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Capítulo 4

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ALGUNOS amigos de Fabian se presentaron inesperadamente a almorzar y Fabian insistió en que Laura se reuniera con ellos. Comieron al aire libre, en una de las espectaculares terrazas de la villa. El sol brillaba y el vino corría y, aunque su jefe mostraba interés en la conversación que mantenía con sus amigos, e incluso reía en alguna ocasión, Laura notó que su mente no estaba por completo en el presente.

Mientras comía una manzana de postre, recordó los sorprendentes comentarios que había hecho Fabian respecto a su padre y el concierto. Descubrir que éste había sido un hombre cruel la había inquietado, sobre todo por cómo habría afectado aquel hecho a Fabian mientras crecía.

Tras averiguar que la relación que había mantenido con su padre había sido menos que idílica, y que, obviamente, la celebración del concierto de aniversario le recordaba aquel hecho, no le extrañó que Fabian pareciera estar pensando en otra cosa. No podía empezar a imaginar el dinero, tiempo y esfuerzo que debía suponer organizar un acontecimiento de aquella magnitud… ni hasta qué punto molestaría a Fabian tener que ocuparse de todo ello si lo hacía por un sentimiento de deber, no por amor hacia su padre. ¿Estaría deseando que todo el asunto terminara cuanto antes, en lugar de desear que llegara?

Cada vez más curiosa y preocupada, Laura alzó la mirada y se encontró de lleno con la de Fabian. Junto a ella, un conde italiano de nombre impronunciable rió la broma que acababa de hacer su anfitrión. Esperaba que Fabian le dijera algo, y no pudo evitar sentirse decepcionada cuando se limitó a volver la cabeza para hablar con el anciano caballero que tenía a su lado.

–¡Lo zio, Fabian!

Una niña de pelo negro y rizado y ojos oscuros apareció en aquel momento en lo alto de las escaleras de la terraza y corrió hacia Fabian, que la sentó en su regazo. La niña lo rodeó con los brazos por el cuello y apoyó la cabeza en su pecho.

–¡Cybele!

Las muestras de afecto que siguieron entre la niña y Fabian sorprendieron y agradaron intensamente a Laura. Un antiguo deseo palpitó en su pecho y sintió ganas de llorar, porque sabía que, muy probablemente, nunca llegaría a cumplirse. Un deseo que casi quedó destruido a causa de una relación que no acabó bien.

Todos los que rodeaban la mesa aplaudieron e hicieron comentarios sobre la belleza de la niña y el evidente placer que sentía Fabian al estar en su compañía.

–Disculpe, señor Morittzoni.

María apareció en lo alto de las escaleras, resoplando y sin aliento mientras se secaba con un pañuelo el sudor de la frente. Por lo que siguió, laura dedujo que Cybele era su nieta, que había ido a visitarla. Encantada al averiguar que Fabian estaba en casa, la niña había corrido a buscarlo.

Fabian le dijo a María que no se preocupara. Le encantaba ver a la niña, a la que preguntó si quería quedarse a comer algo con ellos. María le dio las gracias, pero insistió en que Cybele volviera con ella y dejara comer tranquilamente a los mayores. La niña se fue de mala gana y se despidió moviendo la mano hasta que desapareció de la vista junto con su abuela.

–¡Qué niña tan encantadora! –dijo Laura.

–¿Le gustan los niños, signorina? –preguntó con una sonrisa el caballero que estaba junto a Fabian.

–Sí. Mucho.

–En ese caso, será una mamá perfecta. Pero antes necesita un marido, ¿no?

Hubo un coro de risas de aprobación y, mientras Laura trataba de superar la vergüenza de haberse convertido de repente en el centro de atención, la penetrante mirada de Fabian se posó en ella con indisimulado interés. Pero no dijo nada.

–Deja todo en suspenso durante un rato. Vamos a salir.

Laura, que acababa de regresar al despacho tras una breve pero necesaria reunión con María y el resto de los empleados de la cocina, miró a Fabian con expresión sorprendida.

–¿Adónde?

–Voy a llevarte a ver la residencia infantil en cuyo beneficio se celebra el concierto. Será una buena oportunidad para que veas por ti misma la necesidad de que siga recibiendo nuestra ayuda.

Laura asintió lentamente, desconcertada por lo improvisado de la visita, y abrumada ante la perspectiva de ver niños enfermos y, en algunos casos, muy graves.

–Si me das un momento, voy a por mi chaqueta.

