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Capítulo 3

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LAURA no entendió todo lo que estaba diciendo la otra mujer, pero desde que había aceptado volar a la Toscana para reemplazar a Carmela no había dejado de escuchar cintas en italiano y de devorar libros de frases, de manera que, aunque la mirada de desdén de la cantante no hubiera manifestado con toda claridad el sentido de sus palabras, habría podido captar gran parte de su significado.

De pronto deseó que la comida terminara cuanto antes. Así podría tener una excusa para irse y volver al trabajo. De hecho, se preguntó si su anfitrión protestaría si le presentara sus excusas y se fuera de inmediato. Cuando miró a la diva y a Fabian, la mirada de éste reclamó la suya durante un largo y perturbador momento. Sintió que el estómago se le encogía como si estuviera a punto de dar un salto mortal.

–¿Sucede algo, Laura? –preguntó Fabian.

–No… no sucede nada. Sólo me preguntaba si te importaría que me saltara el postre para volver a trabajar cuanto antes. Estoy deseando ponerme a…

–¡Quiero que te quedes hasta que termine la comida! –dijo Fabian, sorprendido y furioso a la vez–. No estoy acostumbrado a que mis invitados se levanten en medio de la comida y se vayan. Por importantes que sean tus obligaciones, tendrás que esperar.

Consciente de que todas las miradas se habían vuelto hacia ella, Laura sintió que su rostro se acaloraba. Lo único que había pretendido era escapar de una situación en que se sentía incómoda, y era cierto que estaba deseando seguir adelante con el trabajo para el que había sido contratada. Pero, en lugar de ello, lo único que había logrado había sido ofender al único hombre al que no se podía permitir ofender. Fabian había vuelto a prestar atención a la deslumbrante criatura que tenía a su lado, pero su expresión y la especial firmeza de su arrogante mandíbula confirmaron las sospechas de Laura. Sintiéndose abatida además de acalorada, tomó un largo sorbo de su vaso de agua con la esperanza de aliviar su bochorno además de su sed.

Laura se había despedido afectuosamente de su amiga Carmela cuando finalmente había partido para su luna de miel y había pasado el resto de la tarde familiarizándose con sus nuevos deberes. Había llamado para presentarse a varias de las compañías que iban a brindar sus servicios la noche del concierto y había enviado una última remesa de invitaciones para la plantilla de un hospital cercano.

Acababa de encargar por teléfono el envío de un ramo de flores de parte de Fabian a la formidable Aurelia Visconti, que iba a alojarse en una villa cercana hasta después del concierto, cuando su jefe asomó la cabeza por la puerta. ¿Habría algo entre éste y la bella cantante de ópera? Era lógico especular al respecto después de cómo había reclamado la cantante su atención durante la comida… aunque Carmela le había mencionado que su jefe estaba divorciado y sin compromiso.

–¿Qué tal te vas haciendo con todo?

–De momento bien.

–¿Sin problemas?

–Nada que no pueda manejar.

–Bien. Sólo he venido para decirte que voy a salir y que no me esperes hasta el final de la tarde.

–De acuerdo.

–Mañana te trasladarás a mi despacho.

–Oh… ¿es realmente necesario? Empezaba a acostumbrarme a este sitio… El traslado podría hacerme perder un tiempo muy valioso para la organización del concierto.

–Apenas te llevará tiempo acostumbrarte. Tendrás que estar cerca de mí para hacer preguntas y para hablar con otras personas y solucionar problemas. Todo será más fácil si estamos juntos. ¿Necesitas preguntarme algo antes de que me vaya?

–Nada que se me ocurra en este momento.

Laura trató de no mostrarse afectada por la noticia de que iba a trabajar en el mismo despacho de Fabian. El incidente que había tenido lugar durante la comida le había hecho sentirse aún más consciente de él, y deseaba borrarlo cuanto antes de su memoria. Pero también se sintió frustrada al no tener la opción de preguntarle más sobre el concierto.

