Читать книгу Deseo en la toscana - Sin piedad - Un magnate despiadado - Susanne James - Страница 5

Capítulo 1

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DIOS mío!

Irritado y cansado del viaje, Fabian Moritzzoni se masajeó las sienes con los dedos y suspiró con pesadez. Al final, completamente exasperado, se levantó de su asiento. Fuera, el sonido de unas apasionadas y elevadas voces invadía el aire… un bombardeo de ruido para el que Fabian no estaba preparado y del que habría preferido librarse. Y la voz más fuerte de todas pertenecía a María, su ama de llaves.

Para cuando llegó a las dobles puertas de su palaciega mansión, un baqueteado Fiat se alejaba a toda prisa por el sendero mientras María lo contemplaba con los brazos en jarras y expresión de pocos amigos.

–¿Nos han invadido? –preguntó Fabian en su italiano nativo–. ¡Porque eso es lo que parece!

–¡Menudo valor tiene esa gente! ¿Quiénes se creerán que son? –María se volvió hacia su jefe con expresión apasionada–. Eran de la prensa, señor Moritzzoni. Los he pillado husmeando por los alrededores y tomando fotos de la villa. Cuando me he enfrentado a ellos me han pedido una entrevista con usted para preguntarle sobre el concierto aniversario y las celebridades que van a asistir. ¡Los he mandado a tomar viento fresco, por supuesto! Si quieren una entrevista, deberían hablar con Carmela. Seguro que ya ha organizado algo al respecto.

Fabian suspiró a la vez que movía la cabeza de un lado a otro. Luego, a pesar de sí mismo, sonrió.

–Afortunadamente, cuento contigo para proteger mi intimidad, María. ¡Es mejor que tener un guardaespaldas! Pero hazme un favor. Mantén el volumen de voz bajo a primera hora de la mañana… lo digo por mi pobre cabeza, ¿de acuerdo?

–Por supuesto, señor Moritzzoni. ¿Quiere que le prepare ya el café?

–Creo que sería buena idea, gracias.

Unos minutos más tarde, con su taza de café en la mano, Fabian se encaminó hacia el invernadero de su lujoso jardín privado y se sentó en la terraza exterior junto a una mesa de hierro forjado. Desde allí contempló su elegante mansión, iluminada por el temprano sol de la mañana toscana, y la plétora de entoldados blancos que habían sido erigidos frente a ella. Al finalizar la siguiente semana, aquellas marquesinas estarían abarrotadas de italianos famosos, así como de todos los familiares y amigos que asistirían al ya conocido concierto que Fabian organizaba cada año en recuerdo de Roberto Moritzzoni, su padre.

Inevitablemente, la casa bullía de actividad debido a los preparativos para el gran acontecimiento. Sumando aquello al altercado con la prensa, no era de extrañar que anhelara estar un rato a solas para tomarse su café y pensar un rato con calma. Aunque no podía decirse que la noción de calma encajara precisamente con su padre…

Ya llevaba unos días pensando en ello y la perspectiva del concierto y sus preparativos empezaban a producirle una tensión y una irritación que ya conocía muy bien. Si se sumaba a ello su abarrotada agenda y constantes viajes, no era de extrañar que no estuviera obteniendo la misma satisfacción y placer que solía obtener de su trabajo. Como hombre de negocios de éxito, especializado en arte y que apoyaba diversas organizaciones benéficas, su presencia era constantemente requerida, y últimamente empezaba a pensar que debía tomarse un tiempo para meditar sobre el rumbo que estaba tomando su vida. Era evidente que necesitaba replantearse las cosas.

Se pasó una mano por su oscuro pelo rubio e hizo una mueca. Con el exceso de trabajo que tenía entre manos, la posibilidad de unas vacaciones se hallaba a años luz… por no mencionar la posibilidad de otro tema que no dejaba de rondar su mente en los últimos tiempos: matrimonio e hijos.

–De manera que es aquí donde estabas escondido. María me ha dicho que te ha visto venir hacia aquí.