Apenas se enteró del viaje en helicóptero hasta una agrupación de edificios blancos que se hallaban en las colinas de la Toscana. Durante el trayecto, Fabian y ella permanecieron en un pensativo silencio mutuamente respetado y entendido.

En la residencia fueron recibidos por una animosa y anciana monja, la hermana Agnetha, que dio la bienvenida a Fabian con una sonrisa radiante y un afectuoso abrazo. Fabian no mostró ninguna incomodidad, sino todo lo contrario, y su mirada reflejó el sincero placer que le produjo el encuentro. Aquel hombre empezaba a intrigar cada vez más a Laura.

Una vez en el interior fueron de habitación en habitación, y en cada una de ellas Fabian se sentaba en el borde de la cama y hablaba con el niño que la ocupaba como si fuera un pariente. Los niños le respondía con la misma actitud y no ocultaban su placer al verlo. Durante las conversaciones, un millón de emociones cruzaban el atractivo rostro de Fabian. Laura percibió en él compasión, ternura, humor, amor… En algunos momentos se sintió tan emocionada que apenas pudo hablar.

Ya había atardecido cuando salieron de la residencia, y el aire estaba cargado de la fragancia que emanaba de la rica naturaleza de la Toscana. Laura no pudo evitar pensar que en una noche como aquélla todo debería ir bien en el mundo… no debería haber niños inocentes sufriendo y muriendo. Se mordió el labio y no se atrevió a mirar a Fabian para que no percibiera su desasosiego.

–¿Te encuentras bien? –preguntó él una vez que estuvieron de vuelta en el helicóptero.

–Sí, estoy bien –dijo Laura, mientras contemplaba desde la ventanilla cómo se alejaban de la tierra.

También había bebés en la residencia. Aquello era lo que más le había afectado. ¿Qué sentido tenían aquellas breves y desesperadas vidas llenas de sufrimiento? No quería ni imaginar la agonía que estarían sufriendo sus padres. Sin embargo, los trabajadores del hospital no dejaban de sonreír y hacer bromas, y algunos niños que no estaban demasiado enfermos habían reído espontáneamente las bromas de Fabian. Aquella faceta de su carácter había sido una maravillosa revelación para Laura.

–Es duro ver por primera vez a esos pequeños en tal estado –dijo Fabian, tratando de hacerse oír por encima del ruido del motor del helicóptero–. Pero son tan valientes… tan fuertes. Lo menos que podemos hacer es asegurarnos de que estén lo más cómodos posibles para aliviar su situación. Toma…

Laura se encontró de pronto con un pañuelo blanco en la mano que utilizó enseguida para secar las lágrimas que no pudo contener.

–Es tarde y aún no hemos comido. Voy a decirle al piloto que nos lleve a uno de mis restaurantes favoritos para que podamos hablar, ¿de acuerdo?

Laura logró asentir y sonreír a medias. La preciosa sonrisa que le devolvió Fabian la dejó sin aliento.

–Se te notaba tan relajado, tan natural con los niños… –dijo Laura mientras dejaba su tenedor en la mesa.

Fabian sintió que aún estaba afectada por la visita a la residencia, pero su reacción le había confirmado que sería una madre cariñosa y entregada.

–No es difícil ser uno mismo con los niños, ¿no te parece? Ellos son tan naturales que facilitan las cosas. Y los que hemos visto son todo un ejemplo de coraje y fortaleza ante la adversidad.

La visita a la residencia también le había servido a él para recordar por qué seguía organizando el concierto año tras año, a pesar de haber sido inicialmente promovido por un padre que no había sido el mejor de los ejemplos, y de que los recuerdos de su dolorosa infancia se veían inevitablemente removidos por el acontecimiento.

–Pero es evidente que tienes facilidad para relacionarte con ellos, Laura. Supongo que de vez en cuando considerarás la posibilidad de ser madre, ¿no?

Fabian sintió una inexplicable tensión mientras aguardaba la respuesta de Laura. Un ligero rubor cubrió las mejillas de ésta y Fabian creyó detectar cierta tristeza en su mirada antes de que bajara la vista.

–Me encantaría ser madre –contestó Laura cuando se animó a volver a mirarlo–. Aún no había surgido la oportunidad de decírtelo, pero estuve casada hasta hace dos años.

¿Casada? Fabian se sintió sorprendido y conmocionado al escuchar aquello. Carmela no le había aclarado aquel detalle… pero tampoco tenía por qué haberlo hecho.

–Mi marido murió. Sufrimos un accidente de coche y murió al instante.

–Lo siento mucho.