La breve conversación que habían mantenido sobre la vida y su planificación había despertado su curiosidad sobre cómo veía aquellos temas Fabian. ¿Sería aquel concierto aniversario una tradición para él y su familia? ¿Le parecería una responsabilidad excesiva y demasiado cara?

–En ese caso, buenas tardes y que disfrutes de la cena que va a prepararte María –dijo Fabian a la vez que esbozaba una sonrisa–. Es una cocinera excepcional y prepara la mejor lasaña de Italia. Ciao!

A continuación, Fabian se fue, dejando tras sí un agradable aroma a sándalo.

Laura se preguntó si iría a visitar a Aurelia.

Impaciente por el hecho de que aquellas irrelevantes consideraciones ocuparan su mente, se apoyó contra el respaldo de la silla, liberó su pelo de la cinta que lo sujetaba y suspiró al sentir que su cuello y hombros se relajaban.

Poco después de que Laura terminara de comer la deliciosa lasaña preparada por María, y cuando la mayoría de los trabajadores, músicos y cantantes ya se habían ido, la mansión quedó sumida en un apacible silencio. Aún resonaba en su mente el eco de la maravillosa música con que habían sido regalados sus oídos a lo largo del día, y se hizo consciente de que, a pesar de todo, se sentía más feliz que hacía mucho tiempo. Había vuelto a ver a una amiga a la que había echado mucho de menos y le había surgido la oportunidad de trabajar en un entorno realmente idílico. ¿Sería una señal de que su vida iba a mejorar?

Mientras tarareaba suavemente una de las melodías que había escuchado a lo largo del día, introdujo en su sobre la última invitación para la cena que tendría lugar después del concierto, a la que estaban invitadas algunas de las principales autoridades locales, y la colocó sobre las demás. A continuación se arrodilló en el suelo para abrir dos cajas de cristalería que aún le quedaban por desembalar. Al hacerlo sintió un ligero y familiar dolor en un muslo, pero el delicioso aroma de las glicinias que llegaba por la ventana la distrajo y un momento después estaba cantando despreocupadamente la melodía que unos momentos antes tarareaba.

Cuando Fabian en el vestíbulo de la villa se quedó momentáneamente paralizado. La voz que se escuchaba cantando era tan dulce, tan exquisitamente pura, que apenas se atrevió a respirar. ¿Quién era aquel ángel? Estaba segura de no haberla escuchado antes. De lo contrario no la habría olvidado. ¿Se trataría de alguna joven recientemente contratada por la compañía?

Cuando la canción acabó, Fabian soltó el aliento y movió la cabeza en mudo asombro. ¡Tenía que conocer a aquella cantante!

Llevaba unos minutos buscando en vano por la casa cuando volvió a escucharse la exquisita voz. Fabian permaneció un momento quieto para localizar su origen y se encaminó hacia el despacho que estaba ocupando Laura en lugar de Carmela. Su tensión fue aumentando con cada paso que daba. Al entrar en el despacho vio a su secretaria eventual de espaldas a él, colocando unos archivos en una estantería. Notó que se había descalzado y que se había soltado el pelo, que caía delicadamente sobre sus hombros. Pero lo que más le impresionó fue comprobar que era la dueña de aquella exquisita voz.

No dijo nada, pues tenía intención de permitir que terminara de cantar antes de dirigirse a ella, pero Laura dejó de cantar de pronto y se volvió hacia él con una expresión ligeramente asombrada.

–¡Oh!

–Tienes una voz exquisita. No sabía que cantaras así.

–Espero no haberte molestado. Sólo estaba manifestando mi felicidad por estar aquí, en tu maravillosa casa. Siempre canto cuando me siento feliz.

–No te disculpes. Tienes un talento notable, Laura. Carmela no me había mencionado que cantaras.

–Hacía diez años que no nos veíamos y, aunque nos hemos mantenido en contacto, nunca hablábamos de esas cosas. Además, es algo que sólo hago para divertirme.

