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DEBE ser posible explicar mecánicamente los denominados «procesos secundarios», atribuyéndolos al efecto que una masa de neuronas con una catexis constante (el yo) ejerce sobre otras neuronas con catexis variables. Comenzaré por intentar una descripción psicológica de tales procesos.

Si por un lado tenemos el yo y por el otro W (percepciones) -es decir, catexis en y venidas de j; (del mundo exterior)-, entonces tendremos que encontrar un mecanismo que induzca al yo a seguir las percepciones y a influir sobre ellas. Ese mecanismo radica, según creo, en el hecho de que, de acuerdo con mis hipótesis, toda percepción excita w; es decir, emite un signo de cualidad . Dicho más correctamente, excita consciencia (consciencia de una cualidad) en W, y la descarga de la excitación perceptiva provee a y con una noticia que constituye precisamente, dicho signo de cualidad. Por consiguiente, propongo la sugerencia de que serían estos signos de cualidad los que interesan a y en la percepción [véase parágrafo 19 de la primera parte].

Tal sería, pues, el mecanismo de la atención psíquica. Me resulta difícil dar una explicación mecánica (automática) de su origen. Creo, por tanto, que está biológicamente determinada, es decir, que se ha conservado en el curso de la evolución psíquica, debido a que toda otra conducta por parte de y ha quedado excluida en virtud de ser generadora de displacer. El efecto de la atención psíquica es el de catectizar las mismas neuronas que son las portadoras de la catexis perceptiva. Este estado de atención tiene un prototipo en la vivencia de satisfacción [parágrafo 11 de la primera parte], que es tan importante para todo el curso del desarrollo, y en las repeticiones de dicha experiencia: los estados de anhelo desarrollados hasta convertirse en estados de deseo y estado de expectación. Ya demostré [primera parte, parágrafo 16-18] que dichos estados contienen la justificación biológica de todo pensar. La situación psíquica es, en dichos estados, la siguiente: el anhelo implica un estado de tensión en el yo y, a consecuencia de éste, es catectizada la representación del objeto amado (la idea desiderativa). La experiencia biológica nos enseña que esta representación no debe ser catectizada tan intensamente que pueda ser confundida con una percepción, y que su descarga debe ser diferida hasta que de ella partan signos de cualidad que demuestren que la representación es ahora real; es decir, que su catexis es perceptiva. Si surgiera una percepción que fuese idéntica o similar a la idea desiderativa, se encontraría con sus neuronas ya precatectizadas por el deseo; es decir, algunas de ellas, o todas, estarán ya catectizadas, de acuerdo con la medida en que coincidan la representación [idea desiderativa] y la percepción. La diferencia entre dicha representación y la percepción recién llegada da dirigen, entonces, al proceso cogitativo [del pensamiento], que tocará a su fin cuando se haya encontrado una vía por la cual las catexis perceptivas sobrantes [discrepantes] puedan ser convertidas en catexis ideativas: en tal caso se habrá alcanzado la identidad .

La atención consistirá entonces en establecer la situación psíquica del estado de expectación también para aquellas percepciones que no coinciden, ni siquiera en parte, con las catexis desiderativas. Sucede, simplemente, que ha llegado a ser importante emitir catexis al encuentro de todas las percepciones. En efecto, la atención está biológicamente justificada, sólo se trata de guiar al yo en cuanto a cuál catexis expectante debe establecer, y a tal objeto sirven los signos de cualidad.

Aun es posible examinar más de cerca el proceso de [establecer una] actitud psíquica [de atención]. Supongamos, para comenzar, que el yo no esté prevenido y que entonces surja una catexis perceptiva, seguida por sus signos de cualidad. La estrecha facilitación entre estas dos noticias intensificará todavía más la catexis perceptiva, produciéndose entonces la catectización atentiva de las neuronas perceptivas. La siguiente percepción del mismo objeto resultará (de acuerdo con la segunda ley de asociación) en una catexis más copiosa de la misma percepción, y sólo esta última será la percepción psíquicamente utilizable.

