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Capítulo 4

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Tucker se colocó la bolsa de hielo en la mandíbula mientras la dueña del bar, Jo había dicho Ethan que se llamaba, lo observaba con cautela.

–Ya he dicho que no voy a devolvérselo –dijo sabiendo que se había merecido ese puñetazo y alguno más.

–Perdóname si no te creo –le contestó ella antes de mirar a Ethan–. Y tú, hazlo otra vez y tendrás la entrada prohibida a este bar.

–No he roto nada.

–Ya sabes lo que pienso sobre que haya peleas en mi bar. ¿Quieres que hable con Liz?

–No –respondió Ethan al instante algo asustado–. No se lo digas a mi mujer. No volveré a hacerlo.

–Más te vale –y con eso Jo se marchó para atender a un cliente.

–Qué bar más raro –murmuró Tucker mientras se palpaba la mandíbula. No le dolía mucho y esperaba que el hielo controlara la hinchazón y el moretón. A lo largo de los siguientes días llegarían dos cuadrillas más de hombres y no quería tener que dar explicaciones sobre el hematoma ni tener que escuchar sus especulaciones sobre por qué lo habían golpeado.

A su lado, Ethan abría y cerraba la mano derecha.

—Me ha dolido.

—No esperes compasión por mi parte —le dijo Tucker—. ¿En qué demonios estabas pensando?

—¿Quieres que te haga la misma pregunta?

—No. Si tuviera una hermana, yo habría hecho lo mismo.

—Y tanto que lo habrías hecho —Ethan lo miraba—. Esperaba que la protegieras, no que te acostaras con ella.

—Te das cuenta de que eso sucedió hace diez años.

—¿Crees que importa?

Tucker dejó la bolsa de hielo sobre la barra.

—Probablemente no. Si sirve de algo, diré que no pretendía que sucediera. Estaba borracho.

La mirada de Ethan se volvió gélida de nuevo.

—¿Quieres contarme los detalles?

—Eh, no. Tienes razón.

Ethan le dio un golpe en el brazo.

—Confiaba en ti.

—Lo sé.

—Y me traicionaste.

Tucker se vio invadido por un sentimiento de culpabilidad.

—Lo siento. No sé qué decir —ya era terrible que Ethan supiera lo de aquella noche, y mucho peor sería si conociera las circunstancias en que sucedió todo.

—Mi madre cree que fue la primera vez para Nevada.

Tucker contuvo el aliento mientras la potencial verdad lo golpeaba con fuerza por dentro.

¿Virgen? No, no era posible. No solo había estado borracho, sino que además le había susurrado el nombre de Cat a una chica virgen...

—Mátame directamente —murmuró apoyando los codos sobre la barra y la cabeza sobre las manos—. Espera —se puso derecho—. ¿Tu madre lo sabe?

—Está muy unida a sus hijas.

—Eso parece... ¿Quién más...? —sacudió la cabeza—. No me lo digas.

¿Nevada era virgen? Tenía dieciocho años... Era posible y, con la suerte que él tenía, más que probable.

No podía recordar mucho sobre aquella noche excepto que había sido rápido y un desastre. ¿Cómo iba a disculparse por eso? ¿Qué iba a decir? Se había visto arrollado por el amor que sentía por Cat y todo lo demás estaba borroso. Pero, sin duda, había aprendido una lección: nunca hagas el tonto por amor. Pero eso no justificaba nada, y menos su actitud para con Nevada.

Jo dejó una cerveza delante de cada uno.

—Mejor. Parece que habéis hecho las paces. ¿Vais a comer algo?

—No me vendría mal almorzar —dijo Tucker débilmente.

Ethan agarró las dos cervezas.

—Vamos a sentarnos en una mesa al fondo. Dos hamburguesas, ¿vale?

Tucker asintió y siguió a su amigo hasta un espacio que le recordaba más a los bares a los que estaba acostumbrado a ir. Ahí, las pantallas de televisión estaban emitiendo deportes, había sillas sin acolchar y una gran mesa de billar en el centro.

—Un lugar interesante —dijo Tucker cuando se sentaron uno frente al otro.

—Es mi hogar —dijo Ethan—. Exceptuando la universidad, no he estado en ninguna otra parte —le dio una cerveza a Tucker—. Debes de estar cansado de estar viajando todo el tiempo.

Tucker dio un trago.

—Es lo único que conozco. Dime por qué esto es mejor.