Carmela, la secretaria personal de Fabian, apareció de pronto ante él con su bonita boca curvada en una sonrisa. Fabian estaba tan concentrado en sus pensamientos que ni siquiera la había oído llegar. Inevitablemente acompañada por su cuaderno de notas y su bolígrafo, era evidente que había acudido dispuesta a trabajar.

–¡Apenas hace un día que he regresado de los Estados Unidos y es como volver a un campo de fútbol! –protestó Fabian–. Aparte de mi dormitorio, te aseguro que no hay una sola habitación de la casa que no esté abarrotada de gente. ¿Te extraña que quiera ocultarme?

La sonrisa de Carmela no hizo más que ensancharse.

–¡Pobre Fabian! Pero tengo buenas noticias para ti, así que puede que te animes al escucharlas.

–¿Y qué noticias son ésas? ¿Por fin has decidido no irte de luna de miel antes del concierto?

Carmela dejó de sonreír.

–¡Por supuesto que me voy de luna de miel, Fabian! Ya la he pospuesto en una ocasión por deferencia a las exigencias de trabajo. Vicente es un hombre paciente, ¡pero no tanto! No… he venido a decirte que mi amiga Laura llegará de Inglaterra esta tarde y que voy a ponerle al tanto de todo para que pueda sustituirme a partir de pasado mañana, cuando me vaya.

–Ponerse en tu lugar y ocuparse de organizar un acontecimiento tan importante puede suponer una pesada carga para una novata, Carmela. ¿Estás segura de que tu amiga estará a la altura?

–Hace unos años que es profesora de música y también ha organizado algunos conciertos locales donde vive, de manera que no puede decirse que carezca de experiencia. Y está muy familiarizada con el aspecto artístico del trabajo.

–¿Habla italiano? –preguntó Fabian a la vez que volvía a llevarse una mano a la sien para darse un masaje.

–Aprende rápido, y cuando estuve estudiando con ella siempre era de las mejores en idiomas. Además, tu inglés es casi perfecto, así que no tendrás de qué preocuparte.

–Bien… al menos mientras no espere que la guíe paso a paso en las actividades que debe realizar. Lo cierto es que me alegraré cuando todo este tedioso asunto acabe y mi casa vuelva a recuperar la normalidad.

Carmela miró a su jefe con expresión ofendida.

–El concierto es un acontecimiento maravilloso con el que se consigue mucho dinero para la residencia infantil. No creo que debas calificar de tedioso el privilegio de tener que organizarlo.

–¡Claro que no! ¡No me refería a eso! –era el turno de Fabian de mostrarse ofendido–. De acuerdo –continuó impacientemente–, volvamos al tema de tu amiga. Es una suerte que podamos contar con ella. ¿Ha estado antes en la Toscana?

–No. La he invitado en varias ocasiones, pero estos últimos años han sido difíciles para ella y las circunstancias no le han permitido hacer el viaje. Pero me ha dicho que esta vez necesita urgentemente algo de sol, y sé que se quedará prendada de este lugar y de Villa Rosa… ¿y quién no? Eso me recuerda que debo hablar con María para cerciorarme de que las habitaciones de Laura están listas. Ése es otro aspecto positivo de la situación que debería ayudarte a ver las cosas con más calma, Fabian. La tendrás a tu disposición cada vez que la necesites. ¿Quieres que te traiga otro café? Ése tiene pinta de haberse quedado frío.

–Sí, gracias –Fabian empujó su taza de café hacia Carmela–. Y tráeme también un vaso de agua y algún analgésico para el dolor de cabeza, por favor.

–Tal vez no deberías tomar café si te duele la cabeza.

–¿Ahora vas a hacer de madre además de secretaria?

–Sólo trataba de…

–¡Ya deberías saber a estas alturas que soy imposible sin mi café de la mañana! Pero no me lo tengas en cuenta, Carmela. En uno o dos días ya no tendrás que pensar en mis necesidades. ¡Será tu afortunado marido el que obtendrá toda tu atención!

