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Capítulo 8

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DEBERÍAMOS ir a Roma.

–¿A Roma?

–Sí. Tengo un apartamento allí. Podemos tomar unas breves vacaciones y aprovechar la oportunidad para pasar unos días a solas. Te enseñaré todos los lugares que suelen visitar los turistas, y algunos no tan famosos que sólo conocen los romanos. ¿Te parece un buen plan?

–Claro que me parece un buen plan, Fabian, pero…

–¿Tienes alguna reserva al respecto?

Fabian hizo aquella pregunta mientras se vestía. Contemplando cómo se abrochaba su inmaculada camisa blanca, Laura se sintió como si estuviera suspendida en un sueño eufórico del que no quería despertar.

Las dos semanas anteriores habían sido un torbellino de actividad. Laura había hecho un rápido viaje a Inglaterra para ver a sus padres antes de regresar a la Toscana junto a un impaciente Fabian. Su familia se había quedado anonadada ante su repentina decisión de casarse con un hombre al que apenas conocía y Laura había tenido que esforzarse para convencerlos de que sabía realmente lo que estaba haciendo.

La ceremonia civil de su matrimonio había tenido lugar el día anterior. Sus testigos habían sido Carmela, que había vuelto de su luna de miel y creía que Laura y su enigmático jefe estaban realmente enamorados, y María. La encantadora Cybele había sido la niña de las flores y, después, tan sólo algunos selectos amigos de Fabian habían sido invitados a cenar en un discreto restaurante.

Pero Laura sabía que el futuro que le aguardaba no era precisamente un paseo romántico al atardecer con el hombre al que adoraba. A pesar de sus amorosas atenciones y de la preocupación que manifestaba por su bienestar, Fabian no se había casado con ella porque la amara. Lo había hecho porque quería desesperadamente un heredero y ella le había parecido la candidata más adecuada como madre.

Se sentó en el borde de la cama y cubrió su desnudez con la sábana a la vez que trataba de poner sus pensamientos en orden. A partir de aquel día ya no iba a ser la anónima Laura Greenwood, sino la señora Moritzzoni, de la fabulosa mansión Villa Rosa. Su marido era un hombre rico, influyente y respetado en su mundo, donde el nombre y linaje de una familia lo eran todo. Laura iba a ser la madre de sus hijos, pero no podía esperar recibir su amor y devoción a cambio.

Sintió que se le encogía el corazón. Lo que sentía por Fabian, algo con lo que éste no contaba, había convertido en una farsa aquel matrimonio de conveniencia. Después de la experiencia a la que apenas había sobrevivido con Mark, ¿cómo había podido ser tan insensata como para acercarse de nuevo al borde del volcán? La respuesta era que se había casado con Fabian porque después del trauma de los pasados años de su vida aún se atrevía a soñar que podía haber un futuro brillante para ella.

Aunque le dolía que Fabian se hubiera referido al viaje a Roma como a unas breves vacaciones, y no a la romántica luna de miel que ella secretamente añoraba, estaba decidida a vivir día a día y a alentar su sueño pasara lo que pasase.

–No tengo ninguna reserva. Es sólo que después de lo de anoche…

–Lo de anoche fue maravilloso.

Fabian se acercó a Laura con una traviesa sonrisa en los labios, le hizo levantarse de la cama y apoyó las manos en sus caderas para atraerla hacia sí.

–¡Aunque apenas dormimos! –replicó ella mientras sujetaba la sábana contra su pecho para evitar que se cayera.

–Fue nuestra noche de bodas… ¿de verdad esperabas dormir? –preguntó él burlonamente.

–Puede que no… pero ahora mismo necesito un rato para relajarme y poner mis pensamientos en orden. ¡Me siento aturdida después de todo lo que ha pasado!

–De acuerdo, señora Moritzzoni. Desayunaremos en la terraza y después puedes tomarte el tiempo que quieras para pensar en todo lo sucedido. Lo de ayer fue bien, ¿no?

–Sí… todo fue muy bien.

–¿Y te preocupa algo?

–Sólo que acabes lamentando que nos hayamos casado. ¿Y si acabas conociendo a una mujer de la que realmente te enamores, Fabian? ¿Has pensado en esa posibilidad? ¡Puede que acabes arrepintiéndote de haberte atado a mí!