Ethan le lanzó una lenta sonrisa de satisfacción, se metió la mano en el bolsillo trasero del vaquero y sacó su cartera. Le pasó una fotografía en la que aparecía con una preciosa pelirroja que estaba mirándolo como los hombres desean que se los mire, con una combinación de amor, orgullo y felicidad.

—No te la mereces.

Ethan se rio.

—¡Y qué lo digas! Liz es increíble. Muy sexy, inteligente y una madre fantástica. Adora todo lo que tiene. No sé por qué me eligió a mí, pero lo hizo y no pienso dejarla escapar.

Esas simples palabras pronunciadas con honestidad hicieron que Tucker se sintiera incómodo, como si accidentalmente se hubiera colado en algo íntimo, algo que no tenía que ver. No podía imaginar sentimientos de ese tipo, amar a alguien y ser amado. En su mundo, el amor era una trampa. Un hombre podía perderse en el amor y a veces escapar de eso significaba acabar despertándose con alguien inesperado.

—Y luego están estas tres personas.

Ethan le pasó una segunda foto en la que aparecían dos niñas y un niño. Las niñas eran pelirrojas, la mayor parecía tener unos catorce años y seguro que ya estaba robando corazones en el instituto. La pequeña era adorable y tenía pecas. El niño, que tenía aproximadamente la misma edad que la pequeña, era igual que Ethan.

—Has estado muy ocupado —dijo Tucker devolviéndole la foto—. No sabía que llevaras tanto tiempo casado.

—Liz y yo nos casamos el verano pasado. Tyler es mío y es una larga historia, pero las niñas son sobrinas de Liz. Su madre murió y su padre está en la cárcel, así que ahora están con nosotros —volvió a guardar las fotos—. Si me hubieran hablado hace un año sobre adoptar a dos niñas, habría dicho que si no son hijos tuyos no puedes quererlos tanto —sacudió la cabeza—. Pero no podía haberme equivocado más. Esas niñas me quitan el sueño tanto como Tyler. Melissa quiere empezar a salir con chicos y yo quiero encerrarla en su cuarto hasta que tenga cuarenta años —sonrió—. Estamos buscando un acuerdo.

—Se te ve muy feliz.

—Lo soy —Ethan levantó su cerveza—. No podría estar mejor —miró a Tucker—. ¿Tú tienes pensado formar una familia?

—No soy de esa clase. Me muevo demasiado.

—Cuando tomes la dirección de la empresa, viajarás menos.

—Tal vez, pero no estoy seguro de querer cambiar eso. Me gusta vivir por el mundo y ver cosas nuevas.

—¿No te sientes solo?

Tucker se recostó en su silla.

—Hay mujeres preciosas por todas partes, ¿o es que estás tan casado que lo has olvidado?

—Simplemente, no me interesa. ¿Por qué buscar por ahí cuando tienes lo mejor del mundo esperándote en casa?

«El fervor del recién converso», pensó Tucker. Ya lo había visto antes, los tipos recién casados o recién enamorados querían que todos los demás tuvieran lo que ellos tenían. El problema era que no veían que el amor los haría a todos volverse idiotas hasta que fuera demasiado tarde. Cat se lo había hecho a él y las mujeres de su padre se lo habían hecho a su progenitor de manera regular. Por todo ello, él ya había aprendido la lección.

Con la diferencia de que ahora, mientras hablaba con Ethan, sentía algo que podía acercarse un poco a la envidia. Echar raíces y sentar cabeza podría estar bien, tener un lugar al que llamar «hogar» y a alguien que estuviera esperándote.

«De ninguna manera», se recordó. Eso ya lo había intentado una vez y Cat casi lo había destruido. Y no por nada que hubiera hecho, sino por cómo él había reaccionado ante ella. Había permitido que se convirtiera en su todo y había sido poco más que su esclavo. Para cuando había logrado escapar, apenas se reconocía a sí mismo. No. El amor era para los idiotas que no habían aprendido la lección.

—¿Cuánto tiempo vas a estar por aquí? ¿Un año?

—Más o menos. No me quedaré hasta que finalicen las obras, pero querré asegurarme de que lo principal está en su sitio.

—¿Habías pasado una buena temporada en un pueblo pequeño alguna vez?

—No.

Ethan se rio.

