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Capítulo 2

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DESDE que la orquesta y la compañía de ópera habían llegado aquella mañana, la casa y sus terrenos habían vibrado con el sonido de la música. Mientras escuchaba, maravillada, Laura deseó que los niños a los que había enseñado pudieran escuchar lo que estaba escuchando ella en aquellos momentos. A pesar de que sólo tenían seis o siete años, habían llegado a apreciar algunas de las piezas clásicas que ella les había hecho escuchar en clase, además de las que solía tocarles al piano. Pero hacía ya dos años que no enseñaba, algo que le producía una intensa sensación de vacío que no podía ser fácilmente colmado.

Hubo una época en el pasado en que soñó con convertirse en intérprete, pero tras descubrir la pasión que le producía enseñar música a los niños, decidió que su verdadera vocación residía en la enseñanza. Ahora, tras el periodo de obligado descanso y recuperación que había tenido que pasar después de su accidente, tendría que ponerse a buscar otra plaza de profesora. Tenía intención de redoblar sus esfuerzos en ese sentido en cuanto regresara de la Toscana, pero de momento se sentía allí en el séptimo cielo, en aquella exquisita mansión, echando una mano a una amiga. Su ánimo y moral ya habían mejorado gracias a la música que sonaba a su alrededor.

Mientras Carmela repasaba los planes para explicarle todo lo relacionado con la celebración, ella se ocupó de cosas más prácticas. No quería quedarse de brazos cruzados habiendo tanto que hacer. Todos aquéllos con los que se cruzaba tenía mil cosas que hacer, de manera que decidió ayudar allí donde viera que era más necesario.

Cuando, un rato después, fue a buscar a Carmela, la encontró aún ocupada haciendo algunas llamadas telefónicas de las que sólo ella podía ocuparse. Al ver que los empleados de la cocina estaban muy ocupados, les echó una mano llevando bandejas de bebidas y comida a los trabajadores que montaban el escenario en la marquesina más grande.

–Buongiorno, signorina Greenwood.

De regreso a la cocina con una bandeja de vasos vacíos, Laura se detuvo al escuchar el saludo de Fabian Moritzzoni.

–Buongiorno –contestó, consciente de que su voz no sonó especialmente firme.

Fabian vestía una camisa blanca de hilo, unos chinos de color crudo y llevaba unas gafas de sol en lo alto de su rubia cabeza. Su aspecto resultaba un tanto bohemio en comparación con el de hombre de negocios del día anterior, casi intimidatorio. Pero Laura no se dejó engañar; estaba segura de que era un auténtico tiburón de los negocios. Ser tan consciente de la cualidad carismática de aquel hombre podía suponer una incómoda distracción para aquel trabajo, pensó. Al reconocer la indefinible amenaza que podía representar para su paz mental, la parte aún sensible y dolida de su ser quiso retraerse de inmediato.

–Veo que ya estás metida de lleno en el trabajo. Organizar algo así da muchos quebraderos de cabeza, ¿verdad? –Fabian sonrió, utilizando aquel gesto con la confianza de un hombre acostumbrado a obtener la atención del mundo desde que era un bebé.

Junto a la suprema vitalidad que irradiaba, Laura se sintió como una pálida sombra a su lado.

Fabian había olvidado el delicado aspecto de la sustituta de Carmela. El día anterior se había quedado con la impresión de una piel pálida como la nieve y unos enormes ojos grises en un rostro menudo y delicado, pero aquella mañana su fragilidad se veía resaltada por la vista de un cuerpo tan delgado como la rama de un abedul a merced del viento. La blusa de muselina blanca y la ceñida falda que vestía atrajeron la atención de Fabian hacia su pequeña cintura, sus estrechas caderas y pequeños pechos, y hacia su flequillo rubio, con el que trataba de ocultar una cicatriz.

–¿Adónde vas con eso? –preguntó a la vez que señalaba la bandeja que sostenía Laura–. ¿A la cocina? Deja que la lleve yo. Parece bastante pesada.

Laura apartó la bandeja a la vez que se ruborizaba.

