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Capítulo 2

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Tucker nunca se había parado a pensar demasiado en los pueblos pequeños de Estados Unidos. Principalmente su trabajo lo llevaba a lugares remotos donde tenían que crear su propia infraestructura para poder realizar el trabajo, o a zonas urbanas que, normalmente, estaban viniéndose abajo. No estaba acostumbrado a ver alegres escaparates y gente simpática paseando por aceras limpias. En los diez minutos que había tardado en ir de su hotel al centro del pueblo, lo habían saludado en multitud de ocasiones, le habían dicho que pasara un buen día, le habían comentado qué agradable era el tiempo que estaban teniendo y un diminuto caniche con un jersey rosa se había acurrucado contra él.

Ya había estado en Fool’s Gold antes, cuando tenía unos dieciséis años. Su madre había muerto cuando él era muy pequeño, así que su padre lo había llevado con él a todas las obras de construcción. Había crecido por todo el mundo y se había educado entre escuelas locales y tutores. A su padre le había preocupado que no estuviera relacionándose socialmente lo suficiente con niños de su edad, así que cada verano lo enviaba a un campamento distinto de Estados Unidos. Un año había sido un campamento espacial, otro un campamento de arte dramático, y el año en que había cumplido los dieciséis, un campamento de ciclismo donde había conocido a Ethan Hendrix y a Josh Golden.

Los tres habían sido inseparables durante todo el verano. Josh y Ethan se tomaban muy en serio el ciclismo e incluso Josh había terminado dedicándose a ello. Tucker había entrado en el negocio familiar y había ido allí adonde lo llevaba el siguiente gran proyecto. Ethan se había quedado en Fool’s Gold.

Cruzó una calle estrecha y vio el cartel de Construcciones Hendrix. Durante su época de instituto, Ethan había planeado ir a la universidad para luego marcharse de Fool’s Gold, y Tucker y él habían hablado sobre el hecho de que Ethan trabajara para Construcciones Janack. Habían soñado con construir una presa en Sudamérica o un puente en la India, pero el padre de Ethan había muerto dejándolo a él como responsable del negocio familiar. Siendo el mayor de seis hermanos, y con una madre destrozada, a Ethan no le habían quedado muchas opciones.

Tucker abrió la puerta de la oficina y sonrió a la recepcionista.

–Me gustaría ver a Nevada, por favor.

Había llegado lo suficientemente pronto como para encontrarla allí antes de que se hubiera marchado a alguna obra, pero aun así se esperaba que le preguntaran si había concertado cita. Por el contrario, la recepcionista señaló una puerta en la parte trasera de la gran sala.

–Está en su despacho.

–Gracias.

Rodeó un par de mesas vacías y llamó a la puerta abierta.

Nevada estaba de espaldas a él junto a un archivador y durante el segundo que tardó en girarse, él vio que llevaba unos vaqueros y una camiseta en lugar de los pantalones y la chaqueta del día anterior. Unas gruesas botas de trabajo le sumaban unos cuantos centímetros a su estatura y la acercaban más a la altura de sus ojos. Era alta y esbelta y con curvas ahí en los lugares adecuados.

Atractiva y sexy, pensó, y seguro que también lo había sido durante la época de la universidad, aunque por aquel entonces él ni se había fijado. Estar con Cat había sido como mirar al sol: no había podido ver ninguna otra cosa. La vida habría sido mucho más sencilla si se hubiera enamorado de alguien normal como Nevada en lugar de Cat.

Cuando Nevada se giró, vio que no llevaba mucho maquillaje y que su tez era pálida.

–Buenos días.

Ella lo miró asombrada.

–Tal vez lo sean para ti.

Tenía los ojos rojos y un poco hinchados. A juzgar por las ojeras, supuso que había pasado una mala noche.

–¿Resaca? –le preguntó en voz baja.

–No quiero hablar de ello.

¿Había estado bebiendo por su culpa? Esperaba ser la causa de su malestar mañanero, aunque solo fuera porque eso demostraba que su encuentro la había causado tanto impacto como a él.

–Sea lo que sea lo que estás pensando, para.

–¿Por qué?

