. ¿Necesitas que haga algo más antes de que vuelvas?
–Si Tommy te da un presupuesto razonable para lo del tejado, dile que puede ponerse manos a la obra.
–El precio será razonable, tienes mi palabra. Y serás la primera de su lista, ya te he dicho que me debe un favor.
–Muy bien, te veo mañana. Gracias por ir a echarle un vistazo a mis cosas.
–Los miembros de una familia se apoyan los unos a los otros.
Esa era una lección que había aprendido de Cora Jane, ya que dar apoyo y comprensión era algo que no entraba en la forma de ser de sus padres.
Después de colgar, no pudo evitar preguntarse si llegaría el día en que no lamentara que el vínculo que le unía a Cora Jane y a la familia de esta no fuera uno mucho más permanente.
Emily tardó dos días de lo más frustrantes en completar el trayecto desde Colorado hasta Carolina del Norte. Para cuando aterrizó por fin en Raleigh en un día despejado en el que no quedaba ni rastro del mal tiempo que había afectado al estado entero dos días atrás, las horas que había perdido en los aeropuertos no la fastidiaban tanto como el hecho de saber que Gabi estaría esperándola con el consabido «Ya te lo dije»… pero al salir del aeropuerto con su equipaje de mano era Samantha, su hermana mayor, quien estaba esperándola y la recibió con un fuerte abrazo.
Aunque unas enormes gafas de sol a la última moda le ocultaban gran parte del rostro y llevaba el pelo, un pelo con unas mechas que realzaban su color, recogido en una cola informal, saltaba a la vista que era alguien famoso. Emily nunca había llegado a entender cómo era posible que Samantha siguiera pareciendo una modelo de revista aunque llevara unos vaqueros viejos y una camiseta. La verdad era que su hermana tenía un aire innato de famosa, a pesar de que en su carrera como actriz nunca había alcanzado el éxito que ella esperaba.
–¿Dónde está Gabi? –le preguntó, mientras miraba a su alrededor.
–Adivínalo, te doy tres oportunidades –le contestó Samantha.
–La abuela se ha empeñado en volver a casa.
–¡Lo has adivinado a la primera! Hizo las maletas en cuanto dieron luz verde para que los residentes volvieran a la zona. Gabi logró retenerla un día entero, pero al final se rindió y le dijo que vale, que podía ser tan terca como una mula vieja si quería, pero que no iba a dejarla ir sola. Se han ido esta mañana a primera hora, y a mí me ha tocado hacer de chófer y venir a buscarte.
–¿Te acuerdas de conducir?, hace mucho que vives en Nueva York.
Su hermana se limitó a enarcar una ceja, pero le bastó con ese gesto para dejar claro lo que opinaba de su sentido del humor. Eso era algo habitual al tener a una actriz en la familia. Samantha podía comunicar más con una sola mirada que muchos con toda una diatriba, y Emily había recibido un montón de esas miradas a lo largo de los años.
–No empieces, Emily. He conseguido llegar hasta aquí, ¿no?
Emily señaló con un gesto de la cabeza el coche que había a un lado.
–¿Es el que usaste para venir desde Nueva York, o ese quedó hecho chatarra y has tenido que alquilar este otro?
–No tienes ni pizca de gracia –al ver la pequeña maleta que llevaba en la mano, le preguntó–: ¿Eso es todo lo que traes?
–Estoy acostumbrada a viajar con poco equipaje. Estaba en Aspen por asuntos de negocios cuando me enteré de lo de la tormenta, no tuve tiempo de volver a Los Ángeles a por más cosas.
–¿Traes algo para ponerte a limpiar y a fregar? No te imagino limpiando el restaurante con tus zapatos de marca. Esos son unos Louboutin, ¿verdad? Siempre has tenido gustos caros.
Emily sintió que se ruborizaba y se puso a la defensiva.
