Читать книгу Castillos en la arena - La caricia del viento - Sherryl Woods - Страница 12

Capítulo 5

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Cuando Boone llegó a casa por fin aquella noche, bañó a un exhausto B.J. y le acostó de inmediato. Después llamó a Pete Sanchez, el gerente de operaciones de sus restaurantes, para que le dijera cómo iba todo.

–Malas noticias, jefe.

Aunque Pete tenía un año menos que él, había entrado a trabajar para él con diez años de sólida experiencia a sus espaldas. Estaba soltero y era muy activo, así que pasaba gran parte del tiempo supervisando los restaurantes de Norfolk y de Charlotte, con lo que le ahorraba a él tener que viajar; aun así, había regresado a Carolina del Norte en cuanto los residentes y los empresarios de la zona habían recibido permiso para regresar a las islas costeras.

–Dime.

Pete solía ser bastante comedido, así que, si lo que tenía que contarle le parecía malo, lo más probable era que pudiera considerarse algo desastroso.

–Por lo que parece, el restaurante se ha inundado demasiadas veces, y las últimas reparaciones debieron de hacerse con materiales de baja calidad. Al quitar las moquetas hemos encontrado por todas partes secciones con tablas podridas.

–¡Mierda! –masculló Boone.

–Espera, que la cosa se pone peor. Hemos encontrado moho detrás de una parte del panel de yeso que queda en el lado más cercano a la bahía, donde el agua quedó estancada más tiempo. Es mucho moho, y bastante penetrante.

–No me lo puedo creer –murmuró con frustración.

Si había mucho moho, estaba claro que no era algo que hubiera pasado de un día para otro, por muy rápido que pudiera aparecer después de una inundación. Y las tablas del suelo no se habían podrido a raíz de aquel último huracán. Seguro que eran cosas que sus inspectores tendrían que haber detectado antes de que comprara el local.

Soltó un suspiro y llegó a la conclusión de que iba a tener que considerarlo como una lección bien aprendida. La próxima vez iba a encargarle a un contratista que revisara todas las propiedades que se planteara comprar, y así se aseguraría de que la inspección no fuera superficial ni a favor del vendedor.

–¿Por qué no me has llamado al móvil? –le preguntó a Pete, cuando tuvo controlado su mal genio–, le habría pedido a Tommy que fuera a echar un vistazo hoy mismo.

–Lo he intentado, pero supongo que aún hay problemas con el servicio. Creo que el viento derribó una de las antenas repetidoras, o algo así. He conseguido contactar una vez y he intentado dejarte un mensaje, pero se ha cortado antes de que pudiera explicarte lo que pasaba.

Boone se sacó el móvil del bolsillo, y al ver que la llamada había quedado registrada a primera hora de la tarde supuso que la había recibido cuando estaba atareado con la ruidosa sierra mecánica.

–Lo siento, estaba echando una mano en el Castle’s.

–Ya lo sé, por eso no he querido darle una importancia exagerada a algo que puede solucionarse mañana. He pensado en llamar yo mismo a Tommy, pero me he dado cuenta de que lo más probable era que estuviera ahí contigo. Me comentaste que querías que se encargara de reparar el tejado de Cora Jane, ya sé que para ti eso es una prioridad.

–No te preocupes, tú no tienes la culpa de nada. Voy a llamar a Tommy ahora mismo, estaremos ahí bien temprano para que evalúe los daños y me diga cuánto tiempo van a durar las reparaciones.

–¿Cómo de temprano?, ¿al amanecer?

–Sí, más o menos.

–¿Quieres que yo también vaya?

–No, tómate un descanso –le dijo, consciente de que Pete era un ave nocturna–. Ya me encargo yo. Podríamos quedar a eso de las nueve para trazar un plan de acción; por lo que parece, vas a tener que quedarte aquí más tiempo del que hablamos en un principio, ¿tienes pendiente algo urgente en Norfolk o en Charlotte?

–No, los dos restaurantes van como la seda. Tienes unos excelentes equipos de gestión.

Boone se echó a reír.

–No tienes más remedio que decir eso, fuiste tú quien contrataste a casi todos.

–Eso no implica que sea parcial. Si la cagan, el responsable soy yo –vaciló antes de añadir–: He estado pensando que, cuando las cosas se normalicen por aquí, podríamos empezar a buscar la cuarta propiedad que mencionaste.