–Tienes actitud de engreído y resulta irritante. Es más, deberías irte. ¿Por qué estás aquí? ¿Estás buscando a Ethan?

–Estoy buscándote a ti.

Ella se tocó la frente, como intentando borrarse el dolor.

–Pues no sé por qué.

–Seguro que sí.

A pesar de las ojeras y de la lividez, seguía resultando atractiva. Le gustaba ver a Nevada con vaqueros y camiseta más que vestida formalmente para una entrevista. Con esa ropa se parecía más a la mujer que recordaba.

–Quiero que lo repitamos... me refiero a la entrevista –añadió, por si ella se pensaba que se refería al sexo, aunque él no le diría que no a una oportunidad de demostrarle que no era tan malo en ese campo.

–No me queda nada por decirte. Ya tienes mi curriculum, con eso basta.

–Tienes razón. Basta. Quiero contratarte como directora de construcción.

–Vete al infierno.

–¿Es eso un «me lo pensaré»?

–Es un «vete al infierno». No me interesa que jueguen conmigo.

–¿Y por qué crees que estoy jugando contigo?

–Solo estás ofreciéndome el puesto porque dije que eras pésimo en la cama.

Él se estremeció.

–Este proyecto tiene un valor de diez millones de dólares. ¿Crees que lo arriesgaría por mi ego? –se movió hacia ella–. Estás más que cualificada y eso es importante, pero como señalaste ayer, eres de la zona y sabes cómo se hacen las cosas por aquí. Puedes ayudarnos a evitar errores.

Esa era una lección que había aprendido por las malas en más de una ocasión. Prestarle atención a las aparentemente tontas expectativas y costumbres de los lugareños podía suponer la diferencia entre llegar a tiempo con un proyecto sin salirse del presupuesto y que todo se viniera abajo.

–Sé que te interesa. De lo contrario, no te habrías molestado en presentar la candidatura ni en ir a la entrevista.

–Se suponía que hablaría con tu padre, no contigo –dijo bruscamente–. No quería volver a verte nunca.

–Pues yo estoy al mando.

–Exacto, y por eso lo mejor es que te marches ahora.

Fue muy clara y, aunque a él no le gustó, no estaba dispuesto a suplicarle. Asintió y se marchó, aún algo confuso por lo que estaba pasando. Un momento después estaba cruzando el aparcamiento cuando una camioneta se detuvo a su lado.

–¡Estás muy lejos del Amazonas! –le gritó una voz familiar.

Tucker vio a Ethan salir de la camioneta y sonreír.

–¿Qué estás haciendo aquí? –le preguntó Tucker.

Ethan y él se estrecharon la mano y se dieron unas palmaditas en la espalda.

–Dirijo este lugar –respondió Ethan señalando al cartel–. Aunque últimamente no estoy mucho por aquí, estoy con los aerogeneradores.

Tucker sabía que su amigo se había introducido en la construcción de molinos; la energía eólica era un campo en constante crecimiento y el producto de Ethan era muy demandado.

–Tengo unos cuantos nombres para ti –le dijo Ethan sacando un maletín del asiento del copiloto–. Son unos buenos tipos a los que querrás contratar. Un par de ellos trabajan para mí, pero les dejaré irse. Ahora que Nevada se marcha, habrá menos trabajo de construcción.

–¿Se marcha? ¿Adónde?

–A trabajar para ti –Ethan parecía sorprendido–. Sé que ha solicitado el puesto.

–Sí, y acabó de ofrecérselo, pero lo ha rechazado.

–No lo entiendo. Estaba emocionada con la oportunidad.

–Y yo quería que se uniera a nosotros.

Tenía que pasar algo más, pensó Tucker, no podía ser solo por el pasado. Suponiendo que lo que había dicho fuera verdad, que el tiempo que habían pasado juntos hubiera sido espantoso, ni siquiera eso era suficiente para rechazar trabajar con él. No era un cretino como jefe.

–Estaba pensando en darle una cuadrilla de mis mejores hombres.

Ethan frunció el ceño.

–Deja que hable con ella.

Tucker sacudió la cabeza.

–No. O quiere el trabajo o no lo quiere. Tiene que ser su elección.