Laura alzó una mano para apartar un mechón de pelo de su frente y Fabian se fijó en que llevaba un pendiente de plata con una pequeña y brillante piedra azul. Apenas podía creer que concediera tan poca importancia a poseer un talento por el que otras personas habrían entregado los ahorros de toda su vida.

–¿Por qué? –preguntó de inmediato–. Con la orientación adecuada, podrías tener una carrera impresionante. Me he relacionado con cantantes, músicos y artistas toda la vida… No te estoy diciendo esto a la ligera.

–¡Pero yo no quiero una carrera impresionante! Lo que quiero es poder enseñar música a los niños, como hacía antes. Si pudiera permitírmelo, lo haría gratis.

Desconcertado por aquella inesperada y apasionada respuesta, Fabian alzó las cejas. No era una exageración decir que la gente de aquella época idolatraba la fama y la fortuna y, sin embargo, a pesar de poseer un evidente talento, aquella delgada joven parecía preferir dedicarse a enseñar a niños. Hacía tiempo que nadie le intrigaba tanto. Sin duda, su ex mujer jamás habría hecho gala de tal altruismo y generosidad. ¡Más bien lo contrario!

Pero Fabian no quería pensar en la avariciosa y falsa Domenica. En aquellos momentos era Laura quien tenía toda su atención.

–Es admirable que estés dispuesta a hacer desinteresadamente lo que te gusta… aunque sea una actitud un tanto ingenua. ¿Eres consciente de que podrías hacerte bastante rica con una voz como la tuya? Jamás tendrías que volver a preocuparte por el dinero.

–Ya te lo he dicho –Laura se agachó para tomar sus sandalias y, tras ponérselas, miró a Fabian–. No estoy interesada en seguir una carrera de cantante. Soñé con ello hace mucho, cuando era una jovencita, pero con el paso del tiempo descubrí que sentía más pasión por enseñar. Puede que nunca me haga rica, pero la riqueza no me atrae tanto como a otras personas. ¡No todo el mundo se siente tan cautivado por el dinero! –se mordió el labio, repentinamente ansiosa–. Lo siento. No pretendía resultar ofensiva.

–No lo has sido.

–Mis necesidades son sencillas… a eso me refiero. Si no te importa, creo que voy a retirarme ya. Quiero empezar a trabajar temprano mañana por la mañana.

–Ya has trabajado bastante hoy. No es necesario que mañana empieces antes de lo normal.

–Si tú lo dices.

–¿Y tu novio? Seguro que querrá que aproveches al máximo tu excepcional talento.

Laura pareció momentáneamente desconcertada por la pregunta.

–No hay ningún hombre en mi vida, aparte de mi padre.

–¿Y no quiere que…?

–Lo único que quiere mi padre es que sea feliz.

Laura alzó ligeramente la barbilla al decir aquello y sus pálidos ojos adquirieron una expresión desafiante. Al captar aquella inesperada fuerza de carácter, Fabian comprendió que no debía ir más allá.

Incapaz de pensar en otra excusa para retenerla allí, metió la mano en un bolsillo e inclinó brevemente la cabeza.

–En ese caso, nos vemos por la mañana, Laura. Que duermas bien.

–Lo mismo te digo.

Laura apartó de Fabian su mirada de luz de luna y al pasar junto a él dejó una estela de perfume a la vez sensual e inocente.

Fabian permaneció durante un largo momento donde estaba, como si le hubieran soldado los pies al suelo.

–Los farolillos deben colgar de los árboles a ambos lados, para que el sendero quede bien iluminado cuando empiecen a llegar los invitados.

Laura estaba dando explicaciones en una mezcla de inglés e italiano a dos serviciales trabajadores que estaban con ella en el despacho cuando Fabian entró con una taza de café en la mano. Estaban en sus dominios, y Laura no había visto nunca un despacho más elegantemente decorado. Era casi dos veces más grande que el de Carmela y estaba lleno de los más exquisitos objetos de arte.

–Buongiorno!

Fabian incluyó a todo el mundo en su saludo, pero su mirada se detuvo en Laura, que fue incapaz de apartar la suya de aquellos intensos ojos azules.