–¿Qué pasa?, ¿estás aburrido?

–Pues la verdad es que un poco, ya sabes que me encanta encargarme del arranque de los nuevos locales.

–En breve nos pondremos en serio con el próximo, ¿puedes empezar a recopilar información para el estudio de mercado por mí?

–Claro. Por cierto, ¿quieres que cancele los anuncios de la reapertura de este fin de semana?

–Lo decidiremos cuando haya revisado el local con Tommy, a lo mejor no está tan mal como te ha parecido a primera vista.

–Está fatal –le advirtió Pete–. Si el moho se ha extendido más allá de lo que he visto, estamos hablando de reformas en mayúsculas.

–¿La cocina está funcional? –le preguntó, al recordar el compromiso al que Cora había llegado con sus nietas para reabrir el Castle’s parcialmente.

–Lista y limpia como una patena.

–Y sabemos que la terraza está firme.

–¿Qué se te ha ocurrido?

–Que por el momento podríamos servir fuera un número limitado de platos. Estamos a finales de temporada y, por lo que me han comentado algunos agentes de policía de la zona, se espera que empiecen a llegar turistas otra vez este fin de semana. No me gustaría que los camareros se pierdan las propinas que reciben en esta época del año.

–¿Quieres que vengan todos a trabajar aunque haya menos mesas?

–Yo creo que repartir menos propinas entre todos ellos es mejor que no recibir ninguna, ¿no?

–¿No te preocupa cómo puede afectar a tu reputación el que no podamos servir a tanta gente como de costumbre, y que nos limitemos a ofrecer un par de especialidades en vez de un menú completo?

Boone soltó una carcajada.

–Si alguien tiene mucha prisa o viene con la intención de publicar una opinión sobre la comida, supongo que podríamos dar una buena imagen diciendo que hemos hecho el esfuerzo de mantener abierta la cocina, que nuestra selección de platos es limitada pero de gran calidad, y que nuestros empleados están trabajando a pesar de los daños que nos ha ocasionado el huracán; de hecho, conozco a la persona perfecta para redactar una nota de prensa –comentó, pensando en Gabi–. Seguro que puede conseguir que parezcamos unos angelitos benevolentes.

Pete se echó a reír.

–Si puede conseguir eso con un par de tipos como tú y yo, es una maga. Pídeselo y yo me encargo de la distribución, será mejor que nos anticipemos y generemos una buena imagen mediática.

–Así me gusta, esa es la actitud. Pon esa nota de prensa en la lista de tareas que tendremos que concretar cuando nos veamos mañana.

–Qué optimista eres. No sé cómo lo consigues, incluso después de lo de Jenny… en fin, digamos que es una de las razones por las que me encanta trabajar contigo. Acabo de darte un informe horrible, pero tú has conseguido darle la vuelta, idear un plan, y ya estás listo para pasar a la acción.

–Por eso me pagan un pastón –le contestó Boone en tono de broma. En sus comienzos, a menudo había tenido que salir adelante sin apenas dinero para poder mantener a flote su primer restaurante–. Y a ti te pago otro pastón por controlar que las cosas se hagan en el tiempo previsto. Nos vemos mañana, Pete.

En cuanto terminó la llamada, llamó al móvil de Gabi; de todas las Castle, su número y el de Cora Jane eran los únicos que se sabía de memoria ya que, en caso de que surgiera una urgencia y hubiera que avisar a la familia para que alguien fuera cuanto antes, ella era la que vivía más cerca. La última vez que la había llamado había sido justo antes de la tormenta, para cerciorarse de que alguien iba a ir a por Cora Jane para llevársela de la zona de peligro, porque sabía que ella no iba a tomar por sí misma la decisión de marcharse. Iba a ponerse furiosa si llegaba a enterarse de que él era el culpable de que Sam hubiera ido a buscarla, pero estaba dispuesto a soportar el rapapolvo con tal de mantenerla a salvo.

Gabi contestó adormilada al teléfono.

–Hola, Boone. ¿Qué pasa?

–Perdona, ¿te he despertado?

–No, acabo de acostarme.