(Ya de esta primera parte de nuestra descripción se desprende una regla de suma importancia: la catexis perceptiva, cuando ocurre por primera vez, tiene escasa intensidad y posee sólo reducida cantidad (Q), mientras que la segunda vez, existiendo ya una precatexis de y, la cantidad afectada es mayor. Ahora bien: la atención no implica, en principio, ninguna alteración intrínseca en el juicio acerca de los atributos cuantitativos del objeto, de modo que la cantidad externa (Q) de los objetos no puede expresarse en y por cantidad psíquica (Qh). La cantidad psíquica (Qh) significa algo muy distinto, que no está representado en la realidad, y, efectivamente, la cantidad externa (Q) está expresada en y por algo distinto, a saber, por la complejidad de las catexis. Pero es por este medio que la cantidad externa (Q) es mantenida apartada de y [parágrafo 9 de la primera parte]).

He aquí una descripción todavía más satisfactoria [del proceso expuesto en el penúltimo párrafo]. Como resultado de la experiencia biológica, la atención de y está constantemente dirigida a los signos de cualidad. Estos signos ocurren, pues, en neuronas que ya están precatectizadas, alcanzando así una cantidad suficiente magnitud. Los índices de cualidad así intensificados intensifican a su vez, merced a su facilitación, las catexis perceptivas, y el yo ha aprendido a disponer las cosas de modo tal que sus catexis atentivas sigan el curso de ese movimiento asociativo al pasar de los signos de cualidad hacia la percepción. De tal manera [el yo] es guiado para que pueda catectizar precisamente las percepciones correctas o su vecindad. En efecto, si admitimos que es la misma cantidad (Qh) procedente del yo la que corre a lo largo de la facilitación entre el signo de cualidad y la percepción, hasta habremos encontrado una explicación mecánica (automática de la catexis de atención. Así, pues, la atención abandona los signos de cualidad para dirigirse a las neuronas perceptivas, ahora hipercatectizadas.

Supongamos que, por uno u otro motivo, fracase el mecanismo de la atención. En tal caso no se producirá la catectización desde y de las neuronas perceptivas y la cantidad (Q) que a ellas haya llegado se transmitirá a lo largo de las mejores facilitaciones, o sea, en forma puramente asociativa, en la medida en que lo permitan las relaciones entre las resistencias y la cantidad de la catexis perceptiva. Probablemente este pasaje de cantidad no tardaría en llegar a su fin, puesto que la cantidad (Q) se divide y no tarda en reducirse, en alguna de las neuronas siguientes, a un nivel demasiado bajo para el curso ulterior. El decurso de las cantidades vinculadas a la percepción (Wq) puede, bajo ciertas circunstancias, suscitar ulteriormente la atención o no; en este último caso terminará silenciosamente en la catectización de cualquier neurona vecina, sin que lleguemos a conocer el destino ulterior de dicha catexis. Tal es el curso de una percepción no acompañada por atención, como ha de ocurrir incontables veces en cada día. Como lo demostrará el análisis del proceso de la atención, dicho curso no puede llegar muy lejos, circunstancia de la cual cabe inferir la reducida magnitud de las cantidades vinculadas a la percepción (Wq).

En cambio, si el sistema W ha recibido su catexis de atención, puede ocurrir toda una serie de cosas, entre las cuales cabe destacar dos situaciones: la del pensar común y la de sólo pensar observando. Este último caso parecería ser el más simple; corresponde aproximadamente al estado del investigador que, habiendo hecho una percepción, se pregunta: «¿Qué significa esto? ¿Adónde conduce?» Lo que sucede entonces es lo siguiente (pero en aras de la simplicidad tendré que sustituir ahora la compleja catectización perceptiva por la de una única neurona). La neurona perceptiva está hipercatectizada, la cantidad, compuesta de cantidad externa y de cantidad psíquica (Q y Qh) fluye a lo largo de las mejores facilitaciones y supera cierto número de barreras, de acuerdo con las resistencia y la cantidad intervinientes. Llegará a catectizar algunas neuronas asociadas, pero no podrá superar otras barreras, porque la fracción [de cantidad] que llega a incidir sobre ellas es inferior a su umbral. Seguramente serán catectizadas neuronas más numerosas y más alejadas que en el caso de un mero proceso asociativo que se desarrolle sin atención. Finalmente, empero, la corriente desembocará, también en este caso, en determinadas catexis terminales o en una sola. El resultado de la atención será que en lugar de la percepción aparecerán una o varias catexis mnemónicas, conectadas por asociación con la neurona inicial.