—Pues prepárate. No es lo que crees. Dentro de un mes, todo el mundo sabrá quién eres, qué haces durante el día y con quién. No podrás dar un paso sin toparte con alguien que conozcas. Mantente alejado de las mujeres de por aquí. Te comerán vivo... y no en el buen sentido.

—Suena peor que realizar obras de construcción en una selva tropical. ¿Por qué sigues aquí entonces?

—Porque no hay ningún otro lugar donde me gustaría estar. Crecí aquí. Es el lugar al que pertenezco. Quiero conocer a mis vecinos y saber cuándo un amigo tiene problemas. Ellos me tienen a mí y yo los tengo a ellos.

—No puedo imaginarme lo que es eso —admitió Tucker.

—Ya lo verás. Pero asegúrate de venir al centro del pueblo todos los fines de semana. Fool’s Gold es famoso por sus muchos festivales, se celebran con regularidad. La comida siempre es buena y cuando llega el invierno podemos subir a la montaña y esquiar.

—Eso me gustaría. Hace años que no esquío.

—Bien. Si crees que puedes soportarlo, te invitaremos a cenar. ¿O te parece una escena demasiado hogareña?

—Podré sobrevivir unas horas.

Ethan sonrió.

—Incluso podríamos invitar a un par de solteras del pueblo para que se peleen por ti.

—Me has dicho que me mantenga alejado de las mujeres.

—Pero tal vez quieras un desafío. Siempre que no sea mi hermana...

Tucker pensó en Nevada.

—Manos quietas. Te doy mi palabra.

—Más te vale.

Dio un trago de cerveza. Treinta minutos antes, habría pensado en Nevada como una tentación, pero ahora no tanto. Aunque seguía encontrándola atractiva e intrigante, ya había sobrepasado los límites en una ocasión y no era ningún cretino. Sabía cuándo mantenerse al margen y, con ella, lo haría desde ya.

Nevada estaba tan emocionada que, a pesar de no haber dormido, no necesitó un café para estar completamente espabilada en su primer día de trabajo. Llegó a la obra casi una hora antes de lo previsto y estuvo en el tráiler principal abriendo y cerrando los cajones vacíos de su nuevo escritorio y repasando la agenda de la semana.

Lo primero que tenía que hacer era llevar el equipo al lugar de la obra y empezar a limpiar el terreno. Una parte de esa labor incluiría la voladura de una sección de la colina este. Hojeó los formularios y documentación requeridos por el Ayuntamiento, por el condado y por el estado. Vio que había que notificar al Departamento de Bomberos de Fool’s Gold sobre la voladura y que un miembro del departamento tenía que estar presente en la zona. Al menos eso era algo en lo que podía ayudar porque conocía a todos los bomberos.

Una vez la tierra estuviera despejada, comenzaría la instalación de cañerías. Agua dentro, alcantarillas fuera. Gracias a unas planificaciones a largo plazo que había realizado el pueblo hacía unos cincuenta años, el resort podría conectarse con el alcantarillado y sistema de aguas ya instalados, lo que supondría un enorme ahorro de dinero y esfuerzos para Construcciones Janack. El aspecto negativo era que para ello necesitaban muchas más autorizaciones, pero merecía la pena.

Había empezado a leer un estudio sobre el impacto medioambiental de las obras cuando oyó pisadas. Will Falk entró.

—Alguien ha sido muy madrugadora —dijo antes de dar un largo trago de café.

—Es mi primer día, no he podido evitarlo.

—El entusiasmo es algo bueno. Me hace sentir viejo, pero sigue siendo bueno aun así —sostuvo la puerta—. Vamos, te presentaré a los chicos con los que vas a trabajar.

Se levantó, agarró su casco y lo siguió afuera.

Mientras había estado familiarizándose con el proyecto, un puñado de obreros habían llegado a la obra y ahora varias camionetas ocupaban la zona contigua al tráiler. Todos esos hombres estaban juntos y vestían vaqueros, botas y camisetas. A medida que se acercaban, se quedaron en silencio observándola. Ella mantuvo la cabeza bien alta y los hombros echados hacia atrás. «Proyecta seguridad en ti misma», se dijo. Nadie tenía por qué darse cuenta de las mariposas que parecían estar haciendo kickboxing en su estómago.

—Buenos días —dijo Will—. Me gustaría que conocierais a nuestra nueva directora de obra, Nevada Hendrix. Es de aquí, así que si tenéis algún problema en el pueblo, tenéis que recurrir a ella. Si dais algún problema en el pueblo, ella os pateará el trasero —la miró—. ¿Te parece bien?