–Seré breve, te lo prometo –después de explicarle el problema, le pidió–: ¿Puedo contratarte para que redactes una nota de prensa cuanto antes? A Pete le preocupa que la gente no se tome bien que no trabajemos a pleno rendimiento.

–Y queréis que vean que habéis abierto para no perjudicar ni a vuestros trabajadores ni a los clientes, aunque la situación no sea óptima.

–Exacto. ¿Puedes hacer algo al respecto?

–Pues claro, déjamelo a mí. ¿Os funciona el fax del restaurante, o prefieres que te mande el documento por correo electrónico?

–Por correo electrónico, eso parece lo más eficiente de cara a la distribución.

–Perfecto. ¿A qué hora has quedado con Pete?

–A las nueve de la mañana.

–Lo tendrás mucho antes. Si cambias en algo el enfoque, llámame para que prepare un borrador nuevo en mi iPad y te lo enviaré cuanto antes.

–Eres un ángel, Gabi.

–Pues parece que tu halo también es bastante brillante –bromeó ella–. ¿Quieres que le diga a alguien en particular lo bueno que eres?

Boone captó la indirecta a la primera.

–No hace falta que le hables bien a Emily de mí.

–¿Por qué no?, ¿qué tendría de malo?

–Cíñete a las relaciones públicas y deja el papel de casamentera, por favor. No hagas que me arrepienta de haberte llamado.

–Bueno, si me lo pides así de bien, por ahora me centraré en lo que me has encargado.

–¿Puedes avisar a Cora Jane de que Tommy y yo llegaremos más tarde de lo previsto?

–No te preocupes por eso, hoy has ayudado de sobra. Ven cuando puedas.

–Gracias, Gabi.

Boone colgó y se preguntó si ella iba a ser capaz de no inmiscuirse en sus asuntos personales; teniendo en cuenta de quién era nieta, era bastante improbable.

Emily no dejaba de mirar hacia el aparcamiento cada dos por tres. Era media mañana, y ni rastro de Boone. Los clientes habían ido llegando al Castle’s desde que habían abierto a las seis; al parecer, entre la gente de la zona se había corrido la voz de que iban a abrir, aunque solo hubiera servicio en las mesas de la terraza. Al principio, habían ido llegando con cuentagotas los que querían disfrutar de un glorioso amanecer, pero después no había habido ni una sola mesa vacía en toda la mañana.

Nadie se había quejado del limitado menú. El café estaba bien fuerte y había huevos, beicon, tostadas y gachas a tutiplén. Todo el mundo parecía satisfecho con la reducida selección. Las cestas de pastitas gratuitas que Cora Jane había insistido en poner en las mesas también habían tenido un gran éxito, y los clientes de toda la vida se habían alegrado mucho al volver a ver a Emily, Gabi y Samantha trabajando junto a su abuela.

Con la ayuda de dos camareras más, las tres hermanas habían logrado que todo funcionara de maravilla, pero no les había quedado tiempo para seguir con la limpieza del interior del restaurante; cuando la terraza empezó a vaciarse un poco por fin, Emily pudo tomarse un respiro y se acercó con una taza de café a una mesa que estaba junto a la baranda y desde la que se veía el océano… y también el aparcamiento.

Samantha se sentó junto a ella, apoyó los pies en otra silla con un suspiro de alivio, y le preguntó en tono de broma:

–¿Estás buscando a alguien?

–No, ¿por qué?

–Porque has pasado un montón de tiempo con los ojos pegados al aparcamiento, y he pensado que estarías preguntándote dónde está Boone.

–Nos aseguró que vendría a primera hora –contestó, con la voz teñida por años de dudas y amargura–. Por mucha fe que la abuela tenga en él, está claro que no se puede confiar en su palabra.

–La ha llamado justo cuando llegamos aquí esta mañana, y anoche habló con Gabi para explicarle lo que pasaba.

Emily se tensó al oír aquello.

–¿Llamó a Gabi?, ¿por qué?

–Para encargarle un trabajo.

–¿Qué clase de trabajo?

–Venga ya, no me digas que estás celosa de tu propia hermana –le dijo Samantha, con una sonrisa de oreja a oreja.

–No digas tonterías, lo que pasa es que me parece curioso que la haya llamado a ella. ¿Desde cuándo tienen una relación tan estrecha?, ¿por qué no nos llamó a alguna de nosotras dos?