–Soy más fuerte de lo que parezco, señor Moritzzoni –respondió animadamente, y Fabian se sorprendió ante su vehemente respuesta–. Supongo que no querrá pagarme para que otro haga mi trabajo, ¿no? Además, no quiero entretenerlo. Seguro que tiene cosas más importantes que hacer.

–No me estás entreteniendo, y no pretendía ofenderte ofreciéndote mi ayuda. Simplemente me ha sorprendido verte ocupada en las tareas domésticas cuando esperaba que Carmela te hubiera asignado alguna actividad relacionada con la organización del concierto.

Laura se ruborizó aún más.

–Sólo pretendía ser útil mientras Carmela se ocupaba de unos detalles de última hora antes de ponerme al tanto de lo que voy a tener que hacer. Será mejor que lleve esto a la cocina para ver si ya ha acabado.

–No olvides que a mediodía todos paramos para la siesta… ¡por muy ocupados que estemos! Hace demasiado calor para trabajar.

–Gracias por recordármelo –replicó Laura tímidamente antes de alejarse.

–Piccolo fiocco di neve… pequeño copo de nieve –murmuró Fabian mientras la veía alejarse.

Mientras se tomaba un momento para recordar adónde se dirigía antes de encontrarse con ella, comprendió que el aspecto de Laura había atraído su atención tan enfáticamente como lo habría hecho una elegante mariposa en un inesperado momento de contemplativo y tranquilo deleite.

Al finalizar las actividades del día, Laura acompañó a Carmela a la piazza de la ciudad a comer con ella y su marido Vincente en uno de los restaurantes del lugar. El marido de Carmela era tan encantador y divertido como Laura había supuesto, y le gustó de inmediato.

Después, mientras los recién casados, que sólo tenían ojos el uno para el otro, tomaban el café, Laura salió a dar un paseo por la piazza y, tras apoyarse contra una balaustrada de piedra, con su ligera estola suelta en torno a los hombros sobre un vestido de verano color limón pálido, se dedicó a observar tranquilamente el lugar. El aire estaba cargado de un cálido aroma a magnolias y los paseantes parecían disfrutar de la placidez de la tarde. Había algunos individuos realmente atractivos paseando por la plaza, pero, en opinión de Laura, ninguno podía hacer sombra al inquietante atractivo de Fabian Moritzzoni. Sorprendida por aquel inesperado pensamiento, sintió un revoloteo de inquietud en la boca del estómago.

–Buonasera, signorina.

Un joven de ojos negros y camisa impecablemente blanca que paseaba con un amigo se detuvo frente a ella y sonrió. Sorprendida por su interés, Laura tuvo la misma sensación de pánico que siempre experimentaba cuando un hombre la miraba. Su cicatriz hacía que fuera extremadamente sensible respecto a su aspecto, a pesar de su empeño en tratar de ignorarla. Pero sin duda ella era la «rara» en medio de aquel desfile de bellezas italianas, y más le valía no olvidarlo.

Inclinó ligeramente la cabeza en señal de reconocimiento al saludo y estaba a punto de retirarse cuando se hizo repentinamente consciente de una ligera conmoción cercana. Tanto ella como los jóvenes que la habían saludado volvieron la mirada en aquella dirección y vieron a un hombre rubio y alto, de anchos hombros, que se encaminaba hacia ellos. Su avance se veía dificultado por varios compatriotas entusiastas que lo detenían para saludarlo y estrechar su mano. Laura fue consciente en aquel momento de que Fabian Moritzzoni debía de ser un hombre importante en la comunidad. Una paciente sonrisa curvó sus labios mientras devolvía los efusivos saludos de sus paisanos, pero, por algún motivo inexplicable, Laura sintió que no todo iba bien tras aquella sonrisa tan aparentemente natural y sincera. ¿Estaría preocupado por el concierto?

Finalmente, Fabian se detuvo ante ella.

–Señorita Greenwood.

Laura sintió que se le secaba la boca ante su penetrante mirada.