–Trabajo con gente que está obsesionada con la ropa cara, pero te aseguro que trabajo duro cuando estoy renovando una casa –suspiró antes de admitir–: Pero tienes razón, no traigo ropa adecuada para ponerme a limpiar. Mi viaje a Colorado iba a ser corto, fui para conocer a un nuevo cliente. Supongo que tendré que comprarme unos cuantos pantalones cortos y varias camisetas en algún sitio. ¿Y tú qué? Siempre vas de lo más elegante, ¿a qué vienen esos vaqueros viejos y…? –abrió los ojos como platos, sorprendida–. ¿Es esa la vieja sudadera de Ethan Cole?
Samantha se puso roja como un tomate.
–Estaba en el ático de Gabi, dentro de una caja llena de ropa vieja. Agarré lo primero que vi que me quedaba bien.
–Esa sudadera no te queda bien, tú tienes seis tallas menos. Pareces una adolescente de catorce años loquita por el capitán del equipo de fútbol –Emily sonrió de oreja a oreja al añadir–: Espera, pero si eras justo así… aún te recuerdo allí, sentadita en las gradas, mirándolo encandilada y llena de esperanza…
–Supongo que sabes que, como sigas así, es muy posible que no llegues viva a Sand Castle Bay. Seguro que encuentro algún lugar desierto de la carretera donde deshacerme de tu cadáver.
–Vaya, qué forma tan bonita de hablarle a tu hermana pequeña. Siempre me decías que me querías, incluso cuando me comportaba como una pesada insoportable.
–Te quería en aquel entonces, no hay quien pueda resistirse a una chiquitina preciosa con unos mofletitos regordetes –afirmó Samantha, sonriente–. Pero ahora ya no te quiero tanto.
Mientras iban en dirección este por la carretera, el buen humor de Emily se esfumó.
–¿Se sabe si ha habido muchos daños? –le preguntó a su hermana–. ¿Con qué se va a encontrar la abuela cuando llegue al restaurante?
–Boone le dijo que el edificio sigue en pie, aunque entró mucha agua. Van a hacer falta unas buenas dosis de cuidados y mimitos, y es probable que un tejado nuevo.
Emily sintió que le daba un brinco el corazón.
–¿Qué Boone? No será Boone Dorsett, ¿verdad? ¿Qué tiene que ver él en todo esto?
–Cora Jane y él tienen una relación muy estrecha, ¿no lo sabías?
–¿Cómo iba a saberlo?, nadie me cuenta nada –nada relevante, como el hecho de que su propia abuela y el hombre que había sido su perdición, don Boone Dorsett, fueran amiguitos del alma.
Su abuela siempre había tenido debilidad por él. Boone le había caído bien desde el principio, desde que ella había empezado a aparecer con él por casa cuando ambos tenían catorce años. Ella se había enamorado de un chico malo y desafiante que parecía estar abocado a meterse en problemas, pero su abuela había visto a un muchacho que se rebelaba contra unos padres que se comportaban con total indiferencia, había visto potencial y había tenido el acierto de ayudarle a desarrollarlo… aun así, lo normal habría sido que cortara ese vínculo al ver que su nieta terminaba su relación con él, ¿no? Aunque solo fuera por solidaridad con ella…
En cuanto la idea tomó forma en su cabeza, se dio cuenta de lo absurda que era. A diferencia de ella, su abuela sería incapaz de abandonar a Boone; de hecho, aunque nunca le había dado su opinión al respecto, estaba claro que no aprobaba en absoluto que ella hubiera elegido su carrera profesional por encima del hombre del que todos sabían que estaba enamorada.
–¿Qué es lo que pretende Boone? –le preguntó a Samantha con suspicacia.
–¿Qué quieres decir?, yo no creo que pretenda nada en concreto. Cora Jane dice que la ha ayudado mucho con el restaurante, no sé nada más.
–Si Boone está ayudando tanto, es porque quiere algo.