En aras de la simplicidad, supongamos también que se trate de una imagen mnemónica única. Si ésta pudiese volver a ser catectizada (con atención) desde y, el juego se repetiría: la cantidad (Q) volvería a fluir una vez más y catectizaría (evocaría) una nueva imagen mnemónica, recorriendo para ello la vía de la mejor facilitación . Ahora bien: el propósito del pensamiento observador es a todas luces el de llegar a conocer en la mayor extensión posible las vías que arrancan del sistema W, pues de tal modo podrá agotar el conocimiento del objeto perceptivo. (Se advertirá que la forma de pensamiento aquí descrita lleva el (re)conocimiento). De ahí que se requiera una vez más una catexis y para las imágenes mnemónicas ya alcanzadas; pero también se requiere un mecanismo que dirija dicha catexis a los lugares correctos. ¿Cómo, sino así, podrían saber las neuronas y en el yo adónde debe dirigirse la catexis? Un mecanismo de atención como el que anteriormente hemos descrito vuelve a presuponer, sin embargo, la presencia de signos de cualidad. ¿Acaso aparecen éstos en el decurso asociativo? De acuerdo con nuestras presuposiciones, normalmente no; pero bien podrían ser obtenidos por medio del siguiente nuevo dispositivo. En condiciones normales, los signos de cualidad sólo emanan de la percepción, de modo que todo se reduce a extraer una percepción del decurso de cantidad (Qh). si el decurso de cantidad (Qh) entrañara una descarga además del mero pasaje, esa descarga daría, como cualquier otro movimiento, un signo de movimiento. Después de todo, los mismos signos de cualidad son noticias de descarga. (Más adelante podremos considerar de qué tipo de descarga son noticias). Ahora puede ocurrir que durante un decurso cuantitativo (Qh) también sea catectizada una neurona motriz, que a continuación descargará la cantidad (Qh) y dará origen a un signo de cualidad. Mas se trata de que obtengamos tales descargas de todas las catexis. Pero no todas [las descargas] son motrices, de modo que con este propósito deberán ser colocadas en una firme facilitación con neuronas motrices.

Esta finalidad es cumplida por las asociaciones verbales, que consisten en la conexión de neuronas y con neuronas empleadas por las representaciones vocales y que, a su vez, se encuentran íntimamente asociadas con imágenes verbales motrices. Estas asociaciones [verbales] tienen sobre las demás la ventaja de poseer otras dos características: son circunscritas (es decir, escasas en número) y son exclusivas. La excitación progresa, en todo caso, de la imagen vocal a la imagen verbal y de ésta a la descarga. Por consiguiente, si las imágenes mnemónicas son de tal naturaleza que una corriente parcial pueda pasar de ellas a las imágenes vocales y a las imágenes verbales motrices, entonces la catexis de las imágenes mnemónicas estará acompañada por noticias de una descarga, y éstas son signos de cualidad, o sea, al mismo tiempo signos de que el recuerdo es consciente. Ahora bien: si el yo precatectiza estas imágenes verbales, como antes precatectizó las imágenes de la descarga de percepciones, se habrá creado con ello el mecanismo que le permitirá dirigir la catexis y a los recuerdos que surjan durante el pasaje de cantidad [Qh] . He aquí el pensamiento observador consciente.