Tras un educado buonasera, el joven que la había saludado y su acompañante se alejaron discretamente.

–Hola –respondió Laura.

–Sabía que eras tú. Tu pelo brillante, y tu vestido igualmente brillante, te han delatado. ¿Qué has hecho con Carmela y Vicente?

–Aún están en el restaurante, disfrutando de su café.

–Claro… Son unos recién casados y supongo que están deseando encontrarse a solas. Lamento que mi pobre secretaria haya tenido que esperar tanto para conseguir ese privilegio. Está claro que mi agenda no es nada saludable si ha llegado al extremo de que Carmela no pueda tomarse unos días ni siquiera para ir de luna de miel.

–¿Y no puede hacer algo al respecto?

Fabian entrecerró los ojos.

–¿A qué te refieres?

–A veces no viene mal replantearse las cosas. Tal vez podría aligerar algunos de sus compromisos e ir pensando en organizar una agenda de trabajo menos exigente.

Fabian aún estaba pensando en la sorprendente respuesta de Laura cuando una ligera brisa alzó el flequillo de ésta. De inmediato, Laura alzó la mano para volver a colocarlo en su sitio y una sombra pareció oscurecer su mirada.

–Creo que será mejor que me vaya –dijo con una sonrisa insegura, a la defensiva–. Carmela debe de estar buscándome.

Consciente de que se sentía evidentemente acomplejada por la cicatriz que afeaba su por otro lado inmaculada piel, Fabian se preguntó cómo se la habría hecho. Pero aquello no era asunto suyo. Laura sólo trabajaba para él y sus asuntos personales eran exactamente eso, personales.

–Si Carmela iba a llevarte de vuelta a casa, ¿por qué no dejas que te lleve yo? –se oyó sugerir–. Pensaba volver enseguida. Vamos a buscarla para decírselo.

–No querría abusar de su amabilidad…

–¡Tonterías! ¿Cómo ibas a abusar de mi amabilidad si trabajas para mí además de alojarte bajo mi techo? Además, te agradecería que me tutearas. Eso facilitaría las cosas.

Laura asintió tímidamente.

–En ese caso acepto la oferta… grazie.

Ya había empezado a anochecer y las luces del coche de Fabian iluminaban las sinuosas curvas del estrecho camino por el que circulaban a bastante velocidad.

Fabian miró un momento a Laura y captó la inquietud de su expresión.

–¿Estoy conduciendo demasiado rápido para tu gusto? –preguntó en un tono a la vez divertido y burlón.

–No dudo de que seas un magnífico conductor, pero mentiría si dijera que no me asusta circular por estos estrechísimos caminos a esta velocidad. ¿Te importaría reducir un poco la marcha?

El impresionante Maserati en que circulaban respondió de inmediato al toque de Fabian y Laura sintió que la poderosa máquina adquiría un ritmo mucho más aceptable. Su alivio de suspiro fue claramente audible en los íntimos confines del lujoso exterior.

Miró de reojo a Fabian. Probablemente pensaría que era una mojigata. Tenía muchos motivos para ser especialmente cautelosa, pero su nuevo jefe no lo sabía…

–¿Así está mejor?

–Mucho mejor, gracias.

–¿Qué te ha parecido nuestra pequeña ciudad?

–Me ha parecido encantadora. He tenido la sensación de que hay un auténtico sentido de comunidad entre sus habitantes. Y el paseo por la plaza ha sido fascinante.

–Como probablemente sabrás, somos una cultura muy tradicional, y eso se nota aún más en las pequeñas ciudades como ésta y en los pueblos. Pero Italia también es muy moderna… especialmente sitios como Milán o Roma.

–Para un inglés siempre han sido destinos turísticos especialmente sofisticados, y aunque me encantaría visitarlos, creo que prefiero tu pequeña ciudad, aunque no sea tan moderna.

–¿De manera que eres una tradicionalista? ¿La clase de mujer que prefiere un hogar y una familia a una carrera y una sofisticada vida social?

