Читать книгу El arte de poner límites - Sonia Kliass - Страница 14
6. AUTORIDAD
ОглавлениеLa palabra autoridad no cae muy simpática en los ambientes de educación respetuosa. Volviendo al diccionario, encontramos la siguiente definición: «Derecho o poder de mandar, de regir, de dirigir. La autoridad del presidente. La autoridad de la ley. La autoridad paterna». ¿Los padres tienen derecho a mandar sobre los hijos? ¿Los adultos tenemos derecho a mandar sobre los niños? Es una buena pregunta que podría generar mucha discusión.
Pero también encontramos otra definición: «Persona que tiene poder o que merece poder sobre la opinión de los demás. Es una autoridad en microbiología».
Me gusta este matiz de «merece poder». A los que quizás tenéis algún problema con la palabra autoridad, porque la asociáis con autoritarismo, pensad que esta palabra la usamos también cuando decimos: «Esta persona es una autoridad en el tema». Cuando digo que alguien es una autoridad reconozco que es una persona que sabe mucho de un tema.
En este sentido, normalmente a partir de los siete años los niños empiezan reconocer al adulto como una autoridad, como alguien que sabe mucho. En esta etapa dicen cosas como «¡es que lo ha dicho la maestra!» o «¡me lo ha enseñado mi padre!» con una gran admiración. Pero está claro que lo que necesitan es una autoridad positiva, amorosa y respetuosa que no abuse del poder que puede tener sobre el otro. En la etapa de la primaria, a partir de los siete años, si el adulto asume su papel de autoridad positiva, los niños están muy satisfechos, porque es lo que esperan de él. Debemos tener presente que cuando educamos desde el respeto en realidad no imponemos la autoridad, sino que dejamos que sea el otro quien nos reconozca como autoridad, como aquel que «merece poder sobre la opinión de los demás» porque se lo ha ganado. Los niños son los que reconocen al adulto como autoridad y esto está acorde con su experiencia vital en esta etapa.
Quizás alguien está pensando, y con razón, que nosotros no lo sabemos todo, no sabemos más y no tenemos siempre razón... ¡No tenemos que preocuparnos, porque esto lo verán claramente en la adolescencia! Durante el segundo septenio, en la etapa de la primaria, los niños nos ven, en cierta forma, como dentro de un marco arquetípico: «la madre», «el padre», «los abuelos», «el maestro», etc. Los adolescentes se ponen unas gafas con otros cristales, lo ven todo con otros filtros y finalmente nos empiezan a percibir con más objetividad. Ya no somos un «arquetipo», quieren saber cómo es esa persona que tienen delante. Nos hacen preguntas, nos cuestionan, nos ponen a prueba. Quieren saber qué pensamos, cuál es nuestra visión y nuestra opinión. Nos miran con una mirada crítica, empiezan a percibir nuestros defectos... Nos enseñan puntos débiles de nosotros mismos de los que quizás no éramos conscientes. Recuerdo un día que mi hijo me dijo: «Mamá, ¿te das cuenta de cómo interrumpes a la gente cuando habla?». ¡Tenía toda la razón! Vi claramente que había dejado de ser un niño de primaria que cree que su madre lo hace todo bien para convertirse en un adolescente que te ve como una persona con grietas. La verdad es que hay que tener cierta autoestima para llevar bien la adolescencia de nuestros hijos, pero si no nos lo tomamos como algo personal ¡podemos aprender mucho con ellos en esta etapa!
Hemos hablado de cómo se percibe la autoridad en primaria y en secundaria, pero el ámbito de la etapa infantil es muy distinto. En este período todavía no somos una «autoridad» para los niños. Para el niño de primer septenio, el adulto es un modelo a imitar. Más adelante hablaremos de la imitación.
Es interesante, de todos modos, tener presente que durante los dos últimos años del primer septenio, o sea, entre los cinco y los siete años, puede haber niños que empiezan a «tener un pie» en la siguiente etapa y que quizás empiezan a pedir una respuesta distinta del adulto, más próxima a la que esperaría un niño de primaria. Conciben un adulto que «sabe» cómo tienen que ser las cosas. Sería algo parecido a lo que pasa durante los dos últimos años de la primaria: a partir de los doce, los empezamos a llamar «preadolescentes» porque hacen un cambio y, al estar próximos a la adolescencia, quizás también piden una actitud un poco diferente de los adultos. ~