–De acuerdo, pero no creas que esto significa que vas a estar en el pueblo y vas a poder evitarme. Quiero que vengas a cenar. Así podrás conocer a Liz y a los niños. Verás todo lo que te has perdido con tu nómada estilo de vida.

–Me gusta mi nómada estilo de vida.

–Eso es porque nunca fuiste tan listo como nosotros.

Nevada hizo lo que pudo por ignorar el golpeteo que sentía dentro de su cabeza. Había tomado tantas aspirinas como eran seguras y se había hidratado lo suficiente como para regar quince acres de maíz, pero aún se sentía como si lo más inteligente hubiera sido pegarse un tiro esa misma mañana.

Jo había intentado advertirla; había sido muy específica sobre las consecuencias de beber tanto, especialmente tratándose de una persona que solía limitarse a una sola copa. Pero, ¿la había escuchado? Por supuesto que no. Y ahora estaba pagando el precio con una jaqueca y un cuerpo al que le dolía todo menos las pestañas.

–No me puedo creer que hayas rechazado el trabajo.

Esas inesperadas palabras la hicieron sobresaltarse. Alzó la mirada y vio a su hermano de pie en la puerta de su despacho. Tucker sí que había ocupado bien ese espacio, pensó al recordar lo guapo que lo había visto y lo mucho que eso la había enfurecido.

–No quiero hablar de ello –farfulló preguntándose cuándo el alcohol abandonaría su organismo de una vez por todas.

–Pues vas a tener que hacerlo. Esto es lo que querías. Dijiste que querías un desafío, un reto, y Tucker está ofreciéndotelo. Cree que serías muy buena para su equipo.

Haberle contado a sus hermanas lo que había pasado era una cosa, pero explicarle los detalles a su hermano no era algo que le apeteciera.

–Ya no me interesa.

–¿Por qué? No lo entiendo. ¿Tienes miedo?

–No.

–Entonces, ¿qué?

Ethan era un fantástico hermano mayor. En el colegio, había cuidado de sus hermanas pequeñas y, siendo adulto, había renunciado a sus sueños para poder dirigir el negocio familiar y que sus hermanas fueran a la universidad. Había convertido a Construcciones Hendrix en una empresa mucho mayor y había iniciado un exitoso negocio de molinos de viento, también. Era un buen tipo y, precisamente por eso, no podía contarle lo que había pasado con Tucker. Ethan sentiría la necesidad de hacer algo y eso no haría más que complicar la situación.

–Ethan, te quiero. No pasa nada, olvídalo.

Se quedó mirándola y después se encogió de hombros.

–Tucker es un gran tipo. ¿Por qué no quieres trabajar para él?

–No quiero.

–Estás siendo una idiota. Lo sabes, ¿verdad?

–Sí.

–De acuerdo. Es tu decisión.

Se marchó.

Nevada se quedó sola en su despacho con el pasado amenazando con colarse en el presente. Intentó mantenerse ocupada con el trabajo, pero no era capaz ni de mirar la pantalla del ordenador. No, con semejante dolor de cabeza. De modo que, rindiéndose ante lo inevitable, dio por terminado el día y se marchó a casa.

El final del verano era una época preciosa en las faldas de Sierra Nevada. Fool’s Gold se encontraba a setecientos sesenta metros, lo suficientemente alto como para disfrutar de las cuatro estaciones, pero no tanto como para seguir teniendo nieve hasta junio. Al este se encontraban las escarpadas cimas, al oeste los viñedos y la autopista que conducía a Sacramento.

Nevada tomó un camino a casa ligeramente más largo, especialmente porque quería pasar por calles más tranquilas donde era menos probable que se topara con alguien conocido y tuviera que pararse a charlar. Entre que se encontraba fatal y que tenía la extraña necesidad de llorar, quería simplemente estar, sin más, sin mayores pretensiones.

Como siempre, ver su casa la hizo sentirse mejor. La había construido en los años veinte un hombre al que le encantaba el estilo victoriano. La casa de tres plantas se alzaba sobre el resto de las casas y parecía fuera de lugar entre esas mucho más modernas. La había comprado hacía tres años y ella misma se había encargado de la reforma.

Era de color gris claro con torrecillas a cada lado; en una de ellas se encontraba el baño principal y la otra formaba parte de la habitación de invitados.