–Nunca me ha interesado especialmente llevar una sofisticada vida social, pero el conflicto entre tener hijos y mantener una profesión no parece haber mejorado para las mujeres. Sin embargo, creo que la decisión de tener un hijo es tan trascendental que las necesidades y el bienestar de éste deberían anteponerse a las exigencias de una profesión. Pero en una relación de igualdad eso debería aplicarse también al hombre que decide ser padre. Si eso me convierte en una tradicionalista, supongo que debo serlo.

Fabian permaneció un momento en silencio, pensativo.

–Me alegra saber que aún hay mujeres jóvenes a las que les preocupa tanto el bienestar de sus hijos que elegir quedarse en casa en lugar de seguir con su profesión no supone un sacrificio tan terrible –comentó–. Cuando los valores que aún podamos conservar en la cultura occidental han sido tan degradados por la televisión y los medios de comunicación, resulta reconfortante comprobar que no todo el mundo se ha visto tan influenciado por éstos.

Después de aquello permanecieron en silencio como por mutuo acuerdo, como si a ambos les hubiera sorprendido comprobar que compartían aquellos puntos de vista.

Poco después divisaron las luces de la villa.

–Ya casi estamos en casa –dijo Fabian.

«En casa…». Laura deseó que el sueño que aquello evocaba en ella fuera una realidad… la realidad que tanto anhelaba su corazón.

–Fabian me ha pedido que nos reunamos a comer con él –dijo Carmela distraídamente mientras examinaba unos papeles con el ceño ligeramente fruncido.

–¿En serio? –de rodillas en la suntuosa alfombra que cubría el suelo del despacho, mientras desembalaba otra caja de copas de champán y comprobaba si había alguna rota, Laura miró a su amiga con expresión de sorpresa.

Los ventiladores dispersos por la casa apenas servían para aliviar el sofocante calor y su vestido rosa sin mangas parecía pegarse a su acalorada piel. Sin embargo, Carmela parecía fresca como una rosa.

–Ya sé que se suponía que me iba al mediodía, pero Fabian ha insistido en que me quedara a comer, y he aceptado –Carmela volvió su encantadora mirada hacia Laura–. ¡Y cuando Fabian insiste en algo es muy difícil negarse! Además, ha sido muy bueno conmigo y no quiero decepcionarlo. Es un hombre generoso y considerado… no un tirano, como algunos jefes de los que se oye hablar.

–Sí, ¿pero por qué me ha invitado a mí también? –preguntó Laura sin ocultar su desconcierto–. Sólo estoy aquí temporalmente, y hay tanto que hacer que debería seguir trabajando. Puedo comer algo luego.

–Fabian ha insistido en que comamos las dos con él. Le gusta atender a su gente cuando está en casa, algo que no sucede a menudo, porque viaja mucho. Le ayuda a relajarse, y una comida como ésta también es una oportunidad para conocerte un poco mejor antes de que empecéis a trabajar juntos.

–En ese caso, supongo que tendré que ir.

Laura pensó en el trayecto del día anterior en el coche de Fabian. La intimidad de la situación le había hecho sentirse muy consciente de su cercanía, y la poderosa fuerza de su presencia le había impedido sentirse totalmente cómoda. Pero la conversación que mantuvieron le sirvió para tranquilizarse, y, a pesar de la velocidad con que había conducido Fabian al principio, hacía tiempo que no se había sentido tan relajada yendo en coche.

El recuerdo de todo ello había dejado una intensa impresión en sus ya recargados sentidos que resultaba difícil de disipar. Pero lo que acababa de decirle a Carmela era totalmente cierto. Tan sólo quedaban cuatro días para el concierto y, a pesar de lo confiada que parecía Carmela en sus habilidades para resolver cualquier problema, ella aún tenía que ganarse la confianza de su nuevo jefe.

Fabian se permitió una leve sonrisa mientras miraba en torno a la elegante mesa. Rodeado de aquellas tres bellas mujeres, no podía quejarse de no estar en su elemento.

