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1. UNA NECESIDAD ENTRE OTRAS

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Hace muchos años, en un curso, Ute Sturb nos propuso la siguiente imagen: si, estando en un cuarto con los ojos cerrados, necesitáramos movernos por el espacio, ¿qué haríamos? Seguramente pondríamos las manos delante intentando encontrar algún elemento: una pared, por ejemplo, que nos sirviera de referencia. Un límite físico que nos ayudara a orientarnos. Si, estando en esa situación, no encontráramos nada, nos sentiríamos muy desorientados e inseguros.

Janet Lansbury, en su libro Los niños malos no existen, haciendo referencia a la educadora Janet Gonzalez-Mena, da otra imagen también muy ilustrativa de cómo nos sentimos sin límites claros: ¿cómo avanzamos por un puente sin barandilla? Tenemos que ir poco a poco y vacilando. En cambio, ¡qué confiados y seguros nos sentimos cuando hay barandilla!

Estas imágenes, que hacen referencia a límites físicos, nos pueden servir como metáfora para entender la importancia de los límites para los niños. Si los niños no encuentran límites que los ayuden a orientarse en el mundo de las relaciones sociales, se encuentran igualmente perdidos, desorientados e inseguros. Necesitan tener a su lado a adultos que sean capaces de ayudarlos en este proceso, es una necesidad vital de los niños. Por este motivo, Magda Gerber dice que «lack of discipline is not kindness, it is neglect»: la falta de disciplina no es amabilidad, es negligencia (Dear Parent: Caring for Infants with Respect, p. 108).

Sin embargo, poner límites no es lo único que tiene que hacer el adulto. Los niños tienen otras muchas necesidades: necesitan sentirse queridos, seguros, protegidos, que alguien se interese por ellos; necesitan jugar, moverse, experimentar, desarrollar ciertas capacidades. Muy a menudo me encuentro con adultos, familiares o profesionales, que me piden ayuda porque creen que sus niños tienen problemas relacionados con los límites. Pero, cuando observo, veo que, a menudo, esos niños no tienen realmente un problema de límites. Lo que me encuentro a menudo es alguna carencia en la atención de sus otras necesidades vitales; por ejemplo, que los niños no pueden jugar o moverse todo lo que necesitan, o que el adulto no tiene suficiente presencia o atención hacia ellos. Las dificultades que experimentan los adultos son el resultado, al final, de estas carencias, porque los niños, con sus comportamientos, están expresando un malestar.

El arte de poner límites

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