–¿Has dormido bien? –preguntó Fabian.

–Sí, gracias… ¿y tú?

–Como un bambino.

Los labios de Fabian se curvaron en la sonrisa más juvenil y cautivadora que Laura había visto en su vida. El sol, que entraba a raudales por los ventanales que había tras él, lo iluminaba con un deslumbrante halo dorado.

–¿De verdad? –murmuró Laura.

–Anoche escuché cantar a un ángel –la expresión de Fabian era deliberadamente provocativa y Laura no pudo evitar sonrojarse. Parecía sugerir que compartían un secreto… un secreto que, de algún modo, le hacía estar en su poder–. Me acosté con el sonido de su exquisita voz aún resonando en mis oídos… bella –Fabian se besó los dedos unidos en extravagante gesto y su sonrisa se ensanchó.

Los dos trabajadores sonrieron al escucharlo y asintieron manifestando su aprobación. Mientras, Laura sintió que su cuerpo temblaba con tal fuerza que temió que todos fueran a notarlo.

–Ayer la casa estuvo llena de música exquisita –dijo y, sonriendo con el gesto más despreocupado que pudo, se volvió hacia los trabajadores–. Ya sabéis lo que tenéis que hacer, ¿no? –añadió en un tono ligeramente autoritario a la vez que se cruzaba de brazos–. Los farolillos están listos en el almacén. Llegaron ayer y ya he comprobado que están todos los que fueron encargados. Avisadme cuando terminéis para que vaya a ver qué tal han quedado. Grazie.

–Si, signorina.

El despacho quedó en silencio cuando los trabajadores salieron y Fabian ocupó pensativamente su asiento. Mientras deslizaba una crítica mirada por la figura y la piel de porcelana de su secretaria, notó que aquella mañana parecía más pálida que algunas de las esculturas de mármol de Miguel Ángel. ¿La habría disgustado con sus comentarios? En lo primero que había pensado aquella mañana al levantarse había sido en su voz, y no había dejado de pensar en ésta desde entonces.

–¿Por qué no te has reunido conmigo para desayunar?

–María me ha llevado amablemente café y fruta al dormitorio.

–¿Café y fruta? ¿Acaso tratas de morir de hambre? ¡No me extraña que estés tan delgada!

–No sucede nada malo con mi apetito. Disfruto de la comida como cualquier otro. Ésta es mi constitución natural.

–Seguro que muchas mujeres te envidian.

Fabian hizo aquel comentario sabiendo que normalmente prefería mujeres de formas más voluptuosas. Pero no podía negar que el pequeño tamaño de Laura era perfecto para su delicada estructura ósea.

–Lo dudo. Soy muy consciente de mi aspecto y sé que apenas hay nada que envidiar.

Sorprendido por su comentario de autodesprecio, Fabian no pudo creer que lo hubiera hecho para alentarlo a que la contradijera. Pero le desconcertó que Laura no pareciera consciente de su propio atractivo. A fin de cuentas, una cicatriz era sólo una cicatriz. Para él apenas significaba nada, pero comprendía que para una mujer resultara algo difícil de superar en la cultura obsesionada por la imagen en que vivían. Estaba a punto de apartar la mirada de ella cuando notó que se había ruborizado.

–En cualquier caso, prometo compensar mi escaso desayuno con una buena comida –dijo Laura–. Así no tendrá que preocuparte la posibilidad de que me desmaye a tus pies.

–Eso no sería bueno para mi reputación, desde luego –bromeó Fabian.

Laura fue a su escritorio y tomó unos papeles y un bolígrafo.

–Necesito preguntarte algunas cosas referentes a la cena de después del concierto.

Fabian notó que había algo irresistiblemente sensual en la expresión que adquiría su rostro cuando estaba concentrada. Tensó ligeramente la mandíbula cuando Laura se acercó a él. Su cautivador aroma lo alcanzó enseguida y la intensa reacción que experimentó al aspirarlo lo desconcertó. Fue un descubrimiento inesperado que sólo podía llevar a complicaciones innecesarias si no tenía cuidado.