Fabian experimentó una absurda mezcla de alivio y pesar al escuchar aquello. Alivio por el hecho de que Laura hubiera sobrevivido y, si era sincero consigo mismo, también por el hecho de que ya no tuviera marido…

–Gracias. Y claro que yo quería tener hijos. Pero mi marido… –Laura entrelazó sus manos sobre la mesa, claramente nerviosa– no sentía lo mismo.

Tomó su vaso y bebió un trago de vino como si estuviera tratando de contener los recuerdos. Cuando volvió a dejarlo sobre la mesa parecía más calmada. Pero Fabian no se dejó engañar. Debió de ser desolador para Laura estar con un hombre que no compartía su deseo de tener hijos.

–¿Y el accidente no afectó a tu capacidad de tener hijos en el futuro? –se escuchó preguntar Fabian.

–No, afortunadamente. Se me rompieron algunos huesos y sufrí algunos cortes y magulladuras, nada más. Tuve suerte.

Había estado a punto de morir, tenía cicatrices, tanto físicas como psicológicas, había perdido a su marido… ¿y se consideraba afortunada?

–Siento haber sacado a relucir sin querer un tema tan doloroso para ti –dijo Fabian a la vez que cubría con su mano la de Laura–. Es obvio que la visita a la residencia te ha afectado más de lo que había imaginado, pero no sabía de antemano que también tenías que soportar tu propia tragedia personal.

–¿Y cómo ibas a saberlo? Pero no pienses ni por un momento que lamento haber ido a la residencia. La visita ha hecho que aún quiera esforzarme más con la organización del concierto. Gracias por haberme dado la oportunidad de conocer a esos maravillosos niños. Siempre los recordaré.

–Ahora debes comer algo. La comida y el vino ayudan en situaciones como ésta. Además, si no da la impresión de que estamos disfrutando de la comida, mi buen amigo Alberto, el dueño del restaurante, pensará que no nos gusta y le preocupará haber hecho algo mal.

Hasta que bajó la mirada, Fabian no se dio cuenta de que aún tenía su mano sobre la de Laura… que no había tratado de retirarla.

Laura estaba haciendo unas fotocopias pensando en la visita del día anterior a la residencia cuando sintió que Fabian se situaba tras ella. El aire pareció crepitar de electricidad a causa de su presencia. No se volvió.

–Te noto muy callada. ¿Sucede algo?

Laura presionó un botón para hacer más copias que en realidad no necesitaba y aprovechó el ruido del aparato para disimular sus sentimientos… unos inquietantes sentimientos que apenas sabía cómo manejar.

–Estoy bien. No sucede nada especial. Sólo estoy concentrada en mi trabajo.

–¿Sigues afectada por la visita de ayer a la residencia? Sería totalmente comprensible y no tienes por qué tratar de ocultarlo.

Desconcertada, Laura sintió que Fabian apoyaba las manos en sus caderas. El embriagador calor que desprendían atravesó rápidamente la fina seda de su vestido.

–Me gusta el vestido que llevas –murmuró Fabian tras ella.

Laura contuvo el aliento, abrumada por una mezcla de placer y conmoción. Fabian ya le hizo experimentar un intenso anhelo la noche anterior, cuando la tomó de la mano, pero aquello… ¡aquello debía de ser el tormento más dulce y sensual que había experimentado en su vida!

–No es nada especial.

–Al contrario. ¿De verdad no eres consciente de lo tentador que resulta?

Laura se sobresaltó al sentir el contacto de los labios de Fabian en su cuello. Se alegró de estar cerca de algo en lo que poder apoyarse, porque de pronto sintió que las rodillas le fallaban.

–Fabian… no deberías… ¡no hagas eso, por favor!

Tuvo que hacer un esfuerzo casi sobrehumano para volverse hacia él y mirarlo, y se quedó anonadada al ver la pasión que reflejaban sus ojos. Hacía tiempo que no se sentía deseable ni deseada, y le costó mucho creer que un hombre como Fabian pudiera estar mirándola como si quisiera devorarla allí mismo.

–Tenías un aspecto tan bonito, tan frágil y pensativo mientras estabas aquí de pie, con el sol iluminando tu pelo… que no he podido resistirme –Fabian apoyó una mano bajo la barbilla de Laura y le hizo alzar el rostro para que lo mirara–. No tengas miedo de mí, Laura. Jamás haría nada que pudiera dañarte.

–Lo… lo sé. Pero será mejor que siga trabajando. ¡La lista de cosas que hacer no hace más que aumentar, y el tiempo no para de correr!