–Eres una romántica incorregible, mi dulce Laura.

Aunque las palabras de Fabian desgarraron el corazón de Laura, la mirada que le dedicó fue inconfundiblemente tierna.

–No hay posibilidad de que me suceda algo así. Sé exactamente lo que estoy haciendo y por qué, y no me arrepiento de nada. Ya te he dicho antes que no hay que fiarse de las emociones, y me mantengo en mi idea. Estoy seguro de que con el tiempo llegaremos a ser buenos amigos… ya somos amantes… y cuando tengamos hijos nuestro matrimonio estará basado en unos sólidos cimientos de amistad y respeto, no en una precaria aventura amorosa que se esfuma al cabo de pocas semanas o meses.

Laura permaneció en silencio, a pesar de que la poca fe de Fabian en el amor laceró su corazón. ¿Estaría destinado a creer siempre aquello a causa del comportamiento de su ex esposa? Quería preguntarle más cosas sobre su pasado y sobre ella, aunque sabía que aquello era algo de lo que no quería hablar. Pero antes o después tendría que tratar de superar aquel muro que los separaba si quería que su futuro juntos tuviera alguna probabilidad de éxito. A pesar de sí misma, se obligó a cambiar de tema.

–Por cierto, en lo referente al trabajo, me gustaría buscar un puesto de profesora de música cuanto antes. Ya he pasado demasiado tiempo alejada de la enseñanza debido al accidente, y necesito volver a hacer lo que me gusta. Dijiste que respetarías mis deseos al respecto.

–Por supuesto –Fabian se acercó más a ella, tomó un mechón de su cabello dorado y lo contempló un momento antes de mirarla a los ojos–. Eso no supondrá ningún problema. Podrás trabajar hasta que te quedes embarazada. Después, tendremos que revisar la situación… ¿de acuerdo?

Laura sintió una mezcla de regocijo y temor ante la idea de quedarse embarazada de su marido. Tener un bebé suyo la uniría más a él… ¿pero qué sucedería si llegara a darse cuenta de que lo amaba?

–De acuerdo –dijo, con la boca repentinamente seca.

–Y no será difícil encontrarte un puesto de trabajo adecuado. Tengo muchos contactos en el mundo de las artes y la educación, de manera que no tardarás en volver a dedicarte al trabajo que tanto te gusta.

–Eres muy amable, pero… –Laura se ruborizó ante la mirada casi predatoria que le estaba dirigiendo Fabian, y apartó la suya, decidida a terminar lo que estaba diciendo–. No quiero favores especiales. Me gustaría obtener el puesto por mis propios méritos, no por tu influencia. Y ahora necesito ducharme. Ya me he entretenido demasiado y… ¡deja de mirarme así!

–¿De verdad esperas que no me excite cuando sé que estás desnuda bajo la sábana? Después de la intensidad del placer que me proporcionaste anoche, mi cuerpo no puede evitar anhelar de nuevo el tuyo. Eres una mujer muy deseable y, aunque lo intentara, no podría resistirme.

Antes de que Laura pudiera hacer nada para impedirlo, Fabian le dio un besó que anuló cualquier vestigio de resistencia. Un instante después estaba desnuda entre sus brazos, con la sábana amontonada a sus pies.

Las descripciones de Roma como ciudad ruidosa, maravillosa y vibrante eran legendarias, y también era una de las ciudades favoritas de Fabian. Tenía un apartamento en la Piazza Navona desde el que se veía la impresionante fuente de Neptuno. Decorada a la moda, pero conservando también su antiguo esplendor, era un lugar que no había tenido nada que ver con su padre. Cuando Fabian dejó la Toscana para estudiar arte en la universidad, fue a Roma. Allí saboreó sus primeros aires de libertad, y la ciudad ocupaba desde entonces un lugar especial en su corazón. Y ahora quería enseñársela a Laura, la mujer que se había convertido en su esposa. Mientras se alejaban paseando por una de las callejuelas que llevaban a ésta, recordó que aún no la había interrogado adecuadamente sobre el accidente que había sufrido ni sobre el marido que había perdido. Ahora que se había convertido en su esposa se sentía aún menos inclinado a abordar aquellos temas, aunque sabía que no iba a poder evitarlos siempre. Se dijo que era natural que se sintiera un poco posesivo y que quisiera alejar de su mente todo lo que pudiera enturbiar el placer de aquel día. Pero también quería conocer mejor a Laura y, antes o después, tendría que averiguar los detalles de lo que le había sucedido. Tenía intención de ser el mejor marido posible en su matrimonio. Y si el futuro les deparaba dificultades y contratiempos, estaba convencido de que podrían superarlos gracias a la profunda conexión sensual que existía entre ellos.

