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3. EL MODELO Y LA IMITACIÓN

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Si educamos, tanto en el ámbito familiar como en el ámbito profesional, deberíamos intentar ser un buen modelo. Especialmente durante los primeros siete años de los niños, el modelo que damos tiene una importancia vital, porque todavía están en una etapa de total imitación. Todo lo que los rodea les impacta; tienen unas «antenas» extrasensibles para captarlo todo, incorporarlo, integrarlo y expresarlo a su manera. Todavía no tienen filtros para saber qué deben imitar y qué no.

En general, creo que no damos suficiente importancia a las fuerzas imitativas de los niños. Sobre esta cuestión tuve una experiencia interesante en un asesoramiento en una escuela maternal. El equipo quería profundizar en el tema de la gestión de conflictos, y una de las situaciones que les preocupaban eran los conflictos por los objetos. Una de las maestras tenía dificultades especialmente con una niña de dos años que continuamente les quitaba los objetos de las manos a los otros niños, lo que creaba una dinámica difícil en el grupo. Me propuso hacer una sesión de observación y entré en su aula. Era un momento un poco complejo porque los niños habían vuelto del patio y tenían que esperar un rato para comer, estaban cansados y tenían hambre. La maestra estaba ocupada preparando el carro de la comida y les había dado cuentos para que los estuvieran mirando mientras tanto. Era una buena idea, puesto que así estaban ocupados y no tenían que esperar sin hacer nada. Cuando ya estaba todo preparado para que se sentaran a la mesa, la maestra, sin decir nada, empezó a quitarles los cuentos de las manos a los niños. ¡Ella misma hacía lo que no quería que hiciera la niña! Estaba ofreciendo un modelo de comportamiento que no quería ver en los niños. Pero lo que es más interesante es que la maestra, una profesional con sensibilidad y ganas de hacerlo bien, no era consciente de sus propios gestos.

Muy a menudo no nos damos cuenta de cómo nos comportamos, qué hacemos, cómo hablamos y qué decimos delante de los niños, porque suelen ser impulsos inconscientes. El modelo que recibimos de pequeños de padres y maestros, lo que vemos en el ambiente donde vivimos, la cultura, lo que aprendemos en las formaciones profesionales o en la universidad, todo nos condiciona. Como dice una educadora del Instituto Pikler en la película Lóczy, un hogar para crecer, de Bernard Martino, no es sencillo educar con respeto cuando uno mismo no lo ha recibido. Aprender a hacerlo exige un trabajo personal constante.

Los niños imitan acciones, gestos, actitudes, expresiones e incluso estados internos. Los adultos tenemos que ser conscientes de esta responsabilidad: si queremos que integren ciertos comportamientos y actitudes, tenemos que empezar dando ejemplo nosotros mismos. Por ejemplo, si quiero que los niños tengan una actitud respetuosa hacia los demás lo primero que tengo que preguntarme es si yo tengo una actitud respetuosa hacia ellos y si me ven teniendo una actitud respetuosa hacia los demás.

En el Instituto Pikler pudieron grabar imágenes sorprendentes que muestran que, desde muy pequeños, los niños integran algunas actitudes, como, por ejemplo, ofrecer un objeto a otro niño a cambio de algo. Es un modelo que ven y reciben diariamente de los adultos que los rodean: necesito eso que tienes en la mano y te puedo dar esto a cambio.

Evidentemente, en otros ambientes donde el trato no es respetuoso podemos observar cómo imitan comportamientos que no son deseables, como por ejemplo el abuchear a otros niños o gritarles para que se callen.

Existe una cita de Rudolf Steiner que dice que lo primero que influye en la educación es la personalidad del educador, después la forma en que actúa y solo en tercer lugar lo que dice. Esto es algo fácilmente comprobable. Podemos dar largos discursos, pero, al final, lo que ellos integrarán es la forma en que nos mostramos y lo que hacemos. Por lo tanto, si queremos que integren un comportamiento o un valor tenemos que empezar dando ejemplo e intentando ser un buen modelo a imitar.

Si tenemos presente este hecho, incluso con pequeños detalles podemos hacer que todo sea mucho más fluido. Recuerdo el caso de un jardín de infancia en el que tenían dificultades para hacer que los niños se pusieran sombreros para salir al patio en verano. Era un tema importante porque los árboles todavía eran pequeños y el sol era muy intenso. Les sugerí que, antes que nada, las maestras también se los pusieran. Lo empezaron a hacer y, cuando ellas llevaban los sombreros, los niños se ponían los suyos con mucha naturalidad. Fue realmente sorprendente para las maestras comprobar que este hábito cambió la actitud de los niños y al mismo tiempo facilitó un momento que se había convertido en difícil.

Debemos tener siempre presente que durante los primeros siete años de vida los niños están en plena acción e imitación. Es una condición muy singular; en ese periodo, su forma de estar en el mundo consiste principalmente en hacer (actuar, moverse, jugar, experimentar, manipular, investigar, etc.) e imitar. Tienen gran interés por lo que los rodea y también por cómo actuamos los adultos, qué hacemos y cómo lo hacemos. Están constantemente «escaneando» el ambiente en busca de «personas que hacen cosas». También observan cómo se comportan los demás niños e incluso los animales. Pero el adulto de referencia, o, mejor dicho, los adultos de referencia, son para ellos los primeros y principales modelos. No es fácil la posición de ser modelo y referente por la responsabilidad que conlleva, pero no tendríamos que rehuirla.

Por supuesto, estas referencias ya no bastan en la adolescencia, y podemos observar que en esta etapa los jóvenes empiezan a buscar modelos también fuera de casa, como pueden serlo compañeros, profesores u otros adultos a los que admiran. Pero estoy convencida de que los criterios y valores recibidos durante la infancia les pueden servir de ayuda para mantener un centro y no perderse en este mundo tan amplio y confuso. ~

El arte de poner límites

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