Laura se apartó de Fabian tan bruscamente que estuvo a punto de tropezar con una silla cercana. Totalmente ruborizada, salió del despacho a toda prisa, sin dar oportunidad a Fabian de retenerla.

Fabian no lograba dejar de pensar en su asombroso y tal vez loco comportamiento con Laura y decidió salir a dar una vuelta para despejarse.

Tras caminar un buen rato bajo el sol por las colinas pertenecientes a los terrenos de la familia Moritzzoni, buscó la sombra de un árbol bajo el que se sentó.

Mientras se secaba el sudor de la frente, una atractiva imagen invadió su mente… la delicada y enternecedora expresión del rostro de Laura cuando Cybele apareció el día anterior durante el almuerzo. Y cuando su viejo amigo Lachino comentó que sería una madre perfecta, Fabian sintió en el fondo de su ser que aquello era cierto. Aquella intuición se confirmó poco después, cuando fueron a la residencia médica infantil.

¿Sería posible que las absurdas ideas que andaban rondando su cabeza no fueran tan absurdas? Si tenía que elegir una mujer, prefería que fuera una mujer sin relación con su pasado o su familia. Así sería como una vuelta a empezar para ambos. Una mujer que parecía amar sinceramente a los niños y que además compartía su pasión por la música podía encontrar atractiva la idea… a pesar del manifiesto desinterés de Laura por la riqueza. Su relación no tendría la clase de complicaciones emocionales que Fabian quería evitar a toda costa. Además existiría el consuelo físico. Recordó cómo se había excitado cuando, al besarla en el cuello, había sentido el temblor de su cuerpo a través de su vestido. ¿Y si Laura era realmente la solución a lo que había estado buscando?

Para cuando se puso en pie para reanudar su camino ya se había convencido de que no debía dejar escapar aquella oportunidad de conseguir lo que más deseaba: un heredero.

Aquella tarde, Laura se sorprendió cuando Fabian regresó al despacho. Durante la comida que les había servido María había permanecido distraído y pensativo, como el día anterior.

Se puso a caminar de un lado al otro del despacho y, a pesar de los esfuerzos de Laura por mantenerse concentrada en su trabajo, le resultó prácticamente imposible mantener la mirada apartada de su atractivo físico. Era como si unas cuerdas invisibles atrajeran su atención hacia él cada vez que trataba de apartar la mirada. Dado que ya se había equivocado totalmente en una ocasión en su vida al elegir compañero, la atracción que sentía por Fabian le preocupaba profundamente.

–¿Puedo hacer algo por ti? –preguntó con suavidad.

–No –contestó Fabian como si estuviera en trance.

–Pareces tan…

–Sí –dijo Fabian y, de pronto, se acercó hasta el escritorio de Laura y apoyó sus manos en él–. Me gustaría salir a dar un paseo contigo.

Laura tuvo que esforzarse para no verse perdida en su preciosa mirada azul.

–¿Ahora?

–Sí. Aún no has tenido oportunidad de ver con un poco de calma los terrenos de la casa, y deberíamos salir antes de que se vaya la luz. Ve a por un chal o algo parecido. Quedamos en la entrada dentro de cinco minutos.

Al final dio igual que casi hubiera oscurecido. Mirara donde mirase Laura había farolillos iluminados y bombillas de colores, y los vastos terrenos de la impresionante Villa Rosa adquirían un matiz de encantamiento que sabía que no olvidaría mientras viviera.

–Vamos a parar un momento.

Fabian tocó el brazo de Laura y ésta sintió que la calidez de su mano se extendía por su cuerpo y alcanzaba la parte más íntima de su ser. Desde que la había besado en el cuello se sentía especialmente sensible a su contacto. Todas sus defensas parecían haberse desmoronado en lo concerniente a Fabian.

Estaban de pie junto a un viejo banco de madera situado junto a un muro de piedra y las exuberantes buganvillas que caían por él dejaban su seductor aroma en el delicado aire de la noche.

–Vamos a sentarnos un rato.

–Te preocupa algo, ¿verdad? ¿Tiene algo que ver con la organización del concierto?

–No. Veo que tienes todo controlado a ese respecto y estoy impresionado por tu dedicación y por lo que has logrado hasta ahora.

Fabian apoyó una mano en la rodilla de Laura, que se fijó en que llevaba una anillo de oro con una esmeralda en el dedo pequeño.

–Entonces, ¿qué sucede?

–He estado pensando que deberíamos conocernos un poco mejor.