–Pues puede que sea porque ella es la que tiene experiencia en relaciones públicas. Si me das dos segundos, te lo explico para que te quedes tranquila.

Emily sabía que estaba exagerando, que estaba buscando excusas para criticar a Boone y poder mantener las distancias con él, así que respiró hondo y asintió.

–Venga, explícamelo.

Samantha le contó los problemas que habían encontrado al inspeccionar con mayor detenimiento el restaurante de Boone, el plan que había ideado él para lidiar con la situación, y el papel que iba a jugar Gabi desde el punto de vista publicitario.

–Esta mañana tenía que reunirse con la gente que está poniendo a punto el restaurante, ver por sí mismo la gravedad del problema, y tomar las decisiones pertinentes.

–¿Y qué pasa con Tommy Cahill?, ¿dónde está? Iba a empezar a reparar el tejado hoy mismo, Boone se lo prometió a la abuela. Han anunciado tormentas para última hora de esta tarde, el local se va a inundar si no colocan aunque sea una lona ahí arriba.

–Tommy está con Boone para evaluar los daños y ver lo que hay que hacer en el restaurante, ha quedado aquí con su cuadrilla a las once –Samantha miró hacia el aparcamiento al oír que llegaban varias camionetas–. Aquí están, justo a tiempo –miró a Emily con expresión elocuente al añadir–: No deberías ser tan dura con Boone. Ayer estuvo aquí todo el día, pensó en la abuela y en el Castle’s antes que en sus propios problemas.

Emily era consciente de que le había juzgado mal de nuevo, así que no tuvo más remedio que admitir:

–Tienes razón, ya sé que estoy buscando excusas para no llevarme bien con él.

–Porque te da miedo.

–¿El qué?

–Volver a enamorarte de él.

–Eso no va a pasar –insistió, a pesar de que su hermana había dado justo en el clavo.

Samantha esbozó una amplia sonrisa al oír aquello, y se limitó a decir:

–Podría apostarte algo a que sí, hermanita, pero no hay que quitarle dinero a los ilusos.

Después de su conversación con Samantha, Emily entró en el restaurante y se sentó en uno de los reservados con su portátil para intentar trabajar un poco antes de que tuviera que seguir ayudando a servir mesas o a limpiar. Tenía un listado de proveedores con los que quería contactar para ver cuál era la disponibilidad de los muebles para hoteles de montaña que ofrecían. Como tenía tan poco margen de tiempo para maniobrar, no podía hacerle un pedido a alguien que no tuviera en stock gran parte de lo necesario, y en cantidades suficientes. No podía darse el lujo de esperar a que le entregaran artículos hechos a medida.

Llevaba un rato tomando notas y mirando páginas web cuando se dio cuenta de que B.J. estaba parado junto a la mesa.

–Hola –le saludó, sonriente.

El niño se acercó un poco más.

–¿Qué haces?

–Buscar muebles.

–¿Puedo verlo?

–Claro –le contestó, antes de apartarse un poco a un lado para dejarle sitio.

El niño se colocó de rodillas sobre el banco y, cuando se inclinó un poco hacia ella, el contacto de aquel cuerpecito con olor a niño la tomó desprevenida. No se había planteado nunca la posibilidad de ser madre, pero de repente estaba sintiendo una especie de instinto maternal. Sentir aquello fue toda una sorpresa, pero la experiencia no le resultó nada desagradable.

Al ver cómo fruncía el ceño, cómo sacaba la puntita de la lengua entre los dientes mientras observaba la pantalla con atención, se dio cuenta de que había visto a Boone poner aquella misma cara una o dos veces cuando estaba pensativo.

Al cabo de unos segundos, el niño la miró y comentó con cierta vacilación:

–Todo eso quedaría bastante raro aquí.

Ella se echó a reír al oír aquella certera valoración, y admitió:

–Sí, es que es para ponerlo en otro sitio. Anda, dime por qué te parece que no quedaría bien aquí.

–Todo es muy oscuro, y demasiado grande.

–Exacto. Tienes buen ojo. ¿Se te ocurre dónde podría quedar bien?

–En algún sitio muy grande.

–¿Crees que quedaría bien delante de una gran chimenea de piedra?

Los ojos del niño se iluminaron.