Había convertido la planta principal en dos pequeños apartamentos que alquilaba a universitarios. Ese año sus inquilinos eran dos estudiantes que hacían algo con ordenadores. No estaba segura de qué, pero eran muy tranquilos y pagaban las mensualidades a tiempo, así que por ella todo estaba perfecto.

Subió la escalera principal hasta su casa, que ocupaba dos plantas. Después de pasar por el salón, subió otro tramo de escaleras hasta la tercera planta y entró en su baño.

Había invertido gran parte de su tiempo y de su presupuesto en ese baño y en la cocina y le encantaba el resultado final. El baño era enorme, con una ducha separada y una bañera de cuatro patas. Unas grandes ventanas tintadas dejaban entrar el sol a la vez que le daban privacidad y, cuando se tumbaba en la bañera, podía ver la chimenea del dormitorio principal.

Ahora, aún con la cabeza golpeteándole, abrió el grifo del agua y echó un puñado de sales con aroma a jazmín. En cuestión de segundos, el agradable olor se había mezclado con el vapor y ya empezaba a relajarla.

Entró en el dormitorio y se quitó las botas y la ropa. Se puso un albornoz y volvió al baño donde esperó a que la bañera se llenara. Sin querer, recordó la vez que conoció a Tucker. Tendría unos diez años y Ethan y Josh lo habían llevado a casa al salir del campamento de ciclismo. Lo más emocionante de su visita fue que su padre había ido a buscarlo en un avión privado y eso le había resultado más interesante que el propio muchacho. Unos ocho años después, cuando se había marchado a la universidad, Ethan le había dicho que buscara a su viejo amigo. Ella lo había llamado y se había quedado sorprendida al ver lo entusiasmado que había quedado Tucker ante la idea de volver a verla.

Le había dado la dirección del complejo industrial junto al aeropuerto de Los Ángeles, y ahora Nevada recordaba lo mucho que la había sorprendido la ubicación. La dirección era la de un edificio casi tan grande como un hangar y lo primero en lo que se fijó al salir de su pequeña camioneta fue en el sonido de la música: un ritmo rock que había hecho que traquetearan las ventanillas.

Había llamado a la puerta medio abierta, pero nadie había respondido, probablemente porque nadie habría podido oírla. Había empujado la puerta y había entrado.

Era un lugar enorme con altos techos y, tal vez, unos mil metros cuadrados. Los grandes ventanales dejaban que el sol de Los Ángeles lo iluminara todo, el suelo era de cemento y la música sonaba mucho más fuerte incluso ahí dentro. El bajo hizo que le vibrara el pecho.

Pero lo que más le llamó la atención fue el andamiaje en el centro de la impresionante sala. Llegaba casi hasta el techo y era una estructura llena de plataformas y barandillas que rodeaba a una gigantesca y retorcida pieza de metal.

La pieza parecía enroscarse sobre sí misma a la vez que ascendía. Mientras la observaba, tuvo la sensación de que los fragmentos se habían venido abajo y que se habían vuelto a colocar, pero no en el orden correcto. Era una obra que generaba una sensación de tragedia, de pérdida.

Al cabo de unos segundos se fijó en una mujer situada en lo alto del andamiaje y rodeada de chispas. Era alta y delgada.

–¡Has venido!

La voz venía de su izquierda, y fue un grito que se pudo oír por encima de la música. Se giró y vio a Tucker, con la diferencia de que ya no era el chico alto y delgado que recordaba. Ese tipo era guapo y tenía unos hombros anchos, una agradable sonrisa y unos ojos que resplandecieron al verla. A pesar de la fuerte música, el extraño edificio y esa obra nada convencional, todo desapareció y el mundo se redujo a Tucker.

Nevada nunca había creído en el amor a primera vista, nunca había creído que fuera posible que un alma reconociera a otra, nunca había sabido lo que era que le robaran el aliento. Se quedó allí clavada al suelo, incapaz de moverse o de hablar. Solo podía mirar al hombre al que sabía que amaría durante el resto de su vida.

Él dijo algo porque ella vio cómo se movían sus labios, pero no pudo captar el sonido. Después se rio, le agarró el brazo y la llevó afuera.