—Puedo patear traseros —respondió con firmeza.

La edad de los obreros oscilaba entre los veinte y los cuarenta y muchos. Los veteranos eran los primeros a los que se tenía que ganar, pensó, porque les importaría menos que ella fuera mujer y estarían más interesados en sus aptitudes. Los más jóvenes tendrían el inconveniente de unos egos más altos.

Will hizo las presentaciones, ella les estrechó la mano a todos e hizo lo posible por recordar sus nombres. Le llevaría un poco más de tiempo conocer sus personalidades, pero disponía de ese tiempo.

El equipo de topografía llegaría en una hora y Will propuso a los chicos que echaran una mano con eso. Ella se mostró de acuerdo y puso a los demás a trabajar en el desmonte del terreno. Durante un segundo, miró con envidia la maquinaria, pero supo que tenía mucho tiempo para poder usar la excavadora.

La mañana pasó volando y Nevada solo dejó de trabajar el tiempo necesario para dirigirse a los aseos portátiles, donde vio que a uno le habían puesto un lazo rojo. Miró dentro, se aseguró de que estaba libre de roedores y bichos, y después lo utilizó. Tras lavarse las manos, volvió a la oficina, hizo un cartel que decía «Solo chicas», y lo pegó en la puerta del aseo. A continuación, fue a unirse con el equipo de topografía.

Will llegó al mediodía para decirles que podían parar a almorzar. Nevada había pensado en comer con los chicos, pero Will la llevó a un lado antes de que pudiera sentarse.

—¿Lo llevas bien? —le preguntó mientras se dirigían al tráiler.

—Claro.

—Me gusta lo que has hecho con el aseo.

—Gracias. Me gusta el rosa.

Él se rio. Entraron en el tráiler y sacaron el almuerzo de la pequeña nevera. Will se sentó en el borde del escritorio.

—¿Qué sabes sobre Jo Trellis?

Nevada se quedó mirándolo.

—Vas directo al grano. ¿He de dar por hecho que te interesa?

—Podría ser.

Nevada pensó en la pregunta. Jo había llegado a Fool’s Gold hacía unos años y había comprado el bar. Era una persona simpática que participaba de manera habitual en «la noche solo para chicas» y que siempre estaba ahí cuando alguien tenía un problema. Pero desde que la conocía, nunca había visto a Jo tener una cita ni la había oído hablar sobre ningún hombre.

—Jo es amiga mía.

—No me interesa acostarme con ella y luego largarme. Ya soy demasiado viejo para eso. Me gustaría llegar a conocerla bien, pero ella parece resistirse.

Nevada sonrió.

—No me sorprende. Jo es muy reservada. Es mi amiga, pero ni siquiera yo sé nada sobre su pasado. Nunca habla de ello.

—¿Hay algún hombre?

—No. Ha tenido ofertas, pero siempre los rechaza.

—¿Sabes por qué?

Nevada negó con la cabeza.

—Hay decenas de teorías, desde que Jo es una princesa de la Mafia que ha huido de su padre hasta que ha escapado de un marido maltratador. Dudo que alguna sea verdad.

La alcaldesa Marsha seguramente lo sabía todo sobre el pasado de Jo, al igual que parecía saberlo todo sobre todo el mundo. Nevada nunca había llegado a descubrir de dónde sacaba la información, pero incluso aunque la alcaldesa lo supiera, ella sabía que jamás compartiría la información con Will.

—No puedo darte ningún consejo en lo que respecta a Jo, pero sí que te advertiré que no le hagas daño. Es una de nosotras y nosotras nos protegemos entre sí —Will era un buen tipo y le caía bien, pero la familia era lo primero.

—Me alegra que tenga amigas que cuidan de ella.

—Es una de las ventajas de vivir en un pueblo pequeño. ¿Vas a pasarlo bien aquí o se te van a caer las paredes encima?

—Me gusta. He oído que pronto celebrareis un festival y lo estoy deseando.

—No te preocupes. Si te pierdes este, habrá otro en las semanas siguientes. Somos famosos por nuestros festivales.

Oyó pisadas en los escalones del tráiler y al instante la puerta se abrió. Se esperaba que fuera uno de los chicos, pero fue Tucker el que cruzó el umbral.

Will miró el reloj.

—Ya es casi mediodía.