–¡Ah!, ¿es uno de esos sitios donde la gente va a esquiar en invierno?

Era sorprendente que tuviera tanto acierto.

–Exacto. Son muebles para un hotel de montaña que van a abrir en Colorado.

–¡Genial! Pero yo creo que quedarían mejor en rojo.

Emily se echó a reír al verle tan seguro a la hora de dar su opinión.

–¿Por qué?

–Porque es mi color preferido, el color de los coches de bomberos y de las manzanas de caramelo.

–Y supongo que a ti te gustan las dos cosas.

–Sí –su sonrisa se desvaneció–. Y era el color del coche de mi madre, el que eligió antes de morir –la miró a los ojos al confesar–: Papá se lo compró para darle la sorpresa en su cumpleaños, pero mamá no llegó a conducirlo nunca porque se puso muy malita.

Emily tuvo que tragar el nudo que se le formó en la garganta antes de poder decir:

–Lo siento.

–A veces la echo de menos.

–Es normal. Mi madre murió hace tiempo, y aún la echo de menos.

–¿Alguna vez lloras?

–Claro que sí, ¿y tú?

–Sí, pero intento ser valiente porque sé que hablar de ella pone a papá muy, pero que muy triste.

Emily tuvo ganas de abrazarlo con fuerza hasta que liberara todas las lágrimas que tenía contenidas, pero, como sabía que ella no era quién para hacer tal cosa, le dijo con voz suave:

–Apuesto a que a tu papá le gustaría que hablaras de tu mamá siempre que tengas ganas de hacerlo. Aunque nos sintamos tristes al hablar de alguien, yo creo que siempre es reconfortante recordar a esa persona con alguien que también la quería.

La expresión de B.J. se iluminó un poco.

–¿De verdad lo crees?

–Sí, de verdad. ¿Dónde está tu padre?

–En su restaurante. Yo estaba aburrido, así que ha llamado a la señora Cora Jane para preguntarle si podía venir con Tommy.

–¿Sabe ella que estás aquí conmigo?

–No –se sonrojó al admitir avergonzado–: Me ha mandado a decirte que salgas y te pongas a trabajar.

Emily se echó a reír, aunque tenía la sospecha de que su abuela había tenido motivos ulteriores para mandar al niño.

–¿Ah, sí? ¿Qué te parece si no le decimos que se te ha olvidado darme su recado? Le explicaremos que te he pedido tu opinión de experto sobre el trabajo que estoy haciendo, así serás mi asesor.

El niño la miró con los ojos como platos.

–¿En serio?

–En serio. Bueno, se acabó mi descanso. Será mejor que haga caso a mi abuela y salga a echar una mano.

Después iba a tener una charla con ella, por enviarle a B.J. con el solo propósito de que estrecharan lazos. El plan había sido todo un éxito, y tenía la sensación de que iba a acabar por lamentarlo tarde o temprano.

Boone había entrado en el Castle’s justo a tiempo de oír la conversación de su hijo con Emily. La sutileza y la ternura de esta última le tomaron por sorpresa, pero le dolió en el alma saber que B.J. tenía miedo a lastimarle.

Salió del restaurante con sigilo antes de que se percataran de su presencia, y Cora Jane le miró sorprendida y le preguntó:

–¿No están dentro?

–Sí –le contestó él con rigidez.

–Pareces enfadado.

–No lo estoy.

No estaba seguro de lo que estaba sintiendo, pero no era enfado. Quizás era un pánico ciego, porque había vuelto a ver algo que demostraba que su hijo estaba estrechando lazos con una mujer que al final acabaría marchándose y haciéndole daño. No había podido protegerle de muchos golpes de la vida, pero no esperaba tener que protegerle tan pronto de una nueva pérdida.

–Me parece que será mejor que le mantenga alejado de aquí durante las próximas semanas –no sabía cómo iba a lograrlo sin que el niño se emberrinchara.

–¿Por qué? –le preguntó Cora Jane, atónita.

–Está encariñándose demasiado con Emily.

–Yo creo que eso es algo positivo tanto para él como para ella.

–Se marchará tarde o temprano. Yo sé de primera mano lo que es eso, lo que se siente, pero él es un niño. Ya ha perdido a su madre. ¿Qué pasa si le toma afecto a Emily y ella se larga?, ¿cómo va a encajar ese golpe?