Además de posibilitar el (re)conocimiento, las asociaciones verbales efectúan aún otra cosa de suma importancia. Las facilitaciones entre las neuronas y constituyen, como sabemos, la memoria, o sea, la representación de todas las influencias que y ha experimentado desde el mundo exterior. Ahora advertimos que el propio yo también catectiza las neuronas y y suscita corrientes que seguramente deben dejar trazas en la forma de facilitaciones. Pero y no dispone de ningún medio para discernir entre estos resultados de los procesos cogitativos y los resultados de los procesos perceptivos. Los procesos perceptivos, por ejemplo, pueden ser (reconocidos) y reproducidos merced a su asociación con descargas de percepción; pero de las facilitaciones establecidas por el pensamiento sólo queda su resultado, y no un recuerdo. Una misma facilitación cogitativa puede haberse generado por un solo proceso intenso o por diez procesos menos susceptibles de dejar una impronta. Los signos de descarga verbal son los que vienen ahora a subsanar este defecto, pues equiparan los procesos cogitativos a procesos perceptivos, confiriéndoles realidad y posibilitando su recuerdo. [Véase más adelante el parágrafo 3.]

También merece ser considerado el desarrollo biológico de estas asociaciones verbales, tan importantes. La inervación verbal es primitivamente una descarga que actúa como válvula de seguridad para y, sirviendo para regular en ella las oscilaciones de cantidad (Qh) y funcionando como una parte de la vía que conduce a la alteración interna y que representa el único medio de descarga mientras todavía no se ha descubierto la acción específica. Esta vía adquiere una función secundaria al atraer la atención de alguna persona auxiliar (que por lo común es el mismo objeto desiderativo) hacia el estado de necesidad y de apremio en que se encuentra el niño; desde ese momento servirá al propósito de la comunicación quedando incluida así en la acción específica.

Como ya hemos visto [parágrafos 16-17], cuando se inicia la función judicativa las percepciones despiertan interés en virtud de su posible conexión con el objeto deseado y sus complejos son descompuestos en una porción no asimilable (la «cosa») y una porción que es conocida por el yo a través de su propia experiencia (los atributos, las actividades [de la cosa]. Este proceso, que denominamos comprender, ofrece dos puntos de contacto con la expresión verbal [por el lenguaje]. En primer lugar, existen objetos (percepciones) que nos hacen gritar, porque provocan dolor; esta asociación de un sonido -que también suscita imágenes motrices de movimientos del propio sujeto- con una percepción que ya es de por sí compleja destaca el carácter hostil del objeto y sirve para dirigir la atención a la percepción; he aquí un hecho que demostrará tener extraordinaria importancia. En una situación en que el dolor nos impediría obtener buenos signos de cualidad del objeto, la noticia del propio grito nos sirve para caracterizarlo. Esta asociación conviértese así en un recurso para conscienciar los recuerdos que provocan displacer y para convertirlos en objetos de la atención: la primera clase de recuerdos conscientes ha quedado así creada . Desde aquí sólo basta un corto paso para llegar a la invención del lenguaje. Existen objetos de un segundo tipo que por sí mismos emiten constantemente ciertos sonidos, o sea, objetos en cuyo complejo perceptivo interviene también un sonido. En virtud de la tendencia imitativa que surge en el curso del proceso del juicio [parágrafo 18 de la primera parte] es posible hallar una noticia de movimiento [de uno mismo] que corresponda a esa imagen sonora. También esta clase de recuerdos puede tornarse ahora consciente. Sólo hace falta agregar asociativamente a las percepciones sonidos deliberadamente producidos, para que los recuerdos despertados al atender a los signos de descarga tonal se tornen conscientes, igual que las percepciones, y puedan ser catectizados desde y.

Así hemos comprobado que lo característico del proceso del pensamiento cognoscitivo es el hecho de que la atención se encuentre desde un principio dirigida a los signos de la descarga cogitativa, o sea, a los signos verbales [del lenguaje]. Como sabemos, también el denominado pensamiento «consciente» se lleva a cabo acompañado por una ligera descarga motriz .