Laura no esperaba escuchar algo así y permaneció en silencio mientras sentía que una oleada tras otra de calor recorría su cuerpo.

–Lo que quiero decir es que ésta es una buena oportunidad para hablar. ¿Por qué no empiezas hablándome un poco más de ti? Sé que estudiaste con Carmela en Londres, que tienes una voz angelical y que te apasiona enseñar música a los niños. ¿Qué más?

La mente de Laura parecía momentáneamente congelada. Hablarle más a Fabian de sí misma haría resurgir inevitablemente el pasado, algo que preferiría evitar si fuera posible.

–¿Laura? –dijo Fabian con un matiz de impaciencia.

–Estaba pensando. ¿Qué clase de cosas te gustaría saber? –preguntó Laura a pesar de sí misma.

–Me dijiste que tu marido no sentía lo mismo que tú respecto a la idea de tener hijos. ¿Puedes decirme por qué?

–¿Por qué? –repitió Laura mientras sentía que las sienes empezaban a palpitarle de dolor.

–Sí, ¿por qué?

Laura asintió lentamente.

–Mark era un hombre muy celoso. Decía que quería tenerme para él solo. Ni siquiera le gustaba que viera a mis amigos. Los niños no iban a tener lugar en una situación como ésa.

–Sin embargo permaneciste con él.

Fabian acababa de dar en el clavo y el corazón de Laura empezó a latir con fuerza en su pecho.

–Sí… seguí con él. Increíblemente, seguimos casados tres años.

–Debías de quererlo mucho si estabas dispuesta a sacrificar tu deseo de tener hijos para seguir con él –dijo Fabian con el ceño fruncido.

–Mis sentimientos por él eran… complicados.

–¿Qué quieres decir con eso?

Laura tuvo que bajar la vista ante la penetrante mirada de Fabian.

–Tenía… miedo de él.

La mirada de Fabian se endureció.

–¿Te intimidaba? ¿Te hacía daño?

–Sí.

–¿Te pegaba?

–A veces…

Fabian masculló en italiano algo que sonó a una maldición.

–Siento mucho oírte decir eso. ¡Pero me alegra saber que ese hombre ya no está en tu vida! Con accidente o sin él, ¡es obvio que estás mucho mejor sin él!

Laura se esforzó por mantener a raya la angustia que se adueñaba de ella cuando pensaba en su pasado, algo que había aprendido a evitar para mantener la cordura. Casi nunca hablaba con nadie sobre cómo la había tratado Mark. Ni siquiera con sus padres. Mantener a raya aquellos recuerdos era todo un trabajo, pero no tenía el más mínimo deseo de regodearse en el dolor y la autocompasión. Debía concentrarse en el futuro, no en el pasado.

–Es una parte de mi vida en la que trato de no pensar demasiado. Estoy segura de que lo comprenderás –Laura dejó escapar un pequeño suspiro antes de añadir–: ¿Y qué me dices de ti? Probablemente, con todas tus propiedades y negocios, querrás tener hijos, ¿no?

–Te he hecho entristecer al recordarte tu pasado –Fabian se puso en pie. Por su expresión, era evidente que no tenía intención de contestar de inmediato la pregunta de Laura–. Sigamos con el paseo, y prometo no volver a disgustarte con más preguntas difíciles, ¿de acuerdo?

Laura se puso en pie mientras se preguntaba por qué él podía interrogarla sobre su deseo de tener hijos y ella no. Cuando Fabian apoyó una mano en su espalda volvió a sentir que su calor la envolvía.

–De acuerdo… –murmuró.

Caminaron un rato en silencio y Laura sintió que empezaba a relajarse.

–Trato de imaginar lo que debió de ser crecer en un sitio como éste –dijo mientras miraba a su alrededor–. ¡Incluso tenías tu propio bosque encantado!

–¿Encantado? –repitió Fabian en tono escéptico mientras volvía la mirada hacia los árboles–. Supongo que puede parecer algo así para alguien del exterior.

Su tono reveló una amargura que hizo preguntarse a Laura hasta qué punto llegó la crueldad de su padre. Su pecho se contrajo a causa de la compasión. En lugar de seguir indagando sobre el pasado, decidió contener su curiosidad un día más.

Fabian la condujo por un estrecho sendero bordeado de rosas que daba a otro exquisito jardín.

El aroma de las flores, la belleza de la noche y la compañía del hombre que estaba a su lado hicieron anhelar a Laura que aquellos momentos no acabaran nunca.

Deseo en la toscana - Sin piedad - Un magnate despiadado

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