–Es como imaginaba que sería.

–¿Sí?

Fabian tomó a Laura de la mano y sonrió. Estaba preciosa con aquel vestido blanco de mangas abiertas, su pelo rubio destellando al sol y sus extraordinarios ojos tan excitados como los de un niño.

–Bulliciosa, deslumbrante… ¡y en cada rincón algo precioso y fascinante que mirar!

–Eso no puedo negarlo –Fabian estaba mirando a su esposa con sincero aprecio masculino, y ella le devolvió la mirada con una mezcla de sorpresa y timidez.

Entonces sonrió y lo golpeó juguetonamente en el hombro.

–¡Ya sabes a qué me refiero!

–Sí, pero apenas hemos empezado nuestro paseo de descubrimiento. Hay muchas cosas asombrosas que ver en Roma. Primero quiero llevarte a una cafetería en la que preparan el mejor exprés de Italia.

–Ya que últimamente me he aficionado a tu querido exprés, adelante.

Una vez en el café, con su despliegue de fotos de músicos de jazz de los años cuarenta y cincuenta, sus funcionales mesas de madera y robustas sillas, Fabian eligió dos asientos junto a la ventana para que Laura pudiera sentarse y «ver pasar el mundo», como tan encantadoramente había expresado.

Aquel día parecía una niña excitada, y su entusiasmo por estar en Roma despertaba en Fabian un sentido de satisfacción y placer que lo tenían sorprendido. También estaba teniendo que hacer verdaderos esfuerzos para contener una repentina necesidad de tocarla y tomarla de la mano, y achacaba la calidez que sentía cada vez que sus miradas se encontraban a la excitación y el placer del momento, a nada más significativo. Ya se había engañado a sí mismo lo suficiente con Domenica, que lo había desenmascarado como el idiota ingenuo que había sido, demasiado ciego y enamorado como para enterarse de que su esposa lo estaba engañando.

Fabian apartó el amargo recuerdo y señaló con la cabeza la plaza en que se encontraba la cafetería.

–Solía reunirme aquí a menudo con mis amigos de la universidad a tomar un café y a arreglar el mundo.

–¿Qué estudiabas? –preguntó Laura con sincero interés.

–Historia del Arte, por supuesto –Fabian sonrió y alzó filosóficamente una ceja–. ¿Qué otra cosa va a estudiar uno en Roma?

–Debió de ser maravilloso.

–Lo fue.

–¿Y fue aquí donde conociste a tu ex mujer?

–No. Conocí a Domenica en la Toscana. Su padre era amigo del mío.

–¿Domenica? Es un nombre precioso.

–Era una chica preciosa… pero, desafortunadamente, su corazón no lo era.

–¿Estuviste…?

–Preferiría hablar de otra cosa. Hoy no quiero pensar en el pasado, sólo en el futuro –dijo Fabian con firmeza.

–¿Y qué me dices del presente? El tiempo pasa muy rápido, y a veces no nos damos cuenta de que se nos escapa de las manos porque no prestamos la suficiente atención.

–Es evidente que has pasado mucho tiempo pensando en ese tipo de cosas.

–Después del accidente, mientras estaba en el hospital, lo único que tenía era tiempo para pensar en la vida. Aquí en occidente damos demasiado por sentado. Yo pienso que no tiene mucho sentido recibir el regalo de la vida si nunca nos detenemos a reflexionar sobre su significado y propósito.

–No todo el mundo aprecia ese regalo como tú, mi dulce Laura. La mayoría nos comportamos como si fuéramos a estar aquí siempre.

–A veces hacen falta accidentes o enfermedades para despertar a la gente. ¿No crees que sería mejor que despertaran antes?

–¡Empiezo a pensar que me he casado como una psicoterapeuta en ciernes!

Laura se ruborizó.

–Lo siento. Tiendo a dejarme llevar por la pasión cuando habló de estas cosas.