El proceso de seguir el decurso de la cantidad (Q) a través de una asociación puede ser proseguido, pues, durante un lapso indefinido de tiempo, continuando por lo general hasta llegar a elementos asociativos terminales, que son «plenamente conocidos». La fijación de esta vía y de los puntos terminales constituye el «(re)conocimiento» de lo que fue quizá una nueva percepción.

Bien quisiéramos tener ahora alguna información cuantitativa sobre este proceso del pensamiento cognoscitivo. Ya sabemos que en este caso la percepción está hipercatectizada, en comparación con el proceso asociativo simple, y que el proceso mismo [del pensamiento] consiste en un desplazamiento de cantidades (Qh) que es regulado por la asociación con signos de cualidad. En cada punto de detención se renueva la catexis y, y finalmente tiene lugar una descarga a partir de las neuronas motrices de la vía del lenguaje. Cabe preguntarse ahora si este proceso significa para el yo una considerable pérdida de cantidad (Qh), o si el gasto consumido por el pensamiento es relativamente leve. La respuesta a esta cuestión nos es sugerida por el hecho de que las inervaciones del lenguaje derivadas en el curso del pensamiento son evidentemente muy pequeñas. No hablamos realmente [al pensar], como tampoco nos movemos realmente cuando nos representamos una imagen de movimiento. Pero la diferencia entre imaginación y movimiento es sólo cuantitativa, como nos lo han enseñado las experiencias de «lectura del pensamiento». Cuando pensamos con intensidad realmente podemos llegar a hablar en voz alta. Pero ¿cómo es posible efectuar descargas tan pequeñas si, como sabemos, las cantidades pequeñas (Qh) no pueden cursar y las grandes se nivelan en masa a través de las neuronas motrices?

Es probable que las cantidades afectadas por el desplazamiento en el proceso cogitativo no sean de considerable magnitud. En primer lugar, el gasto de grandes cantidades (Qh) significaría para el yo una pérdida que debe ser limitada en la medida de lo posible, dado que la cantidad (Qh) es requerida para la acción específica, tan exigente. En segundo lugar, una cantidad considerable (Qh) recorrería simultáneamente varias vías asociativas, con lo cual no dejaría tiempo suficiente para la catectización del pensamiento y causaría además un gasto considerable. Por consiguiente, las cantidades (Qh) que cursan durante el proceso del pensamiento deben ser forzosamente reducidas. No obstante , de acuerdo con nuestra hipótesis, la percepción y el recuerdo deben estar hipercatectizados en el proceso del pensamiento, y deben estarlo en medida más intensa que en la percepción simple. Además, existen diversos grados de intensidad de la atención, lo que sólo podemos interpretar en el sentido de que existen diversos grados de intensificación de las cantidades catectizantes (Qh). En tal caso el proceso de la vigilancia observadora [de las asociaciones] sería precisamente tanto más difícil cuanto más intensa fuese la atención, lo que sería tan inadecuado que ni siquiera podemos admitirlo.

Así nos encontramos frente a dos requerimientos aparentemente contradictorios: fuerte catexis y débil desplazamiento. Si quisiéramos armonizarlos nos veríamos obligados a admitir algo que podría calificarse como un estado de «ligadura» en las neuronas, que aun en presencia de una catexis elevada permite sólo una escasa corriente. Esta hipótesis se torna más verosímil considerando que la corriente en una neurona es evidentemente afectada por las catexis que la rodean. Ahora bien: el propio yo es una masa de neuronas de esta especie que mantienen fijadas sus catexis; es decir, que se encuentran en estado de ligadura, cosa que evidentemente sólo puede ser el resultado de su influencia mutua. Por tanto, bien podemos imaginarnos que una neurona perceptiva, catectizada con atención, sea por ello en cierto modo transitoriamente absorbida por el yo, y que desde ese momento se encuentre sujeta a la misma ligadura de su cantidad (Qh) que afecta a todas las demás neuronas yoicas. Si es catectizada más intensamente la cantidad (Q) de su corriente puede quedar disminuida en consecuencia, y no necesariamente aumentada (?). Podemos imaginarnos, verbigracia, que en virtud de esta ligadura sea librada a la corriente precisamente la cantidad externa (Q), mientras que la catexis de la atención quede ligada; un estado de cosas que no necesita ser, por cierto, permanente.