Lo afirmó con convicción, porque sabía por experiencia propia que él siempre andaba detrás de algo. En su momento había dicho que la quería, pero, cuando ella le había dicho que necesitaba tiempo para poder explorar un poco de mundo, él no había tardado ni diez segundos en casarse con Jenny Farmer. Lo último que había sabido de ellos era que tenían un hijo, ¿qué había pasado con el supuesto amor eterno que había jurado sentir hacia ella? Sí, ella se había marchado, pero había sido él quien había cometido una profunda traición de la que ella jamás había podido recobrarse por completo.
–Seguro que quiere apropiarse del Castle’s by the Sea.
Era una acusación muy seria, pero la posibilidad de que él pudiera haber tenido algún motivo ulterior para querer conquistarla era algo que se le había ocurrido en más de una ocasión durante aquella dolorosa época; al fin y al cabo, ¿qué otra explicación podía haber para que él se casara con otra poco después de que ella se fuera? El amor verdadero no podía ser tan voluble.
–Apuesto a que está deseando que este huracán sea la gota que colme el vaso, y que la abuela decida venderle a él una propiedad tan bien situada.
Samantha le lanzó una mirada llena de ironía antes de comentar:
–Sabes que Boone es propietario de tres restaurantes que funcionan de maravilla, ¿no?
Aquello la tomó por sorpresa.
–¿Tres?
–Sí. Primero abrió el Boone’s Harbor en la bahía, y ahora también tiene uno en Norfolk y otro en Charlotte. Creo que un asistente administrativo suyo se encarga de buscar las nuevas ubicaciones y de poner en marcha los locales, pero Boone es quien está al mando. Según la abuela, las críticas han sido fantásticas en todas partes. Ella colecciona los recortes, me extraña que no te los haya enviado.
–Supongo que pensó que ese tema no me interesaría.
Por alguna extraña razón, saber todo aquello la desanimaba. Quería tener una muy mala opinión de Boone, sentía la necesidad de pensar que él era un impresentable. No le hacía ninguna gracia plantearse que quizás le había juzgado mal, que a lo mejor no era tan ambicioso como ella creía, que había podido cometer un terrible error al dejarle ir sin más. Ella no creía en los arrepentimientos, así que ¿a qué se debía aquella extraña sensación que la embargaba?
Su hermana la miró desconcertada.
–Yo creía que hacía mucho que le habías olvidado. Fuiste tú la que rompió la relación y no al revés, ¿verdad? Siempre di por hecho que se lio con Jenny por despecho.
–¡Pues claro que le he olvidado! –exclamó, indignada–. En los diez años que hace que me largué de aquí, no he pensado en él ni por asomo –la vocecilla interior de su conciencia le gritó que estaba mintiendo.
–¿A qué viene entonces todo esto?
–Es que no quiero que se aproveche de la abuela, es demasiado confiada.
Samantha se echó a reír.
–¿Cora Jane, confiada? Supongo que estás pensando en otra abuela. La nuestra es tan lista como la que más en cuestiones de negocios, y un lince a la hora de calar a la gente.
–Yo solo digo que no es inmune ante un hombre con tanto encanto como Boone. Vamos a dejar el tema, me está dando dolor de cabeza –frunció el ceño al darse cuenta de que estaban en el abarrotado aparcamiento de un supermercado–. ¿Por qué paras aquí?
–Para comprar tu nuevo vestuario de limpieza –Samantha esbozó una sonrisa de lo más inocente al añadir–: No podemos olvidar las sandalias ni las zapatillas de deporte.
Emily la miró consternada. Las únicas sandalias que se ponía a esas alturas de su vida las compraba en la selecta boutique que un conocido diseñador tenía en Rodeo Drive.
–Vale, pero que ni a Gabi ni a ti se os olvide que no limpio ventanas –vaciló antes de añadir–: ni suelos.
Samantha le pasó el brazo por los hombros mientras cruzaban el abarrotado aparcamiento.
–Lo que tú digas, Cenicienta. Te dejaremos a ti el colector de grasa, verás cómo te diviertes.
Emily la miró ceñuda. Daba la impresión de que iban a ser un par de semanas muy largas, sobre todo si Boone iba a estar metido en el asunto.