Carmela perdonó de inmediato el mal humor de su jefe. Sabía que tenía mucho entre manos, y que probablemente lo estaba manejando mucho mejor de lo que lo habría hecho la mayoría en su situación.

–Enseguida te traigo lo que necesitas, y me aseguraré de que nadie te moleste en al menos una hora… ¿te parece bien?

–Si puedes lograrlo, es que eres una secretaria milagrosa.

–¡Hace un momento era tu madre! –dijo Carmela con expresión exasperada antes de alejarse.

Fabian observó cómo se alejaba y se encontró pensando de nuevo en el complicado tema de una esposa y un heredero. Complicado porque en aquellos momentos no mantenía ninguna relación seria ni tenía intención de hacerlo. Cuando un hombre se había quemado una vez en la vida se volvía prudente ante el peligro y aprendía a no acercarse más al fuego. Pero él ya había cumplido los treinta y siete y el tiempo no se detenía.

Debido a su considerable riqueza, y las responsabilidades que conllevaba ser dueño de Villa Rosa, la casa que había pertenecido a su familia durante siglos, necesitaba un hijo o una hija que lo heredaran todo. No… tenía que haber alguna otra forma de conseguir lo que quería sin embarcarse en una relación amorosa. Debía plantearse seriamente encontrar una solución.

–¡Cuánto me alegro de tenerte aquí por fin! Ha pasado tanto tiempo… ¡demasiado! Estoy deseando irme de luna de miel, por supuesto, pero sería estupendo poder pasar algo de tiempo contigo. Prométeme que no saldrás corriendo en cuanto regrese, dentro de dos semanas, ¿de acuerdo?

Contemplando a la curvilínea morena perfectamente arreglada que había sido su mejor amiga en el instituto, Laura se preguntó cómo podía haber pasado con tanta rapidez el tiempo desde la última vez que se vieron. Hacía al menos diez años que no se veían. Se habían mantenido en contacto por carta y por correo electrónico, por supuesto, y a veces habían hablado por teléfono, pero no era lo mismo que verse regularmente y tener la oportunidad de profundizar en su amistad. Pero ahora que estaba allí, en la Toscana, tenía intención de aprovechar al máximo la oportunidad que había surgido.

Aunque temporal, lo cierto era que la oferta de empleo que le había hecho Carmela había sido providencial. Ni siquiera le importaba que no se tratara de unas vacaciones, porque la música era una pasión absoluta para ella. Estaba segura de que el mero hecho de estar por allí sería un bálsamo para su espíritu y su moral.

–No tengo un trabajo esperándome, Carmela –contestó–, así que no tengo prisa por volver a Inglaterra.

–Me alegra oír eso. No que no tengas trabajo, por supuesto, ¡pero sí que puedas quedarte aquí una temporada!

–Hace tiempo que estaba deseando renovar nuestra amistad.

Laura sonrió y cruzó los brazos sobre la bonita blusa de encaje blanco que vestía con una falda azul pastel. Luego, con un suspiro, volvió sus ojos grises hacia los jardines que se divisaban a través de los amplios ventanales de la casa.

Los tejados de las elegantes marquesinas que brillaban bajo el sol de la tarde le recordaron una justa medieval. Sólo faltaba que aparecieran las damas y los caballeros elegantemente vestidos para asistir al acontecimiento. El mar blanco de los toldos contrastaba con el verde del césped, perfectamente cortado. A lo lejos había una balaustrada de mármol blanco con unas escaleras que llevaban a una sección más privada de los jardines. El olor a madreselva y glicinias entraba por las ventanas abiertas, llenando el aire de una soporífera fusión de excepcional deleite. Era como entrar en un sueño…

–¿Y qué piensas de tus habitaciones? –preguntó Carmela–. Te he puesto cerca del fondo de la casa para que cuentes con un poco más de intimidad si Fabian tiene invitados que vayan a quedarse a dormir. ¡Las vistas desde tus ventanas son espectaculares!