Así, el proceso del pensamiento quedaría mecánicamente caracterizado por esta condición de «ligadura» que combina una elevada catexis con una reducida corriente [de cantidad]. Cabe imaginar otros procesos en los cuales la corriente sea proporcional a la catexis, o sea, procesos con descarga no inhibida.

Espero que la hipótesis de semejante estado de «ligadura» demuestre ser mecánicamente sostenible. Quisiera ilustrar las consecuencias psicológicas a que conduce dicha hipótesis. Ante todo, parecería adolecer de una contradición interna, pues si el estado de «ligadura» significa que en presencia de una catexis de esta especie sólo restan pequeñas cantidades (Q) para efectuar desplazamientos, ¿cómo puede dicho estado llegar a incluir nuevas neuronas; es decir, a hacer pasar grandes cantidades (Q) hacia nuevas neuronas? Planteando la misma dificultad en términos más simples: ¿cómo fue posible que se desarrollara siquiera un yo así constituido?

De esta manera nos encontramos inesperadamente ante el más oscuro de todos los problemas: el origen del yo; es decir, de un complejo de neuronas que mantienen fijada su catexis, o sea, que constituyen por breves períodos un complejo con nivel constante [de cantidad] . La consideración genética de este problema será la más promisora. Originalmente el yo consiste en las neuronas nucleares, que reciben cantidad endógena (Qh) por las vías de conducción y que la descargan por medio de la alteración interna. La «vivencia de satisfacción» procura a este núcleo una asociación con una percepción (la imagen desiderativa) y con una noticia de movimiento (la porción refleja de la acción específica). La educación y el desarrollo de este yo primitivo tienen lugar en el estado repetitivo del deseo, o sea, en los estados de expectación. El yo comienza por aprender que no debe catectizar las imágenes motrices (con la descarga consiguiente), mientras no se hayan cumplido determinadas condiciones por parte de la percepción. Aprende además que no debe catectizar la idea desiderativa por encima de cierta medida, pues si así lo hiciera se engañaría a sí mismo de manera alucinatoria. Si respeta, empero, estas dos restricciones y si dirige su atención hacia las nuevas percepciones, tendrá una perspectiva de alcanzar la satisfacción perseguida. Es claro entonces que las restricciones que impiden al yo catectizar la imagen desiderativa y la imagen motriz por encima de cierta medida son la causa de una acumulación de cantidad (Qh) en el yo y parecerían obligarlo a transferir su cantidad (Qh), dentro de ciertos límites, a las neuronas que se encuentren a su alcance.

Las neuronas nucleares hipercatectizadas inciden, en última instancia; sobre las vías de conducción desde el interior del cuerpo, que se han tornado permeables en virtud de su continua repleción con cantidad (Qh); debido a que son prolongaciones de estas vías de conducción, las neuronas nucleares también deben quedar llenas de cantidad (Qh). La cantidad que en ellas exista se derivará en proporción a las resistencias que se opongan a su curso, hasta que las resistencias más próximas sean mayores que la fracción de cantidad [Qh] disponible para la corriente. Pero una vez alcanzado este punto, la totalidad de la masa catéctica se encontrará en un estado de equilibrio, sostenida, de una parte, por las dos barreras contra la motilidad y el deseo; de la otra parte, por las resistencias de las neuronas más lejanas, y hacia el interior, por la presión constante de las vías de conducción. En el interior de esta estructura que constituye el yo la catexis no será, en modo alguno, igual por doquier; sólo necesita ser proporcionalmente igual; es decir, en relación con las facilitaciones. [Véase el parágrafo 19].