Cora Jane le miró con exasperación.

–Ya sé que sientes cierto resquemor hacia Emily, pero ¿de verdad crees que sería tan cruel como para dejar que B.J. le tomara afecto antes de marcharse sin más? No tienes muy buena opinión de ella.

–¿Y eso te extraña? Me dejó sin pensárselo dos veces.

–Los dos sabemos por qué lo hizo –le recordó ella con tacto–. Le daba pánico que, con una mera palabra, lograras convencerla de que se quedara. Pero tú ni siquiera lo intentaste. Peor aún: en un abrir y cerrar de ojos, diste media vuelta y te casaste con Jenny.

Boone frunció el ceño al notar cierto matiz acusador en su voz.

–¿Crees de verdad que la ruptura fue culpa mía?

Ella sonrió al verle tan indignado.

–No, lo que creo es que ella rompió contigo y tu orgullo te impidió intentar arreglar las cosas.

–Tú dejaste que se fuera porque la quieres, ¿qué tiene de distinto lo que hice yo? Me di cuenta de que no sería feliz aquí conmigo.

–¿En serio? Tú podrías haberle ofrecido algo que no estaba en mis manos, el futuro que ella siempre ha querido en el fondo.

–Cora Jane, me dejó muy claro que compartir su vida conmigo no era lo que quería para su futuro.

–Puede que no lo fuera en aquel preciso momento, pero ella estaba enamorada de ti en aquel entonces y estoy convencida de que sigue estándolo ahora. Lo que pasa es que debe encontrar la forma de tenerlo todo, tiene que darse cuenta de que elegirte a ti no significaría sacrificar la carrera profesional que ansía. Esa es una lección que te da la madurez, y creo que ya está a punto de aprenderla.

Boone la miró ceñudo, y afirmó con testarudez:

–Es demasiado tarde. ¿Cómo es ese dicho…? El gato escaldado del agua fría huye, ¿no?

–Ah, entonces ¿no crees en las segundas oportunidades? Pues me parece que a ti te dieron unas cuantas hace años. Acuérdate de aquella noche en que tuve que mandar a mi marido a buscarte a comisaría, cuando te pillaron intentando comprar cerveza con un carné falso y me llamaste a mí en vez de a tus padres.

–Era un idiota –admitió, avergonzado.

Ella no negó aquella afirmación, y se limitó a contestar:

–Pero yo no te di la espalda, ¿verdad?

–Porque eres una santa, o a lo mejor para poder echármelo en cara durante el resto de mi vida.

–A lo mejor fue porque te quiero, y sé que tus defectos forman parte de ti.

Él suspiró y la miró a los ojos.

–Te entiendo, de verdad que sí, pero no puedo arriesgarme. No puedo poner en peligro mi corazón, y mucho menos el de mi hijo.

No hizo falta que mencionara cuánto se enfurecerían los padres de Jenny si se enteraran de que Emily había vuelto a su vida; por ilógico que pareciera, la consideraban tan culpable como él de todas las desdichas que hubiera podido sufrir Jenny, y regresarían a Sand Castle Bay a toda velocidad si se olieran siquiera que volvían a estar juntos.

–Hay demasiadas cosas en juego, Cora Jane. No hay nada por lo que merezca la pena correr el riesgo de lastimar a B.J.

–Pues lo siento por ti –le dijo ella con voz suave–. No hay nada en la vida que carezca de riesgos, ¿habrías renunciado a la posibilidad de tener a B.J. de haber sabido con antelación el dolor que te esperaba al perder a Jenny?

–Claro que no.

–Pues a eso me refiero. Si quieres llegar a las cimas más altas, también tienes que arriesgarte a pasar por las hondonadas más profundas.

–Quiero que tanto mi vida como la de mi hijo se mantengan en una plácida llanura –él mismo era consciente de que lo que estaba diciendo era un sueño imposible.

–Me parece un objetivo loable, pero poco realista. La vida no es así –le sostuvo la mirada al añadir–: Y sabes tan bien como yo, Boone Dorsett, que te aburrirías a más no poder si lo fuera.

Quizás sí, quizás no; en todo caso, él estaría encantado de probar esa plácida existencia por un tiempo, a ver qué tal.

Castillos en la arena - La caricia del viento

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