–¿Qué quieres preguntarme? –preguntó con el ceño fruncido.

–Es sobre el protocolo de la tarde.

La inquietud de Fabian aumentó cuando Laura se acercó a él y se inclinó a su lado para que pudiera ver la lista de invitados. En lo único que pudo concentrarse fue en su pelo, que parecía tejido con rayos de sol y en que con su pequeña y recta nariz y delicada mandíbula su perfil parecía el del más exquisito camafeo…

Finalmente tomó la lista de manos de Laura.

–Haré algunas anotaciones en inglés junto a cada nombre para ti. Ahora tengo algunas llamadas importantes que hacer. Esta tarde repasaremos todo el plan y averiguaremos exactamente cómo va todo.

–De acuerdo. Gracias.

Laura ya se estaba alejando cuando de pronto se detuvo.

–Tu padre debió de amar mucho la música, y éste es un lugar exquisito para el concierto. ¿Fue idea tuya organizar este acontecimiento anual en su recuerdo?

Desconcertado por su pregunta, Fabian miró un momento a Laura con dureza. Tuvo que esforzarse por contener la intensa sensación de resentimiento que corrió por sus venas.

–Sí, la música significaba mucho para él. Se consideraba un gran aficionado a la ópera. De hecho, se consideraba un experto en muchas cosas. Pero no fue idea mía organizar el concierto. ¡Ni mucho menos! Mi padre dejó instrucciones al respecto en su testamento. Incluso muerto, Roberto Moritzzoni quiso asegurarse de que no lo olvidaran. No abandonó con facilidad sus posesiones ni su vida.

–Comprendo.

–Lo dudo, Laura. Pero puede que te lo explique algún día, antes de que te vayas de Villa Rosa.

Fabian apartó su taza de café a un lado y se concentró en la lista de invitados. Todos eran ex asociados de su padre que seguían aprovechándose de su relación con Roberto Moritzzoni. ¡Como si no hubieran comido como los reyes suficientes veces a lo largo de los años a costa de su familia! Sintió el impulso de prender la lista con una cerilla para acabar con ella.

Al alzar la mirada vio que Laura había vuelto a ocupar su escritorio y estaba centrada en la pantalla del ordenador. ¿Qué habría dicho Roberto si le hubiera presentado a alguien como ella como su futura esposa? Después de tantos años, casi pudo escuchar su risa burlona ante la posibilidad de algo tan absurdo. Todo en ella habría sido inadecuado, empezando por el hecho de que no fuera italiana y siguiendo por el de que no tuviera conexiones familiares importantes y útiles. En cuanto a su aspecto… Roberto la habría considerado demasiado pálida, demasiado delgada e insuficientemente maternal y voluptuosa como para darle los nietos que buscaba…

–¡Fanático y viejo loco! –masculló entre dientes.

–¿Disculpa? –dijo Laura desde el otro lado del despacho, sorprendida–. Pareces disgustado –añadió al ver que Fabian no respondía.

–Tienes razón. Estoy disgustado. Pensar en mi padre suele provocarme esa reacción. No era precisamente el hombre más agradable del mundo, Laura. De hecho, podía ser bastante cruel, sobre todo con los más cercanos a él. ¿Te desconcierta escuchar eso?

Laura lo miró con expresión preocupada.

–La crueldad siempre me desconcierta… aunque sé que, por desgracia, abunda.

Fabian hizo una mueca.

–En ese caso, cambiemos de tema y pensemos en algo más agradable. Si quieres que recupere mi buen humor, ¿qué te parece si me traes un poco más de café?

–Por supuesto. Voy a buscar a María para que lo prepare.

Laura se puso en pie de inmediato y miró tímidamente a Fabian antes de salir. Él observó cómo se alejaba con una sensación de anhelo que no quiso pararse a examinar con detenimiento. La clase de anhelo que podía dar fácilmente al traste con su relación de jefe-empleada.

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