Si el nivel de catectización asciende en el núcleo del yo, la amplitud de éste podrá dilatarse, mientras que si desciende, el yo se constreñirá concéntricamente. En un nivel determinado y en una amplitud determinada del yo no habrá obstáculo alguno contra el desplazamiento [de catexis] dentro del territorio catectizado.

Sólo queda por averiguar ahora cómo se originan las dos barreras que garantizan el nivel constante del yo, en particular el de las barreras contra las imágenes de movimiento que impiden la descarga. Aquí nos encontramos ante un punto decisivo para nuestra concepción de toda la organización. Sólo podemos decir que cuando aún no existía esta barrera y cuando, junto con el deseo, producíase también la descarga motriz, el placer esperado debió de faltar siempre y el desencadenamiento continuo de estímulos endógenos concluyó por causar displacer. Sólo esta amenaza de displacer, vinculada a la descarga prematura, puede corresponder a la barrera que aquí estamos considerando. En el curso del desarrollo ulterior la facilitación asume una parte de la tarea [de llevar a cabo las restricciones]. Sigue en pie, sin embargo, el hecho de que la cantidad (Qh) en el yo se abstiene de catectizar, sin más ni más, las imágenes motrices, pues si así lo hiciera llevaría a un desencadenamiento de displacer.

Todo lo que aquí describo como una adquisición biológica del sistema neuronal me lo imagino representado por semejante amenaza de displacer, cuyo efecto consistiría en que no sean catectizadas aquellas neuronas que conducen al desencadenamiento de displacer. Esto constituye la defensa primaria, lógica consecuencia de la tendencia básica del sistema neuronal [parágrafo 1 de la primera parte]. El displacer sigue siendo el único medio de educación. No atino a decidir, por supuesto, cómo podríamos explicar mecánicamente dicha defensa primaria, esa no-catectización por amenaza de displacer.

De aquí en adelante me atreveré a omitir toda representación mecánica de tales reglas biológicas basadas en la amenaza de displacer; me conformaré con poder dar, fundándome en ellas, una descripción admisible y consecuente del desarrollo.

Existe sin duda una segunda regla biológica derivada por abstracción del proceso de expectación: la de que es preciso dirigir la atención a los signos de cualidad (porque éstos pertenecen a percepciones que podrían conducir a la recién surgida). En suma, el mecanismo de la atención tendrá que deber su origen a una regla biológica de esta naturaleza que regule el desplazamiento de las catexis del yo .

Podríase objetar que tal mecanismo, actuando con ayuda de los signos de cualidad, es superfluo. El yo -se argumentará- podría haber aprendido biológicamente a catectizar por sí solo la esfera perceptiva en el estado de expectación, en vez de esperar que los signos de cualidad lo conduzcan a tal catectización. No obstante, podemos señalar dos puntos en justificación del mecanismo de atención: 1) el sector de los signos de descarga emanados del sistema W (w) es a todas luces menor y comprende menos neuronas que el sector de la percepción; es decir, de todo el pallium de y que está conectado con los órganos sensoriales. Por consiguiente, el yo se ahorra un extraordinario gasto si mantiene catectizada la descarga en lugar de la percepción. 2) Los signos de descarga o los signos de cualidad también son originariamente signos de realidad, destinados a servir precisamente a la distinción entre las catexis de percepciones reales y las catexis de deseos. Vemos, pues, que no es posible prescindir del mecanismo de atención. Además, éste siempre consiste en que el yo catectiza aquellas neuronas en las que ya ha aparecido una catexis.

Mas la regla biológica de la atención, en la medida en que concierne al yo, es la siguiente: cuando aparezca un signo de realidad, la catexis perceptiva que exista simultáneamente deberá ser hipercatectizada. He aquí la segunda regla biológica; la primera era la de la defensa primaria.

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