–Hola –dijo cuando estaban en la relativa tranquilidad del aparcamiento–. Has venido.

–Sí.

La abrazó y su cuerpo resultó cálido contra el de ella. Quería apoyarse en él, perderse en su fortaleza y en su calor, pero Tucker se puso derecho demasiado deprisa a pesar de que Nevada no estaba preparada para dejarlo marchar. Aún no.

–¿Qué tal la universidad?

–Bien. Estoy adaptándome a las clases.

–¿Y te encuentras cómoda en tu habitación?

Parecía más un padre que un amigo, pero ella asintió de todos modos.

–¿Está bien Ethan?

–Sí, va tirando.

La sonrisa se desvaneció del rostro de Tucker.

–Siento lo de tu padre.

–Gracias.

Su padre había muerto inesperadamente ese verano dejando a toda la familia impactada y devastada. Aunque sus hermanas y ella habían protestado por no querer marcharse a la universidad, su madre había insistido. Ethan había sido el único que había renunciado a sus sueños para ocuparse del negocio familiar.

–Es complicado. Aún no me puedo creer que haya muerto.

Tucker la rodeó con el brazo y la besó en la cabeza.

–Quiero decirte que irás encontrándote mejor aunque ahora mismo eso no signifique mucho.

–Sé que no dolerá tanto dentro de un tiempo, pero ahora mismo es muy duro.

La miró a los ojos e hizo que ese vacío se disipara. Seguía rodeándola con el brazo y Nevada se preguntaba si él también habría sentido esa conexión.

Por primera vez deseó haber tenido más experiencia en lo que concernía a los hombres. En el instituto nunca le había dado importancia y había salido con algún que otro chico, pero nunca había tenido un novio de verdad.

–¿Quieres almorzar? –le preguntó él.

El corazón le dio un brinco. Sí, de acuerdo, no era una cita, pero se acercaba mucho.

–Me gustaría.

–Bien –bajó el brazo–. Deja que vaya a ver si Cat quiere tomarse un descanso –sacudió la cabeza–. Tiene el típico temperamento de artista y nunca sé cuándo va a echarme la bronca, así que no te sorprendas si oyes muchos gritos.

Parecía más emocionado que molesto ante la idea.

–¿Cat? –preguntó ella recordando a la soldadora, pero Tucker ya había entrado en el edificio.

Nevada fue hacia la puerta y lo vio subir por el andamio. Cuando llegó a la soldadora, le tocó el hombro. Las chispas cesaron y la mujer se quitó la máscara protectora. Incluso desde la distancia, pudo ver que era una belleza. Una melena larga y oscura le caía a mitad de la espalda en forma de ondas. Su rostro poseía una belleza clásica: ojos grandes, pómulos altos y carnosa boca. La mujer se quitó el mono de trabajo y dejó ver una ajustada camiseta y unos pantalones cortos sobre unas largas y perfectas piernas y una cintura tan fina como la de una modelo.

Tucker y ella descendieron del andamio juntos.

De nuevo, Nevada se vio incapaz de moverse, pero ahora no por la presencia de Tucker, sino por sentirse insignificante. La mujer era mayor que ella y, probablemente, un par de años mayor que Tucker. A pesar de llevar ropa informal, tenía un aire de sofisticación. Era de esa clase de mujeres a las que los hombres escribían canciones y por las que iban a la guerra. Era una de esas mujeres a los que los hombres amaban.

Cuando la pareja se acercó, Nevada quiso echar a correr, pero se obligó a permanecer allí sabiendo que si lo intentaba, probablemente acabaría tropezándose con su propio pie.

–Así que tú eres la amiga de Tucker –dijo la mujer con una sensual voz y un ligero acento–. Estoy encantada de conocerte al fin. Soy Caterina Stoicasescu –extendió una larga y delgada mano.

–Nevada Hendrix.

Nevada estrechó la fuerte y arañada mano evitando en todo lo posible quedarse con la boca abierta. Miró a la mujer, a la escultura, y de nuevo a la mujer.

¿Caterina Stoicasescu? Era famosa, todo un talento. La habían descubierto cuando era pequeña, antes incluso de ser adolescente. Sus esculturas eran consideradas brillantes y Nevada sabía que su obra estaba expuesta por todo el mundo, que era una persona muy conocida y rica.