—Estaba haciendo papeleo en el Ayuntamiento. Fool’s Gold no se ha acogido a la era digital —miró a Nevada—. Lo siento. Tenía intención de haber estado aquí esta mañana a primera hora. ¿Ya te ha puesto al día Will?

—Sí, todo va bien. No te preocupes.

Logró responder y actuar con normalidad, pero su mirada no pudo evitar posarse en el ligero moretón de su mandíbula.

La noticia de que Ethan había golpeado a Tucker había corrido como la pólvora y ya que solo su familia más cercana conocía el motivo, la gente había empezado a especular.

Will se disculpó diciendo que tenía que hablar con el topógrafo y, durante un segundo, Nevada pensó en ir con él, pero sabía que tarde o temprano tendría que hablar con Tucker.

—Siento lo que ha pasado con mi hermano —dijo en cuanto Will cerró la puerta al salir.

Tucker se tocó la mandíbula.

—Él está bien.

Nevada hizo lo posible por recordarse que no había motivos para sentirse avergonzada, que su hermano solo había querido protegerla y que no había nada de malo en ello, pero era la idea de imaginarlos pegándose en público lo que hacía que se retorciera por dentro. Eso... y el hecho de que todo el mundo se enterara de los motivos.

—No debería haberte pegado.

—Si hubiera sido al revés, yo habría hecho lo mismo.

Ella puso los ojos en blanco.

—¿Y todo porque no podíais simplemente mantener una conversación? No lamento que me haya defendido, pero había modos mucho mejores de hacerlo.

—No opino lo mismo, pero de acuerdo —fue hacia la pequeña nevera y sacó una botella de agua—. Ethan ha dicho algo interesante —le dijo antes de pararse a beber.

A ella la invadió el pánico y eso hizo que se le encogiera el pecho. Esperaba que no fuera algo como «Nevada no te ha olvidado nunca» o «Es curioso lo muy enamorada que estaba de ti mientras que tú solo tenías ojos para Cat». Aunque no era muy probable, ya que Ethan no sabía nada de eso, pero aun así tuvo miedo...

Tucker bajó la botella y la miró.

—Me ha dicho que fue tu primera vez.

Sintió cómo un rubor ardía en sus mejillas e intentó ignorar esa sensación agarrando su sándwich y alzándolo como si fuera un escudo protector.

—No te lo creas tanto, tuve un novio en el instituto.

Tucker la miró un segundo mientras el alivio se debatía con la preocupación.

—¿Seguro?

—Es algo que recordaría —le dio un mordisco al sándwich y se forzó a masticar. Después de tragar, soltó una ligera carcajada—. No fuiste mi primera vez, no sufras.

—Bien, porque eso habría cambiado mucho las cosas.

—Estabas muy borracho, así que no creo que esa información hubiera podido cambiar anda.

—Probablemente no —sacudió la cabeza—. Entonces, ¿ya hemos zanjado el tema?

—Eres tú el que lo ha sacado, pero sí, podemos darlo por zanjado.

—¿Amigos?

—Por supuesto. Eso siempre.

Nunca se había visto como amiga de Tucker, ella era la chica en la que no se había fijado, a pesar de amarlo. ¿Amigos? Tal vez valía la pena intentarlo. Después de todo, iban a trabajar juntos y no era tan estúpida de volverse a enamorar de él una segunda vez.

Después de almorzar, Nevada salió y fue a ver al equipo de topografía. Cien acres eran muchos, así que trabajaban sobre una cuadrícula. Mientras, ella dividía su atención entre eso y el punto donde los chicos estaban utilizando el equipo de verdad para desmontar el terreno.

Una empresa maderera ya había arrancado los árboles más grandes mientras que la vegetación más espesa se dejaría intacta y a través de ella se extendería el paseo.

Uno de los chicos, Brad, creía que se llamaba, se acercó a ella sujetándose una mano.

–Me he cortado. ¿Tienes vendas en tu camioneta?

–Claro, pero hay un kit de primeros auxilios en la oficina.

Él sacudió la cabeza.

–Si lo utilizo tengo que rellenar unos papeles.

Ella vaciló. Lo último que quería alguien eran más papeles, así que si el corte era pequeño, le haría caso a su petición. Más tarde hablaría con Will y descubriría si había hecho lo correcto o si los chicos querían meterla en problemas. Después de todo, era nueva en el equipo y, sobre todo, era una mujer.