–No te disculpes. No hay por qué avergonzarse de la pasión y el entusiasmo –Fabian tomó una mano de Laura y acarició su piel de porcelana–. Me gusta que sientas las cosas con tanta pasión.

–¿De verdad? Creía que pensabas que no había que fiarse de los sentimientos.

Pasaron unos incómodos segundos mientras Fabian se esforzaba por contener sus traidores sentimientos bajo control. Con una mueca, alzó su taza de café en señal de brindis.

–Me temo que me has arrinconado… touché.

–Bueno… –la mano de Laura tembló ligeramente cuando se la pasó por el pelo, y Fabian notó que estaba avergonzada además de un poco disgustada.

Despreció en silencio su incapacidad para establecer la clase de conexión real que secretamente anhelaba con ella. Pero un segundo después se dijo que lo superaría. Estaba reaccionando así porque por primera vez en varios meses empezaba a relajarse. Se encontraba en su ciudad favorita con la bonita y vivaz mujer que iba a darle lo que más deseaba: una familia. No era de extrañar que no se sintiera él mismo.

–¡No puedo creer que hayamos volado hasta aquí en helicóptero desde la Toscana! –dijo Laura.

–Sin el helicóptero no podría asistir a la mitad de las reuniones que tengo en Italia –replicó Fabian, que agradeció el cambio de tema.

–Llevas una vida muy distinta a la que yo llevaba en Inglaterra.

–¿Y crees que llegará a gustarte?

–Eso espero.

–Pareces tener dudas –dijo Fabian, preocupado.

–Tendré que adaptarme, eso es todo. ¡Siento que llevo una temporada sin poner los pies en la tierra! Pero empiezo a preguntarme qué ha podido ver en mí un hombre como tú, que probablemente podría tener lo que quisiera en el mundo… incluyendo a las mujeres más bellas.

Al ver que Laura se llevaba la mano al flequillo mientras hablaba de aquello, Fabian frunció el ceño.

–Si la cicatriz te molesta tanto, podría pedirte una cita con un cirujano plástico. No quiero que te sientas mal por tenerla.

–En realidad no me siento mal. Con el tiempo he llegado a aceptar mis imperfecciones. En cierto modo, tenerlas me ha hecho más fuerte y me ha ayudado a pasar por alto los aspectos más superficiales de la vida. En realidad estaba pensando en ti, Fabian, con tu preciosa casa y los bellos objetos que posees. Te mueves en la clase de círculos en que esas cosas importan. ¿Cómo vas a sobrellevar el hecho de tener una esposa que apenas alcanza los niveles de belleza que tus amigos y asociados podrían esperar?

–En primer lugar, ése es un problema que sólo está en tu mente, no en la mía. ¿Crees que me importa lo que puedan pensar los demás? Después de haber vivido con mi padre, no estoy dispuesto a tolerar que nadie dicte cómo debo vivir mi vida. Y los objetos bellos tienen su lugar, pero no les atribuyo tanta importancia como pareces pensar. De manera que centrémonos en el futuro que nos aguarda y olvidémonos de las opiniones de los demás.

–De acuerdo. Lo intentaré.

–Tienes la fuerza para hacer cualquier cosa que te propongas. He sentido eso muchas veces desde que te conozco.

–Supongo que eso se debe a que soy una superviviente…

–Eres una mujer fuerte, y eso es algo que admiro.

–Es extraño, pero, después de Mark, yo… –Laura se interrumpió repentinamente y Fabian se alegró secreta y egoístamente por ello.

Sentado allí, en su café favorito, con su bonita y recién estrenada esposa, quería mantener el ambiente lo más ligero posible. Y alentar a Laura a hablar de su pasado podía hacer que él también tuviera que hablar del suyo, algo que ella ya había intentado al sacar el tema de su ex esposa. De manera que permaneció en silencio.

–¿Fabian?

–¿Sí?

–¿Estás seguro de que no lamentas…?

–Estoy convencido de haber hecho lo correcto al casarme contigo, Laura. Con el tiempo llegarás a la misma conclusión. Y ahora bebe tu café y deja de preocuparte. Sólo tenemos una semana para estar en Roma antes de volver a casa, así que lo mejor será que nos relajemos y tratemos de disfrutar al máximo.

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