–¿Vienes de un pueblo pequeño, verdad? –preguntó Caterina.

–Fool’s Gold. Está en las laderas de la cordillera de Sierra Nevada. Es precioso y muy pintoresco. Probablemente un sitio muy distinto a los que usted suele frecuentar en su vida habitual.

Caterina sonrió y estrechó sus penetrantes ojos verdes.

–Así que has oído hablar de mí. Eso está bien.

–No soy una experta, por supuesto, pero sí. Su trabajo... –señaló a la escultura–. Es precioso.

Caterina se acercó a ella y ambas contemplaron la pieza.

–Dime, ¿qué sensación te produce?

Nevada tragó saliva.

–Yo... eh... no sé muy bien qué está preguntándome.

–Cuando la miras, ¿qué piensas? ¿Qué has pensado al verla?

–Soy estudiante de Ingeniería –comenzó a decir mientras se sonrojaba. Miró a Tucker esperando que él la rescatara, pero no estaba mirándola. Tenía la mirada clavada en la otra mujer.

–Eres inteligente, lo veo. ¿Qué has sentido?

–Tristeza. Como si hubiera pasado algo malo.

Caterina alzó las manos al aire y dio una vuelta.

–¡Sí, exacto! –agarró a Nevada por los hombros y la besó en las mejillas–. Gracias.

Nevada estaba atónita.

–De nada, señorita Stoicasescu.

–Cat, por favor. Todos mis amigos me llaman así –se agarró del brazo de Nevada y señaló el metal–. Es el final de la guerra. No es algo muy probable, pero lo he hecho como recordatorio del dolor que todos sentimos. No tenía planeado qué iba a ser. Yo soy solo un conducto por el que sale el arte.

Cat se giró hacia ella.

–Bueno, cuéntamelo todo sobre ti. Sé que vamos a ser grandes amigas.

Nevada estaba asombrada.

–¿Qué quieres saber?

–Todo. Empieza por el principio. Yo soy de Rumanía. ¿Tienes hermanos? Sí, debes de tenerlos porque Tucker te conoce por eso. Tenemos que hacer algo juntas. Tal vez ir a una fiesta.

–Había pensado en que fuéramos a almorzar –apuntó Tucker.

Cat soltó a Nevada y se giró hacia él. Ladeó la cabeza ligeramente y su melena negra azulada cayó sobre su hombro.

–Pensé que íbamos a quedarnos aquí.

En el momento en que Cat pronunció esas palabras, todo cambió y fue como si la electricidad y el calor llenaran el aire. Nevada había estado mirando a Tucker y por eso pudo ver cómo se le dilataron las pupilas y se le tensaron los hombros.

Sin dejar de mirar a la bella mujer, él respondió:

–¿Lo dejamos para otro momento, Nevada?

Incluso con su absoluta carencia de experiencia en el terreno de los hombres y el sexo, Nevada supo lo que había pasado y lo que pasaría en el momento en que se marchara. Harían el amor, allí mismo, en el suelo. Porque estaban juntos y Cat era la clase de mujer que despertaba una increíble pasión en los hombres.

–Claro –susurró ella ya dirigiéndose hacia la puerta.

Se sintió como una estúpida y como si estuviera fuera de lugar. Le dolía el corazón al verse forzada a aceptar que Tucker no había sentido la conexión y que la veía como la hermana pequeña de Ethan porque amaba a Cat.

Cuando salió a la calle, los ojos le ardieron bajo la brillante luz del sol. Quería volver, decirle que se equivocaba, que debía darle una oportunidad. Y lo hizo, pero vio que Cat y Tucker ya estaban abrazándose. Su beso fue más intenso y más apasionado que nada que hubiera visto o imaginado nunca. Las manos de él acariciaban su cuerpo como reclamándolo.

Avergonzada, cerró la puerta y corrió a su camioneta. Se dijo que no importaba, que no volvería a ver a Tucker y que lo que fuera que había sentido por él se desvanecería tan rápido como había llegado. En un par de días se habría olvidado de él.

E-Pack HQN Susan Mallery 1

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