Corrió a su camioneta y abrió la puerta del copiloto. Mientras alcanzaba la caja de guantes, vio algo moverse en el asiento. ¡Había una serpiente enroscada en el asiento del conductor!

Nevada se controló para no empezar a dar saltos, más por una cuestión de autoprotección que por valentía. Observó el color marrón oscuro, las franjas claras que se extendían por su costado y supo que era una culebra de jaretas. Inofensiva, y no demasiado vieja, a juzgar por su longitud.

Y entonces lo entendió todo. La prueba no se basaba en romper reglas, sino en tener «huevos». Apostaría lo que fuera a que Brad no se había cortado, sino que los chicos habían querido que abriera la puerta de la camioneta y viera la serpiente.

Esas criaturas no eran de sus favoritas, pero había crecido con tres hermanos y, como dirían los texanos, «ese no era su primer rodeo».

Respiró hondo, alargó el brazo y agarró a la culebra. Por lo que recordaba, mordía, aunque no era venenosa para los humanos. No obstante, la agarró por detrás del cuello para evitar que le mordiera.

El pobre animal prácticamente gimoteó mientras intentaba alejarse. Su cuerpo se enroscó alrededor de su brazo, pero lo soltó de inmediato. Nevada se puso derecha y se apartó de la camioneta. Al girarse, vio a todo su equipo tras ella.

–¿Alguno estáis echando en falta a vuestra novia? –preguntó.

Los chicos se miraron y comenzaron a reírse. Ella fue hasta la maleza más espesa y soltó al animal.

–¿Cuánto habéis tardado en atraparla?

–Casi toda la mañana –le respondió Brad–. Pensamos que te pondrías a gritar.

–Pues siento decepcionaros.

Uno de los obreros mayores sonrió ampliamente.

–No estamos nada decepcionados.

–Me alegra oírlo. Ahora, vamos a trabajar.

El viernes por la tarde, Nevada se vio paseando por Fool’s Gold con Tucker. Había ido con él a rellenar unos papeles y ahora se dirigían a su camioneta para volver a la obra.

–Bueno, ¿y cuándo es el próximo festival? No dejo de oír cosas sobre ellos.

–El próximo fin de semana, aunque mañana pasarán muchas cosas. Las animadoras de Fool’s Gold vuelven del campamento y harán una demostración de todo lo que han aprendido. Eso siempre es divertido.

–¿El pueblo tiene animadoras?

–Son del instituto. Aquí nos gustan mucho las celebraciones, así que nos sirve cualquier excusa.

–Ya lo he oído.

Doblaron una esquina y fueron hacia el aparcamiento.

–¿Estás divirtiéndote en el trabajo?

Ella asintió, consciente de lo cerca que estaba de él. Los días seguían siendo cálidos, así que llevaba una camiseta... y por eso sus brazos se rozaban. Se dijo que no debía hacerle caso a ese detalle, que el calor que sentía no tenía nada que ver con ese hombre y sí mucho con...

Suspiró. Tendría que buscarse varias excusas a las que poder recurrir cuando las necesitara.

Trabajar con Tucker era más fácil y también más complicado de lo que había creído. Era un jefe justo que confiaba en su equipo, y eso era bueno. Pero además era un hombre muy guapo con el que compartía un espacio de oficina relativamente pequeño. Tanto en el tráiler, como ahí en las estrechas aceras, era difícil ignorarlo.

–Pensé que los chicos me meterían una serpiente más grande en la camioneta, pero supongo que he superado la prueba –lo miró–. A menos que tú les hayas dicho que no me hagan nada.

–No. Si quieres el trabajo, tienes que ser capaz de apañártelas con los chicos. Pensé que me pegarías más fuerte de lo que me pegó Ethan si te enteraras de que estoy protegiéndote.

–Bien, porque es verdad. Lo haría.

Él sonrió.

–Para eso primero tendrías que atraparme.

Un grupo de chicas caminaba hacia ellos, y los dos se movieron a la derecha para dejarlas pasar. El espacio era pequeño y Nevada se vio pegada a él, con su trasero contra su cadera. Se dijo que tenía que ignorar el calor y cómo sus manos se habían rozado.

–¡Ey, Nevada!

Tardó un segundo en darse cuenta de que una de las chicas era Melissa.

–Ah, hola. ¿Qué tal?

–Vamos a por un helado –la chica miró a Tucker y enarcó las cejas.