Mientras Aurelia Visconti, una morena y vivaz cantante de ópera de Verona, charlaba con Carmela sobre la inminente luna de miel de ésta, Fabian posó su mirada en la joven inglesa. Parecía un tanto acalorada bajo el lujoso toldo que se hallaba junto al invernadero, donde estaban comiendo, y su delicado pelo rubio enmarcaba con sus sedosas mechas su rostro en forma de corazón…

–Tengo la sensación de que nuestro clima hace que te sientas un tanto incómoda, Laura.

Laura pareció momentáneamente sorprendida, pero enseguida sonrió.

–Ya me acostumbraré. Lo creas o no, cuando salí del Reino Unido hacía casi tanto calor como aquí. Me temo que el clima está cambiando en todo el mundo.

–Eso parece.

–Sin embargo, cuando se examina la historia, la tierra siempre parece salir adelante de un modo u otro. No pretendo decir que no haya que tomar medidas para mejorar las cosas, o que no haya que reconocer nuestra parte de responsabilidad en lo que está sucediendo, pero al final el asunto está fuera de nuestras manos.

–¿Tal vez otro indicio de que no somos nosotros quienes dictamos nuestro destino?

–Sí.

–No es un pensamiento especialmente cómodo para aquéllos a quienes les gusta organizar su futuro hasta el más mínimo detalle –dijo Fabian con irónico humor–. Deduzco por lo que has dicho que no eres una de esas personas.

–No. En la actualidad no hago planes a largo plazo. Me he dado cuenta de que la vida tiene el feo hábito de intervenir cada vez que trato de controlar algo.

La mirada de Laura pareció ensombrecerse cuando dijo aquello, y Fabian intuyó que su mente había regresado por un instante a algún momento oscuro de su vida. Parecía una joven reflexiva, callada y sin malicia, muy diferente a la mayoría de las mujeres con las que solía entablar conversación. Para empezar, en su mirada no había el más mínimo destello de flirteo, algo a lo que estaba acostumbrado, aunque no le producía el más mínimo engreimiento. ¿Tendría una relación amorosa y estaría totalmente entregada a su pareja? ¿Hasta el extremo de que no se le ocurriría mirar a otro?

Fabian tamborileó con los dedos sobre la mesa al comprender que no le habría importado que Laura flirteara un poco con él. Obviamente, había llegado el momento de apartar sus pensamientos de un terreno tan peligroso.

–Carmela me ha dicho que en Inglaterra enseñabas música. ¿De qué edad eran tus alumnos?

–De seis y siete.

–¿Tan jóvenes?

–Nunca se es demasiado joven para disfrutar de la música.

–Por tu expresión, parece que te gustaba tu trabajo.

–Me encantaba –un ligero rubor cubrió las mejillas de Laura y Fabian no pudo evitar disfrutar de ello–. Por eso me disgustó tanto perder el trabajo.

–¿Qué sucedió?

–Sufrí un accidente –la expresión de Laura pareció indicar que había tomado un camino por el que habría preferido no circular. Hizo una mueca–. Pasé una convalecencia bastante larga y cuando regresé al colegio el director me explicó que las autoridades habían decidido cerrar el departamento de música debido a falta de presupuesto. Yo sabía que la música no era una prioridad en el currículum de la escuela, pero sabiendo cuánto disfrutaban los niños de mis clases, creo que fue una lástima que tomaran esa decisión.

–Algunos centros de enseñanza son muy estrechos de miras en lo referente a la enseñanza de las artes –dijo Fabian–. Pero, contando con profesores tan entusiastas como tú, es posible que eso cambie.

–No estaría mal.

A pesar de su interés por seguir averiguando cosas sobre la experiencia laboral de Laura, y de su curiosidad por el accidente que le había privado de su trabajo, la atención de Fabian se vio repentinamente requerida por Aurelia Visconti.

La cantante apoyó una enjoyada mano sobre la suya e hizo un mohín con los labios.

–¡Cariño! ¡No paras de hablar con tu pequeña amiga inglesa y estás haciendo que me sienta marginada! Estoy segura de que está lo suficientemente ocupada ayudándote a organizar el concierto como para encima monopolizar tu valioso tiempo libre.

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