–Son una auténtica maravilla, Carmela. Voy a sentirme como una princesa en esas habitaciones, ¡y sobre todo durmiendo en esa cama con dosel!

–¿Has hablado ya con la prensa, Carmela? Esta mañana han… Oh, disculpa. No sabía que tenías compañía.

Laura se volvió al escuchar aquella profunda voz italiana y vio que el hombre dueño de ella la miraba de arriba abajo con evidente sorpresa desde el umbral de la puerta. Sintió que una extraña tensión la paralizaba y que su proceso mental se ralentizaba. ¿Sería aquél el jefe de Carmela? Si era así, era la antítesis de lo que esperaba.

Rubio, de ojos azules, alto y con una fuerte mandíbula, podría haber sido fácilmente confundido con un danés, un suizo o un alemán. Pero la confianza y ligera arrogancia que proyectaba, así como la forma en que llevaba la ropa, como si ésta y él formaran un todo, la convencieron de que era un auténtico hijo de Italia.

Repentinamente acalorada, apartó la mirada.

–¡Fabian! Llegas justo a tiempo para conocer a Laura. Ha llegado hace una hora y estaba a punto de ir a buscarte para presentártela –Carmela apoyó una mano en la espalda de Laura y la empujó con firme delicadeza hacia su jefe–. Laura, te presento al señor Fabian Moritzzoni, dueño de Villa Rosa y mi jefe. Fabian, ésta es mi querida amiga Laura Greenwood.

Laura alargó automáticamente su mano y Fabian la estrechó, sin excesiva fuerza pero con evidente autoridad.

–Es un placer, señorita Greenwood. Al parecer estoy en deuda con usted por haber aceptado ocupar el puesto de Carmela durante su ausencia. Espero que haya tenido un buen viaje desde Inglaterra.

–El viaje ha sido muy agradable, gracias.

–Tengo entendido que es la primera vez que viene a la Toscana, ¿no?

–Así es, pero no porque no haya querido venir antes. Carmela lleva años pidiéndome que venga, pero nunca se presentaba el momento adecuado. Pero por fin estoy aquí y espero serle útil, señor Moritzzoni.

–Yo espero lo mismo –Fabian frunció ligeramente el ceño antes de añadir–: Puede tomarse el día libre para instalarse y empezar a trabajar mañana. Carmela le pondrá al tanto de todo lo que hay que hacer. ¿Le parece bien? –preguntó, sin apartar la vista de ella un instante.

Laura pensó que tenía la mirada más intensa y perspicaz que había visto en su vida. No le habría gustado encontrarse en el pellejo de alguien que tratara de engañarlo. Pero entonces pensó en otra cosa. ¿Habría visto la cicatriz? ¿Sería eso lo que estaba mirando con tanta intensidad? Alzó instintivamente una mano para tocar los pálidos mechones dorados de su flequillo, repentinamente consciente de la desfiguración que había debajo. En aquel país de gente tan guapa, a Fabian Moritzzoni no debió de agradarle mirar a una mujer del montón afeada por una cicatriz. Laura deseó que terminara de hablar con Carmela y se fuera. Su confianza y empeño en hacer bien aquel trabajo no habían desaparecido, pero se habían visto ligeramente mermados.

–No necesito esperar a mañana para empezar a trabajar –dijo–. Si Carmela necesita que eche una mano de inmediato, por mí no hay problema. Quiero que pueda irse tranquila a disfrutar de su luna de miel, sabiendo que deja la situación en buenas manos. Cuanto antes me entere de lo que hay que hacer, mejor.

–¿Lo ves, Fabian? –dijo Carmela, sonriente–. ¡Te dije que no había nada de qué preocuparse teniendo a Laura aquí!

–Estoy seguro de que tienes razón.

Laura detectó un matiz en la inquietante mirada del italiano que pareció decir: «Me sentiré muy decepcionado si me fallas». Tembló por dentro y, cuando sus ojos se encontraron, necesitó armarse de todo su valor para no apartar la mirada.

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