–Es mi nuevo jefe. Tucker Janack, Melissa Sutton. Es mi sobrina.

Melissa sonrió.

–Más o menos. Supongo que explicar nuestra relación sería demasiado complicado –la chica se despidió y mientras corría hacia sus amigas, añadió–: ¡Encantada de conocerte!

–Es una de las chicas de Ethan, ¿verdad? –dijo Tucker cuando retomaron el paseo.

–Sí.

–La vi en una foto cuando almorzamos.

Ya habían llegado a la camioneta y él abrió la puerta del copiloto.

–Explícame eso –dijo ella sin subirse–. ¿Cómo puede golpearte y que luego almorcéis juntos?

–Ya lo habíamos arreglado todo. ¿Por qué no íbamos a almorzar y a ponernos al día de lo que pasa en nuestras vidas?

–Los hombres sois muy raros.

Él se rio.

Nevada subió a la camioneta, pero se le resbaló la bota sobre el metal y comenzó a caer hacia delante. Tucker la rodeó por la cintura y tiró de ella hacia atrás y, por segunda vez en pocos minutos, se vio contra él en un espacio reducido.

Su cuerpo disfrutó de ese momento y le recorrió un cosquilleo, pero sabía que era potencialmente peligroso, por no decir estúpido, así que se dijo que tenía que actuar como si no hubiera pasado nada y todo estuviera bien.

–Estoy bien.

–No quiero que mi nueva empleada se haga daño en el trabajo y demande a la empresa –le dijo al soltarla.

–Yo no haría eso.

Iba a subir a la camioneta, pero se giró hacia él sin poder evitarlo. Sus cuerpos seguían estando cerca, y él estaba mirándola con intensidad.

Sin previo aviso, se vio retrocediendo en el tiempo y, en lugar de estar en un aparcamiento de Fool’s Gold, estaba en el salón de una mansión en Hollywood Hills.

Solo había ido a la fiesta porque era una oportunidad de volver a pasar un rato con Tucker. Había sabido que la noche sería deprimente, pero no había podido evitarlo.

En mitad de un mar de gente a la que no conocía, se dio cuenta de que debería haberse quedado en la residencia de estudiantes porque, a pesar de todos los famosos que pululaban por allí, solo tenía ojos para Tucker y él solo podía ver a Cat.

Tucker la seguía como un perrillo y, prácticamente, con la lengua fuera, pero Nevada, incluso a pesar de su falta de experiencia en el terreno amoroso, sabía que Cat no sentía el mismo deseo por Tucker.

–¿Te conozco?

Nevada miró al alto y guapo hombre que caminaba hacia ella y al instante cayó en la cuenta de que era un actor cuyo gran éxito del verano había recaudado millones y que había sido la portada de la revista People.

–No lo creo.

–Pues tú podrías... llegar a conocerme.

Obviamente, estaba borracho y tal vez un poco colocado, si sus dilatadas pupilas no mentían.

–No, gracias.

–Puedo hacerte cambiar de idea.

Él le había agarrado del brazo y tiraba de ella; Nevada estaba a punto de empezar a utilizar los trucos que le habían enseñado sus hermanos cuando Tucker apareció a su lado.

–No tan deprisa –había dicho apartando las manos del hombre de su brazo–. Viene conmigo.

–Oh, lo siento tío, no lo sabía.

El otro hombre se marchó y Tucker acercó a Nevada a su cuerpo.

–Veo que no me puedo fiar de dejarte sola. Te comerán viva en un sitio como este. Mantente cerca de mí, niña. Te sacaré de aquí de una pieza.

Y después la había besado. Un leve y amistoso beso que probablemente no había significado nada para él, pero que a ella le había desbaratado su mundo.

Y entonces Cat había aparecido y fue como si Nevada no existiera. Tucker no se había movido de allí, pero ella pudo ver un gran cambio en él. En su mundo, solo existía Cat, nada más. Nadie más importaba.

–¿Nevada?

Volvió al presente bruscamente y vio que estaba pegada a Tucker.

–¿Estás bien?

–Bien –respondió y subió a la camioneta.

–¿Lista para volver? –le preguntó Tucker una vez estuvo detrás del volante.

Nevada sabía que se refería a la zona de obras, así que asintió. Pero lo que en realidad estaba pensando era que jamás volvería al lugar donde había estado antes porque desear a alguien a quien nunca podría tener había sido una de las peores experiencias de su vida.

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